Historia Constitucional Argentina
4. Segundo gobierno de Rosas
 
 
Sumario: Reelección y renuncia. La suma del poder público. Características políticas de la Confederación Argentina. En el orden interno. En el orden internacional. Características económicas.



Reelección y renuncia


Hemos dicho que al finalizar su mandato trienal en 1832 Rosas fue reelegido por la Legislatura, pero el caudillo federal renunció a tal distinción. Fue ungido entonces gobernador Juan Ramón Balcarce, el que pronto cayó bajo la férula de Enrique Martínez, federal doctrinario y, según algunos, en secreta connivencia con los unitarios.


Rosas marchó al desierto para realizar la famosa expedición contra el indio que maloqueaba, circunstancia aprovechada por Martínez para intentar que el Restaurador fracasara en la campaña emprendida, a objeto de desprestigiarlo. Poco a poco fueron copando las funciones públicas los federales liberales, lomos negros o cismáticos, mientras los federales adictos a Rosas, apostólicos, netos o lomos colorados, dada la ausencia del jefe, iban perdiendo posiciones.


En abril de 1833, en elecciones para renovar la mitad de la Junta de Representantes de la provincia, se proponen diversas listas, hasta que a ultimo momento, el sector doctrinario, en colaboración con unitarios y legistas, lanzaron una lista que encabezaba Rosas, pero integrada mayoritariamente por opositores a éste y a los lomos colorados. La treta dio resultado, y la masa federal la votó a pesar de que los dirigentes netos, con Nicolás Marino a la cabeza, advirtieron la maniobra e intentaron hacer votar otra lista.


Balcarce derogó el decreto de Rosas que restringía la libertad de prensa, y entonces, los dos sectores en que se había dividido el partido federal, se entregaron a un combate periodístico sin piedad, en el que participaron una multitud de pasquines de ambas fracciones que no respetaron la buena fama de las personas ni las intimidades del hogar. La procacidad, la calumnia, la injuria, la burla soez, fueron medios utilizados sin contemplación para disminuir o acabar con el adversario 117. En este clima se efectuaron elecciones complementarias en junio. Los federales cismáticos imprimieron sus listas con tinta negra, y los apostólicos, para evitar la anterior confusión, lo hicieron con tinta colorada, de aquí el mote de lomos negros y lomos colorados que se aplicaron respectivamente entre sí.


Doña Encarnación Ezcurra, mujer de Rosas, apasionada y decidida, sustituye a su marido en la campaña electoral pues él está ausente en la campaña del desierto. Martínez dirige a los lomos negros. Hay tumultos por doquier, y entonces el gobernador Balcarce decide suspender el comicio con protestas de cismáticos y apostólicos que consideraban ir ganando las elecciones.


Entre junio y octubre, la atmósfera política se vuelve aún más enrarecida; cualquier motivo puede hacer estallar el polvorín: él se produce en octubre cuando se anuncia que sería juzgado «El Restaurador de las Leyes», periódico que como todos, se ha excedido en sus páginas. Corre la voz de que va a ser juzgado el Restaurador, esto es, Rosas. Una multitud se dirige a concentrarse en Barracas, desde donde pide la renuncia de Balcarce, que luego de resistirse largos días, finalmente, el 3 de noviembre, accede.


La Junta nombra en su lugar a Viamonte. Por esos días se conoce un vasto plan subversivo unitario. Lo denuncia Manuel Moreno, representante argentino en Londres: los unitarios de Montevideo habrían seducido a Estanislao López para eliminar a Rosas y a Quiroga, paso previo a la propia supresión del caudillo santafesino; estaban también complotados Fructuoso Rivera y el presidente boliviano Andrés Santa Cruz. El 28 de abril de 1834 desembarcaba en Buenos Aires Bernardino Rivadavia, quien fue inmediatamente expulsado.


Viamonte intenta nuevamente hacer un gobierno de conciliación, pero se lo impiden por sobre todo los federales rosistas que quieren un gobierno de color definido; la calle se pone imposible en manos de la gente de acción. Se funda la Sociedad Popular Restauradora, conocida popularmente por la mazorca pues éste es su símbolo, con el propósito originario de cuidar el orden público desbordado.


En junio, Viamonte, que no conforma a nadie, renuncia. La Legislatura nombró a Rosas, quien rechazó el ofrecimiento en cuatro oportunidades, alegando que las facultades extraordinarias serían insuficientes para restablecer el orden, y que no contaba con dirigentes leales ni con una burocracia de empleados fieles. Nombrados sucesivamente Tomás Manuel de Anchorena, Nicolás Anchorena, Juan Nepomuceno Terrero, el general ángel Pacheco, tampoco aceptan. Finalmente se opta por que asuma precariamente el presidente de la Legislatura, Manuel Vicente Maza.


Las insidias unitarias provocaron en el Norte del país la desinteligencia entre los caudillos federales Heredia, gobernador de Tucumán, y Latorre, que lo era de Salta. Fue enviado por el gobernador Maza, y a instancias de Rosas, el general Quiroga, para terciar en el conflicto. Al llegar a Santiago del Estero, se entera que Latorre había sido asesinado, por lo que decidió retornar, no sin antes poner fin a la crisis del Norte mediante la firma de un tratado entre Tucumán, Salta y Santiago. Al llegar a Barranco Yaco, el 16 de febrero de 1835, fue bárbaramente ultimado junto con casi todos sus acompañantes por orden del gobernador de Córdoba, José Vicente Reynafé.


