Historia Constitucional Argentina
2. Dorrego: Su política interior
 
 

Sumario:Dorrego. Su política interior. Convención de Santa Fe. La paz con Brasil. Sublevación del 1° de diciembre de 1828. Tratados de Cañuelas y Barracas.





Quien asumió la gobernación de la provincia de Buenos Aires en agosto de 1827 era un auténtico demócrata, es verdad que influido por las tendencias norteamericanas al respecto que había captado en su ostracismo en ese país cuando fue desterrado por exponer sus convicciones durante el directorio de Pueyrredón. Su clientela política se reclutaba en los mismos orilleros porteños que habían seguido a Saavedra en 1810 y 1811 y a Soler en 1815. Hombre de una gran probidad moral, transparente, verdadero amante de la libertad y de la igualdad, entendió que ellas debían vivirse plenamente.


Precisamente, a la libertad de prensa, durante su gestión se la puso en práctica hasta el extremo, hasta la licencia mas desenfrenada. Sus enemigos políticos la utilizaron para atacarlo soez y calumniosamente; así Juan Cruz y Florencio Várela desde «El Tiempo», Julián Segundo de Agüero en «El Duende», Manuel Bonifacio Gallardo con «El Porteño», etc. Los dorreguistas Pedro Sáenz de Cavia y Manuel Moreno contestaban desde «El Correo Federal», apelando también a la violencia verbal. Esto no era libertad de prensa, sino guerra de pasquines sin ningún escrúpulo moral; según López «Todos los incidentes del hogar, los dolores y el pudor de las familias, las debilidades de la vida privada, las pasiones particulares, las crónicas escandalosas, los deslices de todo género, tenían su tablado de exhibición en veinte papeluchos sarcásticos, chocarreros, guarangos... se marchaba a velas desplegadas a la lucha civil»91.


Rojas y Patrón, su ministro de Hacienda, siguió una austera política fiscal que intentó poner orden en las finanzas públicas, y su comandante en la campaña. Juan Manuel de Rosas, instrumentó una «Comisión pacificadora de indios» que llevó la tranquilidad a la zona rural, siendo el verdadero fundador de las localidades de Federación, hoy Junín, de 25 de Mayo y de Bahía Blanca.


La elección del 4 de mayo de 1828 para renovar la mitad de la Junta de Representantes fue tumultuosa. Se presentaron unitarios y federales a la lucha 92, por primera vez en el decurso de los acontecimientos. Los primeros conducidos por Lavalle y Alvear, que han regresado del frente de guerra, y los últimos por Iriarte. Los dos sectores quedaron desconformes, y un grupo de alrededor de 500 ciudadanos pidió la suspensión de la elección. El escrutinio reveló 2.543 votos federales contra 29 opositores, fraude que no tiene sentido pues los primeros eran mayoría. Dice Gálvez, que estas elecciones «demuestran también como en el fondo de esta lucha hay una cuestión de clases. Se ha visto quienes votan por la lista federal; los hombres del pueblo bajo, los carniceros, los negros, los mulatos. Han votado por la lista unitaria, o no pudieron votar por ella los que se consideran aristócratas y de quienes el federal «Correo Político y Mercantil» dice, por esos días, con malignidad y sarcasmo: «Démosles las gracias porque no se han atrevido a llamarse nobles». Por su lado, los diarios unitarios demuestran su desprecio por la «chusma»93.








Convención de Santa Fe


Fracasado el Congreso, las tres provincias cuyanas firman un pacto ofensivo y defensivo, y se conciertan para apoyar el culto católico «con exclusión de cualquier otro culto», en Huanacache; invitan a todas las provincias a reunir un congreso en San Luis. No sabiendo de este compromiso, Bustos invita el 3 de mayo de 1827 a las provincias, con excepción de Tucumán y Catamarca, que están en poder de unitarios, a suscribir otro tratado ofensivo y defensivo que rechazaría la Constitución unitaria de 1826, terminaría con las autoridades nacionales y convocaría un congreso a reunirse «precisamente en la provincia de Santa Fe».


