Historia Constitucional Argentina
CAPITULO 2 | 1. La Revolución de Mayo
 
 

Sumario: Consecuencias de las invasiones inglesas. Causas principales. Sucesos de España (1808-1810). Sucesos en el Río de la Plata entre 1808 y 1810. Cabildo Abierto del 22 de mayo. Los primeros reglamentos. Repercusión en el interior. Influencias ideológicas en la Revolución de Mayo.



Consecuencias de las invasiones inglesas.





La aventura inglesa en el Río de la Plata de los años 1806 y 1807, sí tiene, en cambio, una causalidad económica. Es una consecuencia en buena medida motivada por la pérdida, por parte de la industria británica, de una proporción del mercado estadounidense, debido a la emancipación de sus ex-colonias americanas, que decidieron desde el vamos proteger sus incipientes industrias, especialmente las textiles. Y por sobre todo, de la privación del mercado europeo debido al bloqueo continental establecido por Napoleón en 1804, respecto de las manufacturas británicas.


La revolución industrial, que ya se había operado en Inglaterra a partir de la aplicación del vapor a las máquinas que hilaban y tejían, había provocado una superproducción que tenía saturado el mercado interno; de allí la necesidad de exportar, y ante las dificultades de hacerlo a Estados Unidos y Europa, Gran Bretaña se encontró frente a la urgencia de abrir a cañonazos otros escenarios para la colocación de sus excedentes y poder seguir subsistiendo como potencia industrial, comercial y naviera.


La presencia inglesa en el Río de la Plata con su poderío bélico, que en ese momento enfrentaba a las huestes napoleónicas aliadas a nuestra metrópoli, pudo haber sido un episodio más de esa contienda. Para nosotros significó la salida del cono de sombra en que habíamos vivido durante largo tiempo, para hacer una de nuestras primeras incursiones ostensibles en la historia universal. Ya se sabe que el amor al terruño local, al rey y a los valores culturales tradicionales, por encima de la libertad de comercio que nos ofrecía el invasor, lo que prueba que no siempre lo económico es el motor de la historia, obró la gesta de nuestros triunfos en las jornadas de la Reconquista (1806) y de la Defensa (1807) de Buenos Aires, bajo la conducción del francés Santiago de Liniers y del vasco Martín de álzaga.


El piélago manso que había sido el Río de la Plata, entró en ebullición, y como saldo de aquellas jornadas memorables pueden visualizarse las consecuencias que siguen:


1°) Una transferencia del poder militar de los españoles peninsulares a los criollos. Entre la primera y la segunda invasión, ante la inminencia de esta última, sabedor de que la metrópoli no podía socorrernos en absoluto, el virrey interino Liniers organizó las milicias criollas; patricios, húsares, arribeños, granaderos, cazadores correntinos, migueletes, etc. Como era costumbre española, estos improvisados cuerpos eligieron a sus jefes, que en gran mayoría resultaron criollos: Cornelio Saavedra, Martín Rodríguez, Florencio Torrada, Juan Martín de Pueyrredón, Francisco Ortiz de Ocampo, Juan José Viamonte, etc. Es verdad que los españoles peninsulares también organizaron sus milicias: vizcaínos, catalanes, andaluces, gallegos. Pero contrastaba el alto número de criollos movilizados en relación con la menor cantidad de peninsulares convocados. Comenzó a destacarse como líder de los cuerpos criollos, el jefe de patricios Cornelio Saavedra. Cuando luego de las invasiones, Liniers fue relevado como virrey por Cisneros, éste traía entre sus instrucciones disminuir en todo lo posible el poderío criollo manifestado en el número de milicianos activos, pero se cuidó mucho en hacerlo, porque hombre prudente como era, advirtió el peligro de una reacción popular.


2°) Entre la primera y la segunda invasión se reunieron dos cabildos abiertos, el 14 de agosto de 1806 y el 10 de febrero de 1807, que depusieron sucesivamente el poder militar y el poder político del virrey Sobremonte, acusado de ineptitud, asumiendo ambas facultades Santiago de Liniers en forma interina. Estos hechos fueron verdaderamente revolucionarios; jamás estuvo en las atribuciones normales de un cabildo abierto deponer a un virrey. Fueron como el preanuncio de lo que sucedería en mayo de 1810.


3º) El triunfo sobre los ejércitos de una de las primeras potencias del mundo, Inglaterra, despertó en la comunidad rioplatense el sentimiento de su propia suficiencia y valer, y la convicción de que seríamos capaces de afrontar por nuestra cuenta el reto de la historia que nos llamaba, quizás prematuramente, a asumir la responsabilidad de conducir nuestra propia empresa nacional, ante la falencia de la decadente España, satélite de Inglaterra en lucha con Francia, o satélite de Francia en guerra con Inglaterra, como había sucedido a lo largo del reinado de Carlos IV.



Causas principales. Sucesos de España (1808-1810)


A renglón seguido de las invasiones inglesas, se producen en la Madre Patria acontecimientos muy graves que repercutieron seriamente entre nosotros. Gobernaba a España desde 1788 Carlos IV, luego de la muerte de su padre, Carlos III. Era hombre sin vocación ni talento político, manejado por su mujer María Luisa de Parma, intrigante y de baja calidad moral, aliada, y para el pueblo español algo más, con el influyente ministro Manuel Godoy. El hijo mayor del Rey, Fernando, era mirado por el pueblo español con simpatía y esperanza. Quien luego reinaría como Fernando VII, «El Deseado» para los peninsulares, era amado por su adhesión a las costumbres, y a la índole, ibéricas. Sabiéndoselo, además, disgustado con su madre y enfrentado con Godoy, esto bastaba para que la imaginación hiciera lo demás: si Carlos IV era un presente desgraciado, estaba Fernando como la personificación de la confianza en un futuro más promisorio.