Estaba Rosas en su estancia San Martín redactando una nota para su mayordomo, respecto a detalles de la administración del establecimiento. Al recibir la noticia de la enormidad ocurrida en Barranco Yaco, interrumpe las indicaciones y escribe: «El señor Dorrego fue fusilado en Navarro por los unitarios. El general Villafañe, compañero del general Quiroga, lo fue en su tránsito de Chile para Mendoza por los mismos. El general Latorre lo ha sido a lanza, después de rendido y preso en la cárcel de Salta... lo mismo que el coronel Aguilar que corrió igual suerte. El general Quiroga fue degollado en su tránsito de regreso... Esta misma suerte corrió el coronel José Santos Ortiz y toda la comitiva en número de 16... ¡Qué tal! ¿He conocido o no el verdadero estado de la tierra? Pero ni esto ha de ser bastante para los hombres de las luces y los principios. ¡Miserables! ¡Y yo, insensato, que me metí con semejantes botarates! Ya lo verán ahora. El sacudimiento será espantoso y la sangre argentina correrá en porciones»118. Se había tocado fondo.


Los romanos tenían legislada la dictadura para los graves casos en que se jugara la salvación pública. Fue lo que entendió la Legislatura: se había producido un caso de emergencia gravísima. Había que restaurar el orden después de una larga crisis política que se arrastraba desde 1810, pero especialmente desde 1820, en que, como hemos visto, desapareció el Estado central. ¿Era justo instaurar una dictadura? ¿La causalidad era suficiente? Apelaremos a los dichos de un testigo calificado: Don José de San Martín, quien en carta a Tomás Guido, fechada en París el 1 de febrero de 1834, bastante antes de los asesinatos de Latorre y Quiroga, hace un diagnóstico de la situación argentina y entiende que el remedio debe ser un gobierno sin tapujos que restablezca el imperio de la ley: «Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades; los hombres no viven de ilusiones, si no de hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad, si por el contrario se me oprime? ¡Libertad! désela Ud. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar, y Ud. me contará los resultados. ¡Libertad! para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan, y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! para que si me dedico a cualquier género de industria venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan a mis hijos. ¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! para que sacrifique mis hijos en disensiones y guerras civiles. ¡Libertad! para verme expatriado y sin forma de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión. ¡Libertad! para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano, y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad... Concluyo diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra Patria, sean cuales sean los medios que para ello emplee, es él solo que merecerá el noble título de su libertador»119.





La suma del poder público


El 7 de marzo de 1835 la Sala bonaerense nombra a Rosas gobernador por cinco años con la suma del poder público, algo más que las facultades extraordinarias; esto es, reuniría en sus manos los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Solamente se restringen esas amplias facultades en dos órdenes: a) debería conservar, defender y proteger la religión católica, apostólica y romana; b) debería sostener y defender la causa nacional de la Federación que habían proclamado los pueblos de la República. La suma del poder público duraría todo el tiempo que el gobernador lo considerara necesario.


Rosas acepta tamaña responsabilidad pero sujeta a la condición de que un plebiscito ratificara la suma del poder. La Legislatura considera que dicha consulta debía hacerse solamente en la ciudad y no en la campaña; en ésta era harto evidente la aceptación de la solución que se arbitraba. La consulta se realizó entre los días 26, 27 y 28 de marzo; votaron 9.270 personas, de las cuales solamente 7 se pronunciaron en contra de la suma del poder. La cifra de sufragantes es notable. Buenos Aires tenía unos 60.000 habitantes, de los cuales podemos admitir que la mitad eran mujeres y no votaban. De los 30.000 hombres, si se deducen menores, ancianos, extranjeros y esclavos, llegaremos a la conclusión que el número de votantes fue altísimo. Sarmiento corrobora la popularidad de Rosas y la aceptación de su dictadura: «Y debo decirlo en obsequio de la verdad histórica: nunca hubo gobierno más popular, más deseado ni más sostenido por la opinión»120. Esteban Echeverría acota: «Su popularidad era indisputable: no sólo el pueblo sino la juventud y la clase pudiente lo deseaban, lo esperaban cuando empuñó la suma del poder»121.


Rosas no prescindió de la Legislatura ni de los tribunales judiciales. La primera siguió dictando las leyes a propuesta del gobernador; sólo en pocas oportunidades el Dictador lo hizo directamente, como en el caso de la ley de aduanas de 1835 aunque en esta circunstancia la hizo ratificar por la Junta de Representantes. En cuanto al poder judicial que también se le otorgó, sólo en contados casos hizo uso de él, como por ejemplo cuando juzgó a los asesinos de Facundo Quiroga; en la inmensa mayoría de las ocasiones los tribunales judiciales siguieron administrando justicia.



Características políticas de la Confederación Argentina


En el orden interno


Las facultades de la Comisión Representativa disuelta, y otras, que la tarea de fundar los cimientos de la autoridad nacional exigió otorgar a un poder central, fueron paulatinamente siendo detentadas por el Encargado de las Relaciones Exteriores. Las provincias delegaron sucesivamente en el gobernador de Buenos Aires esas funciones.


Esta institución del Encargado de las Relaciones Exteriores, cuya aparición en el escenario político argentino fue calificada por «La Gaceta Mercantil» como de una fineza digna de la aparición del Primer Ministro en la historia británica 122, es una de las pocas consolidadas en la historia institucional argentina con el nombre de «Presidente de la República», a punto tal que sobrevive normalmente indemne a los vaivenes revolucionarios. Dice Irazusta, que Rosas «con su método empírico logró acumular en el encargo de las relaciones exteriores, todas las facultades más tarde inherentes a una magistratura nacional suprema: negar a las provincias el ejercicio del derecho de legación, intervenirlas para uniformar la marcha de todas en el sentido de la federación, declarar la guerra y hacer la paz, nombrar jefes de los ejércitos nacionales, reglamentar las materias eclesiásticas en lo que competía al poder temporal, prohibir o permitir la exportación del oro y la plata, vigilar la circulación de los escritos sediciosos, juzgar a los reos políticos de carácter nacional, etc. Todo lo cual llevó a cabo con una mezcla sin par de dialéctica y fuerza según las ocasiones, en que rivaliza con los modelos del género»123.


Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martiré señalan que el Encargado de las Relaciones Exteriores «alcanzó a reunir las siguientes atribuciones, algunas expresamente concedidas por las provincias y otras ejercidas de hecho con el tácito consentimiento de aquellas: a) la conducción de las relaciones exteriores, pudiendo declarar la guerra, celebrar la paz y firmar tratados internacionales, sujeto todo a la ratificación legislativa; b) la interpretación y aplicación del pacto federal de 1831; c) el derecho de intervenir en las provincias en casos en que la causa federal o los intereses nacionales lo exigieran; d) el otorgamiento de concesiones mineras a los extranjeros, así como también la autorización para enajenarles o arrendarles tierras en jurisdicción provincial; e) la resolución de las cuestiones de límites interprovinciales en caso de desacuerdo entre las provincias interesadas; f) el ejercicio del Patronato nacional, concediendo el pase o reteniendo las bulas, breves y demás documentos expedidos por la Santa Sede; g) el mando supremo de los ejércitos federales en todo el país; h) el juzgamiento de los delitos políticos contra el Estado nacional cometidos en cualquier lugar del país, estableciéndose así una función judicial de orden federal; i) la concesión del derecho de gracia y perdón; j) el control sobre el tráfico fluvial por los ríos Paraná y Uruguay; k) la vigilancia sobre la circulación de escritos sediciosos en toda la República; y l) la concesión de permisos de ingreso al país, aun cuando se tratase de ciudadanos argentinos»124.


A medida que se consolidaba la unión nacional en virtud del Pacto Federal usado como instrumento de cohesión, y mientras se recreaba la autoridad nacional mediante el método empírico apuntado, el proceso iba madurando las reglas a que habría de irse ajustando el federalismo rioplatense. Y decimos rioplatense, porque en Rosas y su entorno entendemos estaba presente la voluntad de conservar todo lo que se pudiera del territorio virreinal heredado, gran parte del cual se había perdido.


En cuanto al Paraguay no hay ninguna duda de la verdad del aserto, pues Rosas se negó al reconocimiento de su independencia. Respecto de Tarija, zona del Estrecho de Magallanes, Malvinas, Patagonia, Misiones Orientales, sus reclamos rivalizan con una vigilancia extremada. Incluso el destino de la Banda Oriental no estaba definido. El acercamiento al partido popular que representaba Oribe, verdadero colaborador resista en la lucha por el respeto del honor común, había creado una corriente de simpatía que hizo olvidar, al menos entre blancos y federales, las viejas rivalidades de Buenos Aires y Montevideo que venían de la época española. Por lo que puede conjeturarse la vuelta del Uruguay al redil, dentro del marco de una organización lo suficientemente suelta como para permitir el período de adaptación consiguiente.


Los casos de Paraguay y Uruguay, cuyo regreso, pues, podía verse facilitado por una suerte de Confederación, que Irazusta llama laxa 125, parecen estar en la mente del futuro Dictador en los párrafos citados de la carta de la Hacienda de Figueroa en que hace referencia a la relación del poder central con las provincias. Y esta Confederación laxa, que hacia 1852 se había hecho más íntima, pues el poder central había asumido más funciones típicamente nacionales al calor de la lucha por la afirmación de la soberanía, estaba anclando en ese año, al punto que la mayoría de las provincias se sentían cómodas dentro del régimen, resolviendo sus problemas locales con mucha mayor libertad que la que gozaron después de Caseros y especialmente después de Pavón 126.


La Confederación empírica, en la terminología de Julio Irazusta, iba también definiendo otros aspectos organizativos fundamentales: sujeción del extranjero a nuestras leyes y aplicación del «jus soli» para sus hijos; adopción del sufragio universal activa y pasivamente; navegación exclusivamente nacional de nuestros ríos interiores; uso de la moneda fiduciaria en circunstancias en que el patrón oro regía universalmente; defensa del artesanado mediante el proteccionismo industrial; banca estatal promotora de la economía con la fundación de la Casa de la Moneda; trato diplomático y económico preferencial a las naciones hermanas hispanoamericanas; progresiva abolición de la esclavitud, etc. 127.


Todo esto será poco o será mucho, pero no hay dudas de que respondía a nuestra realidad, a las exigencias de nuestros intereses. Estando como estábamos en la Edad Media argentina, en el momento en que la República era un vibrante laboratorio político, nos parece que se avanzaba sólidamente, asegurando primero aspectos territoriales, de dignidad soberana, de preservación de fuentes de riqueza, que era la prioridad de esa hora. Esos aspectos instrumentales que son las instituciones, además de ser auténticos, además de no perturbar la tarea política sustancial, ayudaban a ésta, eran idóneos. Ya habría de llegar la hora de una mayor participación, de generar organismos que fueran sede de los mejores, de la élite que toda gran política exige y de asegurar un respeto cabal a los derechos de la persona humana.





En el orden internacional


El meridiano de las prioridades durante el período de la dictadura rosista, pasó por la política internacional. Por ello para juzgar a Rosas no se debe tener tan en cuenta sus políticas educativas, económico-financieras o sociales; mejor dicho, evaluar éstas en función de los gravísimos problemas internacionales que hubo de enfrentar. Estuvo jaqueado permanentemente por fuerzas nacionales vecinas y de allende los mares; San Martín dijo en una de sus cartas, que las luchas que Rosas sostuvo por defender la integridad de la soberanía nacional, no fue sino continuación de la guerra por la independencia. Por ello es menester hacer un panorama de esas cuestiones internacionales, porque ello ayuda a comprender que si el proceso de organización no avanzó más rápidamente, buena explicación nos la dan las serias condiciones en que se desenvolvieron nuestras relaciones con el exterior, que exigió volcar las mejores energías para encauzarlas dentro de un marco de solvencia y dignidad. Veamos.