Cuando Bustos se enteró de que las autoridades nacionales se habían disuelto, mandó a su sobrino Francisco Ignacio Bustos a pactar con la provincia de Buenos Aires, esperando apoyo de ella para su congreso de Santa Fe. De esta misión surgió un acuerdo entre Córdoba y Buenos Aires, por el cual ambas provincias se comprometían a cooperar en la continuación de la guerra contra Brasil, y a enviar diputados a una convención que se realizaría en Santa Fe o en San Lorenzo, cuyo objetivo sería nombrar un poder ejecutivo provisorio encargado del mantenimiento de las relaciones exteriores, y también preparar el futuro congreso constituyente. Es que Buenos Aires, esto es, Dorrego, no quería que Bustos, que aspiraba a la presidencia, organizase en el interior el congreso que sancionase la constitución bajo su influencia, sino que sólo regentease una convención meramente preparatoria del congreso que Dorrego, también pretendiente a la primera magistratura, deseaba manejar. Por ello, cuando el pacto fue a Córdoba para ser ratificado, Bustos hizo sustituir la palabra convención por congreso; esta provincia siguió invitando al congreso de Santa Fe y Buenos Aires aceptó concurrir a una convención.


Se dieron cita en la capital de nuestra provincia representantes de Buenos Aires, Banda Oriental, Entre Ríos, San Luis, Santiago del Estero, Córdoba, Mendoza, Misiones y la propia Santa Fe. Las desinteligencias apuntadas entre Bustos y Dorrego esterilizaron a la Convención, que fue una nueva oportunidad frustrada de reconstruir el Estado central, esta vez por ambiciones entre los propios federales. Una de las pocas cosas efectivas que hizo esta asamblea, fue ratificar el tratado de paz firmado con la Corte brasileña.








La paz con Brasil


El propósito de Dorrego al asumir el poder fue continuar la guerra con Brasil. Pero ya hemos visto que la tropa estaba muy mal pagada y no se avizoraba una mejora de nuestra situación financiera para reforzar a Alvear a fin de que éste aprovechara el triunfo de Ituzaingó.


El ministro inglés en Buenos Aíres, lord Ponsonby, presionaba a Dorrego para que buscara la paz, pero éste desoyó sus apremios y solicitó ayuda a las provincias activando a nuestros corsarios contra los buques brasileños. Fructuoso Rivera les tomó a éstos las Misiones Orientales, precioso territorio patrio al este de las provincias de Corrientes y Misiones, que los codiciosos vecinos usurpaban desde hacía tiempo.


Dorrego planeó una sublevación republicana en Brasil con secuestro del Emperador, y buscó también el apoyo de Bolívar sin conseguirlo. Mas el gobernador de Buenos Aires no tiene recursos para concluir la guerra y debe ceder finalmente a los requerimientos de Ponsonby, que busca la paz sobre la base de la independencia de la Banda Oriental que internacionalizara el Río la Plata. Dorrego piensa que a esta solución solamente debe llegarse si los orientales así lo deciden libremente.


Ponsonby apura una solución, pues la guerra marítima perjudica el comercio de sus connacionales en el Plata. Gordon, que representa a Inglaterra en Río de Janeiro, logró que la cancillería carioca aceptase la paz sobre la base de la independencia de la Banda Oriental. Fue todo un triunfo británico. Además de convertirse el Río de la Plata en una posible corriente de agua internacional, los que podían barruntarse como los poderosos Estados Unidos del Sur, perdían un territorio estratégicamente insustituible, y con él, el manejo de la llave de la cuenca del Plata, además de lo que económicamente significa la Banda Oriental.


El Uruguay que nacía sería un precioso enclave para que las potencias mundiales pudieran utilizarlo como una de las plataformas para sus proyectos de señorío internacional. Hay historiadores que aprecian, con razón, que esta ha sido la pérdida territorial más trascendental de todas las que sufrimos a lo largo de nuestra historia. Desde el punto de vista de nuestra política interna, con el Uruguay desperdiciábamos la posibilidad de contrapesar el poderío porteño y hacer viable un proyecto genuinamente federal.








