Estanislao López y el federalismo del litoral
Dorrego gobernador
 
 

Entre tanto el coronel Pagola, uno de los vencidos en la Cañada de la Cruz, con una división salvada del desastre, se hace proclamar gobernador en la plaza de la Victoria. Alvear, por su parte, se hace proclamar gobernador por el cabildo de Lujan. Dorrego, Martín Rodríguez, Juan Manuel Rosas y La Madrid improvisan un ejército con elementos llegados de la campaña, derrocan a Pagola, desconocen a Alvear, y Dorrego es nombrado gobernador de Buenos Aires.


De inmediato fortifica la ciudad y exige el retiro de las tropas federales. El nombramiento de Dorrego es un reto al pueblo de Santa Fe que años antes ha visto asolada su ciudad y sus campos por las tropas del militar porteño.


López considera su situación, ve la dificultad de organizar el sitio, y se retira con sus tropas a la campaña, hacia el norte, sabiendo que Dorrego saldrá tras de sus pasos. Alvear y Carrera vienen con el ejército federal.


El 14 de Julio salía Dorrego en busca del ejército federal, al frente de dos mil hombres. Las gacetillas de Buenos Aires le despedían llenas de entusiasmo y le llamaban “el nuevo Temístocles”. Salía para vengar los desastres de Cepeda y de la Cañada de la Cruz


Dorrego sorprendió a las tropas de Alvear y Carrera en San Nicolás, y apoderándose de casi todo su armamento, tomó la ciudad. 39


Pocos días después López sufría un contraste en Pavón y se internaba con sus tropas en la provincia de Santa Fe, hasta el norte del Carcarañá.


Como tenía el don de arrastrar multitudes reforzó sus ejércitos en pocos días y bajó con premura al Arroyo del Medio en busca de Dorrego. En los alrededores de Melincué deshizo a las divisiones de Ovando, oficial santafecino, desertor del ejército de la provincia, y encontró al ejército de Dorrego en las chacras del Gamonal.



La batalla del Gamonal


Fue la batalla del Gamonal, como la de la Cañada de la Cruz, una batalla sangrienta en que explotaron pasiones acumuladas durante un largo período de rencores y de hostilidades. Dorrego había comandado con Díaz Vélez, en 1816, el ejército directorial que había asolado las campañas de la provincia y saqueado con ferocidad los hogares de los vecinos de Santa Fe.


Había muchos agravios que vengar y mediaba el contraste de Pavón. Dorrego y López habían conferenciado, después del desastre de las tropas de Carrera en San Nicolás, y había terminado la entrevista en forma desagradable. 40


La batalla del Gamonal fue un triunfo de las armas de López. Dorrego era aquel oficial del ejército de Belgrano, cuya presencia, según las palabras de éste último hubiera evitado las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.


El parte de la batalla del Gamonal, firmado por el general López, y que existe en el archivo de Santa Fe, es un documento de singular interés porque constituye un cuadro animado de aquellas épocas heroicas, hoy apagadas por la niebla de la leyenda. Palpita en sus renglones una profunda emoción de triunfo y de arrogancia guerrera. Dice así, en sus párrafos más interesantes:


