Historia Constitucional Argentina
3. Primer gobierno de Rosas
 
 

Sumario:Primer gobierno de Rosas. Las facultades extraordinarias. Diferencias en el partido federal. La liga del interior. Pacto Federal. La Comisión Representativa. Las ideas políticas de Rosas.







Llegaba al poder, en 1829, quien es sin duda el personaje más controvertido de nuestra historia, que ha dado origen a una extensa bibliografía, en general polémica. Rosas fue un protagonista de excepción para una época no normal. Por ello debe ser juzgado ubicándonos en su circunstancia, como primera medida, como debe ser sopesado cualquier proceso, hecho o figura del pasado.


La investigación histórica ha avanzado lo suficiente, como para que sea posible reconstruir con fidelidad la etapa en que actuó el «Restaurador de las Leyes», según el título que le dieron sus fieles, que lo amaron tanto como lo aborrecieron sus enemigos políticos. Facilita también la objetividad en las apreciaciones sobre su obra, el enfriamiento de las pasiones que rodearon su gestión, y que lo acompañaron rencorosas en su exilio y aun después de su muerte.


A veces los estudiosos y los estudiantes se preguntan porqué los juicios sobre Rosas son tan disímiles. Ellos fueron por mucho tiempo negativos, porque debe comprenderse que en Caseros, con más nitidez en Pavón, triunfó el partido cerradamente opositor a lo que Rosas representaba, y que esa victoria logró sepultar en la abominación a la fracción enemiga, algo que Rosas no había logrado con los unitarios liberales.


Así se cumplió la profecía de San Martín en la carta a O’Higgins de 1829, cuyos párrafos transcribimos precedentemente. Era de la lógica tremenda del proceso político rioplatense, que un partido venciera y destruyera al otro para que le fuera posible imponer un orden determinado en el país. San Martín vio claro, que el odio existente no habría de permitir la coexistencia de ambas fuerzas, una casada con la tradición vernácula y otra iluminista advenediza. Esas fuerzas protagonizaron en todo Occidente un vibrante enfrentamiento, que entre nosotros, al fin y al cabo latinos, hijos de españoles, tuvo ribetes impresionantes de crueldad y violencia capaz de destruir al mismo Estado central.


Cuando uno trata de explicarse porqué Rosas queda tan desmedrado en el juicio histórico del siglo pasado, y de buena parte del presente, debe tener en cuenta que le tocó remar contra la corriente en una época en que el liberalismo estaba de rigurosa moda. Para salvar a la República anarquizada hasta el delirio, le tocó aplicar políticas antiliberales. Sarmiento, en uno de los raptos de sinceridad que tuvo, escribió estas luminosas palabras: «Nosotros teníamos las ideas francesas de resistencia al poder, y el éxito fue disolver la sociedad: Rosas reincorporó la Nación»98. Alberdi reconoció lo mismo: «Un hecho importante, base de la organización definitiva de la República, ha prosperado al través de sus guerras, recibiendo servicios importantes hasta de sus adversarios. Ese hecho es la centralización del poder. Rivadavia la proclamó, Rosas ha contribuido, a su pesar, a realizarla. Del seno de la guerra de formas ha salido preparado el poder, sin el cual es irrealizable la sociedad y la libertad imposible»99.


Nuestro juicio sobre Rosas, pretende valorar el saldo de toda una política realizada a lo largo de dos décadas, en que se sintió su brazo fuerte sosteniendo la lucha por dos objetivos prioritarios: la reconstrucción del Estado central como cimiento indispensable de la futura organización nacional, y la defensa de la soberanía, esto es, de la dignidad e integridad de la personalidad de derecho público internacional de la República.


San Martín expuso en carta al propio Rosas, del 6 de mayo de 1850, meses antes de morir: «como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos, efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a usted muy sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina»100.


Nos hacemos eco de estas palabras de Manuel Gálvez, que completan nuestro pensamiento: «Nadie, absolutamente nadie, quiere actualmente una tiranía. No sé de ningún admirador de Rosas que anhele para nuestra patria un gobierno como el que, obligado por las circunstancias, debió realizar el dictador. Los que admiramos a Rosas, y me cuento entre ellos, lo admiramos por su defensa formidable de doce años contra las pretensiones de Inglaterra y de Francia»101. También acompañamos a Gálvez cuando manifiesta que él no admira a Rosas «por los fusilamientos de San Nicolás, ni por tener bufones, ni por el rigor tremendo con que trató a los unitarios, ni porque llevó al patíbulo a Camila O’Gorman. Lo admiramos, lo dije y lo repito, por haber defendido con uñas y dientes la soberanía y la independencia de la Patria, obra que, como afirmó en su carta del 10 de mayo de 1846 el general San Martín, quien lo admiraba por la misma razón, fue de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España»102.


Es que Rosas no fue un ángel, ni tampoco un demonio, sino un hombre, un hombre con defectos notorios, pero que fue llamado para practicarle una cirugía urgente a una Argentina que se encontraba destrozada, acosada por su anarquía y por la apetencia de las grandes potencias que pretendían sacar partido de su evidente debilidad.