Un 1807, después del triunfo sobre los rusos en Friedland, Napoleón se siente amo de Europa. Está molesto con España, su aliada, porque recela del encumbrado ministro Godoy, a quien considera un traidor en potencia, y quizás consumado, por sus manejos dudosos con los rusos. También lo está con Portugal, sempiterno aliado de la odiada Inglaterra, que no se ha adherido al bloqueo continental. Decide terminar con la independencia de ambas; pero como tanto una como la otra, le merecen su desprecio, decide anexarlas a sus proyectos hegemónicos con poco dispendio bélico. Pacta fingidamente con Godoy el tratado de Fontainebleau, por el cual España permitiría el paso de las tropas francesas para atacar a Portugal. Conquistada ésta, se la dividiría en tres reinos: uno para coronar en él a Godoy, otro para los borbones de Etruria y el tercero para España, en tanto que Francia se quedaría con las colonias lusitanas. Mientras tropas franco-españolas invaden Portugal, la familia real de esta nación, constituida por la reina madre María, el regente del reino, su hijo Juan, y la esposa de éste, Carlota Joaquina, que era hija de Carlos IV, abandonan Lisboa, y en la flota de guerra inglesa se exilian en Río de Janeiro.


Entre fines de 1807 y principios de 1808, las tropas francesas, en buen número, ocupan todo el norte español. Posteriormente, Napoleón comunicó a Godoy su decisión de no cumplir con lo pactado en Fontainebleau, Portugal quedaría bajo control francés, y exige que una sobrina suya contraiga matrimonio con Fernando. El pueblo español, que intuye los propósitos del corso de quedarse con sus tropas ocupando territorio peninsular, rumorea que Godoy quiere sacar la familia real española y llevarla a América, como lo había hecho Inglaterra con la portuguesa.


El 17 de marzo de 1808, Carlos IV, María Luisa, Fernando y Godoy, se hallaban en el palacio de Aranjuez, cuando la población de esta localidad y de los alrededores, invade el palacio real buscando al odiado Godoy a quien responsabiliza de la situación existente. Este salva la vida escondiéndose, pero descubierto al día siguiente, sólo Fernando, en un rapto de piedad, consigue salvarlo del linchamiento, aunque Carlos debe destituirlo y detenerlo. No fue suficiente: la tremenda impopularidad del Rey lo obliga a abdicar el día 19 en favor de su hijo, que inicia su reinado como Fernando VII. Su ingreso a Madrid fue triunfal. No coincidía esto en los planes de Napoleón, quien se entrevista en Bayona, en territorio francés que hace frontera del español, con Carlos y Fernando. éste último acepta que la abdicación de su padre le había sido arrancada por la fuerza. En tanto Carlos, a cambio de una pensión vitalicia y una dorada residencia en Francia, abdica en favor de Napoleón, quien decide que España sería gobernada por su hermano José Bonaparte con el nombre de José I.


Este episodio, conocido como la farsa de Bayona, provoca que en Madrid, el 2 de mayo de 1808, se produzca un rapto de ira popular, duramente reprimido por las tropas napoleónicas. El arrebato se irradia por todo el territorio hispánico.


La resistencia a la invasión francesa se hace con las armas en la mano, pero lo más organizada y jurídicamente posible. Ante la ausencia de los reyes y de la propia familia real, se ponen en funcionamiento las viejas convicciones jurídico-políticas del pueblo español: la soberanía retrovierte a la comunidad que forma juntas en Extrema-dura, Galicia, Sevilla, Asturias, Valencia, Granada, Mallorca, álava, La Rioja, Murcia. Ellas impulsan la lucha de la nación ibérica por la reconquista de su independencia, que dura de 1808 a 1813. Es tan eficaz la resistencia, que el 19 de julio de 1808, el ejército español, que ha reconocido el régimen de Juntas, derrota a las fuerzas francesas del general Dupont en la batalla de Bailen, donde se luce el capitán José de San Martín en la defensa de la Madre Patria. En septiembre, en Aranjuez, se instala la Suprema Junta Central Gubernativa, encargada de coordinar la labor de las Juntas locales en la tarea de recuperar el suelo patrio.


Cosas curiosas de la historia: dos años antes de desencadenarse la Revolución de Mayo, que llevaría al Río de la Plata, luego de un proceso cargado de hechos memorables, a la independencia, proclamada finalmente en 1816, España se encuentra enfrascada en una lucha a muerte por su propia independencia.


Ante el cariz de los acontecimientos, Napoleón debe trasponer los Pirineos con un contingente militar nutrido y conspicuo para someter a ese pueblo de labriegos que despreciaba 35. Le llevó dos años lograrlo, y a duras penas, iniciándose el proceso de su desgaste y decadencia, es lo sucede cuando la soberbia lleva a desdeñar el rival.


Con la caída de la resistencia andaluza entre fines de 1809 y principios de 1810, el Río de la Plata sentiría que la historia golpeaba sus puertas.



Sucesos en el Río de la Plata entre 1808 y 1810


Las invasiones inglesas, por un lado, pero por sobre todo la situación planteada a España por la agresión napoleónica, son causas fundamentales de la revolución de Mayo: la primera causal más remota, la segunda inmediata. Difícilmente se hubiese producido este movimiento, al menos en la época en que se produjo, si no lo hubiesen precedido esos acontecimientos.


Las consecuencias de las invasiones inglesas se han puntualizado en el capítulo anterior. Corresponde que analicemos ahora la repercusión que en el Río de la Plata tuvieron los graves acontecimientos europeos en el lapso 1808-1810.


Se ha dicho que la familia real portuguesa se estableció en Río de Janeiro a principios de 1808. El príncipe regente, Juan, que gobernaba en nombre de su madre, la reina María, dada su incapacidad, por intermedio del ministro de gobierno Rodrigo de Souza Coutinho, intimó al Cabildo de Buenos Aires la sumisión a Portugal, descontando la pérdida de España a manos de Napoleón. Enterado de esta conminación, el Virrey interino Liniers, decidió el envío de un comisionado a Río de Janeiro, que aclarara la situación con el gobierno portugués. Su tesitura fue objetada por el Cabildo, cuyo líder era el Alcalde de primer voto Martín de Alzaga, por considerar que no se debía entrar en tratos con una Corte que había tomado semejante actitud, por más esposo de Carlota Joaquina, hija de Carlos IV, que fuera el regente Juan. Este episodio crea la primera gran dificultad a Liniers, se distancia del Cabildo, especialmente del hosco y probo vasco álzaga.