“Sabedor el gobernador en campaña (Dorrego) del movimiento del ejército federal en el Pergamino, en circunstancias de hallarse situado con el de su mando en el territorio de Santa Fe, al norte del Arroyo del Medio, y agitado su orgullo por la sorpresa y castigo que recibió el desnaturalizado Ovando y su división, destinada al infame proyecto de quemar la guardia de Melincué, intentó volverme la mano sorprendiendo nuestro ejército en las chacras del mayor Benítez, a cuyo punto me había replegado para proteger la marcha de prisioneros y ganados a sus respectivos depósitos. En efecto, a las diez de la mañana del 2 del corriente, pudo llegar con ochocientos hombres de caballería sin ser sentido, hasta una legua a retaguardia de mi campo, cuando las partidas exploradoras me informaron de su aproximación. Como yo estuviese satisfecho de la suficiencia de mis fuerzas para escarmentar a Dorrego, y cierto de lo fascinado que éste estaba después del decantado e insignificante triunfo de Pavón, celebré me anticipase la oportunidad de convencerlo de su temeridad e impotencia. Dispuse la marcha de mis divisiones y muy pronto estuvimos a la vista de los enemigos que desplegaron en batalla sobre una cuchilla donde esperaban ser atacados. Mandé que la división de vanguardia se dirigiese hacia la derecha, para distraer, envolver si podía, o atacar a la izquierda enemiga y destiné con el primer objeto una corta fuerza de guaycurúes y dragones de mi escolta contra su derecha, desplegando el resto del ejército en batalla a su frente a menor distancia de tiro de fusil. Parecía regular, que haciéndose este movimiento, tan inmediato a una fuerza que ocupaba superior posición, en la propia formación para cargarlos, no nos hubiera dado tiempo para concluir; pero ella se mantuvo firme, hasta que situada una pequeña reserva, a retaguardia, a nuestro centro, ordené la ejecutaran mis tropas sin hacer uso del fusil. Así se hizo y el enemigo, cuya línea, en dos filas, ocupaba igual terreno que la nuestra en alas, salió con denuedo a recibirnos, con ventajas bien conocidas por su mayor número y el orden que por su doble formación pudo conservar, hasta cruzar sables, momento en que mis heroicos soldados les probaron las injusticias con que en un mes de aparentes glorias les diera el renombre de cobardes. Los supuestos héroes de San Nicolás y Pavón fueron obligados a mostrar la espalda sin haber dado a nuestra línea nueva ocasión de distinguirse. El enemigo emprendió una fuga vergonzosa con tanto empeño, como el alcance de los nuestros: abandonó su comisaría, municiones y artillería, dejando el campo en distancia de nueve leguas en que fue perseguido hasta repasar el Arroyo del Medio, cubierto de cadáveres, prisioneros, caballada, y armas. Oficiales han escapado muy pocos y el mismo general no habría librado si la fuerza destacada a impedir los pasos del río, hubiera podido llegar oportunamente, o si los caballos de los perseguidores, hubieran sido tan excelentes como los de los que huían.


“Los jefes de la división, oficiales y soldados, todos, se han distinguido a porfía, todos son dignos” de la gratitud de la Nación.


“El adjunto estado instruirá a U. S. de la pérdida que ha sufrido el enemigo y de las nuestras; las heridas de los valientes oficiales: Comandante de Dragones don Luis Orrego, y Alférez de Infantería don Domingo Pajón son leves, y muy pronto estarán aptos para hacer servicios.


“Los tiranos aprenderán para lo futuro, que no es fácil insultar con impunidad la provincia de Santa Fe, y sabrán que “las miserables reliquias del ejército de ladrones”, no les permitirán lograr con facilidad el descabellado propósito de esclavizar por más tiempo a los pueblos de la Liga. Quiera U. S. informar a los de la provincia, las glorias que hemos alcanzado por sus decididos esfuerzos. Dios guarde U. S. por muchos años. Cuartel General en el Arroyo del Medio, septiembre, 4 de 1820.


El mismo día de la batalla, había mandado una carta al gobernador delegado Méndez, lacónica y emocionada, que parece escrita sobre el caballo de pelea: “Son las tres y media de la tarde cuando vuelvo del campo donde el fascinado Dorrego ha sido completamente derrotado. Penetró hasta nuestra retaguardia sin ser sentido hasta hallarse próximo a mi cuartel”.


“Fueron derrotados al primer choque y perseguidos hasta este momento sin poder detallar los pormenores de tan brillante acción, por no haber recibido aún todos los partes de los jefes subalternos. El campo está cubierto de cadáveres, prisioneros hay muchos, y creo sea muy raro el que pueda escaparse por que los soldados, bien montados, los llevan cerca. Mañana podré satisfacer completamente la ansiedad de esos dignos compatriotas”.


El Gamonal es una de las batallas de más trascendencia política en la historia de las guerras civiles de la república. Con su triunfo el general López, afirmó su inquebrantable voluntad de que el país se orientara en sus destinos políticos de acuerdo a las bases democráticas establecidas en los tratados del Pilar.


Después del Gamonal, no prosperarán las tentativas monárquicas ni centralistas. La reacción directorial quedaba abatida para siempre. López había dicho en su nota a don José Artigas, refiriéndose a las cláusulas del Tratado del Pilar: “A las miras de ellas vigilaré sin interrupción; cualesquiera inconvenientes de menor consideración que puedan ocurrir, podrán ser obviados por la energía”. El triunfo del Gamonal era la prueba más concluyente de su indeclinable energía.