a) Con Bolivia


Gobernada desde 1829 por Andrés Santa Cruz, éste aspiraba a formar con Perú y el norte argentino un Estado poderoso, apoyado en Francia e Inglaterra a las que otorgó franquicias comerciales. Protegía a los exiliados unitarios en el altiplano, que desde allí alteraban la tranquilidad en el norte argentino, con expediciones invasoras como la de Javier López en 1836 a Salta. Rosas intentó por medio de la misión diplomática de Pedro F. Sáenz de Cavia, resolver esos problemas y la cuestión de Tarija, territorio que nos pertenecía y que Bolivia ocupaba, pero Santa Cruz no reconoció el manejo de las relaciones exteriores por Rosas. éste hizo alianza con Chile, también en conflicto con Santa Cruz, y en mayo de 1837 declaró la guerra a Bolivia, produciéndose operaciones en la zona limítrofe. La pugna con Francia a partir de principios de 1838, complicó nuestro panorama, pero afortunadamente el triunfo de los chilenos sobre Santa Cruz en Yungay, enero de 1839, significó todo un alivio para la situación.


b) Con Francia


Desde 1834 gobernaba como presidente del Uruguay Manuel Oribe. El anterior mandatario, Fructuoso Rivera, designado comandante de la campaña, apoyado por los exiliados unitarios en ese país, se pronunció contra Oribe, pero éste lo derrotó en Carpintería, septiembre de 1836, batalla en que los oribistas usaron una divisa blanca, origen del nombre de partido blanco que tomó su tendencia, afín al ideario de nuestro partido federal, y por ello popular y americanista, y los riveristas utilizaron un distintivo colorado; por eso fueron el partido colorado, de principios liberales y europeizantes como nuestro partido unitario. En la confusión de la derrota. Rivera perdió su documentación que se hizo pública y que probaba su connivencia con Santa Cruz y con los unitarios expatriados, éstos, a su vez, tratando de apoyarse en Rivera y Santa Cruz para derrocar a Rosas. Rivera pudo rehacer sus fuerzas y ayudado por Lavalle y demás unitarios, y por Brasil, en permanente acecho, logró el triunfo sobre Oribe en la batalla de Palmar, en agosto de 1837.


Toda resistencia de Oribe resultaba inútil, puesto que habiéndose desencadenado el conflicto entre la Confederación Argentina y Francia, esta potencia bloqueó Montevideo, pues necesitaba en ella un gobierno aliado, que no podía ser Oribe, sino los enemigos de Rosas, es decir, Rivera y sus aliados unitarios. Oribe renunció y se refugió en la Confederación, donde Rosas lo acogió como presidente legal y le dio el comando superior de sus ejércitos.


El interés de Francia por el Río de la Plata ya se había manifestado con el proyecto monárquico en época de Pueyrredón. Después de la revolución de 1830 asumió el poder en ese país, Luis Felipe de Orleáns. Dice Palacio: «Francia necesitaba expansión comercial, conquista de mercados, prestigio guerrero. Necesitaba colonias, en suma, y ningún territorio parecía más propicio para la aventura que el de los pequeños países segregados de España, envueltos en lucha civil y donde existían sectores pensantes que pedían el protectorado de una poderosa nación europea a guisa de liberación. Pero la realización de tales propósitos exigía una política cautelosa, con el fin de disimular la intención de conquista en aquellos puntos donde el interés francés podía chocar con el de Inglaterra. Había que encontrar pretextos razonables para la intervención, y ninguno mejor que la defensa de los derechos de los ciudadanos franceses residentes en los nuevos países, esgrimiendo principios del derecho de gentes aderezados para cada caso particular»128.


Así comenzaron los reclamos tendientes a lograr la eximición del servicio militar por parte de los franceses residentes en Buenos Aires, la libertad de otros connacionales detenidos en esa provincia por diversos delitos, y la exigencia de indemnización para otro súbdito de esa nacionalidad presuntamente perjudicado por medidas de nuestro gobierno. Los reclamos provinieron del vicecónsul francés en Buenos Aires, Aimé Roger, quien evidentemente no tenía personería para plantearle requerimientos a nuestro gobierno, pues era un representante comercial y no político, por lo que Rosas rechazó las demandas. Luego éstas vinieron avaladas por el comandante de la flota de guerra francesa en el Plata, contralmirante Leblanc, lo que empeoró las cosas, porque Rosas se puso más firme en el rechazo. Entonces Leblanc decretó el bloqueo contra Buenos Aires, tomó la isla de Martín García y empezó a colaborar con los unitarios en su acción subversiva, apoyando la invasión de Lavalle a la Mesopotamia, el complot Maza, la revolución de los hacendados del sur, la coalición del Norte. Es que, desgraciadamente, incitados por la propaganda periodística de Juan Bautista Alberdi en Montevideo, muchos argentinos enemigos de Rosas, aceptaron la alianza con Francia, alcanzándoles pues el dicterio de San Martín, que en dos oportunidades, en cartas a Gregorio Gómez y al propio Rosas, expresó: «pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer»129.


No es propio de estas páginas, un relato pormenorizado de todo este proceso de la resistencia de la Confederación Argentina al aleve ataque francés, facilitado por la actitud unitaria. Diremos solamente que Rosas fue astuta y pacientemente doblegando la prepotencia francesa hasta llevarla a cejar en su empeño. París hubo de maridar un diplomático en regla, el barón de Mackau, para tratar con el Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, y entonces Rosas admitió indemnizar a los franceses que habían sufrido pérdidas en el Río de la Plata, según el parecer de árbitros, a cambio del levantamiento del bloqueo y devolución de la isla de Martín García, y de los barcos tomados en las mismas condiciones en que se encontraban al ser apresados. También se consentía la mediación de Francia en favor de los exiliados argentinos, quienes podían retornar al país, sin poder pedírseles cuentas por sus actitudes anteriores, con excepción de los altos jefes militares. La Confederación reconocía la independencia del Uruguay, y ambos países se concederían mutuamente la cláusula de la nación más favorecida, hasta que se firmase un tratado entre las dos naciones.


c) Con Paraguay


En 1842 Paraguay, instigado por Brasil, se declaró independiente, hecho que Rosas nunca reconoció, tratando de convencer al gobierno de Asunción lo perjudicial que para los intereses comunes era la separación. En 1844, insidiosamente, el Imperio reconoció la independencia paraguaya y firmó una alianza militar con ese país. Al conocer Rosas este hecho a fines de 1844, ordenó a nuestro representante en Río de Janeiro, Tomás Guido, que pidiera su pasaporte y de este modo rompiera relaciones con la corte brasileña. La sangre no llegó al río pues Brasil no ratificó el tratado con Paraguay, y tampoco hizo nada, como se había comprometido ante el presidente paraguayo Carlos Antonio López, para que las cortes europeas reconocieran la independencia paraguaya.


