Las provincias del Río de la Plata en 1816
A su Alteza Real, Príncipe de Suecia y Noruega
 
 
Monseñor:

Jamás me hubiera permitido yo presentar a Vuestra Alteza Real este débil ensayo sobre los Estados Unidos de la América Meridional, de no haberlo juzgado indispensable para el caso de que Vuestra Alteza Real tomara interés por la suerte de estas hermosas provincias y se dignara prestar alguna atención a las solicitaciones que, como lo supongo, su gobierno ha hecho cerca de Vuestra Alteza Real.

Quizás hubiera logrado éxito mejor escribiendo en el idioma de mi país, pero estimo demasiado la gloria de ocupar por algunos instantes la preciosa atención de un príncipe amado, y por eso no me resigno a compartirla con un traductor, persuadido como estoy de que estas líneas no serán juzgadas por un público severo, sino acaso recorridas con indulgencia por un príncipe ilustrado y clemente que ha de perdonar, sin duda, los defectos de idioma y de estilo, en gracia de la intención sincera que me anima para servir a mi país. Espero que me valdrá como excusa, por las imperfecciones del ensayo y particularmente por el mapa adjunto 1, el hecho de que —me apresuro a manifestarlo— ambos han sido ejecutados en el Océano Atlántico sin el auxilio de un diccionario y sin los instrumentos necesarios para dibujar la carta, durante mi viaje desde el Brasil a Suecia, a bordo del barco más pequeño que, según parece, haya pasado del trópico austral por las costas del Báltico, desde que fue descubierto el Nuevo Mundo.

La América Meridional, al parecer, quiere por fin salir de su prolongado letargo, y animada por el ejemplo brillante de los florecientes Estados del Norte, hace esfuerzos por sustraerse a la tutela europea, que la ha sostenido en su infancia pero que le resulta una traba en su adolescencia. Salida apenas de las tinieblas del despotismo civil y espiritual, e ignorando todavía la justa aplicación de sus fuerzas propias, es menester perdonarla si cae de error en error hasta que, finalmente, una experiencia duramente adquirida, le muestre el camino de sus intereses verdaderos.

Riquezas inagotables, clima saludable y suave, fertilidad sin igual, ríos inmensos o navegables hasta 400, 500 ó 600 leguas hacía el interior (o que en todo caso pueden hacerse aptos para la navegación), mares tranquilos y sin escollos, puertos seguros y de fácil acceso, navegación abierta por igual a las Indias Orientales, a Europa y al áfrica, sin contar las islas, tan fértiles como apreciadas, del Pacífico, que no esperan para civilizarse sino relaciones sostenidas de comercio con el continente de la hasta ayer América española: tales son las grandes ventajas de estos países sobre los de la parte norte del continente, con los cuales la Naturaleza se ha mostrado menos pródiga, pero a los que ha dótalo de habitantes industriosos y emprendedores. Sin embargo, es incontestable que la indolencia de los habitantes de estas provincias del sur, se origina menos en su falta de inteligencia que en su antiguo gobierno y en su sistema funesto de monopolio unido al despotismo de los sacerdotes, que, mediante supersticiones casi increíbles en Europa, han tratado y tratan todavía de sofocar o retardar todos los esfuerzos del entendimiento humano. Parte de esas trabas se ha podido romper en la actualidad, otra parte se mantiene todavía, pero si hemos de creer a buenos observadores —que viviendo en el país han seguido con atención los progresos de esta Nación en los últimos diez años— puede esperarse mucho, particularmente si estas provincias logran efectuar su plan de unión con Chile, porque, según ellos, estos criollos del sur del trópico austral son, en cuanto a su carácter moral, muy superiores a sus vecinos del Perú y del Brasil, y en general a todos los criollos de la zona tórrida.

Al parecer, los habitantes de estas regiones escasamente conocidas en Europa, no han sido juzgados con la imparcialidad debida porque los españoles que mantuvieron alejados a los extranjeros, trataron también de mantener alejado de estos habitantes el interés de las naciones y de confundir todo juicio con el propósito de ocultar o justificar sus inicuos procederes. Quizás queden todos así persuadidos con la traducción de una obra en español titulada: Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán desde el descubrimiento del país hasta el comienzo de la revolución, que con el permiso de S. M. el Rey, tengo la intención de publicar.