Rosas nació en Buenos Aires, en 1793, educado en la escuela de Francisco Javier de Argerich, participó en las jornadas de la Reconquista de 1806. En su adolescencia visitó asiduamente la estancia del «Rincón de López», junto al río Salado. Ilustra Ibarguren: «Correrías desenfrenadas boleando ganados cimarrones y ñanduces, domas bravías, bárbaras tierras en que se luchaba cuerpo a cuerpo con las bestias chúcaras, rodeos enormes y agitados de rebaños cerriles contenidos a caballazos y pechadas por el peonaje que, cual cerco móvil, galopaba en derredor del imponente tropel, conteniéndolo y dominándolo en sus embestidas. Hazañas de agilidad y destreza, arrebatos de fuerza y de rapidez en que se juega a cada minuto la vida. Todas esas faenas brutales, que atraían al niño con seducción irresistible, le tonificaban y le adiestraban. Aprendió a degollar y a desollar, en un santiamén, a los animales; pudo galopar gambeteando los cangrejales sin hundirse en ellos; supo defenderse instintivamente de los peligros del campo; penetró con agudeza en el alma del gaucho y se identificó con ella»103. A los veinte años se casó e independizó de sus padres; primero administró estancias ajenas, y luego pudo hacerse de un capital en tierras y ganados.


La crisis de 1820 lo sacó de la vida privada y de los negocios, y empezó a despertarse en él, elevado por los sucesos de la década del veinte, su vocación por la política. Hombre pues formado junto a los gauchos, peones de sus estancias, a través de ellos se puso en contacto con los más puros valores de nuestra cultura vernácula; de esos paisanos que miraban de reojo los devaneos extranjerizantes divorciados de nuestra realidad, de nuestros principios, de nuestra índole y de nuestros intereses, de los hombres de la Logia que rodearon a Bernardino Rivadavia.


Con Dorrego habían llegado al poder los orilleros porteños, con Rosas se plegaría a éstos el gauchaje de la pampa bonaerense, pero también lo harían estancieros y vecinos, que ante el espectáculo de una sociedad anarquizada por el credo y la conducta de los unitarios, se adhirieron a la solución que Rosas podía traer restaurando un orden político y social perdido. El federalismo fue policlasista, como lo fueron los posteriores grandes movimientos nacionales, el radicalismo y el peronismo. Lo que explica que entre nosotros en líneas generales, prevalecieran las conveniencias nacionales a los crudos intereses de los sectores sociales, cuando esas corrientes predominaron.





Las facultades extraordinarias. Diferencias en el partido federal


Como que se lo había buscado para restaurar el orden perdido, en el comienzo de su primer gobierno Rosas fue provisto de facultades extraordinarias. Según expresan estos términos, ellas eran prerrogativas excepcionales con que se dotaba al poder ejecutivo para tiempos singulares, en que el poder del Estado debe hacerse sentir con rapidez y eficacia. No es propio del poder ejecutivo clausurar un periódico o detener a una persona, sino función de la justicia. Pero los miramientos de ésta, su lentitud congénita, admisibles en épocas normales, resultan inoperantes en circunstancias en que el cumplimiento pausado de las formalidades, puede llevar a que se vea comprometido el éxito de la acción de gobierno. Por eso, para esas coyunturas inusitadas, son necesarios procedimientos expeditivos, que en aquellos tiempos se lograban con las facultades extraordinarias, hoy con el estado de sitio, que es una institución análoga a aquella. En ambas se suspenden las garantías constitucionales en homenaje al efectivo logro del mantenimiento del orden, que es objetivo básico del Estado.


Las facultades extraordinarias también implicaban la concesión de ciertas prerrogativas legislativas al Poder ejecutivo por la legislatura, para que aquel pudiera expedirse con mayor rapidez.


Rosas tuvo oportunidad de aplicar las facultades extraordinarias. El coronel Smith y el mayor Montero han intentado sublevar la guarnición del Salto, constando en el sumario su propósito de plegar a los indios a su intentona, delito de los más serios que podían perpetrarse. Rosas hace fusilar a Montero. También manda encarcelar unitarios en el pontón «Cacique». Pero hay libertad de prensa.


En mayo de 1830, ante el peligro que significaba la presencia del general Paz en Córdoba, se le prorrogaron las facultades extraordinarias, y se las extiende «a todas las medidas que considere conducentes a salvar la provincia de los peligros que amagan su existencia pública y libertad civil», con la sola excepción de «no celebrar en forma definitiva tratados o convenciones».


A principios de 1831, dos periódicos porteños, «El Clasificador» y «El Cometa», se manifestaron en una campaña contra las facultades extraordinarias y contra provincias a las que se acusaba de retardar la organización nacional. El 1 de febrero de ese año, Rosas hace uso de las facultades mencionadas ordenando la suspensión de ambas publicaciones y decretando que «nadie pudiese establecer imprenta ni ser administrador de ella, ni publicarse impreso periódico alguno sin expreso previo permiso del gobierno». Rosas explicó a Quiroga que su finalidad era el respeto del artículo 6° del Pacto Federal que se terminaba de firmar, y que ordenaba «no tolerar que persona alguna de su territorio ofenda a cualquiera de las otras dos provincias, o sus gobiernos, y guardar la mejor armonía posible». Además, eran objetivos de esa medida, obstaculizar los manejos de los unitarios promovedores del motín del 1 de diciembre, sujetar el influjo de los extranjeros y debilitar la acción de las logias secretas con motivo de la guerra contra la Liga Unitaria del general Paz.


Impuso destierros, encarcelamientos y fusilamientos, el más famoso de todos y el más injusto, el ocurrido en San Nicolás de los nueve prisioneros enviados desde Córdoba por el caudillo Manuel López, a quienes éste había prometido la vida.