López supo apreciar las circunstancias en que le colocaba el triunfo del Gamonal. Todas las provincias estaban a la expectativa de esta guerra del litoral que amenazaba continuar y mantenía indecisa la marcha política del país. Buenos Aires trataba de malquistar al gobierno de Santa Fe, con las provincias del interior acusando a su jefe de díscolo y anárquico.


“Bandas de asesinos y ladrones”, llamaban las gacetas oficiales a los ejércitos de López.


El sabe hasta dónde responden sus ejércitos de campesinos leales y valientes, sabe que puede avanzar fácilmente hasta Buenos Aires, sin que se lo impidan los restos del ejército destrozado de Dorrego.


Pero considera la suerte de su provincia, el estado del país entero y el descrédito del nombre argentino. Y se dirige al cabildo de Buenos Aires, como lo había hecho siempre, ofreciendo la paz en un extenso documento, en que se revelan su abnegación, su valentía, sus arraigadas convicciones republicanas y la visión clara, sagaz, de la política de los gobiernos patrios, v del estado del país. Es el proceso más valiente y veraz que se ha hecho de los errores del directorio.



Los errores del Directorio


Conozcamos algunos párrafos de ese notable documento histórico que es toda una lección de historia argentina: Está fechada en el Cuartel General del Arroyo del Medio en' 14 de Septiembre de 1820, diez días después de la batalla del Gamonal:


“Creí no volver a hablar con ese gobierno ni con “V. S. desde que me convencí de la mala fe que marcaba la conducta del gobernador y de la aprobación que todos sus pasos escandalosos merecían. Pero cuando por boletines, circulares y demás comunicaciones oficiales de las diferentes autoridades de esa, veo la imprudencia y descaro con que se ataca el crédito de mi país y mi honor, para sorprender y decidir a las provincias contra sus propios intereses, se me pone en la necesidad de probar a V. E. su injusticia para que los americanos, todos, no desconozcan el origen de los males que afligen a esta parte del Nuevo Mundo”. Habla en general de los atentados cometidos por el gobierno de Buenos Aires, contra las Provincias, y agrega: “Me ceñiré solo a manifestar la rectitud de mis procedimientos desde la invasión del ejército federal a esa provincia, por noviembre del año pasado. No se oculta a los jefes de los pueblos de la liga que el ex-Director Alvarez, había entregado al rey de Portugal la provincia Oriental, y que este plan fue secundado por sus sucesores.


“No era pequeño el conflicto en que nos ponía una intriga de esa naturaleza, y penetrados de la impotencia a que nos reducía la falta de armas, para empeñar con tan corto número de tropas una guerra ofensiva contra el ejército portugués y el de Buenos Aires, auxiliado por los generales San Martín y Belgrano, apelamos al arbitrio de ilustrar a nuestros conciudadanos del modo vil con que se nos obligaba a besar la mano de un monarca déspota, manteniéndose mientras, en defensa, a costa de todo sacrifico para dar así tiempo a que los pueblos se alarmasen y cooperasen con nosotros a la destrucción de los traidores. Pero cuando por accidente logramos copia fiel del ofició del Director Rondeau al general Lecor de 2 de Febrero de 1819, publicado por la imprenta federal, nos persuadimos de la proximidad del peligro, y arrostrando todas las dificultades buscamos, atacamos y derrotamos completamente en la cañada de Cepeda al ejército que mandaba en persona el director, muy superior en número a nuestras divisiones. El terror se apoderó de los aristócratas y los verdaderos patriotas nos recibieron con los brazos abiertos como a sus hermanos y amigos. Llegamos a la Capital sin la menor oposición con una fuerza que no excedía de quinientos hombres, habiendo manifestado en la convención del Pilar, que nuestras aspiraciones eran ceñidas únicamente a asegurar el bien de la Nación”.


Refiriéndose después a la mala fe que inspiró la conducta de los gobernadores de Buenos Aires después de firmada la convención del Pilar dice así:


“Tuvieron la osadía de colocar en el gobierno por medio de un tumulto militar, un jefe coaligado con el director para esclavizar las provincias independientes”. Refiérese después a su segunda campaña contra la Capital, a los procedimientos de Dorrego a quien califica con duros epítetos, y al hacer relación de las incursiones de éste por el sur de Santa Fe, se expresa en estos términos: “Dueño Dorrego de la campaña del Sud, su ejército se empleó en incendiar casas de vecinos pacíficos, en asesinar, robar mujeres, violar jóvenes, arrastrar familias enteras para concluir nuestra población y llevarse los pocos ganados que nos habían dejado lo que verificó con tal proligidad, que mi ejército no pudo comer en tres días que estuvo en el Arroyo del Medio”. “Aunque los Temístocles se sucedan verá V. S. sucederse los días de luto para aquellos temerarios que osen insultar a los libres”. “La provincia de Santa Fe, ya no tiene que perder desde que tuvo la desgracia de ser invadida por unos ejércitos que parecían que venían de los mismos infiernos. 41


