Historia Constitucional Argentina
3. La sucesión de Avellaneda
 
 

Sumario:Federales y autonomistas. La sublevación de 1880.





Federales y autonomistas


Cuando nos referimos a las gestiones de gobierno desarrolladas por Mitre, Sarmiento y Avellaneda, abordamos los aspectos políticos de esas presidencias incluso los vinculados con las fuerzas partidistas actuantes: federalismo, autonomismo y nacionalismo. También analizamos el fenómeno de la conciliación hasta la muerte de Alsina en diciembre de 1877. Nos toca ahora tratar los pormenores del proceso político que insumió dotar de sucesión presidencial a Avellaneda, el que culminó con la revolución de junio de 1880. Esto es, haremos referencia, a renglón seguido, a la causalidad de ese movimiento armado, desde la muerte de Alsina hasta el estallido de esa sublevación a mediados de 1880.


Al morir Alsina se abrió el enigma de quien lo sustituiría como candidato con posibilidades de suceder a Avellaneda en 1880. Alsina, se recordará, su ministro de guerra. En enero de 1878, el presidente nombró nuevo ministro en ese ramo al general Julio A. Roca, y seguramente no atisbó que le estaba dando a la República la solución del ‘80.


Roca era tucumano, nacido en 1843, fue educado en el colegio establecido por Urquiza en Concepción del Uruguay. Es uno de los pocos casos de un hombre que, a relevantes aptitudes para la profesión militar, unió la capacidad de maniobra de los más consumados políticos. El mismo se calificó como que tenía mucho del león y del zorro, y precisamente éste último sería su apodo.


Su carrera militar fue brillante y meteórica: el cuarto general invicto que tuvo la República, siguiendo a San Martín, Paz y Urquiza. Todos sus ascensos los logró luego de resonantes actuaciones en los campos de batalla, después de Cepeda, cuando sólo tenía 16 años, y de Pavón, peleando en ambos casos en las filas de la Confederación. Combate contra el Chacho, en la guerra del Paraguay, también contra Varela. Es el triunfador en ñaembé contra López Jordán, en 1871, y contra Arredondo en Santa Rosa, en 1874. En esta oportunidad, Avellaneda lo hace general cuando apenas tiene 31 años.


Hombre de lecturas clásicas, se despierta en él, tempranamente, la vocación política. Salva de la muerte a Arredondo, prisionero después de Santa Rosa, dejándolo escapar, y comienza a edificar en las provincias su imperio político con Mendoza, San Juan y San Luis, que habían estado bajo la férula de aquél. En Córdoba está su concuñado Miguel Juárez Celman. Al morir el gobernador electo Climaco de la Peña, asume el vicegobernador Antonio del Viso, amigo de Roca y Juárez Celman. Sobre la base de esta provincia y de las tres cuyanas, se da fundamento a la ‘’Liga de gobernadores», a la que se van adhiriendo casi todas las otras provincias del interior. Esta Liga será cimiento, durante largos años, del poder político de este joven y talentoso general de la Nación.


Asumido como ministro de guerra a principios de 1878, enferma gravemente. Se cura con dificultad, y en 24 de julio de 1878, en carta a su concuñado, hombre prudente como era, le advierte que no teniendo apoyo en Buenos Aires, sus aspiraciones presidenciales estaban en dificultad. Entonces le anuncia a Juárez su propósito de adherir a la candidatura del gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, opositor del mitrismo, aunque, por supuesto, negociando los términos de un acuerdo político con él. Tejedor, soberbio, acepta el apoyo de Roca, pero da señales de no estar dispuesto a negociar nada. Decepcionado, éste escribe a Juárez: «Tejedor no hace camino»618.


Surgen otros candidatos como Bernardo de Irigoyen y Sarmiento, sostenidos por los republicanos, quienes luego de la muerte de Alsina han vuelto al autonomismo. Con instinto alerta, otro presidenciable, Dardo Rocha, lanza la candidatura de Roca. ¿Qué ocurre mientras tanto dentro del autonomismo? Algunos, los llamados «líricos», como Martín de Gainza, José I. Arias, Hilario Lagos, el vicepresidente Mariano Acosta, siguen sosteniendo la candidatura de Tejedor. En cambio, los llamados «puros», entre los que predominan los republicanos, no comparten esa posición, y especialmente cuando Mitre renuncia a su propia candidatura para apoyar a Tejedor, terminarán definiéndose en apoyo a Roca.


Entre tanto, mientras en ese febrero de 1879, Roca prepara su expedición al desierto –algo no mirado con buenos ojos por Tejedor, pues considera que toda la Patagonia es de la provincia que gobierna– la candidatura del tucumano comienza a recibir adhesiones en la ciudad de Buenos Aires. Esto lo anima a jugarse la partida. No debe descartarse que sus lecturas de Julio César, que adquirió volumen político con su conquista de las Galias para el imperio romano, estuvieran presentes en los cálculos previos de Roca cuando prepara la conquista del desierto. Entre abril y julio de 1879 preside este evento, mientras en Buenos Aires se proclamaba la fórmula Tejedor-Laspiur, el último ministro del interior de Avellaneda y hombre de las simpatías de Mitre.