La situación que sigue se vincula con el hecho de que la invasión napoleónica a España lo encuentra a Liniers, francés de origen, gobernando el Virreynato del Río de la Plata. Cuando llega la noticia del motín de Aranjuez con la consecuente abdicación de Carlos IV y el ascenso al poder de Fernando VII, se estableció el 12 de agosto de 1808 como fecha para la jura que debía hacerse a éste en Buenos Aires. Noticias que recibe Liniers de que el Rey Carlos había reclamado que su abdicación le había sido impuesta, lo mueven a diferir la jura, algo que provocó desconcierto en Buenos Aires. En esos días llega a esta ciudad un enviado de Napoleón, el marques de Sassenay, amigo de Liniers, quien en nombre de Napoleón le viene a pedir al Virrey, ocurrida ya la farsa de Bayona, que se jure a José I. Aquél, a pesar de recibir a Sassenay en compañía de los miembros de la Audiencia y del Cabildo, por la noche, de incógnito, tuvo una entrevista con el enviado, y según informe de éste, Liniers le prometió que en cuanto pudiera, juraría a José I, dada «la alta estima que tenía por el Emperador», lo cual parece ser cierto si nos atenemos a la carta que con anterioridad le había enviado, felicitándolo por sus triunfos, contento de pertenecer a la nación que él gobernaba. En un manifiesto del Virrey, del 21 de agosto, anunciando finalmente la jura de Fernando VII, se dice: «Sigamos el ejemplo de nuestros antepasados en este dichoso suelo, que sabiamente supieron evitar los desastres que afligieron a la España en la guerra de Sucesión, esperando la suerte de la metrópoli para obedecer a la autoridad que ocupe la Soberanía». Esta expresión contraproducente, que podía interpretarse como preparatoria del terreno para jurar a quien efectivamente ya gobernaba España, José I, fue reprobada por el Cabildo, y provocó el rompimiento con Liniers del gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, formándose en esa ciudad una Junta de gobierno presidida por éste, al mejor estilo de lo que estaba ocurriendo en España, vivándose a Fernando VII y dándose mueras al francés Liniers.


Puestos en contacto y en inteligencia Elío con álzaga, éste propone un motín contra el Virrey, que estalla el 1 de enero de 1809, con el apoyo de los cuerpos de vizcaínos, catalanes y gallegos, constituidos por españoles peninsulares. El movimiento tuvo, pues, un carácter abiertamente españolista, pidiéndose en la plaza histórica la formación de una junta como en España y la deposición del francés Liniers. Los cuerpos de patricios, húsares, arribeños y montañeses, integrados por criollos, aliados a los andaluces, que sostenían a Liniers, sofocaron la revuelta. álzaga y sus secuaces fueron confinados a Carmen de Patagones. Aparentemente, con este episodio, salía fortalecido Liniers, mas en realidad, el fiel de la balanza se iba inclinando a favor de esa fuerza nueva que iba surgiendo, la del partido criollo con Saavedra a la cabeza.


Concomitantemente, Juan José Castelli, Antonio Luis Beruti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña y Manuel Belgrano, en septiembre de 1808, habían escrito a la esposa del regente de Portugal, Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, una nota de adhesión a su persona y a la de su primo Pedro Carlos, que pernoctaba en Río de Janeiro con ella. Fue lo que se conoció como carlotismo, es decir, una corriente que pensaba que Carlota Joaquina o Pedro Carlos, podían ser la solución en el Río de la Plata, habida cuenta de la triste suerte de los reyes españoles. No advertían que el sometimiento a esos personajes, significaba la mediatización a Portugal y a Inglaterra, que movían por detrás a los mismos.


En enero de 1809, la Audiencia de Buenos Aires y el Virrey reconocieron a la Junta Central de Sevilla. De poco le valió al último: sus actitudes sospechosas, y además, el desorden financiero con que se manejaba, decidieron a la Junta Central a reemplazarlo por Baltasar Hidalgo de Cisneros, héroe de Trafalgar. Sus instrucciones le prevenían apoyarse en Elío, oponerse al carlotismo, disolver las milicias criollas. Al conocerse la sustitución de Liniers, Belgrano, Pueyrredón, Martín Rodríguez, Castelli, Passo, entre otros, son partidarios de rodear a Liniers y resistir el cambio, pero este no da su consentimiento, y Saavedra, al principio dispuesto, termina oponiéndose atento a que no encuentra plena disposición en los jefes militares criollos.


Pese a lo que puede suponerse, Cisneros fue recibido entusiastamente en Buenos Aires. Sus actitudes fueron prudentes: lo primero que advirtió fue que las milicias criollas no debían ser disueltas, pues se corría el riesgo de perderlo todo. Se limita a reducir en algo su número, so pretexto de economías. Ante la grave situación financiera del erario, provocada por los gastos militares excesivos de la última etapa, se sintió inclinado a admitir la entrada de mercaderías de procedencia británica, aprovechando los pedidos de comerciantes de esa nacionalidad, con el objeto de incrementar las entradas aduaneras. Pero antes quiso saber la opinión del Consulado a través de su Síndico Manuel Gregorio Yáñiz, quien advirtió: «Sería temeridad equilibrar la industria americana con la inglesa: estos audaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos, bayetones y lienzos de Cochabamba, los pueden dar mas baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras fabricas y reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos». Y agrega: «Es un error creer que la baratura sea benéfica a la Patria: no lo es efectivamente cuando procede de la ruina del comercio (industria), y la razón clara: porque cuando no florece ésta, cesan las obras, y en falta de estas se suspenden los jornales; y por lo mismo. ¿Qué se adelantará con que no cueste más que dos lo que antes valía cuatro, si no se gana más que uno?».


En forma parecida se expidió el apoderado del Consulado de Cádiz, Miguel Fernández de Agüero, quien proféticamente advirtió: la admisión del librecambio provocaría que «las artes, la industria, y aun la agricultura misma en estos dominios llegarían al último grado de desprecio y abandono; muchas de nuestras provincias se arruinarían necesariamente, resultando acaso de aquí desunión y rivalidad entre ellas». Reparó que los ingleses practicarían el dumping, vendiendo sus mercaderías a la cuarta parte del precio que ellas tienen «que nos darán después al precio que quieran, cuando no tengamos nosotros donde vestirnos». También vaticinó la formación de un cartel de compradores: «Así ha sucedido no ha muchos días con respecto al sebo, que habiendo subido con la saca que ellos mismos hacían de contrabando, se vinieron todos Juntos en la Posada de los Tres Reyes, e imponiéndose una multa considerable que debía pagar el que comprase a mayor precio del que ellos acordaron»36.


