Estanislao López y el federalismo del litoral
López gobernador
 
 

En julio de 1818, Estanislao López, Comandante de Armas y Teniente Coronel de Dragones, soldado de la independencia y militar de extraordinaria capacidad estratégica, asumía el cargo de gobernador, dispuesto a hacer triunfar a toda costa sus principios de autonomía federal en el terreno de los hechos.


López tenía entonces treinta y un años. Desde los quince, en que salió del colegio, había llevado la vida ruda del soldado, en los fortines, luchando contra los indios, en los ejércitos libertadores batiéndose por la independencia del país, y entre las fuerzas de la provincia peleando y organizando la resistencia contra las agresiones del directorio. 26


Era hombre de vivísima inteligencia; “sagacidad, astucia”, dicen sus enemigos…


Disponía de aguda penetración para juzgar los hombres y las cosas. Los conocimientos adquiridos en el colegio le permitían expresar con claridad y firmeza su pensamiento. La rectitud moral, el patriotismo, y un concepto estricto de la honra &e traducen en sus actos y en sus documentos. 27


Su escritura era firme y regular. Defecto común en la sociedad en que vivió, su ortografía es a menudo incorrecta pero en nada inferior, por cierto a la de otros representantes del militarismo de la época.



Las instrucciones a Balcarce


Apenas tuvo López el tiempo necesario para conjurar el peligro de los indios del norte, que caían sobre Santa Fe, cuando los ejércitos de Buenos Aires invadían la provincia. Cuatro mil hombres y una escuadrilla que remontaba al Paraná formaban el ejército que debía acabar con los santafecinos. Entraban en él tropas de Entre Ríos, de Córdoba, de Mendoza, de San Luis. Bustos y Lamadrid, pertenecían como oficiales a aquel ejército. El territorio entero, dice un historiador, convergió armado a Santa Fe.


El general de aquel ejército don Juan Ramón Balcarce, traía instrucciones del gobierno directorial que deben conocerse. Las había pedido al gobierno para reglar su conducta y le habían sido dadas, precisas y terminantes. Helas aquí: “Los santafecinos que se sometan serán tratados con consideración en su persona y bienes, pero a condición (!!) de ser transportados a la nueva línea de fronteras o a la capital, bajo la vigilancia militar. Si se resisten, los santafecinos deben ser tratados militarmente como rebeldes imponiéndoseles, sin dilación, la última pena correspondiente, lo mismo que a los que en lo sucesivo se subleven”. El mismo general Mitre no puede menos que confesarlo. Dice: “Era un plan de conquista, de despoblación y de exterminio”.


Triste coincidencia: en ese mismo mes. Artigas emprendía su última y desesperada campaña contra los portugueses de la Banda Oriental. Para el Uruguay conquistado por el portugués no había soldados, pero los había para sacrificar inicuamente otra provincia por el delito de reclamar con altivez y valor su participación en la libertad proclamada en 1810.



Guerra de montoneras


El joven gobernador de Santa Fe organizó sus tropas como pudo, y con presteza y arrojo sin igual marchó a detener aquel ejército. Hace una campaña prodigiosa en que despliega un admirable instinto guerrero. La guerra de montoneras adquiere su más fuerte y característica expresión. Se suceden los ataques súbitos, las arremetidas inesperadas, y las marchas inverosímiles. Arrójase primero sobre Bustos que viene de Córdoba y lo desbarata. Después vuelve sobre el ejército de Balcarce que viene hacia el norte, para Santa Fe y lo acosa con una ininterrumpida campaña de guerrillas que diezman el ejército directorial y lo desconciertan. Balcarce avanza pero López lo sigue a retaguardia. Cuando llega a Santa Fe, interceptadas sus comunicaciones con Buenos Aires, se siente rodeado por los ejércitos de López. Los montoneros acosan al ejército de Balcarce. Aparecían y desaparecían, dice un testigo de aquellos sucesos, “como bandadas de pájaros”.



