Historia Constitucional Argentina
4. Conclusiones (1983-1994)
 
 

Podemos adherir a lo expresado Pedro J. Frías: «Es legítimo reconocer la estabilidad política que inició Alfonsín y la estabilidad económica lograda por Menem»1281. Pero a la dirigencia de esta generación del '80 del siglo XX, la responsabilizamos por haberle dado incentivo, a través de la legislación, al proceso de disolución del pilar básico de la sociedad: la familia, responsabilidad que le cabe por sobre todo a la gestión de Alfonsín, aunque con la colaboración de conspicuos parlamentarios justicialistas.


En el campo de las instituciones, no debe dejarse de señalar el estado de indefensión de la República ante la debilidad manifiesta, en todos los órdenes, que presentan nuestras Fuerzas Armadas, grave responsabilidad de los gobiernos de Alfonsín y Menem. Su poder disuasorio es una pálida imagen ante el que ostentan vecinos históricamente celosos en la custodia de sus derechos y en la satisfacción de sus ambiciones. Tales Chile y Brasil, países con cuyos gobiernos hoy confraternizamos y nos asociamos en proyectos elogiables. Pero estás actitudes positivas no sabemos si en el futuro serán idénticas con otras administraciones de esas naciones.


La educación, en todos los niveles, especialmente en el medio y el superior, presenta un cuadro de estancamiento y mediocridad, ya puntualizado. Y él es provocado no solamente por falta de atención presupuestaria, sino también por la carencia de objetivos fundamentales bien deslindados y de una organización eficaz que los lleve a la realidad de su concreción. Se abriga la esperanza de que la puesta en práctica de la ley federal de educación y de la nueva ley universitaria logren superar nuestro déficit en tal crucial actividad. Esto en cuanto a la educación pública. Los establecimientos de enseñanza privada gozaron en el lapso 1983-1994 de una aceptable libertad de enseñanza imperada por la Constitución Nacional, a despecho del intento alfonsinista de menoscabarla, según puede deducirse de los acontecimientos vividos.


Nuestra cultura tradicional, fundamento de esta empresa nacional que es Argentina, ha acelerado su deterioro en los niveles espiritual, ético y aun estético, invadidos como estamos por una avalancha de factores disolventes propios y globales, que el libro, los medios de comunicación y hasta la pseudo-docencia viabilizan con descarado libertinaje, sin que el Estado, usando su poder de policía respecto de las costumbres y la moral pública, se haya animado a poner coto a tal desnaturalización, por temor a que se le cuelgue el sambenito de autoritario. Esta decadencia ha calado hondo no sólo en nuestra dirigencia en todos los órdenes: político, gremial e intelectual, sino también en los estratos populares, provocando la aparición de una ola de corrupción verdaderamente temible. También ese deterioro se acusa en sectores de la adolescencia y la juventud, cuya sensibilidad y mente son bombardeadas de continuo por factores licenciosos que lanzan a ese sector social desprotegido en brazos del vicio, lo que acarrea réditos copiosos a quienes explotan a ese submundo. Gratificante ha sido, en medio de este panorama negro, la posición del gobierno menemista en materia de aborto y defensa de la vida, y la de algún gobernador empeñado en la lucha contra la drogadicción y los excesos de la diversión nocturna.


El campo económico-social, salvo la estabilización lograda y algún repunte en ciertas variables, presenta un cuadro preocupante, con una alta tasa de desempleo, sectores con ingresos muy deprimidos, déficit fiscal creciente, balanza comercial desequilibrada, una deuda externa que se ha casi triplicado desde 1983 al presente, pues ha trepado de unos treinta mil millones de dólares a más de ochenta mil millones. El aparato productivo ha sentido la dureza del ajuste y la apertura, entendemos que imprudente, a la competencia con centros industriales y tecnológicos muy superiores. El desarme arancelario ha comprometido asimismo emprendimientos, por ejemplo, en máquinas herramientas, implementos agrícolas y otros de vital importancia en la estrategia de crecimiento calificado. El abandono de proyectos vinculados con la energía nuclear aplicada a usos pacíficos, misilísticos, cohetería relacionada con actividades satelitales y espaciales, fabricación de aeronaves, entre otros, señala la visión chata con que parece volverse al ideal de la Argentina de los ganados y la mies.


En el campo internacional, hemos sufrido la nueva amputación territorial y pérdida de influencia geopolítica que implica la derrota sufrida en cuanto al viejo pleito del canal de Beagle, y se está a punto de ceder posiciones en la cuestión de Hielos Continentales. En cuanto a Malvinas, la política pacifista, tal como ha sido implementada, llamada en tiempos de Menem política «de seducción», sólo ha servido según parece para que Gran Bretaña amplíe su zona de exclusión, haga crecer su actividad pesquera con aplicación de imposiciones a naves argentinas que practican dichas actividades, y aparezcan proyectos de independencia de las Islas que motorizan los aprovechados kelpers.


El acercamiento a Estados Unidos, dentro de ciertos límites que resguarden nuestra dignidad e intereses, puede ser una exigencia de la estrategia diplomática. Lo que no es admisible es que ciertas actitudes y concesiones linden con la obsecuencia, como ha sucedido, por ejemplo, con actos vinculados con la guerra del Golfo, con exigencias de los organismos financieros internacionales, o los desplantes del embajador norteamericano con motivo de la cuestión vinculada con las patentes medicinales. Nuestras relaciones con la superpotencia mundial deben ser decorosas y no «carnales».