desde 1900 hasta 1992
Viola
 
 

En marzo del 81, Viola se hizo cargo de la presidencia. Sus bigotes blancos le hacían aparentar más edad de la que tenía, fumaba mucho y hablaba con voz ronca. Puso a Lorenzo Sigaut como ministro de Economía, al general Liendo en la cartera de Trabajo y a Oscar Camilión lo nombró canciller.


Sigaut, pese a disponer una fuerte devaluación, no alteró sustancialmente la línea de su antecesor, sin poseer la decisión personal, las relaciones ni el peso político con que contaba aquél. En consecuencia, la economía empeoró.


Tampoco la gestión del nuevo presidente fue afortunada. Dotado de inquietudes políticas, su figura constrastaba con la de Videla que, conocedor de sus limitaciones en ese terreno, se circunscribió a desempeñar el rol del militar austero, aviniéndose con disgusto a encabezar un régimen formalmente autoritario, dadas sus íntimas convicciones democráticas. Pero, como político, poco logró el general Viola. Cambió el tono del gobierno, se sucedieron las reuniones con dirigentes partidarios y gremialistas, se borronearon planes encaminados a establecer un cronograma que, en algún momento impreciso, culminaría con un llamado a elecciones, sin que todo eso plasmara en propuestas concretas.


Como venía ocurriendo indefectiblemente cada vez, ante el deterioro de un gobierno militar, los políticos –inactivos durante el transcurso del mismo– tornaban a hacerse presentes paulatinamente. Viola les había devuelto cierto protagonismo, mediante los contactos que mantenía con ellos. Pero el resultado no fue el apetecido: en lugar de acordar con el gobierno, se unieron en su contra y, a mediados de julio del 81, convocados por Ricardo Balbín, radicales, peronistas, frondicistas y demócratas cristianos constituyeron una junta multipartidaria, cuyo propósito consistió en presionar para que se llamara a elecciones en el menor tiempo posible. Los dirigentes sindicales habían logrado, por su parte, que se cumpliera un paro general, si bien parcialmente. A raíz del cual algunos fueron detenidos, entre otros Saúl Ubaldini, del gremio cervecero.


La justicia resolvió, por entonces, la excarcelación de Isabel Martínez de Perón que, puesta en libertad, viajó a Europa.


Pero, en medio de frustraciones económicas y fracasos políticos, los militares seguían llevando a cabo algunas obras públicas de importancia, repitiéndose así una constante en la materia: aquel mes de julio, comenzaron las obras correspondientes a la usina atómica “Atucha II”.


El 9 de agosto murió Ricardo Balbín. Y, en septiembre, el almirante Jorge Isaac Anaya sustituyó a Lambruschini como comandante en jefe de la Armada. Dado que, en noviembre, ocuparía igual puesto al frente de la Aeronáutica el brigadier Basilio Lami Dozo, la Junta quedaría integrada con Galtieri, Anaya y Lami Dozo.


En los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan, un ex actor de cinematógrafo con ideas conservadoras, que el Partido Republicano elevara a la presidencia, luego de una buena gestión como gobernador estadual. Estableciéndose una cordial relación entre el general Galtieri y los hombres de la administración Reagan, no siendo ajeno a esa relación el general Vernon Walters, que viajó varias veces a la Argentina en misiones confidenciales.


Uno de los problemas que preocupan a Reagan es la lucha que, en forma apenas encubierta, libran ahora los Estados Unidos contra las fuerzas marxistas –regulares e irregulares– en Nicaragua, Honduras y El Salvador. Galtieri suministra apoyo a la Unión en esa lucha, enviando abundantes asesores militares a los lugares donde se desarrolla e instruyendo en nuestro país a oficiales centroamericanos.


Transcurre noviembre, cuando Viola sufre un ataque al corazón, cuya existencia y gravedad dieron lugar a toda clase de especulaciones. Lo cierto es que, real o ficticio, a raíz del mismo se lo releva del cargo y, el 22 de diciembre de 1981, lo reemplaza el general Galtieri.











En el diario La Prensa escribía por entonces un periodista singular: Manfred Schnfeld. Judío, nacido en Alemania, graduado en Letras, era liberal confeso, pero su intenso amor al país lo llevaría a compartir, muchas veces, posturas que sostienen los nacionalistas. Pese a haberse manifestado enérgicamente contra la subversión, se contó entre aquellos que criticaron ciertos procedimientos empleados para reprimirla. Con tal motivo, durante el gobierno de Viola, un grupo de matones le propinó una paliza, utilizando alguno de los agresores un “puño de hierro”. Sin embargo, pasado el tiempo, cuando los militares soportaron permanentes ataques desde el oficialismo, Schnfeld salió noblemente en su defensa, constituyéndose en uno de los más resueltos partidarios de la decisión que llevó a librar la Guerra de las Malvinas. Luego de pedir reserva sobre el particular, insistió ante el almirante Anaya para que se le permitiera viajar al archipiélago y, allí, poder pelar papas para los soldados. Murió a los 58 años de edad, en Entre Ríos.