Estanislao López y el federalismo del litoral
Estanislao López y el Uruguay 1823-1825
 
 

Es un punto incontrovertible en la Historia Argentina, para todo aquel que juzga libremente los acontecimientos históricos de su país, que la toma de Montevideo por los portugueses en 1817 y la ocupación extranjera de la Banda Oriental por diez años consecutivos, fue tolerada y más aún, fomentada, por los gobiernos de Buenos Aires, con el objeto de aniquilar al caudillo Artigas y sus adictos del litoral, halagando a la monarquía portuguesa, en el designio y la esperanza de coronar en el Río de la Plata un príncipe europeo, única solución que la oligarquía porteña encontraba para hacer efectivos los principios de la revolución de Mayo.


Contra este estado de cosas, sublevóse desde un comienzo el sentimiento popular en estas provincias litorales, pues se veía como contradictorio y absurdo, que empeñado el país en una guerra de independencia, el gobierno de Buenos Aires, que enviaba ejércitos al Alto Perú y se mostraba tan celoso en sofocar todo intento de gobierno propio en los centros del interior, contemplase pasivamente la ocupación del territorio uruguayo, parte integrante de las Provincias Unidas del Río de la Plata.


Fue este uno de los motivos inmediatos de la campaña federal de 1820 contra Buenos Aires, y cuando López y Ramírez llegaron triunfantes a la ciudad e impusieron su ley, incluyeron en el célebre tratado del Pilar, estas palabras que eran una franca declaración de sus propósitos: “Recuerdan a la heroica provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos, por la invasión de una potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada de la Banda Oriental”.


Restablecida definitivamente la paz con Buenos Aires, después de la derrota y muerte de Ramírez, Martín Rodríguez, gobernador de aquella provincia, aliada por tratados a la de Santa Fe, se mostró reacio a intervenir en los asuntos del Uruguay, y el general Federico Lecor, Barón de la Laguna, continuó en Montevideo después del año 20, gobernando la nueva provincia Cisplatina a nombre del rey de Portugal.


En setiembre de 1822, se consumó la independencia del Brasil, acontecimiento venturoso, decidido súbitamente por aquel famoso “grito de Ipiranga”, que tenía como auspicioso antecedente las históricas palabras del rey Don Juan VI a su hijo Don Pedro, al embarcarse para Portugal: “Pedro, si el Brasil se ha de separar de Portugal, toma tú la corona, antes de que se apodere de ella cualquier aventurero”.


Con motivo del reconocimiento del nuevo emperador, hubo en Montevideo serias desavenencias. Lecor le reconoció, pero un general portugués, don Alvaro da Costa, volvió por los derechos de D. Juan VI. Dividióse el ejército. Lecor se retiró a la campaña y da Costa atrincheróse en la ciudad. Poco tiempo después, Lecor puso sitio a Montevideo.


Aquellos uruguayos que no habían aceptado la dominación portuguesa ni estaban dispuestos a someterse al nuevo emperador, vieron llegado el momento propicio, por la división de las fuerzas invasoras, para emprender la reconquista de su territorio, contando con el apoyo de las demás provincias unidas. Formóse al efecto una sociedad, denominada de los “Caballeros Orientales”, la que empezó por solicitar la ayuda de Buenos Aires, pero el gobernador Rodríguez, no estaba más dispuesto que Pueyrredón a entrar en querella con los lusitanos.


Entonces se dirigieron a Estanislao López, gobernador de Santa Fe, y a Simón Bolívar, en el Perú. López representaba en 1823, la potencia militar más fuerte del Río de la Plata. Así lo había demostrado dos años antes, aniquilando los ejércitos del directorio y luego las montoneras de Ramírez,


Más allá del territorio argentino, el nombre de Simón Bolívar llenaba la América española revolucionaria.


Mandóse un delegado a Bolívar, y a Santa Fe una diputación de cabildantes: Luis Eduardo Pérez, Ramón de Acha y Domingo Cullen.


Bolívar, separado del Plata por enormes distancias, no respondió al llamado del pueblo Oriental. López sí. Eran sus hermanos del litoral, los hijos de Artigas, quien ahora vivía en la soledad del Paraguay lejano, víctima de su voluntarioso ostracismo.


Los diputados orientales llegaron a Santa Fe el 5 de Marzo de 1823. Fueron recibidos por el cabildo y el gobierno “con grandes ceremonias” —las humildes ceremonias de aquellas épocas— salvas de artillería, escolta de cincuenta hombres a caballo, “los Sres. del cabildo vestidos de toda etiqueta”. 1 El pueblo los aclamó. Hubo fiestas y discursos. En el cabildo hablaron don Juan Francisco Seguí y don Domingo Cullen. Seguí, el ministro, dijo: “Siento no tener nada más que mi vida que ofrecer pero estoy pronto a sacrificarla por la Banda Oriental.” Don Domingo Cullen, terminó su discurso con estas palabras: “Los diputados al ver vuestra noble decisión creen ver ya libertada la provincia de Montevideo. Señores ciudadanos respetables: Se aproxima el día venturoso en que enlazadas las manos del pueblo oriental con el de Santa Fe, nuestro libertador, marchen unidos al templo de la inmortalidad.”


Se ha conservado la memoria de aquella diputación al cabildo de Montevideo, un precioso documento, que es a la vez un cuadro de evocación. 2


En una comunicación del cabildo de Montevideo al gobierno de la provincia, poco tiempo después, se leen estas palabras: “Santa Fe y la libertad, están en todos los corazones y en todas las esperanzas”.