Sublevación del 1 de diciembre de 1828


Si la República salió desmedrada de tal manera con la firma de la paz con Brasil, el partido «de las luces» salió ganando un ejército para sus proyectos de hegemonía unitaria. En efecto, las tropas que regresaban del frente venían resentidas por muchos motivos: eran acreedoras del pago de largos meses de sueldos, habían padecido necesidades y sufrimientos por la falta de atención material elemental, y por sobre todo, no entendían como después del triunfo de Ituzaingó podía haberse malogrado el objeto de la contienda, esto es, la soberanía sobre la Banda Oriental.


La Logia trabajó activamente para incentivar ese resentimiento. Rosas le escribía a Dorrego: «El ejercito nacional llega desmoralizado por esa logia que desde mucho tiempo nos tiene vendidos: logia que en distintas épocas ha avasallado a Buenos Aires, que ha tratado de estancar en su pequeño círculo a la opinión de los pueblos; logia ominosa y funesta, contra la cual esta alarmada toda la Nación»94. Encontraron en La-valle al jefe, personaje de valía militar incuestionable, pero que políticamente era la mediocridad personificada.


Días antes del estallido se sabía del pronunciamiento. Todos menos el incauto Dorrego, que recién se convenció de la verdad, cuando supo que nuestros bravos vencedores de Ituzaingó eran sacados del cuartel de la Recoleta para exigir su destitución. Pudo escapar cuando ya las tropas sublevadas formaban en la Plaza de la Victoria. Buscó el apoyo de Rosas, pero no escuchó el prudente consejo de éste, que le recomendó no presentar batalla con los efectivos que reuniera, y que buscara auxilio en Santa Fe, mientras el lo haría en el sur, donde estaba su baluarte. En tanto, el mismo día 1 de diciembre una asamblea de la «gente decente» elegía a Lavalle gobernador en el templo de San Roque.


Desgraciadamente para la suerte de Dorrego, este decide enfrentar a Lavalle, que lo derrota completamente en Navarro, y entonces emprende la huida a San Nicolás, en cuyas inmediaciones es tomado prisionero por dos oficiales aparentemente leales, pero que lo entregan a Lavalle. Imperado por los hombres de la Logia –en especial por Salvador María del Carril, que le recuerda que la organización secreta había, desde hacía tiempo, decidido la muerte de Dorrego–95 Lavalle procede a fusilar a Dorrego.


Este inicuo asesinato fue el verdadero motor que abrió toda una era de sangre en el país. Sacrificio inútil de quien había sido respetuoso de las reglas humanitarias en las luchas en que intervino, que murió perdonando a sus victimarios y pidiendo que su sangre fuera la última que se derramase en este suelo, cuyas luchas por la independencia habían contado con su espada de patriota.


Por considerarlo un asesinato, cometido por un Jefe usurpador, la Convención Nacional calificó tal acto como crimen de alta traición y pidió ayuda militar a las provincias para reprimir el abuso. Poco después designó jefe de las fuerzas que irían a combatir a Lavalle, a Estanislao López. Fue en realidad la última medida de importancia tomada por la Convención, la que prácticamente se disolvió a fines de 1829.


Lavalle impuso en Buenos Aires un gobierno de fuerza, de terror. Se fusiló, se deportó, se cerraron diarios, se despojó 96. No sólo en la ciudad. Especialmente en la campaña bonaerense, Estomba, Juan Apóstol Martínez, Rauch, jefes lavallistas, cometen tropelías de todo jaez: fusilamientos a boca de cañón, obligación de los sentenciados a muerte a cavar sus propias tumbas, etc. El unitarismo desata la barbarie y la crueldad más inaudita. Los federales no harán otra cosa que aceptar el reto sangriento.