Terminada la guerra con la prisión de Paz en mayo de 1831, y la definitiva derrota de Lamadrid en La Ciudadela a manos de Quiroga en noviembre de ese año, se formó una corriente dentro del partido federal, favorable a que Rosas prescindiera de las facultades extraordinarias. Este denuncia que esa línea partidaria se reclutaba entre los «federales distinguidos», los dorreguistas del federalismo, que ponían el acento en la plena vigencia de las libertades individuales, en contraposición con quienes entienden debe evitarse a toda costa que el unitarismo levante cabeza, y siga conspirando para reeditar lo que consideran su funesta experiencia, para lo cual rodean a Rosas y entienden debe poseer éste un poder contundente. Centrado pues sobre el tema de la devolución o no de las facultades extraordinarias, se produce la colisión entre ambos sectores dentro del partido federal, enfrentamiento que haría crisis a lo largo de 1833 durante el gobierno de Balcarce, cuando esas dos tendencias se escindirían entre los teóricos lomos negros, cismáticos o doctrinarios, opuestos al liderazgo de Rosas, y los rosistas lomos colorados, netos o apostólicos, fieles a la persona del caudillo, esto es, los personalistas o verticalistas del federalismo. Transitoriamente, triunfaron los primeros, y Rosas tuvo que devolver las facultades extraordinarias, a pesar de su oposición personal, pues, como dijo, «la parte más ilustrada e influyente, aunque la menos numerosa, lo quiere». Por tanto hubo liberación de presos políticos y vuelta a Buenos Aires de desterrados. Pero cuando al término de su mandato, diciembre de 1832, Rosas fue reelecto por la Legislatura, el Restaurador se negó por tres veces a asumir, dando razones de salud que no convencieron a nadie. En realidad, entendía que no se podía gobernar eficazmente sin facultades extraordinarias.


Durante su primer gobierno, Rosas realizó una discreta labor administrativa, en la medida de las dificultades internas que tuvo que sortear. Fue su preocupación constante sanear las finanzas de la provincia, cuyo déficit había alcanzado alta cifra. Reorganizó el ejército, ayudando eficientemente a Quiroga en su lucha contra el despotismo instaurado por el general Paz en Córdoba y adyacencias. Su preocupación por la educación pública es remarcable, contando en este sentido con la colaboración eficiente del canónigo Segurola: crea colegios, pone en condiciones edificios escolares, provee de material de enseñanza, nombra maestros y preceptores y llega a visitar personalmente las escuelas. Pero no se limita a esto, sino que atiende al espíritu de la enseñanza, tratando de extirpar la influencia extranjerizante que había tomado alas durante la gestión de Rivadavia. Reacciona contra la tendencia regalista en materia de relaciones con la Iglesia; así, al nombrar la Santa Sede a Mariano Medrano como Obispo de Aulón y Vicario Apostólico de la diócesis de Buenos Aires, el gobierno de Rosas no se inmiscuyó en la designación, aceptando la voluntad pontificia. Tesitura que abandonó en su segundo gobierno.


Estableció la conscripción obligatoria indiscriminada, esto es, sin prerrogativas fundadas en la posición social, elevando la tropa a diez mil hombres. En el ámbito internacional, se negó a conceder el plácet al cónsul general con funciones de encargado de negocios franceses en Buenos Aires, de la Forest, porque durante su actuación diplomática en Chile había sido objetado. Su reemplazante, Vins de Peyssac, reclamó porque nuestro gobierno obligaba a los franceses a cumplir con el servicio militar, cuando los ingleses, por el tratado de 1825, estaban exceptuados. La cancillería argentina, con sólidos argumentos, negó cortésmente todo fundamento jurídico al reclamo francés, haciendo ver, entre otras cosas, que los ingleses tenían un tratado que los respaldaba, mientras que los franceses carecían de él.


Como en diciembre de 1829 llegara un rumor de que España preparaba una escuadra para recolonizar a Méjico, Rosas, en una circular denunció esta actitud públicamente. También, durante los prolegómenos de la usurpación inglesa a. las Malvinas, cuando durante 1832 el cónsul norteamericano Jorge W. Slacum ordenó represalias a la corbeta de guerra «Lexington», debido a que nuestro gobierno de las Islas apresó a balleneros yanquis que se resistían a pagar impuestos establecidos, la actitud de nuestra cancillería fue firme y ejemplar. Como los tripulantes de dicha corbeta secuestraron al comandante delegado y a los colonos que no alcanzaron a huir, destruyeron armas, quemaron la pólvora y devastaron las propiedades, nuestro gobierno reclamó airadamente ante Washington, pidiendo se desautorizara a los autores de este atropello y se indemnizara convenientemente. El ministro norteamericano en Buenos Aires, Francis Bailies, se defendió invocando la soberanía inglesa sobre las islas. Rosas fue drástico: canceló la patente del cónsul Slacum y expulsó del país a Bailies.





La liga del interior


Sin lugar a dudas que el más grave problema que se le presentó a Rosas durante su primer gobierno fue la actividad desplegada por el general José María Paz en el interior. Este, a su vuelta del frente de guerra brasileño, pudo formar un cuerpo de ejército y con habilidad logró desalojar a Bustos del gobierno de Córdoba (abril de 1829). Reaccionó Quiroga, pero la estrategia de Paz derrotó el empuje de Facundo, primero en La Tablada, junio de 1829, y luego en Oncativo, febrero de 1830. A despecho de sus intenciones aparentemente pacíficas y conciliadoras con motivo de la misión Amenábar-Oro, enviada por los federales a Córdoba, y de la misión Bedoya-La Torre, mandada por Paz a Santa Fe y Buenos Aires, fue imponiendo su voluntad, desde Córdoba, en todas las provincias del ulterior, con excepción de las litorales. En Córdoba el terror fue empleado en dosis adecuadas en la campaña de la Sierra: se seccionaron manos, se sacaron ojos, se arrancaron lenguas, se lancearon cuerpos. Es claro que la crueldad de Quiroga no le fue en zaga, pero hasta que la historiografía no puso las cosas en su lugar, los unitarios fueron ángeles y los federales demonios, cuando en realidad las atrocidades fueron comunes, pero los que tuvieron el deshonor de poner en práctica primeramente los aberrantes métodos jacobinos, fueron precisamente los que se preciaron de civilizados y decentes. El federalismo reaccionó con saña a las muestras de ferocidad.