En cambio, Mariano Moreno, en su famosa «Representación de los Hacendados» elevada al Virrey, argumenta con Quesnay, Adam Smith, Filangieri y Jovellanos, y se pronuncia a favor de la apertura, que en su singular razonamiento, inclusive entiende mejorará la industria: «¡Artesanos de Buenos Aires! ...si insisten en que traerán muebles hechos, decid que lo deseáis para que os sirvan de regla, y adquirir por imitación la perfección en el arte». Exhibe su presunción libresca y arguye con la baratura: «Los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país, ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los estados. Nada es más ventajoso para una provincia que la suma abundancia de los efectos que ella no produce, pues envilecidos entonces bajan de precio, resultando una baratura útil al consumidor, y que solamente puede perjudicar a los introductores». Lo cierto es que los ingleses trajeron en esos días géneros, zapatos, estribos, muebles de madera, todos productos que en el Río de la Plata se fabricaban. Moreno canta loas a la producción del campo, como un preludio al destino exclusivamente pastoril que algunos quisieron para la República: «El que sepa discernir los verdaderos principios que influyen en la prosperidad respectiva de cada Provincia, no podrá desconocer que la riqueza de la nuestra depende principalmente de los frutos de sus fértiles campos... producirá una circulación que haga florecer la Agricultura de que únicamente debe esperarse nuestra prosperidad». Y ante el razonamiento de que el exceso de importaciones traería un déficit en la balanza comercial que deberíamos pagar con la salida de numerario, esto es, plata metálica, apunta esta curiosidad: «Los Extranjeros nos llevarán la plata: esto es lo mismo que decir nos llevaran los cueros, el sebo, la lana, la crin y demás producciones de esta Provincia. La plata es un fruto igual a los demás, está sujeto a las mismas variaciones, y la alteración de su valor proporcionalmente a su escasez, o a su abundancia». Respecto de Inglaterra, que terminaba de agredirnos asaltándonos, tiene estos conceptos: «¿Será justo que presentándose en nuestros puertos esa nación amiga y generosa, ofreciéndonos baratas mercaderías...?», y «...nunca estarán más seguras las Américas que cuando comercien con ellos, pues una nación sabia y comerciante detesta las conquistas...».37


En contraposición, ya en 1791, uno de los fundadores del Estado norteamericano, Hamilton, había producido un afamado «Informe sobre las manufacturas», en el cual exponía la necesidad para Estados Unidos de favorecer mediante barreras aduaneras el desarrollo de su joven industria. Y seguidamente fundó una «Sociedad de Filadelfia para la promoción de la industria nacional», que en 1827 presidía Matthew Carey, padre de Charles Henry Carey, gran promotor de la industrialización estadounidense 38. Como se ve, en la época en que en el Río de la Plata se perdía el tiempo y el rumbo con la «Representación de los Hacendados», en el norte los liberales hacían proteccionismo.


Cisneros no llegó a producir una apertura tajante: entreabrió la puerta; se permitía la entrada de la mercadería inglesa, pero los consignatarios debían ser comerciantes españoles; habrían de tener un recargo del 12% en los derechos a pagar los artículos bastos que se producían en el país; se prohibía la entrada de aceites, vinos, vinagres y aguardientes; y se prohibía asimismo pagar las introducciones de mercaderías con oro y plata, debiendo hacérselo, en cambio, con otras mercaderías.


Volviendo a la situación internacional, luego de Bailén, Napoleón hizo trasponer los Pirineos a un ejército de 200.000 hombres para aplastar la heroica rebelión española, accediendo en octubre de 1809, a España, otros 400.000 franceses. El avance de estos comenzó a hacerse incontenible, hasta lograr en diciembre de 1809 la caída de Gerona, en Cataluña, que resistió un largo sitio: de sus 14.000 habitantes se calcula sucumbieron 10.000. En enero de 1810 es tomada Córdoba, y en febrero están los franceses en Sevilla. La Junta Central, que funcionaba en esta ciudad, huye, y algunos de sus miembros son acusados de intentar entenderse con el invasor. Se forma entonces un Consejo de Regencia en Isla de León, localidad próxima a Cádiz, integrado por cinco miembros, que actuará protegido por la marina de guerra inglesa.





Cabildo Abierto del 22 de mayo. Los primeros reglamentos


Dos buques ingleses, uno llegado a Buenos Aires el 14 de mayo de 1810, y el otro el día anterior a Montevideo, fueron portadores de noticias sobrecogedoras: había caído Andalucía, y por ende toda España, en poder de Napoleón, a sola excepción de Cádiz, que estaba defendida por la escuadra inglesa. Se conoce la huída de la Junta Central y el intento de capitulación con José I, que provocó la ira popular y el conato de linchamiento de sus miembros; la formación del Consejo de Regencia; la existencia de una Junta local de vecinos en Cádiz, que instaba, cosa llamativa, a los americanos, a formar Juntas similares.


Cisneros decidió dar a conocer estas novedades, con la excepción de la actitud de la Junta Central que el pueblo español calificó de desleal, pero según ha demostrado Marfany, cuando el 21 de mayo se conoció el impreso ordenado por el Virrey con su Proclama, las inquietantes noticias ya se habían difundido y los círculos revolucionarios habían entrado en ebullición 39.


Ya el 18 de mayo hubo una reunión de los que habían sido carlotistas: Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Francisco Passo, Agustín Donado, que incitaron a Juan José Viamonte a que entrevistara a Cisneros y le pidiera su cese, atento a que la Junta Central, que lo había nombrado, había desaparecido. Viamonte se negó a actuar sin el consentimiento de Saavedra, que fue llamado pues estaba fuera de la ciudad.