Derrota de Balcarce


Al norte de la ciudad, a la altura de Monte Vera, libróse un serio combate en que el ejército de Balcarce quedó derrotado. Poco después, como lo habían hecho Viamonte y Díaz Vélez, las tropas de Balcarce abandonaron la ciudad y luego la Provincia perseguidos por López hasta San Nicolás. Como no se cumpliera la orden del Directorio, antes de emprender su marcha Balcarce envió un oficio al Director en que decía: “En otra ocasión manifestaré las poderosas razones que he tenido para no destruir la ciudad de Santa Fe y causar el último mal a las familias que han quedado”. 28


Incendió el pueblo de Rosario.


Juan Alvarez, hombre que estudia con criterio de economista o de estadígrafo los hechos históricos, juzga que Balcarce y sus tropas procedieron en el Rosario “con una ferocidad de pieles rojas”. Los que siguen ingenuamente la rutina de nuestras historias oficializadas, dirán todavía que aquel ejército representaba la civilización frente a la barbarie… “Esta pobre provincia, escribe Mitre en su historia de Belgrano, triunfaba una vez más de los ejércitos y escuadras de la nación, por su energía, por su táctica y por lo compacto de su opinión instintiva”, y refiriéndose a López y a Balcarce dice del primero que era sin duda “menos ilustrado pero más avisado y audaz que su competidor”.


Esto ocurría a fines de 1818. En marzo de 1819, serán 7000 soldados los que se mandarán contra Santa Fe. Viamonte viene del sud, Belgrano del oeste. López logra atraer hacia sí las vanguardias de los dos ejércitos y las deshace, Belgrano escribe entonces al Directorio: “Es urgente concluir con esta desastrosa guerra por cualquier medio. Para esta guerra ni todo el ejército de Jerjes es suficiente. El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible; podrá contenerla por algún modo, pero ponerle fin, no lo alcanzo sino por un avenimiento. No bien habíamos corrido a los que se nos presentaron, ya volvieron a presentarse a nuestra retaguardia y por los costados; la movilidad es dificilísima; los campos son inmensos. Si los factores de esta guerra no quieren concluirla, ella, no se acabará jamás”. Zorrilla de San Martín refiriéndose a esta nota de Belgrano, dice: “Imaginad amigos míos todos esos elementos organizados contra el extranjero en toruno de Artigas, de nuestro Bolívar y decidme qué hubiera podido hacer España y Portugal y toda Europa coaligada para extirpar la revolución de Mayo. ¿Para qué querían reyes esos hombres contando con ese pueblo invulnerable?”



Suspensión de hostilidades


“Sino por un avenimiento” dice la nota de Belgrano, y así fue: El cinco de abril de 1819, los delegados del coronel Juan José Viamonte, jefe del ejército de operaciones sobre Santa Fe, y los del gobernador de la provincia teniente coronel don Estanislao López, convienen en Rosario, una suspensión de hostilidades. López aparece allí, no como un rebelde, sino como gobernador de una provincia libre.


El convenio se hace “para evitar la efusión de sangre americana y mientras se establezcan los tratados que han de sancionar para siempre la concordia”. Este convenio fue ratificado por el general Belgrano y es el primero de los muchos que firmará el gobernador de Santa Fe en su carrera militar y política.



Renuncia de López


El teniente coronel López vuelve a Santa Fe con su ejército y como considera que su investidura de gobernador tiene su origen en circunstancias de hecho, solo justificadas por el peligro inminente que corría la provincia ante el ejército de Balcarce, se dirige al Cabildo de la ciudad, al “muy noble e ilustre Cabildo Gobernador” para hacer renuncia de su cargo, “depositando en manos de su pueblo un derecho que únicamente obtuvo por su bien”. He aquí fragmentariamente el texto de esa dimisión:


“Desde el momento que empecé a ejercer la suprema autoridad de la provincia, se vio esta amagada de la tiranía y fue preciso ocupar todos los esfuerzos para salvarla. Llamado por la salud pública me hice cargo de un mando que no se fió a mis manos por la voz expresa del Soberano Pueblo. Las circunstancias parecían legitimar un ejercicio que en otras debía llamarse usurpación. Las reuniones pacíficas de los hijos del país en que se deja oír su voz augusta, eran vedadas por las complicaciones de una guerra en que no ha habido intermisión. La provincia es libre, y el primer acto de esa prerrogativa, debe llenarse con el nombramiento de la Suprema Autoridad. La felicidad común se afianza doblemente ejerciendo el poder un magistrado nombrado de ese modo; las pasiones se comprimen al aspecto de un gobierno elevado por el órgano de la justicia. A Vuestras Señorías no se oculta la importancia de este acto y a V. S. corresponde fijar las providencias para que se efectúe sin demora. Son para este fin los instantes más oportunos que nos presenta la época. “Los enemigos se hallan en su marcha retrógrada, mas no hemos fijado bases de concordia, y podemos ser de nuevo provocados. En tal alto motivo pese V. S. mí decoro: él me estimula a deponer en manos de mi pueblo un derecho que solo obtuve por su bien. Mis deseos por su felicidad no hallaron término a su anhelo aunque, a mi pesar, haya estado sujeta mi administración al extravío: yo lo estoy a la ley de los mortales. — Estanislao López”.


Convengamos en que se trata de un honroso documento y que el hombre que suscribe conceptos tan dignos está muy lejos de ser el “gaucho” que sus enemigos han querido pintarnos, encontrando, desgraciadamente, espíritus candidos que lo crean. Pero ya veremos que esa superchería no puede mantenerse.



La táctica de López


¿Era una guerra instintiva y salvaje la que llevaban contra el poderoso ejército invasor las tropas santafecinas? Así lo han hecho correr los dómines de nuestra historia; sin embargo era la táctica más acertada en aquellas circunstancias. Veamos lo que nos dice Juan Alvarez, historiador insospechable de “efectismos”: …“Aquellos rudos campesinos ajenos a tácticas militares complicadas, idearon el sistema de infanterías montadas, muy móviles, sistema que auxiliado por la baratura de los caballos, encuadraba bien en sus costumbres de pastores jinetes, aunque pareciese una herejía militar ante las máximas de la ciencia vigente entonces. Los toscos gauchos de Santa Fe hicieron así frente a ejércitos de línea, formados con infanterías a píe, artillerías pesadas, furgones interminables que tropezaban con los arroyos sin puentes, los caminos fangosos, etc. Hoy, a noventa años de distancia, se reconoce que los gauchos tenían razón y que los hombres de escuela, los militares de línea se equivocaban, empeñados en copiar servilmente las cosas de Europa.


Casi todas las tácticas militares recomiendan para ciertos casos un sistema parecido al de los gauchos de 1820.


Uno de los más distinguidos jefes de aquella época (el general Paz), describe así la táctica de los montoneros: “Lo que llamaban infantería consistía en unos hombres armados de fusil y bayonetas que venían montados habitualmente y que sólo echaban pie a tierra en circunstancias del momento. Cuando estaban desmontados nunca formaban en orden unido, y siempre dispersos como cazadores; formaban parejas y para ello hacían servir sus amistades y relaciones personales, de manera que tenían ese miembro más para protegerse mutuamente y no abandonarse en el conflicto. A presencia del enemigo y sin demorar se desplegaban en guerrillas, y cuando habían llegado a la distancia conveniente echaban pie a tierra quedando uno con los caballos, avanzándose el compañero algunos pasos para hacer fuego el que continuaba hasta que se creía conveniente. Es por demás decir que esta operación de su infantería, era sostenida por cuerpos de caballería que conservaban generalmente a su inmediación”.


“Los santafecinos, como tropas de puro entusiasmo, eran excelentes en ese combate individual”. 29