Con las nueve provincias dominadas. Córdoba, Mendoza, San Luis, San Juan, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Salta, Paz comenzó a desarrollar sus planes. Pero veamos el proceso de conformación de la Liga Unitaria o del interior. Después del compromiso previo de Alta Gracia entre Córdoba y San Juan, abril de 1830, a estas provincias se unieron Catamarca, San Luis, Mendoza y La Rioja en un acuerdo interprovincial unitario celebrado en Córdoba en Julio de ese año; tenía carácter de ofensivo y defensivo, siendo objetivo primordial dictar una constitución por parte de un congreso nacional, aceptando la forma de gobierno que éste adoptase. A ese congreso se convocaría también a Santa Pe y a Buenos Aires cuando cumplieran con sus compromisos; el gobernador de Córdoba podría recibir agentes diplomáticos de las provincias tratantes para ir tomando medidas previas. En agosto se plegaron a las anteriores Salta, Tucumán y Santiago del Estero, y en el nuevo convenio firmado se le otorgó a Paz el Supremo Poder Militar, hasta que se estableciera un gobierno nacional; tendría la jefatura de las fuerzas armadas de todas las provincias contratantes, y podría disponer de la cuarta parte de sus rentas respectivas.


Ante el peligro que significaba la Liga Unitaria, los caudillos federales del Litoral comienzan a anudar pactos parciales entre sí, como preliminares de un acuerdo más amplio entre todos. Ferré, gobernador de Corrientes, firma en Febrero de 1830 un pacto con López, gobernador de Santa Fe, cuyo objeto era convocar a la celebración de una liga ofensiva y defensiva entre las cuatro provincias litorales, debiendo enviar cada una de ellas un representante a Santa Fe a tal efecto; también otorgaron al gobernador de Buenos Aires el manejo de las relaciones exteriores. En marzo. Ferré pacta con Rosas un compromiso similar, y en mayo lo hace con Entre Ríos.





Pacto Federal


En julio se reúnen los comisionados de las cuatro provincias en Santa Fe. Ferré presentó un borrador con un proyecto de pacto que incluía estos puntos fundamentales: 1°) Creación de una comisión representativa de las cuatro provincias, que convocaría a un congreso que dictaría una constitución federal; 2°) Proteccionismo de las industrias a través de la elevación de los aranceles de aduana; 3°) Reparto de lo recaudado por las aduanas, incluso la de Buenos Aires, entre las provincias, en proporción al consumo y producción de cada una de ellas; 4°) Habilitación al comercio exterior del puerto de Santa Fe, además del de Buenos Aires.


Rosas, momentáneamente se negó a establecer el proteccionismo aduanero, aunque veremos que en su segundo gobierno advirtió la razón que les asistía a las provincias y dio vuelta sobre sus pasos. En cuanto al tercer reclamo, fue siempre inflexible: las rentas de aduana, como luego quedó definitivamente establecido en la Constitución de 1853, debían ser recursos nacionales, exclusivamente. Buenos Aires argumentó que si ella financiaba el mantenimiento de las relaciones exteriores, pagaba la deuda pública y los gastos de defensa militar, todas erogaciones indispensables y evidentemente prioritarias, no se podía disponer de los fondos para que las provincias solventaran sus urgencias que, agregamos nosotros, siempre serían de segundo orden. Si era injusto, como hizo Rivadavia, destinar los recursos de la aduana de Buenos Aires para solventar los gastos edilicios o educativos de ella, también lo era destinarlos a esas mismas exigencias de las administraciones provinciales. Lo correcto era hacer lo que hizo Rosas: destinar las entradas aduaneras a sostener el aparato defensivo, diplomático y financiero del Estado central, sin el que la empresa nacional no podría subsistir.


Otra negativa cerrada lo fue en relación a la habilitación de puertos interiores, algo que parece más discutible. En principio no admitió la exigencia del comercio exterior de Santa Fe, pero luego cedió ante los requerimientos de Estanislao López. Observándolo bien, permitir la libre comunicación de los puertos del interior con el exterior, contribuía a la disgregación nacional, en una etapa en que los lazos entre las provincias no eran lo suficientemente firmes. Tal había acontecido con Montevideo y la independencia de la Banda Oriental: el libre trato con el exterior era una tentación hacia la disgregación ante la primera dificultad entre el poder central y el poder local. Mas había otra razón: la libre navegación de nuestros ríos interiores por buques de bandera extranjera mataba nuestra marina de cabotaje, y esto ocurrió después de Caseros. Mantener esa marina de cabotaje en manos argentinas, habría sido fundamental para que sobre esa base se construyera nuestro poderío mercante internacional. ¿Acaso, no se debió a la destrucción de nuestra marina de cabotaje por la libre navegación de nuestros ríos interiores, entre otras causas, el hecho de que la Nación comenzó a poseer marina mercante internacional recién a partir de la presidencia de Ramón S. Castillo en 1942? 104.