El ministro de guerra, Roca, armaba a las provincias del interior nucleadas en su «Liga de gobernadores», a los efectos de que estuviesen preparadas para cualquier contingencia, ante la proximidad de las elecciones presidenciales. Lo que disgusta a Laspiur, quien decide alejarse de su cargo de ministro del interior, incluyendo en su renuncia los conceptos se leen: «Nunca le perdonaría la República Argentina que Ud. no haya querido salvar sus libertades; y el país entero en medio de la lucha a que Ud. lo lleva protegiendo una candidatura que no tiene otros sostenedores que las armas de la Nación y Gobernadores de Provincia que se han alzado con el poder, echará sobre Ud. la responsabilidad de los males que sobrevengan»619, aludiendo a las simpatías que al presidente le suscitaba la candidatura de Roca. En Buenos Aires, la dimisión conmovió a la ciudad, que rodeó a Tejedor haciéndolo caudillo de ella, y se dispuso a resistir la imposición presidencial del ministro de guerra. Era la vieja cuestión entre porteños y provincianos, ahora enfrentados por una cuestión harto ríspida: un porteño o un provinciano, Tejedor o Roca, en la presidencia de la República.


A fines de agosto, Avellaneda hizo ministro del interior a Sarmiento, quizás con el propósito de que el sanjuanino lograra afirmar su propia candidatura como una solución transaccional. Sarmiento se manejó mal, mostrando desde el primer momento su objetivo presidencial, cosa que, como es de imaginar, tomaron con aprensión tanto Tejedor como Roca. Decidió desarmar las provincias, chocando en primer lugar con el gobernador de Buenos Aires, quien se armaba aceleradamente. En Jujuy intentó sustituir al gobernador Martín Torino, roquista, pero el Congreso de la Nación votó la intervención a esa provincia para reponer a Torino. Sarmiento, entonces, renunció estentóreamente al ministerio, lo que mereció este juicio de Roca, en carta a Juárez del 10 de octubre de 1879: «Rodó el coloso Sarmiento como un muñeco. Creyó que todo el mundo se le iba a inclinar ante su soberbia... su rabia y despecho no tienen límites, y está vomitando sapos y culebras contra la «liga de gobernadores», contra mí, contra el diablo... Yo soy el blanco de sus iras; pero nada me importa. En un mes ha perdido toda la autoridad convencional que, por espíritu de partido, todos hemos contribuido a crearle, y ya no corta su sable... se retira, como una pantera herida e impotente vomitando espuma contra el mozuelo que, sin saber Constituciones, leyes, historias y ni aun la O redonda, lo ha vencido, por viejo crápula y desagradecido, en pocos días. Lleva el arpón bien enterrado en el lomo; démosle soga que va a muerte segura»620.


Avellaneda consideró que Roca también debía irse, pero en su lugar nombró al joven Carlos Pellegrini, quien desde el vital ministerio de guerra trabajaría por la candidatura del tucumano. Mientras tanto, hemos dicho que el poderoso gobernador de Buenos Aires armaba a sus «rifleros», vigilantes, bomberos y guardia-cárceles con fusiles y cañones que compra generosamente en el exterior.


El verano 1879-1880 fue en Buenos Aires de alta temperatura climática, política y bélica. En febrero de 1880, a punto estuvieron los «rifleros» tejedoristas, esto es, milicianos porteños, y demás fuerzas mencionadas, de chocar contra efectivos del ejército nacional, dentro del perímetro céntrico de la ciudad 621. Para evitar la desgracia de la guerra civil, surgen nombres de personajes que son ofrecidos o se ofrecen para ser candidatos de transacción: José B. Gorostiaga, presidente de la Corte Suprema, Manuel Obligado, Vicente Fidel López, Manuel Quintana, Juan B. Alberdi, quien termina de regresar al país después de un largo exilio que duró buena parte de su vida, Bernardo de Irigoyen, apoyado por Alem, Sarmiento, que lo es por del Valle. Solamente Dardo Rocha y otros autonomistas «puros» como Cambaceres, Francisco Madero, Torcuato de Alvear, insisten en Buenos Aires por Roca, pero no son muchos.


Se llega así a las elecciones de electores presidenciales que se realizan el 11 de abril de 1880. Tejedor sólo logra los electores de la provincia de Buenos Aires y de Corrientes, esta última en manos del mitrismo. En las otras doce provincias triunfa Roca. No hay duda que ese día la máquina montada por éste, la «Liga de gobernadores», ha funcionado admirablemente, aunque no debe desmerecerse la simpatía que despertaba en el interior la joven figura de este general de 37 años, que había logrado concitar al mismo tiempo la voluntad de los restos del federalismo provinciano y la influencia de los círculos oligárquicos locales.