“Nos han privado de nuestras casas, porque las han quemado, de nuestras propiedades porque las han robado, de nuestras familias, porque las han muerto por furor o por hambre. Existen solamente campos solitarios por donde transitan los vengadores de tales agravios, y se multiplicarán las víctimas sin alcanzar jamás una paz duradera que tenga por base la igualdad de derechos y la publica felicidad”. “No es para mi un inconveniente destruir los ejércitos que destaca la tiranía contra la provincia que me ha encargado su defensa. He dado repetidas pruebas de lo poco que me imponen, y estoy casi seguro que mis tropas serán siempre triunfantes, pero advierto el estado de la Nación, conozco los peligros que nos rodean, y sé que la guerra civil nos sepultará muy pronto. Amo a mi patria y aspiro a su dicha. Si V. E. está animado de iguales sentimientos, si tiene libertad para deliberar, si quiere que cese la guerra, depóngase toda pretensión injusta, acábese la intriga, respétese a los verdaderos patriotas sin negar ni disfrazar su mérito; desaparezca la vil impostura, no se sacrifiquen más vidas al capricho de los intrusos, no se dejen familias inocentes en la mendicidad para satisfacer la codicia de los aventureros, y conseguiremos la paz propia de hermanos, digna de americanos, y que prometa un porvenir lisonjero a todos los pueblos comprometidos por nuestras disensiones. Dios guarde a V. E. muchos años. — Estanislao López”.


La derrota del Gamonal anuló a Dorrego ante los círculos políticos de Buenos Aires y fue elegido gobernador el general Martín Rodríguez, en el mes de setiembre. Después de sofocar una revolución, e investido de facultades extraordinarias por la Junta de Representantes, hizo fusilar algunos oficiales sublevados en la plaza de la Victoria y salió con un ejército hacia el norte, esperando vengar el desastre de Dorrego, y sin dar mucho oído a las proposiciones de paz que el caudillo santafecino hiciera desde el Arroyo del Medio. Pero Bustos, el gobernador de Córdoba, uno de los generales del ejército del Alto Perú, sublevado con Paz, e Ibarra en Arequito, interpuso sus oficios con una nota honrosa para inducir a Rodríguez a la concordia. “La grande obra de Sud América, decía el oficio de Bustos, no es posible verla por más tiempo reducida al triste resultado de vivir sin patria, sin sistema político, sin comercio, y por todo fruto, forzada a renunciar a todas las ventajas de la vida social”. Conocidas por López las buenas disposiciones de Rodríguez ante la intervención de Bustos, licenció sus tropas y esperó al general porteño para celebrar con él una conferencia y nombrar los diputados que habían de formular las respectivas convenciones. Las provincias del interior que alcanzaban el significado de las conferencias del litoral y veían el comienzo de una era de paz para la República envían sus diputados a propiciar las conferencias. Córdoba, Salta, San Luis, destacan sus comisionados. López les acogió dignamente e hizo público su pensamiento y sus miras políticas en una nota dirigida al gobierno de Córdoba. En esta nota, refiriéndose muy posiblemente a la actitud siempre intransigente de Ramírez, su aliado de Cepeda, que hiciera en Corrientes una campaña devastadora, decía: “Algunos ambiciosos quieren hacer su fortuna a la sombra de estos ruidosos acontecimientos, en circunstancias en que el portugués astuto nos observa y fomenta nuestras discordias con la mira de hacerse del grande imperio del Sur a que aspira, y cuando los españoles tenaces, que conservan todavía en nuestro territorio posiciones ventajosas, dirigen quizás todas sus fuerzas contra la expedición prematura del general San Martín que debió haber ido combinada con el movimiento del “ejército de observación”.