La postura de Rosas llevó a que Corrientes no firmara primitivamente el Pacto Federal el 4 de enero de 1831; lo hicieron solamente Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, aunque Corrientes se adhirió poco después. Analizaremos seguidamente esta importantísima pieza documental fundadora del derecho público argentino vigente 104 bis:


1°) Declara que «la mayor parte de los pueblos de la República ha proclamado del modo más libre y espontáneo la forma de Gobierno Federal»; 2°) En los artículos 2° y 3° se crea una liga ofensiva y defensiva entre las provincias firmantes, contra cualquiera de las otras provincias no firmantes y contra «cualquiera invasión extranjera que se haga, bien en el territorio de cada una de las tres provincias contratantes o de cualquiera de las otras que componen el Estado argentino»; 3°) Se comprometían a no celebrar tratado alguno con otra provincia del Litoral, ni con gobierno alguno, sin previo consentimiento de las demás pactantes; pero se obligaban también a no rehusar dicho consentimiento «siempre que tal tratado no perjudique a otra de las mismas tres provincias o a los intereses generales de ellas o de toda la República»; 4°) El artículo 6° especificaba: «Se obligan también a no tolerar que persona alguna de su territorio ofenda a cualquiera de las otras dos provincias, o a sus respectivos gobiernos, y a guardar la mejor armonía posible con lodos los gobiernos amigos; 5°) Establecía el derecho de extradición de delincuentes por delitos comunes o políticos entre las provincias firmantes; 6°) Los artículos 8° al 10°, especificaban: artículo 8°: «Los habitantes de las tres provincias litorales, gozarán recíprocamente la franqueza y seguridad de entrar y transitar con sus buques y cargas, en todos los puertos, ríos y territorios de cada una, ejerciendo en ella su industria con la misma libertad, justicia y protección que los naturales de la provincia en que residan, bien sea permanente o accidentalmente»; artículo 9°: «Los frutos y efectos de cualquier especie que se importen o exporten del territorio a puertos de una provincia a otra, por agua o por tierra, no pagarán más derechos que si fuesen importados por los naturales de la provincia a donde o de donde se exportan o importan»; artículo 10°: «No se concederá en una provincia derecho, gracia, privilegio o exención a las personas y propiedades de los naturales de ellas, que no se conceda a los habitantes de las otras dos»; 7°) La única excepción al artículo 10°, era para el caso de que alguna provincia hubiese especificado que para ser gobernador de ella se necesitase ser natural de la misma; 8°) Cualquier provincia no signataria podía ingresar a la liga reuniendo dos condiciones: a) Aceptar el federalismo como forma de gobierno; b) Ser admitida por todas y cada una de las provincias firmantes; 9°) Si alguna provincia era atacada por algún poder extraño, las demás la auxiliarían militar y financieramente; 10°) El artículo 14° especificaba: «Las fuerzas terrestres y marítimas que, según el artículo anterior, se envíen en auxilio de la provincia invadida, deberán obrar con sujeción al gobierno de ésta, mientras pisen su territorio y naveguen sus ríos, en clase de auxiliares»; 11°) Los artículos 15° y 16° contenían las disposiciones relativas a la futura organización de la República, por lo que los transcribiremos in extenso para ilustración más acabada del lector: artículo 15°: «ínterin dure el presente estado de cosas y mientras no se establezca la paz pública de todas las provincias de la República, residirá en la capital de Santa Fe, una comisión compuesta de un diputado por cada una de las tres provincias litorales, cuya denominación será: Comisión Representativa de los gobiernos de las provincias litorales de la República Argentina, cuyos diputados podrán ser removidos al arbitrio de sus respectivos gobiernos, cuando lo juzguen conveniente, nombrando otros inmediatamente en su lugar»; artículo 16°: «Las atribuciones de esta Comisión serán: 1a. Celebrar tratados de paz a nombre de las expresadas tres provincias conforme a las instrucciones que cada uno de los diputados tenga de su respectivo gobierno, y con la calidad de someter dichos tratados a la ratificación de cada una de las tres provincias; 2a. Hacer declaración de guerra contra cualquier otro poder, a nombre de las tres provincias litorales, toda vez que éstas estén acordes en que se llaga tal declaración; 3a. Ordenar se levante el ejército en caso de guerra ofensiva o defensiva y nombrar el general que deba mandarlo; 4a. Determinar el contingente de tropa con que cada una de las provincias aliadas deba contribuir, conforme al tenor del artículo trece; 5a. Invitar a ledas las demás provincias de la República, cuando estén en plena libertad y tranquilidad a reunirse en federación con las tres litorales; y a que por medio de un Congreso general federativo se arregle la administración general del país, bajo el sistema federal, su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales, y el pago de la deuda de la República, consultando del mejor modo posible la seguridad y engrandecimiento general de la República, su crédito interior y exterior, y la soberanía, libertad c independencia de cada una de las provincias».


Luego de la retahíla de reglamentos, estatutos y constituciones dictadas desde 1810 que sólo fueron tiras de papel casi sin vigencia, un instrumento, en buena medida forjado por Rosas en 1831, el Pacto Federal, emergió como el primer texto aplicado efectivamente. Fue una verdadera constitución, no acaso en la acepción que le ha dado la doctrina moderna en general, sino en el sentido lato de instrumento que otorga finalidad y juridicidad a la vida de un Estado. Rosas lo usó, al lograr paulatinamente la adhesión a él del total de las catorce provincias primitivas, para sellar en forma definitiva la unidad nacional.