El gobierno de Asunción hizo alianza en 1845 con la provincia de Corrientes, sublevada contra la Confederación; esa provincia reconoció la independencia del Paraguay haciéndole concesiones territoriales, por un convenio reservado, en el este, esto es, en la actual Misiones; además debe decirse que Paraguay, detrás del cual estaba Brasil, buscaba la independencia correntina 130. Asunción declaró la guerra a la Confederación a la que iba del brazo de esa Corrientes de los Madariaga y del general Paz; pero Urquiza, hábilmente, logra vencer en Laguna Limpia a Juan Madariaga, y el gobernador Joaquín Madariaga entra en conflicto con Paz, con lo que la alianza se disuelve. Los paraguayos regresan a su tierra sin pelear.


Carlos Antonio López intentaría un acercamiento a la Confederación en 1849, pero estuvo presente en la confabulación que daría en tierra con Rosas, obteniendo de los aliados promesa de reconocimiento de su independencia, la que, efectivamente, se materializó después de Caseros.


d) Con Chile


Mientras Florencio Varela, en su viaje de 1843 a Londres y París, como enviado del gobierno oriental colorado, con el objetivo de pedir la intervención de las dos grandes potencias para derrocar a Rosas, ofrecía en ambas capitales la independencia de la Mesopotamia 131, Sarmiento, desde Santiago de Chile incitaba a este país a ocupar la zona del Estrecho de Magallanes en 1842 132.


En septiembre de 1843, una expedición chilena funda el fuerte Bulnes sobre el Estrecho. Rosas recién se entera en 1847 de dicha ocupación, y por intermedio de nuestro representante en Santiago, Miguel Otero, plantea un formal reclamo por la violación de territorio argentino que involucraba la erección del fuerte chileno; encomienda también a Pedro de ángelis y a Dalmacio Vélez Sársfield reunir elementos documentales que demostraran nuestra soberanía sobre la zona. Sarmiento, desde «La Crónica», periódico chileno, en 1849 defiende los derechos del país vecino no solamente sobre el Estrecho sino sobre toda la Patagonia 133. Como se preveía una ruptura con Chile, Rosas hizo trasladar la legación argentina a Mendoza, bajo la jefatura de Bernardo de Irigoyen, que desde el periódico «La Ilustración Argentina» defendió los derechos argentinos sobre esos territorios. Empero, las complicaciones primero con Francia e Inglaterra, y luego con Brasil, no permitieron que el Dictador pudiera actuar en la zona del Estrecho de Magallanes.


e) Con Inglaterra y Francia


El conflicto más grave que hubo de afrontar la Confederación Argentina, fue el sostenido con las dos primeras potencias mundiales de ese momento, a partir de 1845. Luego de derrotada la coalición del norte con la colaboración de Oribe, eliminado Paz por las desinteligencias con Ferré y Rivera, el líder oriental blanco se enfrentó con su rival Fructuoso Rivera en una batalla decisiva, Arroyo Grande, en diciembre de 1842. Desde allí, Oribe, apoyado por tropas argentinas, entró en su país, y hacia febrero de 1843 puso sitio a Montevideo, el que duraría largos años, mientras nuestra escuadrilla, bajo la jefatura del almirante Brown, bloqueaba su puerto. Montevideo se había convertido en una plaza defendida casi exclusivamente por extranjeros. Según Mitre, 500 defensores eran argentinos, 2.000 franceses, 700 españoles y 600 italianos, además de buen número de negros libertos. Los orientales libres, en cambio, se pasaron mayoritariamente al ejército de Oribe sitiador.


La caída de la plaza era inminente pero Purvis, jefe de la escuadra inglesa en el Plata, intervino neutralizando la acción de Brown y permitiendo el abastecimiento alimenticio y militar de la capital oriental. Rosas logró mediante un enérgico reclamo que esta situación cesase, y entonces se tornó inminente la caída de Montevideo. Esto era visto con preocupación por Brasil, pero también por Francia e Inglaterra, porque significaba que la Banda Oriental sería gobernada por una corriente política afín al federalismo argentino, con un líder, Oribe, que marchaba al unísono con Rosas.


El fortalecimiento de una política celosa de la autodeterminación de los pueblos en el Plata, habría de terminar con las maniobras brasileñas, siempre enderezadas a influir en la llave de la cuenca platense, y a compartir los proyectos hegemónicos de las dos grandes potencias europeas en la misma zona. Por ello, éstas decidieron intervenir so pretexto de asegurar la independencia Oriental luego de haber recibido la misión del gobierno montevideano, presidida por Florencio Varela, y una misión brasileña, encabezada por el vizconde de Abrantes, que pidieron exactamente la misma cosa: precisamente que se concretara esa intervención.


Francia e Inglaterra decidieron prescindir de la presencia brasileña en esta intervención. Sus propósitos, según el informe del vizconde Abrantes, precioso testigo ocular de las tratativas franco-inglesas en París, fueron: 1°) Defender la independencia oriental; 2°) Preservar la recién proclamada emancipación del Paraguay; 3°) Terminar con las guerras en el Plata «tan fatales al comercio como desastrosas para la causa de la humanidad». Estos eran los objetivos públicos. Los reservados eran graves: 1°) Convertir a Montevideo en una factoría comercial; 2°) Obligar a la libre navegación del Plata y sus afluentes; 3°) Independizar Entre Ríos y Corrientes «si sus habitantes lo quisiesen»; 4°) Conservar el estado de cosas en el resto de la Confederación si Rosas accediera a los reclamos; contrariamente contribuir a derrocarlo por la fuerza, apoyando a los auxiliares que se prestasen a esto 134.