El Congreso de la Nación, que tendría a su cargo el escrutinio del voto de los electores y sería el juez de las elecciones de éstos, era la última carta de Tejedor, quien pretendía que el Congreso descalificara los comicios presidenciales. El 1° de febrero de 1880 se había renovado la mitad de la Cámara de Diputados, y los resultados habían sido similares a los del 11 de abril. De tal manera que si los diputados del interior se incorporaban a dicha Cámara, Roca tendría mayoría en ella, y se descontaba que aprobaría los comicios de electores del 11 de abril.


Cuando el 7 de mayo, por una diferencia ínfima, la Cámara aprueba la incorporación de los diputados roquistas elegidos en febrero, los «rifleros», que estaban instalados en los palcos destinados a la barra, apuntaron con sus armas a los diputados que habían votado la aprobación de los diplomas de los legisladores cuestionados. Mitre detiene con un «¡No es tiempo todavía!» a los enardecidos partidarios de Tejedor, y los diputados roquistas se diluyen como pueden. Este episodio, la casa del presidente Avellaneda, baleada, las agresiones callejeras a los diputados del interior, especialmente a los cordobeses, dan cuenta del estado de ánimo de Buenos Aires. Menudean los intentos de arreglos; incluso Tejedor y Roca se entrevistan en una cañonera. Pero todo es inútil. Un encuentro entre Roca y el ministro de guerra, Pellegrini, en Campana, el 11 de mayo, parece haber decidido precipitar el desenlace armado. Roca sabía que tenía la partida casi ganada, por ello se negaba a los requerimientos de Tejedor que estaba dispuesto a desistir de su candidatura si Roca también lo hacía.





La sublevación de 1880


Un incidente, ocurrido el 2 de junio de 1880 en el barrio de la Boca, desencadenó los acontecimientos. Allí, un navío desembarcó un cargamento de fusiles para las fuerzas tejedoristas, a pesar de que efectivos nacionales pretendieron impedirlo. No corrió sangre, pero Pellegrini convenció a Avellaneda que la contienda había comenzado, e instó al presidente a abandonar la hostil ciudad. Este se instaló en el cuartel de la Chacarita, y de aquí se trasladó a Belgrano, hoy barrio de la Capital Federal, pero en aquel entonces un pueblito muy cercano al ejido urbano porteño.


El 4 de junio, Avellaneda, mediante un simple decreto, declaró a Belgrano capital provisoria de la República 622. Y entonces se dio una situación curiosa: el presidente, con cuatro de sus cinco ministros, la mayoría de los integrantes del Senado de la Nación, y algo así como la mitad de los integrantes de la Cámara de Diputados, se establecieron en esa localidad. La otra mitad de los diputados, el vicepresidente Mariano Acosta y los miembros de la Corte Suprema de Justicia, éstos porque se proponían intentar mediar entre ambos contendores, se quedaron en Buenos Aires. Salvo los jueces de la Corte, los demás no se movieron de Buenos Aires porque estaban con Tejedor, en contra de Roca.


El tejedorismo sacó a relucir todos sus efectivos a la calle: miles y miles de hombres dotados de los modernísimos fusiles «Schneider» y artillería montada con poderosos cañones «Krupp». La movilización de las milicias porteñas, fue contestada por Avellaneda calificando como rebeldes a esas fuerzas y convocando a los regimientos del ejército nacional de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba. Tejedor perdió un tiempo precioso sin atacar, esperando que Roca negociase la cuestión, mientras se concentraban fuertes efectivos nacionales en los suburbios de Buenos Aires.


Roca demostró que estaba dispuesto a todo menos a renunciar a su candidatura en favor de Gorostiaga, que había sido el último candidato de transacción. En medio de este clima, el 13 de junio se reunieron los colegios electorales en todas las provincias: sólo los electores de Buenos Aires y Corrientes, y uno de Jujuy, votaron la fórmula Tejedor-Laspiur; los otros lo hicieron por Roca-Francisco Madero, éste sugerido a último momento por Roca para acompañarlo en la vicepresidencia. La suerte estaba echada: no habría avenimiento.


La primera acción bélica se produce en Olivera, un poco más allá de Luján, el 17 de junio, lugar donde el tejedorista José I. Arias logra eludir al general Racedo, enviado por Pellegrini para interceptarlo. Rodeada la capital de fuerzas nacionales, entre los días 20 y 21 de junio se producen verdaderas batallas campales en las afueras de Buenos Aires, en Barracas, Puente Alsina, Corrales y Constitución. Se calcula que de los 20.000 hombres enfrentados mueren más de 3.000: una verdadera y cruel matanza. No hay vencedores evidentes 623.


En la noche del 21 al 22, intercede el cuerpo diplomático, y el internuncio, monseñor Luis Matera, obtiene una tregua de cuarenta y ocho horas. Luego se suceden gestiones con ánimo de terminar con la lucha. Las entrevistas entre el presidente Avellaneda y su íntimo amigo, el vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, José María Moreno, allana las dificultades.