El propio Mitre hubo de reconocer en 1862: «Ese tratado es la única Ley Fundamental de la República, el único vínculo que ata las provincias argentinas, el único fanal que ha ardido constantemente en medio de la horrible borrasca en que nos hemos agitado, azotados por el viento del infortunio y nadando en un mar de sangre. Todas las constituciones nacionales, todas tas leyes nacionales, todos los tratados interprovinciales, todo ha naufragado, menos esa ley, ese pacto social federativo que es la piedra angular sobre la cual se quiere hoy construir el edificio de la organización nacional»105. Conceptos con los que coincidimos, menos con el último, donde anota: «piedra angular sobre la cual se quiere hoy construir el edificio de la organización nacional». Es que el edificio de la organización nacional, en 1852, estaba ya en construcción sobre la base del mencionado Pacto de 1831. Para lo que podía pedirse al respecto, en 1852, teniendo en cuenta la realidad de la República en esa época y por sobre todo, su más inmediato pasado histórico, los resortes políticos arbitrados funcionaban aceptablemente, en algunos casos con sorprendente eficacia.


En efecto, la liga defensiva creada entre las provincias por el Pacto había permitido derrotar la agresión de las dos primeras potencias de la tierra, a la sazón Francia e Inglaterra, mantener a raya la insidia brasilera y lograr la restauración del orden interior dislocado por el clima subversivo que se había vivido, patente y vigoroso, hasta 1841. Destruido hacia 1830 casi todo rastro de instituciones nacionales, el Pacto debió comenzar por sentar las bases de lo que es el objeto más elemental de toda colectividad política: la defensa común Finalidad especificada en los artículos 2° y 3° e instrumentada en cuanto a tropas, armamento y conducción operativa en los artículos 13, 14 y 16.


En 1852 la Confederación Argentina era universalmente respetada y se había detenido el proceso de su desmembración, cortando de cuajo la anarquía mental y de hecho en que se había vivido. A este último aspecto iban enderezadas las cláusulas cuarta y quinta del Pacto, puesto que para que alguna de las provincias pudiera entrar en tratativas o celebrar tratados con otros gobiernos, necesitaba el acuerdo de todas las demás. Este requisito fue usado por el Dictador en varias oportunidades, para obstaculizar actitudes de algunas provincias que gobernadas por personajes de escasa conciencia nacional, pactaron con factores internacionales a espaldas y en contra de la propia Confederación, creando fisuras proclives a nuevas dolorosas amputaciones territoriales.


En lo referente a aspectos comerciales, no se observa cláusula o referencia alguna que pudiera comprometer, directa o indirectamente, el señorío de los argentinos sobre sus fuentes de riqueza, porvenir material o resortes financieros, como así correspondía al proyecto nacional que se echaba a andar con humildad pero también con dignidad.





La Comisión Representativa.


La Comisión Representativa comenzó a actuar en Santa Fe casi inmediatamente, el 15 de febrero. Su primera medida fue declarar la guerra a la Liga Unitaria y designar a Estanislao López comandante en jefe de las fuerzas federales. El desenlace de esta lucha fue rápido. Paz cayó prisionero de una partida santafesina en mayo de ese año 1831. Mientras, Facundo Quiroga, armado por Rosas, fue reconquistando para la causa federal Río IV, San Luis, Mendoza, y finalmente derrotó en forma contundente en la batalla de La Ciudadela, provincia de Tucumán, a Lamadrid. Gobernando Salta Rudecindo Alvarado, el general Andrés Santa Cruz, presidente boliviano, había ofrecido anexar esa provincia al país del altiplano. La proximidad de Quiroga hizo que Alvarado huyera buscando la protección boliviana, y los federales tomaron el gobierno de esa preciada provincia con Pablo Latorre. Así se salvó la argentinidad de Salta.


Por obra de los triunfos federales, las provincias fueron sumándose a la Liga Federal mediante la firma del Pacto: Santiago del Estero, Córdoba, Mendoza, Corrientes, La Rioja, Tucumán, San Luis, Salta, Catamarca, fueron integrando ese nuevo ente que se llamó Confederación Argentina; también fueron delegando en el gobernador de Buenos Aires el manejo de las relaciones exteriores. Algunas como Corrientes, Córdoba y Mendoza, mandaron su diputado a la Comisión Representativa que funcionaba en Santa Fe.


Terminada la guerra, de acuerdo al artículo 15° del Pacto Federal, la Comisión Representativa debía disolverse pues él comenzaba estableciendo: «ínterin dure el presente estado de cosas y mientras no se establezca la paz pública de todas las provincias de la República, residirá en la capital de Santa Fe, una comisión compuesta...». Esa disolución además se había convenido entre Rosas y López en una reunión celebrada en nuestra ciudad, Rosario, en octubre de 1831, encuentro en el que también se había resuelto postergar la convocatoria del Congreso que organizaría la República. Sin embargo, López no quedó conforme y subsistió en él el propósito de reunir un Congreso.


Cartas de los miembros de la Comisión Representativa Manuel Leiva, por Corrientes, y Juan Bautista Marín, diputado por Córdoba, mandadas a vecinos de Cata-marca y La Rioja, cayeron en poder de Quiroga, que no simpatizaba para nada con el caudillo santafesino. En esas cartas se intrigaba contra el gobierno de Buenos Aires, al que se criticaba su política librecambista y el manejo que hacía de las entradas de su aduana. Enterado Rosas por Quiroga del contenido de estas misivas tan comprometedoras, exigió a López la disolución de la Comisión Representativa, que como se lo había vaticinado al gobernador santafesino, sólo serviría para ser semillero de intrigas que terminarían por dividir a los federales. López, que vio a Rosas apoyarse en Quiroga en esta emergencia, no tuvo más remedio que aceptar la exigencia del porteño. Los poderes de la Comisión se trasladaron al gobernador de Buenos Aires según la propia decisión de la Comisión en su última sesión.