El 19 este mantuvo un nuevo cónclave con los reunidos el día anterior, a los que se agregaron, entre otros, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Feliciano Chiclana, Juan José Paso, Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, Juan José Viamonte, Martín Rodríguez, Florencio Terrada, Antonio Luis Beruti. Se observa que han confluido dos sectores de opinión: los intelectuales que habían creído en la solución de Carlota Joaquina, y los jefes de las milicias criollas. Se decidió que Saavedra y Belgrano entrevistaran al Alcalde de primer voto, Juan José Lezica, y que Castelli lo hiciera con el Síndico Procurador General del Cabildo, Julián de Leiva.


En estas reuniones, según Sierra 40, se planteó el inmediato cese de Cisneros. Citó éste, entonces, a los comandantes de los cuerpos para saber sí podía apoyarse en ellos, pero éstos le habrían planteado la misma requisitoria. La idea de llamar a un cabildo abierto, parece haber sido de Leiva, a fin de echar a rodar un expediente que podría haber demorado y hasta obstaculizado la deposición del Virrey. Idea a la que Cisneros agregó el requisito dilatorio de que cualquier resolución, debía tomarla todo el Virreinato a través de cabildos abiertos en todas las ciudades.


El 21 de mayo la Plaza Mayor fue conmovida por la presencia de 600 mozos, poco más o menos, frente al Cabildo, los manolos o chisperos de French, Beruti y un tal Arzac, que pedían no cabildo abierto, sino la suspensión del Virrey. Pero ya por entonces el cuerpo capitular había decidido llamar a cabildo abierto para el día 22. French y Beruti no repartieron cintas azul-celestes y blancas como lo ha demostrado contundentemente Marfany, los chisperos «lucían cintas blancas al sombrero y casacas, en señal de unión entre americanos y europeos, y el retrato de nuestro amado monarca en el cintillo del sombrero»41. Estos símbolos ayudan a develar la motivación de los revolucionarios: la efigie de Fernando VII en el sombrero representaba la fidelidad del pueblo de todo el Imperio español al Rey, preso por Napoleón.


Durante la Semana de Mayo, el tema de la independencia estuvo ausente. Precisamente por ello el color distintivo de los complotados era el blanco, que como expresa el Diario Anónimo exhumado por Marfany, simbolizaba la unión de los españoles peninsulares con los españoles criollos frente al atropello napoleónico. Esto no quiere decir que no existiera un trasfondo de enfrentamiento entre los criollos y los funcionarios representantes de la Junta, Central; ésta, como toda la clase dirigente española, estaba desprestigiada en grado notorio, con la excepción del Rey, Fernando VII, que todavía era «El Deseado».


En el Cabildo Abierto del 22 de mayo estuvieron presentes 251 personas, a pesar de haberse distribuido 450 invitaciones; funcionarios de alto rango, el obispo y un conjunto de eclesiásticos de jerarquía, jefes militares, abogados y comerciantes importantes, vecinos respetables; la parte sana y principal de la población, como se decía en la época. La magna sesión comenzó con la lectura de una proclama leída por el Escribano del Cabildo, en la que lo más importante fue la repetición del concepto que remarcaron Cisneros y su entorno en esos días: se sugería no producir cambios hasta obtener el consentimiento de los pueblos de las ciudades del interior.


Las exposiciones pronunciadas han sido reconstruidas con dificultad. Fueron muchas pero se recuerdan las más trascendentes. El obispo Benito de Lué y Riega, partiendo del supuesto erróneo de que los reinos americanos pertenecían al Estado español y no a la Corona de Castilla, parece que expresó que nada podía alterarse mientras hubiese algún funcionario que representase a dicho Estado, en la península o en América. Castelli lo rebatió apelando a la propia legislación española, para la que las Indias pertenecían a la Corona de Castilla, y a las propias convicciones hispánicas respecto del pacto tácito entre el monarca y el pueblo –que sistematizara Francisco Suárez, ya explicado en el capítulo anterior– y ante la imposibilidad de gobernar de aquel, habida cuenta de su prisión, el pacto se fracturaba y el poder retrovertía al pueblo de Buenos Aires, quien podía decidir sus destinos.


El Fiscal de la Audiencia, Manuel Genaro Villota, salió al cruce: admitía la doctrina del pacto social y su ruptura en las circunstancias que se vivían –prueba evidente, al margen, de que la postura de Suárez era patrimonio de toda la opinión del Imperio, como también lo demuestra la Proclama de Cisneros, leída en la reunión– pero siguiendo al Virrey, opuso una objeción: el poder no retrovertía solo al pueblo de la ciudad de Buenos Aires, sino a todo el pueblo del Virreinato, por lo que sin el consentimiento de los vecinos de todas las ciudades, no podía tomarse determinación alguna.


Otro abogado de destacable habilidad, Juan José Paso, expuso conforme a la doctrina de la gestión de negocios ajenos, que el vecindario de Buenos Aires, que era capital del Virreinato, podía en ese Cabildo Abierto adoptar una resolución provisoria que luego confirmarían o no los vecindarios de los demás pueblos. Hacía una analogía con el derecho común, en el que se autoriza a presumir la voluntad de un ausente, o incapaz que no puede formularla, y se acepta que un tercero tome una decisión en su nombre aunque no posea mandato al efecto.


El golpe fue contundente, y agotada la discusión, se decidió pasar a la votación respecto de esta proposición: «Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excmo. Señor Virrey, dependiente de la soberana que se ejerza legítimamente a nombre del Sr. D. Fernando VII, y en quién». El voto triunfante fue el siguiente: 1°) Cesación del Virrey, decisión tomada por 160 votos contra 64; 2°) El poder retrovertiría al Cabildo de Buenos Aires, con voto decisivo del Síndico Procurador General; 3°) Esta retroversión duraría hasta que el propio Cabildo, eligiera una Junta de la manera que estimara conveniente; en esta Junta recaería el poder provisionalmente; 4°) No debía quedar duda de que el pueblo era el que confería la autoridad y mando. Salvo el voto decisivo para el Síndico Procurador General, éste fue el sufragio de Saavedra, el que obtuvo la mayor cantidad de adherentes.