Sobre la necesidad de la unión entre las provincias se expresaba así: “Nada de esto puede remediarse sin que nos entendamos los gobiernos de las provincias y estrechemos nuestras relaciones de un modo franco y amistoso, proponiéndonos desde luego contener a los perturbadores, despreciar a los egoístas, corregir a los delincuentes y exterminar a los invasores de nuestro suelo. Con mucha extensión he manifestado mis opiniones a los señores diputados de Vuestra Señoría quienes le instruirán del pormenor de mis disposiciones para alcanzar una paz razonable y conveniente”. 42


Los diputados del interior, después de conferenciar con López van al campamento de Rodríguez. López que está convencido de que han de firmarse los tratados, designa sus diputados, que se trasladan al Rosario y desde allí se dirige a Rodríguez, con esta carta, impregnada de lealtad y de patriotismo:


“Paisano y amigo de mí aprecio: Anoche he llegado a este punto acompañado con los diputados nombrados para tratar con los de esa provincia. Mis muchas ocupaciones retardaron mi marcha; pero ya no hay obstáculo para nuestra entrevista, que será el día que usted elija en las casas de Izaurralde, adonde iré con solo doce hombres, mi secretario y dos ayudantes, sin otra formalidad ni precauciones, que aquellas que usted tenga a bien admitirme. Cesen pues, los males, la sangre y nuestro descrédito. Para que nuestra reconciliación sea estable, ciñámonos a lo justo y a lo honorable sin que se traduzca una sola idea que pueda causarnos recelos, y que nos aleje de aquella buena fe que debe presidir todos nuestros pasos. Así, pues querido paisano, salgamos de este estado de anarquía que nos trae precisamente el desprecio de los que nos observan de cerca, y que nos priva del reconocimiento de nuestra independencia. Mientras tengo la satisfacción de abrazar a usted, disponga de este sincero y apasionado amigo. — Estanislao López”.


Don Vicente Fidel López al historiar estos sucesos ni puede menos de abandonar sus rencores partidistas y al apreciar las actitudes del “sagacísimo caudillo” como le llama, asienta en su historia: “La conducta de López era honorable”.


Poco después, el 24 de noviembre de 1820, se firmaba el tratado de paz perpetuo entre Santa Fe y Buenos Aires, conocido en la historia argentina bajo el nombre del Tratado de Venegas. Lo firman como representantes de Santa Fe el doctor Juan Francisco Seguí y don Pedro Tomás de Larrechea. Por Buenos Aires don Mariano Andrade y don Matías Patrón.


Dicen así sus principales artículos: 1º Habrá paz, armonía y buena correspondencia entre Buenos Aires. Santa Fe, y sus gobiernos, quedando aquellos y éstos en el estado en que actualmente se hallan: “sus respectivas reclamaciones y derechos, salvos ante te un congreso nacional. 2º Los mismos promoverán eficazmente la reunión de un congreso dentro de dos meses, remitiendo sus diputados a la ciudad de Córdoba por ahora, hasta que en unidad elijan el lugar de su residencia futura. Art. 5º Son obligados los gobiernos a remover cada uno de su territorio todos los obstáculos que pudieran hacer infructuosa la paz celebrada; cumpliendo exactamente las medidas de precaución con que deben estrecharse los vínculos de reconciliación y eterna “amistad”.


El tratado fue firmado en la estancia de don Tiburcio Venegas, a las márgenes del Arroyo del Medio.


Algo más obtuvo el general López. Como las invasiones de Buenos Aires en años anteriores habían devastado las campañas y reducido a la miseria a casi todos los estancieros del sur de la provincia, exigió 25.000 cabezas de ganados para ser repartidos entre los vecinos perjudicados y el gobierno de Buenos Aires firmó ese nuevo compromiso. 43


El tratado de Venegas, derivado de la victoria de López en el Gamonal fue un nuevo triunfo para la provincia.


Después de comunicarlo a la Junta de Representantes, escribía López al gobernador delegado: “Así que la junta le noticie a usted su aprobación, lo comunicará al pueblo con salvas y repiques y exigirá al vecindario, tres noches de luminarias”.


El 21 de diciembre de 1820, el general López después de asegurar una paz honrosa a su provincia y a todas las de la unión que le hacían llegar sus congratulaciones, escribía al Cabildo de Santa Fe: “Terminada la guerra con satisfacción general de todas las provincias, debo contraerme al restablecimiento del orden alterado, a mejorar la administración interior, a propender al fomento de la agricultura, industria y comercio; poner la provincia a cubierto de las invasiones de los indios, asegurar los caminos, establecer las carreras de postas, y a otro cúmulo de atenciones necesarias al beneficio general”.


Así terminaba para Santa Fe el año 1820.