Entre abril y mayo de 1845 Guillermo Gore Ouseley y el barón Deffaudis, representantes respectivamente de Inglaterra y Francia, llegaron a Buenos Aires. Las demandas de ambos consistían en el retiro de nuestras tropas en su apoyo a Oribe, el levantamiento del bloqueo que practicaba Brown, y la libre navegación de los ríos interiores para buques de bandera extranjera. Se nos negaba pues el carácter de potencia beligerante y se nos quería imponer una disgregadora libertad de navegación; se ocultaban por ahora las instrucciones secretas que convertirían al área platense en un conjunto de pequeños estados indefensos: una América Central. Como nuestra cancillería exigió dignamente el reconocimiento del bloqueo a los puertos de Montevideo y Maldonado, como paso previo para aceptar entrar en cualquier negociación, los interventores fijaron el 31 de julio de 1845 como fecha máxima para el retiro de los buques de Brown o el envío de sus pasaportes. Rosas decidió enfrentar a las dos primeras potencias del orbe: no dio órdenes de levantar el bloqueo e hizo sus pasaportes a ambos representantes diplomáticos. Entonces éstos pasaron a la vía de los hechos. Se apoderaron de nuestra escuadra de guerra, tomando como prisioneros a sus tripulantes, y colocando al frente de ella a José Garibaldi, guerrillero internacional puesto al servicio del liberalismo, que con esos buques saqueó y depredó a Colonia, Gualeguaychú y Salto; la isla Martín García fue ocupada y nuestros puertos bloqueados. Entonces fue, que la Confederación Argentina se yergue vibrando de patriotismo: manifestaciones callejeras, celebración del día de la Reconquista el 12 de agosto, funciones en el teatro de la Victoria, discursos encendidos en La Legislatura, composiciones épicas entre las que sobresale la escrita por el autor del himno, Vicente López y Planes.


Mientras la Confederación eleva el tono de su emoción, Ouseley insta a su gobierno a producir hechos en consonancia con las instrucciones de que está dotado: «El reconocimiento del Paraguay conjuntamente con el posible reconocimiento de Corrientes y Entre Ríos y su erección en estados independientes, aseguraría la navegación del Paraná y del Paraguay. Podría así evitarse la dificultad de insistir sobre la libre navegación que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo»135. Para preparar el terreno propicio a esta tarea de desmembramiento nacional, los interventores alistan un convoy encabezado por once navíos de guerra, entre ellos la novedad de tres vapores, a los que seguirían noventa buques mercantes con sus bodegas repletas de mercaderías. Este convoy tomaría posesión del Paraná, y abriría contactos de índole militar y comercial con Paraguay y Corrientes.


La escuadra franco-inglesa, con unos noventa cañones de modernas y poderosas características, partió al comenzar noviembre de 1845 hacia su objetivo, internándose en el río Paraná. Todo fue fácil hasta la Vuelta de Obligado, lugar a unos 110 kilómetros de Rosario; allí, el general Lucio Mansilla emplazó cuatro baterías artilladas por unos treinta cañones, de muy inferior poder de fuego respecto de los de los invasores. Dichos cañones estaban servidos por unos 160 artilleros, y otros 2.000 hombres de infantería y caballería esperaban oponerse a la eventualidad de un desembarco. Una original barrera que habían preparado, formada por tres cadenas de grueso tamaño tendidas de una costa a la otra, y trenzadas con 24 lanchones en desuso, cuyo propósito consistía en detener el paso de las naves enemigas para posibilitar su ametrallamiento, se constituía en el símbolo de la nacionalidad dispuesta a oponerse a la invasión extranjera.


El 20 de noviembre de 1845 se produjo el singular combate que duró todo el día y que significó la pérdida de 250 vidas argentinas, la mayoría artilleros, y 400 heridos. El convoy apenas pudo retomar la marcha el 2 de enero de 1846, siendo nuevamente atacado por nuestros efectivos; y cuando la escuadra enfrenta puntos de la costa como Tonelero, próximo a Ramallo, y Acevedo, cerca de San Nicolás, Mansilla hace accionar nuevamente nuestros cañones. En San Lorenzo, desde el propio campo que el Libertador regara con su sangre, se agudiza el escarmiento: 50 bajas enemigas y dos buques seriamente averiados; apenas un solo buque mercante salió ileso sin recibir algún balazo según la propia expresión del oficial inglés Inglefield.


Al volver de Corrientes, donde poco pudieron vender los buques mercantes, cuando llegaba el convoy a la Punta del Quebracho, situada al norte de la actual ciudad de Fray Luis Beltrán, Mansilla volvió a esperar a la escuadra invasora. El 4 de junio de 1846, al grito de «¡Viva la soberana independencia nacional!», vuelven a tronar nuestros cañones y los de la escuadra enemiga, y «después de tres horas de fuego infernal», según el parte del jefe inglés Hotham, el enemigo contó cerca de sesenta bajas y las pérdidas de una barca, tres goletas y un pailebot con un cargamento de un valor calculado en cien mil duros. Los argentinos tuvieron un solo muerto y cuatro heridos. Si la Vuelta de Obligado había sido una heroica resistencia derrotada, el combate del Quebracho fue un resonante triunfo.


El escarmiento sufrido por los interventores fue decisivo. Aprendieron que los argentinos no eran empanadas que se comían con sólo abrir la boca, en la expresión de San Martín a Rosas felicitándolo por la resistencia del 20 de noviembre 136, y buscaron un arreglo.