El día 23 se hizo el escrutinio de esta votación, y el Cabildo, que pasó brevísima-mente a detentar el poder, se dispuso a elegir la Junta. Se pensó, según parece, que la separación absoluta del Virrey provocaría la oposición de los funcionarios en Montevideo, Paraguay, Córdoba, Alto Perú y del propio Virrey del Perú, José Fernando Abascal. Se decidió que la Junta fuera presidida por el cesante Cisneros, acompañado por los criollos Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, presbítero Juan Nepomuceno Sola y el comerciante peninsular José Santos Incháurregui. No hubo oposición de Saavedra y Castelli, ni de los Jefes militares, incluso los criollos, consultados al efecto. El Cabildo dictó un Reglamento para regular la acción de esta Junta -similar al que se dictaría el día 25, que ya analizaremos-, los integrantes del organismo juraron sus cargos por la tarde del día 24. Pero una vasta conmoción comenzó a ganar los cuarteles de patricios, arribeños y andaluces, que sorprendió incluso a Saavedra y Castelli. La Junta decide entonces renunciar. La noche del 24 al 25 de mayo la agitación en los cuarteles creció, especialmente en el de Patricios, muy cercano a la Plaza Mayor.


A primera hora de la mañana del 25 de mayo, el Cabildo decidió rechazar la renuncia de la Junta que había elegido. A renglón seguido, una multitud de gente, según testimonian las actas capitulares, reclamó a viva voz la aceptación de la renuncia, fundada en que el pueblo no admitía la continuación de Cisneros, a pesar de que miembros del Cabildo manifestaran que el Cabildo Abierto del 22 de mayo les había dado amplias facultades para conformar la Junta. Ante el cariz de los acontecimientos, el Cabildo decidió consultar a los Jefes militares si podía contar con su apoyo para sostener su decisión, quienes, en su mayoría criollos, respondieron negativamente.


Entonces, la multitud de gente expresó que ante la renuncia de la Junta «había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Excmo. Cabildo», y que por ende venía a imponer los nombres de las personas que debían componer la Junta conforme a este Estado: presidente, Cornelio Saavedra; vocales: Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea; secretarios: Juan José Paso y Mariano Moreno. El Cabildo solicitó que esta exigencia fuera expresada por escrito, tesitura que se cumplimentó con un documento en que se imperaba lo manifestado en voz alta, firmado por 411 personas. Este documento, que se conserva, dio origen a una profunda investigación del historiador Marfany, quien constató que del total de firmas, estaban 8 repetidas, 297 correspondían a militares, 16 a los frailes mercedarios, y el resto a civiles o militares desconocidos 42. Este trabajo de Marfany deja bien aclarado que el nervio motor de la Revolución fue predominantemente militar; y de nuestro breve relato surge que el sector militar más decidido no fue precisamente el más encumbrado, que aprobara la Junta del 24, sino el más modesto, que discrepó con ésta.


Leiva se permitió, a pesar de la presentación del escrito, asomarse al balcón y preguntar: «¿Dónde está el pueblo?», aludiendo a la poca gente en la Plaza, cuando bien se sabía que el pueblo miliciano estaba acuartelado. Quienes condujeron el escrito hicieron saber a los miembros del Cabildo «que si hasta entonces se había procedido con prudencia, echaría mano de los medios violentos» según reza el acta labrada. No quedaba otro remedio que ceder; esa misma tarde juraron los miembros de la nueva Junta «desempeñar legalmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el Sr. Dn. Fernando VII y sus legítimos sucesores, y guardar puntualmente las leyes del reino».


El Cabildo hizo el último intento obstruccionista, para dificultar la acción de la Junta: dictó un Reglamento al que la Junta debía ceñir su cometido. He aquí lo fundamental de este documento, que para algunos es el primer antecedente constitucional argentino, pero que en realidad no pasó de ser un documento de cariz contrarrevolucionario: 1°) La Junta debía nombrar quien debía ocupar cualquier vacante que se produjera en ella por renuncia, muerte, ausencia, enfermedad o remoción; 2°) El Cabildo procedería a deponer los miembros de la Junta en caso de que faltasen a sus deberes; 3°) ésta no ejercería el poder judicial, quedando reservado a la Audiencia; 4°) Mensualmente la Junta publicaría un estado de la Real Hacienda; 5°) Ella no podría imponer contribuciones ni gravámenes sin anuencia del Cabildo; 6°) La Junta debía convocar a los cabildos del interior para que la parte principal y sana de los respectivos vecindarios, reunidos en cabildos abiertos, eligiesen un representante por cada ciudad; los diputados así elegidos, se reunirían en Buenos Aires a fin de establecer la forma de gobierno que consideraran más conveniente. Dichos representantes debían jurar no reconocer otro soberano que al Señor Dn. Fernando VII, debiendo estar subordinados al gobierno que legítimamente lo representase; 7°) La Junta debía enviar una expedición de 500 hombres para auxiliar a las provincias interiores. Esta fue la única disposición impuesta por los revolucionarios, y tenía como objeto asegurar que los vecinos no sufrieran presiones en los cabildos abiertos a realizarse; 8°) La Junta ejercería el poder hasta la reunión de la Junta General del Virreynato, disposición que se compadece con lo expresado por Cisneros en la Proclama leída el 22 de mayo, a lo expuesto en el Cabildo Abierto por Villota y Paso, y al propio carácter de provisional que tenía la Junta presidida por Saavedra.





Repercusión en el interior


Como lo había previsto Leiva el 23 de mayo, el cambio operado en Buenos Aires fue resistido en los puntos neurálgicos del interior: Montevideo, Paraguay, Córdoba, Potosí, Charcas, La Paz; todas, menos la primera que era capital de gobernación militar, capitales de intendencia. En Cochabamba, también intendencia, Francisco del Rivero se sublevó, depuso al gobernador intendente González Prada, y estableció una Junta fiel a la de Buenos Aires. El panorama es distinto en otras ciudades, que se adhieren a lo resuelto en la capital del Virreinato: en Salta, sede de una intendencia, y en las ciudades subalternas de Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy, Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Luis, San Juan y Corrientes.


La resistencia de Montevideo generó un largo conflicto que permaneció indeciso largamente. La expedición de Belgrano para vencer la oposición paraguaya fue un fracaso, y esto fue el comienzo del aislamiento de esa Intendencia, que como se verá, terminó perdiéndose para la argentinidad.