Las ideas políticas de Rosas


La controvertida personalidad que surgiría en medio del caos de aquellos años, Juan Manuel de Rosas –hombre de lecturas, sin duda, pero sobre todo atento y frío observador de la realidad circundante, que fue su maestra– dejó estampados juicios sorprendentes en su profuso epistolario respecto al tema de la organización nacional.


Lo caracterizaron apreciaciones que sostuvo a lo largo de toda su vida, incluso en el exilio, como estas reflexiones que al final de ella, en 1873, hiciera a Vicente G. Quesada y a su hijo Ernesto, que ocasionalmente lo visitaron: «...una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica...»; «Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca»106.


El realismo de Rosas, patente en toda su correspondencia, merece algunas otras transcripciones. Así en la carta del 16 de diciembre de 1832, escrita al caudillo santiagueño Felipe Ibarra, le dice: «Si me dejara arrastrar por las inspiraciones de mi corazón sería el primero en clamar por una asamblea que, ocupándose de nuestros destinos y necesidades comunes, estableciese un sistema conforme a las opiniones de la mayoría de la República y centralizase la acción del poder. Pero la experiencia y los repetidos desengaños me han mostrado los peligros de una resolución dictada solamente por el entusiasmo, sin estar antes aconsejada por la razón y por el estudio práctico de las cosas... la prudencia prescribe marchar con las circunstancias y con los sucesos, para no perdernos en ensayos precipitados»107.


Atender a la experiencia, los desengaños, la razón y la prudencia, estudio práctico de las cosas, marchar con las circunstancias y con los sucesos, son presupuestos permanentes en la concepción del pragmático caudillo en materia organizativa. A Quiroga, en carta del 4 de octubre de 1831, le explica: «lo que principalmente importa es que cada provincia se arregle, se tranquilice interiormente y se presente marchando de un modo propio hacia el término que le indique la naturaleza de sus elementos y recursos de prosperidad. Son muchísimos y absolutamente indispensables los embarazos actuales para entrar ya en una organización general». «Lo que haya de hacerse después, lo indicará el tiempo, la marcha de los sucesos y la posición que vayan tomando los pueblos por su buena organización y verdadero patriotismo»108. Y en la carta del 28 de febrero de 1832: «Las provincias serán despedazadas tal vez, pero jamás domadas. Por estos mismos principios es que he creído que la Federación es el voto expreso de los pueblos, y que para no malograr sus deseos y constituir la República bajo esta forma sólo podría hacerse sólidamente, no en el momento presente sino gradualmente, pues el tiempo es quien ha de afianzar esta obra»109. Señalamos: la naturaleza de sus elementos, el tiempo, la marcha de los sucesos, la posición que vayan tomando los pueblos, la Federación como voluntad de los pueblos, el voto expreso de los pueblos, los deseos de éstos, el gradualismo como método. La contemplación de todos estos aspectos no figura generalmente en el bagaje de los ideólogos, sino en las alforjas de los estadistas fundadores.


A los apuros constitucionales de Estanislao López contesta en misiva del 6 de marzo de 1836, instándolo a «guardar el orden lento, progresivo y gradual con que obra la naturaleza, ciñéndose para cada cosa a las oportunidades que presentan las diversas estaciones del tiempo y el concurso más o menos eficaz de las demás causas influyentes»110. Respecto del método para el logro de una organización que responda al ser y a la voluntad de la Nación, Rosas expresa al mismo López en correspondencia del 2 de septiembre de 1830: «Los Congresos no deben ser el principio sino la consecuencia y último resultado de la organización general»111. Y a Quiroga el 3 de febrero de 1831: «Primero es saber conservar la paz y afianzar el reposo, esperar la calma e inspirar recíprocas confianzas antes que aventurar la quietud pública. Negociando por medio de tratados el acomodamiento sobre lo que importe el interés de las provincias todas, fijaría gradualmente nuestra suerte, lo que no sucedería por medio de un congreso, en que al fin prevalecería en las circunstancias la obra de las intrigas a que son expuestos. El bien sería más gradual, es verdad, pero más seguro. Las materias por el arbitrio de negociaciones se discutirían con serenidad, y el resultado sería el más análogo al voto de los pueblos y nos precavería del terrible azote de la división y de las turbulencias que hasta ahora han traído los congresos, por haber sido formados antes de tiempo. El mismo progreso de los negocios así manejados, enseñaría cuando fuese el tiempo de reunir el congreso; y para entonces ya las bases y lo principal estaría convenido y pacíficamente nos veríamos constituidos»112.


Todas estas ideas las reafirma en la famosa carta del 20 de diciembre de 1834 al mismo Quiroga escrita en la Hacienda de Figueroa: «entre nosotros no hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia, promoviendo y alentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad. Cuando éste se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valemos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sin bullas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre los gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocar las cosas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada»113.


Proponía los pactos como medio de alcanzar una sólida unidad nacional que salvase lo que había quedado de la primitiva herencia territorial, algo más que diezmada por la pérdida de la mitad de su superficie, teniendo en cuenta que ese saldo estaba a punto de llegar al paroxismo de la disolución en catorce republiquetas independientes. El Congreso como coronación del proceso organizativo y no como prefacio, pues varios congresos y asambleas ya habían fracasado estrepitosamente desde 1810 en esa misión. Obra lenta, en que el tiempo debía hacer su parte, serenando los espíritus, brindando a la inteligencia argentina la posibilidad de captar la índole y la voluntad de un pueblo en la tarea de darle organismos políticos; obra que a veces es tan lenta que insume siglos. Acomodamiento de los intereses de todas las partes involucradas, esto es, las provincias. La paz como elemento primordial; paz nacida de la concordia, del acuerdo de los corazones de los argentinos, factor esencial para el logro del consenso político que importa la organización de un país. El párrafo final trascripto: «es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada», merece una breve consideración. ¿Qué era en el concepto de Rosas lo que se había destruido totalmente, a punto tal que ahora darse instituciones significaba «formarnos del seno de la nada»? Evidentemente se refiere a las instituciones españolas, implantadas durante cerca de trescientos años de ensayos que importaban otros muchos siglos de experiencia ibérica-europea, y que el vendaval del iluminismo había arrasado de cuajo, dejándonos a la intemperie de la que hablaba Sarratea en carta que glosaremos.