Cuatro misiones diplomáticas de primer nivel enviaron las potencias europeas para lograr un arreglo con Rosas, entre 1846 y 1849: la de Tomás Samuel Hood, la del barón de Howden y del conde Waleski, la de Robert Gore y del barón Gros, y finalmente la de Henri Southern y del almirante Lepredour. Es que Rosas se puso firme en sus exigencias y no cedió un ápice, obteniendo que ambas potencias capitularan en toda la línea. He aquí la síntesis del tratado firmado con Inglaterra: 1°) Ese país evacuaba Martín García, entregaba a nuestro gobierno la escuadrilla usurpada y desagraviaba unilateralmente el pabellón argentino con una salva de veintiún cañonazos; 2°) Las fuerzas argentinas abandonarían la Banda Oriental una vez que Francia desarmara a todos los extranjeros defensores de Montevideo, evacuara sus tropas del territorio oriental y firmara un tratado de paz. Al respecto debe recordarse que ya Gran Bretaña había levantado el bloqueo de Buenos Aires y retirado todos sus efectivos del Uruguay, para satisfacer a la Confederación; 3°) Inglaterra reconocía ser la navegación del río Paraná una navegación interior de la Confederación Argentina, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado Oriental; 4°) Se comprometía a respetar el pleno carácter de potencia beligerante a la Confederación Argentina. Coetáneamente, el almirante Lepredour, firmaba un tratado gemelo al firmado por Southern.


Fue un gran triunfo. Tan notable como para que el Libertador escribiese al propio Rosas: «Así es que he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta a todos los nuevos estados americanos un modelo que seguir»137. San Martín no podría olvidar la hazaña. Cuando escribió su testamento, dispuso: «El sable que me ha acompañado en la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla»138.




Características económicas


Las urgencias que Rosas debió afrontar no fueron fundamentalmente económico-financieras sino políticas, de índole interna e internacional. Sin embargo, lo económico-financiero estuvo vinculado con la reconstrucción del Estado central y con la defensa de la soberanía que protagonizara el Dictador. Cuccorese y Panettieri lo dicen acertadamente: «La posición económica en que se ubica Rosas es inobjetable. Pero Rosas no traza un programa de integración económica nacional. Y no concibe un plan económico porque está absorto plenamente en las luchas políticas»; y citan a Quesada, quien expresa: «No fue, propia y científicamente, sistema económico el de Rosas: hizo lo que la necesidad le impuso»139.


En diciembre de 1835, dicta una ley de aduanas proteccionista para satisfacer el clamor provinciano que venía de lejos, coadyuvando así al logro de la unidad nacional. La protección lo es no solamente a la industria, sino también a la agricultura y al desarrollo de nuestra marina mercante. Algunos productos son directamente prohibidos en cuanto a su introducción, para evitar derechamente que compitieran con nuestra producción: herrajes para puertas y ventanas, almidón de trigo, manufacturas de lata y latón, argollas de hierro y bronce, lazos, bozales, rebenques y demás arreos para caballos, ponchos y las telas para ellos, rejas de arado, velas de sebo, etc. Otros son gravados con altos derechos de importación. Con el 35%: muebles, espejos, coches, ropas hechas, calzados, licores, vinos, vinagre, tabacos, valijas de cuero, baúles, pasas de uva y de higo, quesos, etc.; con el 50%: cerveza, fideos, sillas para montar, papas, sillas para sentarse. La introducción de harina y trigo es prohibida cuando el valor de este no llegase a 50 pesos la fanega. Las exportaciones se gravaban con el 4%, pero estaban exentas de este arancel cuando salían en buques del país a fin de favorecer su construcción aquí. Las provincias recibieron con gran satisfacción esta ley. El tucumano Alejandro Heredia, le escribía a Rosas en mayo de 1836: «Recuerdo con placer que en una de mis anteriores dije a usted que con la reforma de la Ley de Aduana adquiriría una popularidad colosal; ya he visto realizado mi vaticinio, oyendo en ésta y en la de Salta en reuniones públicas repetidos vivas al Protector de la industria y comercio argentino»140.


Con motivo de los bloqueos operados entre 1838 y 1840 y a partir de 1845 hasta 1848, como tal medida era suficiente protección para nuestra industria artesanal, Rosas bajó los aranceles un 33% y permitió la entrada de efectos prohibidos. Pero tanto en 1840 como en 1848 se restablecieron los aranceles normales, aunque la permisión de la entrada de efectos prohibidos se mantuvo después del levantamiento del primer bloqueo en 1840 141.


Según Maeso, al caer Rosas, la tarifa era del 50% en ropa hecha, calzado, sombreros; del 39% en muebles, del 19% en hierro trabajado, del 54% en cerveza, etc.142. No podemos decir que el país se industrializara aceleradamente durante la época de Rosas, pero el artesanado, por lo menos, conservó sus fuentes de trabajo. La Confederación necesitaba de paz para hacer un planteo que la llevara a una más firme integración de su economía.


En materia financiera Rosas obró como si no hubiese suma del poder, pues rindió cuentas estrictas de la administración de los dineros públicos. Al asumir en 1835, la situación financiera era ampliamente deficitaria y un gran desorden existía en las cuentas públicas. En el mensaje inicial, expuso que en materia financiera se atendría a gastar en lo indispensable, lograr una eficaz administración de los dineros públicos y controlar la correcta percepción de los ingresos.


Luchó contra la excesiva burocracia, limitándose al personal estrictamente necesario. Creó confianza en el crédito público, logrando que los capitalistas prestaran su dinero al Estado; él mismo se contó personalmente entre los prestamistas de la provincia. Su administración financiera fue honrada: el mitrista José Antonio Terry confiesa: «Rosas fue fiel ejecutor de las leyes de emisión, y seriamente económico dentro de las leyes de presupuesto. Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización de la moneda y colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador»143. Burgin, más recientemente, admite lo mismo 144.


Rosas dividió los recursos en dos grandes categorías. Los nacionales, constituidos por tos derechos de exportación e importación, estaban destinados al pago de los gastos militares, al mantenimiento de las relaciones exteriores y al pago de la deuda externa, cuando empezó a hacer algunas entregas a los tenedores de bonos del empréstito Baring; también al pago de la deuda pública interna. Los demás impuestos recaudados, contribución directa, sellado, patente, alcabala, etc., eran utilizados para solventar el presupuesto provincial.