El pronunciamiento adverso de Córdoba concluyó con el fusilamiento del gobernador-intendente Juan Gutiérrez de la Concha, y de sus infortunados compañeros, entre los que se contó el héroe de la Reconquista, Santiago de Liniers, a manos del cuerpo de ejército que, enviado en virtud del Reglamento del 25 de mayo, tomó el nombre de Ejército del Norte. El gobernador intendente de Charcas, Vicente Nielo, el de Potosí, Francisco Paula Sanz, conjuntamente con el general José de Córdova, fueron fusilados por orden de Castelli. Se imponía así una tendencia radicalizada en el proceso revolucionario.


Concomitantemente, en Buenos Aires eran desterrados a Europa Cisneros y los oidores de la Audiencia, en junio de 1810; y los miembros del Cabildo, en octubre, fueron reemplazados, salvándose del fusilamiento que Moreno les tenía reservado, por la oposición decidida de Saavedra, que esta vez se puso firme. Pero volviendo a la resistencia en centros de poder importantes del interior, aparece como contraproducente el uso de la violencia y la pena de muerte para someterlos.


El propio Bernardo de Monteagudo, hombre de la escuela de Moreno, supo reconocer, él que había sido de los duros, que la Junta «pudo haber sido más feliz en sus designios, si la madurez hubiera equilibrado el ardor de uno de sus principales corifeos (aludiendo a Moreno), y si en vez de un plan de conquista se hubiese adoptado un sistema político de conciliación con las provincias»43.


No fue sólo la violencia: el Ejercito del Norte, liberado el Alto Perú, se detuvo en la frontera con el Virreinato del Perú; algunos de sus integrantes, por inspiración del volteriano Monteagudo, se entregaron a una propaganda antirreligiosa: en la iglesia de Laja se celebran misas sacrílegas, Monteagudo predica revestido con ropas sacerdotales sermones heterodoxos, se profanan la iglesia de Biacha y una cruz en Charcas, etc. Esto permitió al jefe enemigo, Goyeneche, tildar a los porteños de herejes, y crear en la población altoperuana un sentimiento antirrevolucionario profundo, que fue el clima que produjo una grave deserción en nuestra fuerza armada, situación aprovechada por la tropa fiel a Abascal, para infligirle a la patriota un descalabro prácticamente total, en lo que precisamente se llamó «desastre de Huaqui».


Lo más grave es que se perdió el Alto Perú para siempre. Los desafueros de las ideologías desarraigadas contra las realidades culturales de los pueblos, suelen pagarse a precios muy caros.





Influencias ideológicas en la Revolución de Mayo


No cabe duda que las ideas que proliferaron durante el gobierno de la dinastía de los borbones, y los hechos que ellos protagonizaron, tales como el Tratado de Permuta de 1750, la expulsión de los jesuitas, el Tratado de San Ildefonso de 1777, la centralización de la administración con detrimento de los cabildos, la liberalización del comercio con perjuicio de las economías regionales, la política internacional claudicante con Portugal, Francia e Inglaterra, la fuerte presión impositiva, la mediocridad y hasta la corrupción de la Corte de Carlos IV, fueron todos motivos de debilitamiento de los lazos que unían a Hispanoamérica con la Madre Patria.


En materia ideológica, el iluminismo, merece estas consideraciones de Zorraquín Becú: «El predominio absoluto de (los) problemas espirituales desaparece gradualmente durante el siglo XVIII. Las preocupaciones humanas ya no están centradas en la salvación eterna, sino en el adelanto material y cultural de los pueblos, encerrados cada vez más en sus respectivas nacionalidades... Se busca sobre todo la felicidad puramente humana. El derecho se desliga de todo vínculo con la religión y la moral, para convertirse en un producto exclusivo de la razón. Las luces de esta última apagan las que antes provenían de la revelación divina. Y así surge el iluminismo, que es la filosofía de la razón apoyada en la experiencia, la que se rebela contra las concepciones tradicionales para buscar en el hombre, y sólo en el hombre, el principio y el fin de todos los problemas... Se descubre así que el hombre tiene derechos innatos, propios de su condición humana, y anteriores a todo vínculo comunitario. Y se advierte por lo tanto que la primera función del gobierno es respetarlos y protegerlos. La igualdad y la libertad son los dos pilares de ese nuevo edificio jurídico-político. Y como a ellas se oponen los privilegios y el despotismo, será preciso eliminarlos a ambos... De esta necesidad derivan tres direcciones políticas distintas, que van a inspirar la evolución y las revoluciones de fines del siglo XVIII. La primera, trata de proteger la libertad y los derechos naturales mediante la separación de los poderes (Montesquieu); la segunda confía esa protección y el fomento de la cultura y la economía a los mismos gobernantes, imbuidos del espíritu del siglo, creando el despotismo ilustrado (Voltaire); y la tercera, llega a las últimas consecuencias de la doctrina, adoptando un criterio democrático que reemplaza el absolutismo de los reyes por el de los representantes del pueblo, y confía a estas asambleas la salvaguardia de aquellos derechos naturales (Rousseau)»32.


Hemos trascripto esta larga cita porque nos parece esclarecedora. Después de ella se comprende que al destruirse las bases ético-religiosas del Imperio, no quedaron conformes ni los criollos liberales, que querían llevar hasta sus últimas consecuencias la lucha contra el despotismo por más ilustrado que él fuese. Y por su parte, los criollos apegados a la tradición conceptual, sintieron tambalear su fidelidad a una monarquía que, si en la etapa de los Austrias había fundado el consenso a ella en principios de índole superior a la propia sociedad y al hombre, ahora intentaba imponer un orden por la vía de la fuerza detentada por una burocracia advenediza formada por escépticos.


Hacemos referencia a los burócratas. El propio Zorraquín Becú, nos habla del equilibrio entre las fuerzas sociales que existe en los reinos americanos mientras gobiernan los Austrias: los funcionarios del rey (virreyes, oidores, gobernadores, etc.), los miembros del clero regular y secular; y los vecinos, cuya caja de resonancia fueron los cabildos. Los funcionarios, recíprocamente controlados, y vigilados desde España, contrapesaban su influencia con el clero, ocupados en evangelizar, educar, cuidar a los enfermos o hacer ciencia; y con los vecinos, que completaban un panorama armónico, con su gravitación ejercida a través de los oficios concejiles. Sobre este trípode se condensó una comunidad estabilizada, lograda por el prestigio y la influencia de los tres sectores sociales.