En la carta de la Hacienda de Figueroa, Rosas agrega otras ideas a las expresadas como fundamentales para lograr una organización auténtica, que consultara los requerimientos de nuestra idiosincrasia y las características de nuestra sociabilidad. Vamos a enumerarlas:


1°) Rosas entendía que para organizar eficientemente un estado confederal primero debían estar debidamente constituidas u ordenadas las partes, esto es, las provincias: «¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla, y solicita, primeramente, bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo?». Especialmente una república federal seria «lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de testados bien organizados en sí mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder general con respecto al interior de la República, es casi ninguna y su principal y casi toda su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las naciones extranjeras; de consiguiente, si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno General representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás»;


2°) De estos conceptos surge que Rosas es más partidario de una confederación que de una federación, en la que cada componente provincial se reserva un grado de autonomía mayor que en la federación;


3°) La necesidad de contar con una clase dirigente con capacidad suficiente, era condición sine qua non para que rigiera los destinos del país a partir de su organización: «Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde sacaremos los que hayan de dirigir toda la República?... un cuerpo de representantes y de ministros, federales todos, de quienes se prometa las luces y cooperación necesaria para presentarse con la debida dignidad, salir airoso del puesto...»; más adelante exige patriotismo en esos dirigentes, esto es, sentido nacional;


4°) En cuanto a la ciudad donde habría de reunirse el congreso y el lugar donde funcionaría la futura capital de la, Confederación, siguiendo a Artigas y a San Martín, considera que no debe ser Buenos Aires y parece sugerir una solución similar a la de Estados Unidos: «Si se me preguntase dónde está hoy ese lugar diré que no sé, y si alguno contestase que en Buenos Aires, yo diría que tal elección sería el anuncio cierto del desenlace más desgraciado y funesto a esta ciudad, y a toda la República... El punto sobre el lugar de la residencia del Gobierno suele ser de mucha gravedad y trascendencia por los celos y emulaciones que esto excita en los demás pueblos, y la complicación de funciones que sobrevienen en la corte o capital de la República con las autoridades del Estado particular a que ella corresponde. Son estos inconvenientes de tanta gravedad que obligaron a los norteamericanos a fundar la ciudad de Washington, hoy capital de aquella República que no pertenece a ninguno de los Estados confederados»;


5°) Dice Rosas: «Después de convenida la organización que ha de tener el Gobierno, sus atribuciones, residencia y modo de erigirlo, debe tratarse de crear un fondo nacional permanente que sufrague a todos los gastos generales, ordinarios y extraordinarios, y al pago de la deuda nacional... Después de establecidos estos puntos, y el modo como pueda cada Estado Federado crearse sus rentas particulares sin perjudicar los intereses generales de la República, después de todo esto, es cuando recién se procederá al nombramiento del jefe de la República y erección del Gobierno general»114.


Los choques con Ferré, respecto de aspectos económicos y financieros, recientes en el tiempo, habían llevado al futuro Dictador a la convicción que antes de erigir autoridad nacional alguna, las provincias debían estar de acuerdo sobre esos puntos esenciales.


El planteo de Rosas, pues, respecto de la organización nacional, está totalmente divorciado de las ideas iluministas en boga, que la elucubraban como producto de un Congreso donde doctores más o menos enterados del articulado de tal o cual constitución, adoptaban disposiciones de una y de otra armando un texto condensado en un pequeño código a su gusto y paladar académico. Rosas la veía como la vieron los británicos: producto de la costumbre y de leyes que van dictándose los pueblos a medida que transcurre el tiempo, adaptándolas a las circunstancias e intereses reales de esos pueblos, retocándolas década a década y siglo a siglo según variaran esas circunstancias e intereses.


En esto Rosas acompañó en el pensamiento a San Martín quien escribió; «Yo estoy firmemente convencido, que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen tanto de sus habitantes como de las constituciones que los rigen. Si los que se llaman legisladores en América hubieran tenido presente que a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, pero sí las mejores que sean apropiadas a su carácter, la situación de nuestro país sería diferente»115; conceptos que abundan en la correspondencia del Libertador y sobre los que machaca reiteradamente.


También el representante del Dictador en Francia, el ex-triunviro Manuel de Sarratea, estando en Londres en 1815, escribió párrafos sesudos a Manuel José García, producto de su fina percepción de las instituciones británicas que muchos admiraban y por ello plagiaban. Sarratea advirtió que si se quería tener instituciones adecuadas como las inglesas, se debía comenzar por no copiarlas, sino adoptar la metodología que los británicos usaron para tener sólidas y útiles instituciones: hacerlas respetuosas de la realidad, flexibles y fácilmente adaptables al cambiante mundo de las circunstancias políticas y económico-sociales, teniendo presente que una constitución no es algo así como un símbolo patrio que se debe venerar, sino un mero instrumento o herramienta de trabajo, en este caso, de labor política 116. Luego veremos que nada menos que Facundo Zuviría, presidente del Congreso Constituyente de Santa Fe, coincidió con esta postura realista.