Liquidó el Banco Nacional no renovando la concesión al vencer ésta en 1836, y los billetes del mismo pasaron a ser papel moneda del Estado. En su lugar se creó la Casa de la Moneda, que aún subsiste como Banco de la Provincia de Buenos Aires; sus atribuciones eran administrar la moneda de papel y la metálica, liquidar el Banco Nacional, recibir depósitos de particulares, conceder créditos y admitir los depósitos judiciales. Fue banco estatal enteramente, y su giro fue todo un éxito ya en la época de Rosas. Subsiste a un siglo y medio de su creación.


Con motivo de los bloqueos en los que la principal y prácticamente única entrada de la Confederación, los derechos aduaneros, bajó espectacularmente, Rosas no apeló al crédito externo para nada 145. Elevó la contribución directa, patentes, sellados, el canon de la enfiteusis, y lanzó empréstitos internos que se cubrieron exitosamente; prescindió de gastos hasta en educación, salud publica, beneficencia; y rebajó sueldos. Pero no fue suficiente, tuvo que emitir papel moneda abundantemente, que se cuidaba en ir retirando de circulación a medida que tas emergencias se iban superando.


A partir de la guerra con Bolivia en 1837, prohíbe la exportación de oro y plata, una especie de política de control de cambios, obligando al comercio extranjero a llevarse mercaderías a cambio de sus importaciones, y no medios de pago en metálico.


En ganadería los progresos son evidentes: se introduce la mestización del ganado vacuno, continúa la del ovino, se introduce el primer alambrado, proliferan los cercados primitivos con zanjas, plantas espinosas, etc. Los avances en el ámbito del ovino son evidentes, preparando el gran florecimiento de su explotación de la década del sesenta en adelante la conquista del desierto y una política de paz y transacción con el aborigen, permiten ganar tierras para la explotación pecuaria. En agricultura comienza la exportación de trigo en algún año, pero muy tímidamente; las medidas proteccionistas tomadas en 1835 mejoraron el sector agrícola.


En relación a la industria, refería Martín de Moussy, que Buenos Aires «consume los artículos manufacturados en su capital, que es un gran taller industrial»146. El censo practicado en 1853 registraría la existencia de más de 100 fábricas montadas (fundiciones, fábrica de molinos de viento, de velas, de jabones, de pianos, de carruajes, etc.), y más de 700 talleres (carpinterías, zapaterías, herrerías, cigarrerías, platerías, talabarte-rías, lomillerías, mueblerías, etc.)147. En el interior, el artesanado se había mantenido, mejorando en el norte y disminuyendo algo en Cuyo, especialmente en la elaboración de vinos según referencia del propio Nicolau 148.


En cuanto a la situación general del país, los propios enemigos de Rosas reconocían, como Alberdi en 1847: «Si digo que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones, asiento un hecho que todos palpan; y si agrego que posee medios para estarlo más que todas, no escribo una paradoja»149. Otro de sus enemigos, Herrera y Obes, confesaba en 1849: «Buenos Aires sigue en un pie de prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río de la Plata... su país (de Rosas) prospera, su poder se afirma cada día más»150. Y Brossard acotaba en 1850: «La ciudad de Buenos Aires está en estos momentos en un período de extraordinaria prosperidad»151. En 1846 se fundaba la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, a la que llamaron «El Camuatí».


En materia de política de tierras, con mentalidad de muy avanzado el siglo XX, hay opiniones que parecerían pretender que Rosas hubiese realizado algo así como una reforma agraria. Sin embargo, algunas de sus medidas son de avanzada: liquidó la enfiteusis poco a poco, que era pésimo sistema de tenencia de la tierra como lo es el arrendamiento en general. Propende a venderla, donarla a los beneméritos que habían hecho la conquista del desierto o defendieron la soberanía a riesgo de sus vidas; desde 1840 las donaciones llevaron la obligación de poblar con animales los campos objetos de esta medida, para lo cual la Casa de la Moneda facilitaba créditos.


Ya se ha visto que Rosas se opuso a la libre navegación de los ríos fundado no en un porteñismo cerrado que le adjudican sus detractores, sino, como hemos dicho, para evitar que tal contacto con el exterior acelerara el proceso de descomposición de la unidad nacional, especialmente con la pérdida de la Mesopotamia, tan proclive a manejarse con independencia del resto de las provincias. Además, la libre navegación hubiese facilitado el descontrol del comercio que practicaban los extranjeros y la pérdida de nuestra marina de cabotaje 152. Rosas hace de la soberanía plena sobre nuestros ríos y de la exclusiva navegación de ellos por buques de bandera nacional, una cuestión de soberanía. Ningún país que se preciara de ser potencia internacional, admitía abrir sus corrientes fluviales al tráfico internacional.


En cuanto a la inmigración, si bien Rosas no la promocionó, puede decirse, sin embargo, que a partir de su largo gobierno ella comenzó a acelerarse. Así, entre 1842 y 1845 entran 26.400 inmigrantes. En 1854, muy poco después de la caída de Rosas, los extranjeros en la provincia de Buenos Aires son ya 82.800 153. La población total de la Confederación, que en 1830 llegaba a las 600.000 almas, era en 1852 de cerca de un millón de habitantes.


Durante la época de Rosas no hay problemas de desempleo; por el contrario escasea la mano de obra como lo revela William Mac Cann en su «Viaje a caballo por las provincias argentinas». Los salarios son altísimos; Hortelano menciona el caso de vascos franceses que han logrado hacer una fortuna trabajando en los saladeros bonaerenses 154, y como peones.


No tuvimos ferrocarriles, pero debe dejarse constancia que el primero se había construido en Francia en 1837 y que pasaron largos años antes que Estados Unidos y los demás países europeos tuvieran el suyo. Sin embargo tuvimos ya máquina a vapor, que utilizó el molino harinero San Francisco, desde 1846.