En la etapa borbónica se observa, que como consecuencia de la implantación del despotismo ilustrado, se permite, con la expulsión de los jesuitas y la implantación de un regalismo de raíz absolutista, que la Iglesia pierda buena parte de su influencia en beneficio de los funcionarios del rey del tipo de Bucarelli y Vértiz, para quienes el progreso material era mas importante que la labor de elevación del aborigen que practicaban los jesuitas, y que la frontera estuviera amenazada por los portugueses. Ya se ha visto como el régimen intendencial significó un avance sobre la autonomía capitular, fenómeno que resiente el ascendiente legítimo de los vecinos, en buena parte criollos. Todo esto rompe el tradicional esquema social a favor de la pirámide burocrática, reclutada en peninsulares que irrumpen en América, a la que toman como mero escenario donde vienen a lograr un simple ascenso en su carrera administrativa, apoyados por contingentes militares que la Corona provee. No es raro entonces, que el proceso de emancipación encuentre unidos a gruesos sectores del clero y de la vecindad, en lucha contra una burocracia de mediocres mandones.


A la hora de darle fundamento filosófico a la Revolución de Mayo, las nuevas corrientes de la Ilustración, el individualismo político, la fisiocracia y el liberalismo económico, ejercieron gravitación ideológica sobre sectores intelectuales habituados a la lectura de lo que estaba de moda en Europa: tal el Belgrano que estudia en la España afrancesada donde predominan las ideas fisiocráticas; tal el Moreno que en la biblioteca del canónigo Terrazas descubre a Rousseau; tal el Vieytes lector asiduo, según su propia expresión, del «sublime economista» Adam Smith. Pero ni el despotismo ilustrado de Voltaire, ni la división de los poderes de Montesquieu, ni el contrato social en la versión de Rousseau, ni las idea fisiocráticas de Quesnay, Gournay y Jovellanos, ni el librecambismo preconizado por Adam Smith, tuvieron mucho que ver con las bases ideológicas de la Revolución de Mayo.


El despotismo ilustrado, es precisamente un movimiento cuya expresión es contraria al autoritarismo progresista de los funcionarios españoles con Cisneros a la cabeza. La división de los poderes de Montesquieu, no sabemos que haya sido mencionada en la semana de Mayo. En cuanto al contrato social de Rousseau, véase lo que escribe sesudamente Guillermo Furlong; «El contrato social de Rousseau es, pues, aquel contrato por el que un pueblo es pueblo, y es pueblo por una deliberación pública y por una convención. Hay que reconocer, que los hombres de 1810 ni soñaron en este contrato, y hay que reconocer, además que ningún partido habrían podido sacar del mismo, para los fines que se proponían. Ellos se fundaron en el pacto existente entre los Reyes de España y los pueblos de América, pacto o contrato bilateral, cuyos cargos los Reyes dejaron de cumplir, a raíz de la invasión napoleónica. Es precisamente este contrato el que Rousseau considera «monstruoso»33.


Y frente a la disolución del pacto entre los Reyes y los pueblos de América ¿qué tienen que ver la fisiocracia y el librecambismo con ello? Castelli, que por su formación conocía a Rousseau y a Suárez, en su alocución en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 sostuvo: que desde la salida del infante Don Antonio, a quien Fernando VII confió la regencia, el gobierno soberano de España había caducado; «que ahora con mucha razón debía considerar haber expirado con la disolución de la Junta Central; porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Supremo Consejo de Regencia, ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el gobierno, y no podían delegarse, ya por la falta de los Diputados de América en la elección y establecimiento de aquel Gobierno; deduciendo de aquí su ilegitimidad y la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente no existiendo ya, como se suponía no existir, la España en la dominación del señor don Fernando Séptimo»34.


¿A qué contrato o pacto alude Castelli implícitamente? ¿Al que da origen a la sociedad voluntariamente constituida por decisión de los individuos, según la versión de Rousseau? ¿O al que en la interpretación de Suárez existe, tácito o expreso, entre el pueblo y su monarca o gobernante, por el cual aquel confiere a éste el poder de gobernarlo bajo condición de búsqueda permanente del bien común?


Cuando Castelli habla de la reversión de la soberanía al pueblo de Buenos Aires, ¿se está refiriendo a la fundación de la sociedad porteña nuevamente, por decisión voluntaria de sus habitantes, habida cuenta de la acefalía política existente, que sería la aplicación del pensamiento de Rousseau al caso? ¿O hace alusión a la ruptura del pacto social tácito existente entre el pueblo de Buenos Aires, parte de la comunidad imperial española, y el rey que ya no puede gobernarlo, que sería apelar a la doctrina de Suárez? Claro que Castelli no lo menciona a éste. Como lo demuestra palmariamente Furlong en la obra que hemos citado, la teoría de Suárez sistematizó convicciones españolas que venían desde la época de Isidoro de Sevilla, pasando por las Partidas de Alfonso X, El Sabio, en el siglo XIII, hasta llegar al propio siglo XVIII en que por imperio del despotismo ilustrado pretendió ser suplantada.


Las fuentes ideológicas que le dieron fundamento filosófico a la Revolución de Mayo no fueron las del enciclopedismo francés, sino las tradicionales que se constituyeron en el acervo ideológico heredado por el pueblo rioplatense de su pasado hispánico, respecto del origen del poder político. En cuanto a la influencia que la temática económica del momento pudo haber tenido en los hechos ocurridos en mayo de 1810, consideramos que de la compulsa serena de la documentación de esa época, surge que ni las teorías ni los hechos económicos hayan influido decisivamente en el desarrollo de los acontecimientos. La economía incide en el devenir histórico, como que es un factor vinculado al hombre, como lo político, lo social, las costumbres, la religión, hasta el propio mundo del arte; pero a veces nada tiene que ver, o muy poco, con un acontecimiento determinado: este es el caso de la Revolución de Mayo.