La reacción popular fue inmediata. López, bien apoyado por Rosas, derrotó a Lavalle en Puente Márquez. Pero dado que Paz, que se había hecho del poder en Córdoba, amenazada Santa Fe, López debió dejar la lucha contra Lavalle y partir a su provincia. Entonces las circunstancias designaron a Rosas para terminar con el despotismo unitario, quien sin derramar más sangre eliminó a Lavalle. No sin que antes éste intentara apoyarse en San Martín, que había iniciado el regreso cuando supo de la elección de Dorrego, pero al enterarse del movimiento del 1 de diciembre no quiso desembarcar en Buenos Aires. Así explicó su conducta a 0’Higgins: «El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires... pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta»97. Una verdadera profecía respecto de lo que habría de venir.







Tratados de Cañuelas y Barracas


Decíamos que Rosas, con su paciencia y astucia proverbial, terminó con Lavalle sin cruentos enfrentamientos. En efecto, ante la deserción creciente de sus hombres, Lavalle comprendió la impopularidad de su causa. Se dirigió imprevistamente al campamento rosista, y concluyó un tratado con su adversario en Cañuelas, el 24 de junio de 1829. Se convino dar término a la lucha, elegir una nueva Legislatura provincial y decretar una amnistía general. También se estipuló secretamente que para las elecciones citadas se presentaría una sola lista, integrada por federales y unitarios. Reservadamente se estableció que el futuro gobernador sería Félix de álzaga, y que Lavalle elegiría un ministro, Rosas otro, y el tercero lo designaría álzaga, inclinándose los primeros por Manuel José García, y por Vicente López y Planes, respectivamente.


Las elecciones fueron fijadas para el 26 de julio. Al saberse en Buenos Aires que Quiroga había sido derrotado en La Tablada por Paz, los unitarios porteños se ensoberbecieron, y en unos comicios sangrientos donde los muertos llegaron a 76, impusieron una lista crudamente unitaria, violándose lo pactado en Cañuelas. Rosas reaccionó, y todo parecía indicar que iba a desencadenarse nuevamente la lucha, pero advirtiendo Lavalle, que las fuerzas se inclinan a favor de los federales decide pactar nuevamente.


La nueva convención, denominada de Barracas, al par que significó la cesación en el mando de Lavalle, estableció el nombramiento de Juan José Viamonte como gobernador provisional, quien ejercería su autoridad asesorado por un Senado Consultivo, algo así como un consejo de Estado, compuesto por personajes expectables de Buenos Aires.


La creación del Senado Consultivo obedeció a la razón de que era un verdadero peligro para la paz pública llamar a elecciones de representantes a fin de integrar la Legislatura.. Los miembros del Senado serían 24: el presidente de la cámara de justicia, el general mas antiguo, el presidente del senado eclesiástico, el gobernador del obispado y el prior del consulado: los diecinueve que faltan los elegiría el gobernador provisorio entre personalidades militares, eclesiásticas, hacendados y comerciantes. Los atributos de este organismo eran «aconsejar al gobierno en los negocios eme este sometiera a su examen, en lodos los ramos de la administración interior y cíe la política exterior»; también «proponer todo lo que considerara útil para ocurrir a las necesidades ingentes del erario y del crédito, de la seguridad interior y exterior de la Provincia, y a la más pronta y fácil remoción de los obstáculos que retardaban el restablecimiento de un orden legal o impidieran la buena ejecución de las leyes». Viamonte actuaría con «las facultades extraordinarias que se consideren necesarias para la conservación de la tranquilidad pública», y sería el comandante de ludas las fuerzas armadas de la Provincia.


Ese personaje, apoyado por Rosas, intentó conciliar ambas corrientes en pugna, cosa que no logró, especialmente por oposición de los federales distinguidos. Cuando se propuso constituir la Legislatura, pensó en llamar a elecciones, pero el federalismo pidió que se restableciera la disuelta a causa del movimiento del 1 de diciembre. Consultado Rosas por el gobernador, aquel se pliega a la voluntad de su partido, y el 1 de diciembre de 1829, al cumplirse un año exacto de la sublevación de Lavalle, es restituida en sus derechos la Legislatura disuelta. ésta, el 6 de diciembre, eligió gobernador a Rosas con facultades extraordinarias.