De este libro, que no había sido publicado todavía cuando salí de Buenos Aires, me ha dado su autor (el respetable Dr. Gregorio Funes, Deán de la catedral de Córdoba) la primera parte con la promesa de enviarme la segunda con las planchas, el año próximo, en caso de que no vuelva yo para ese tiempo; pero de la tercera parte no quiere en manera alguna permitir la publicación hasta después de su muerte, la que probablemente no tardará mucho en producirse porque se trata de un octogenario. Esta Historia, escrita en 1810, es la primera producción literaria impresa en Buenos Aires desde la fundación de la ciudad en 1535; pero de hoy en adelante, habiendo cinco imprentas y siete gacetas o diarios públicos, debe esperarse que con la libertad de imprenta, el gusto por la literatura hará muy rápidos progresos. Por lo que toca a la historia de la revolución de estas provincias, no tengo huellas que seguir como no sean las tradiciones y algunas gacetas públicas, porque, nadie se ha tomado el trabajo hasta hoy de reunir y narrar los sucesos ocurridos. Sin embargo, espero que, por lo menos los hechos que registro, serán lo suficientemente correctos, aunque las conclusiones que a veces extraigo de los mismos pudieran ser falsas.

Los lugares señalados con un signo (+) podrán ser verificados por pruebas muy auténticas que tengo todavía en mis manos.

Como objeto de curiosidad, he copiado una antigua gramática y un vocabulario en la lengua peruana del Cuzco (que era antiguamente el idioma de los estados florecientes de los emperadores incas) tenida como muy rara en el país mismo, y que se encontraba entre los restos de la biblioteca de los jesuitas de Córdoba. He recibido otra en original y en lengua Aymará que según me dicen fue la de la antigua corte del Cuzco. Si V. A. R. se digna ordenarlo, trataré de traducirlas al sueco, pero presumo que, obras de esa naturaleza —miradas solamente como objeto de curiosidad— no despertarán mucho interés en mi patria. Sobre la navegación del río de la Plata desde su desembocadura hasta Buenos Aires he obtenido las instrucciones más completas que se conocen hasta hoy en la nombrada ciudad. La carta especial de este río, de los puertos de Maldonado, Montevideo, y costas de la Patagonia hasta el río Negro, espero poder presentarlas antes de poco a V. A. R. Por lo demás, el tiempo de que he dispuesto, así como mis conocimientos y recursos, han sido muy limitados, para poder hacer investigaciones importantes o de carácter científico en este país; pero no hay duda de que los hombres instruidos que quisieran viajar por él, encontrarán materia para enriquecer sus conocimientos, dado que, desde el tiempo de los Jesuitas casi ningún viajero ilustrado ha entrado al país.

El último que ha dado de él algunas noticias, ha sido don Félix de Azara, hombre muy sabio, pero que recorrió estas provincias mucho tiempo antes de la revolución y que era demasiado buen español para juzgar a los americanos y a su país con imparcialidad. Es de lamentar que el célebre sabio Barón de Humbolt, no visitara nunca esta parte de la América Meridional porque sin duda la hubiera sacado de la obscuridad en que se halla todavía envuelta en los anales de la historia. Por último, réstame comunicar una circunstancia muy singular que ha de merecer el precioso interés de V. A. R. Convencido yo de la profunda ignorancia de los habitantes del interior del país sobre los nombres de los estados de Europa y hasta de la América, me sentí muy sorprendido al oír que el nombre sueco, era, no solamente conocido allí, sino estimado de manera particular. Con viva curiosidad por conocer cuál era esa causa, pude saber, al fin, que lo debíamos a la Historia de Carlos XII, por Voltaire, traducida al español por don Leonardo de Uría y Orueta, en Madrid, 1763, libro que se había difundido en todo el país, ignoro por qué singular accidente. En todos los pueblos y casi podría decir en casa de todos los curas encontré ejemplares de ese libro, y a menudo era el único libro que poseían, además de su breviario. Se sabían de memoria casi toda esa Historia y se apresuraban a citar los hechos más memorables de ella.

En el noble entusiasmo por los grandes hombres y por las acciones brillantes, se reconoce fácilmente el origen español de estos pueblos. Estas buenas gentes creían con ingenuidad que nuestra nación era hoy todavía lo que fue a comienzos del siglo XVIII. Cuando me embarqué para partir, en el Brasil, se hablaba allí de una convención proyectada entre varias potencias de Europa con el fin de cortar toda comunicación con la América revolucionaria. Si existe un plan semejante, ha de ser una pantalla inventada por el gabinete de Saint-James, para excluir a todas las naciones europeas de esta fuente abundante de metales preciosos de donde saca Inglaterra los medios de ejercer su influencia en el Continente. Si la empresa de liberación de Chile tiene buen éxito, como lo espero, todos los esfuerzos hostiles, lejos de perjudicar a la América independiente, le enseñarán a saber apreciar y utilizar las riquezas de su propio suelo. Europa será la única que perderá con ello.

Con el más profundo respeto soy, Monseñor, de Vuestra Alteza Real, el más humilde y obediente servidor.

Jean Adam Graaner

A bordo de la escuna “Tritón”, a 5 de julio de 1817.