Reunidos los diputados de Montevideo y el ministro Seguí, canjean sus respectivas credenciales y poderes y algunos días más tarde, el 13 de Marzo, queda firmado un tratado de alianza ofensiva y defensiva entre la “Invencible” provincia de Santa Fe y el Cabildo de Montevideo. Sus dos artículos fundamentales son los siguientes:


Art. 1º — La Provincia de Santa Fe, mediante su gobierno, solemniza con la Honorable diputación del Excmo. Cabildo Representante de Montevideo, una liga ofensiva y defensiva contra el usurpador extranjero Lecor y demás satélites americanos que ocupan el territorio oriental, reconociendo el dominio y prestando obediencia al insurgente e intruso emperador Pedro I.


Art. 2º — En su virtud llevará la voz en esta guerra bajo recíprocos acuerdos con la representación montevideana; pondrá cuantos medios estén a sus alcances, incitará las provincias hermanas a la cooperación y auxilio y organizará el ejército santafesino del norte, nombrando jefes y demás oficiales subalternos practicando todos los demás actos conducentes al logro de la libertad absoluta de la provincia oriental, con la brevedad que reclama su peligroso estado, conciliándolo con el obligatorio compromiso con Buenos Aires para expedicionar en combinación contra los bárbaros del Sud”.


Celebrado el acuerdo, López se dirigió a todos los gobiernos de provincia, cumpliendo lo establecido en el art. 2º y expidió una extensa proclama en que afirmaba que la provincia de Santa Fe, después de haber librado a las demás provincias de la omnipotencia del Directorio, se constituía en protectora de la libertad de América.


En su circular a las provincias —del 21 de Marzo de 1823,— enunciaba así los motivos que habían decidido a su gobierno a celebrar aquel tratado y a organizar la expedición auxiliadora: “La oportunidad del momento por la debilidad del enemigo común”, “el deber que me liga como verdadero americano para no ser espectador indiferente de la escandalosa desmembración del territorio nacional”, “la unión admirable de ideal de los oprimidos orientales”, “la negativa de la provincia poderosa de Buenos Aires”, “la herida que ofende al honor americano”. “Estas y otras razones no menos importantes me han estimulado en favor de los hermanos subyugados, formalizando una expedición auxiliadora a la mayor brevedad, sin perjuicio de realizar la acordada con el gobierno de Buenos Aires sobre los bárbaros del Sud que verificará sus movimientos el 30 de éste”. “Tengo el dulce placer —decía— de invitarlo por ésta a la cooperación y auxilio con aquella fuerza de caballería, artillería e infantería que el mismo le facilite”. “Los gastos de conducción, pagas mensuales, gratificaciones, según se instruirá por los artículos que le incluyo con la proclama, corren a cuenta de la provincia auxiliada, bajo la garantía de la que presido”. “Yo espero hará los mayores esfuerzos para que seamos compañeros en esta gloria, seguro de que después lo seremos en las demás beneficiosas empresas a la generalidad de las provincias, como un resultado preciso de la que unidos emprenderemos quedando la mía especialmente ligada a su eterna gratitud por haber cooperado la digna de su mando al desempeño honorífico de mis compromisos. Con motivo tan plausible, reitero las protestas de mi mejor afecto y distinguidas consideraciones.Estanislao López”.


Rivadavia se alarmó profundamente. Empezaba a crearle dificultades el gobernador de Santa Fe y a distraerlo de sus célebres reformas ministeriales.


Es muy interesante este momento de la historia argentina, en que el caudillo provinciano, poseído del espíritu revolucionario y movido por su franqueza y su lealtad, va a llamar altivamente al despacho de Rivadavia, el gran estadista, para recordarle que no esta consumada la libertad de América, Buenos Aires contestó de inmediato oponiendo al tratado toda suerte de reparos y puso sobre aviso al gobernador de Entre Ríos, Mansilla.


“Cualquier paso que se dé, escribió en seguida Rivadavia, gobernador delegado, por una o por otra de las provincias en favor de aquella recuperación, puede comprometerlas a todas en compromisos difíciles y esto sin haberse consultado con anterioridad la opinión de cada una, lo que causaría una responsabilidad enorme”.


El gobierno de Santa Fe, contestó recordándole el Art. 2º del tratado del cuadrilátero de 1822: “Sí los españoles, portugueses o cualquier otro extranjero, invadiesen o dividiesen la integridad del territorio nacional, todas inmediatamente, pondrán en ejercicio su poder y recursos para arrojarlo de él, sin perjuicio de hacer oficialmente al gobierno agresor las reclamaciones que estime justas y oportunas”.


¿No afectaba la integridad del territorio de las Provincias Unidas, la invasión de la Banda Oriental?


“El gobierno de Buenos Aires, dice la misma comunicación, ha hecho el uso que le ha parecido de las facultades con que se considera revestido, en materias más delicadas, que por trascendentales, (la unidad religiosa en las demás provincias) reclamaban con más razón previa consulta como actos nacionales, sin que nadie se lo haya reconvenido. Sí como se clamorea, todos los americanos desean lo mismo que los santafecinos, ¿por qué oponerle tantos obstáculos a una empresa tan justa?”


“Recordemos, señor, que su decisión oportuna y triunfo reportado en Las Piedras, calmó las zozobras de esa capital y la digna sangre derramada en tan gloriosa acción, fue el primer fundamento del difícil edificio de la libertad e independencia de la América del Sud”. “Convengamos en que jueces imparciales deben decidir la controversia y que ínterin .no se reúnan en un acto solemne y nacional, cada provincia tiene derecho para defender las medidas que no chocan contra principios e instrucciones sancionadas por la respetabilidad de los siglos”.


Buenos Aires envía luego a don Valentín Gómez, a Río de Janeiro, en misión diplomática, para evitar la guerra a todo trance, y al comisionado don Juan García de Cossio, a las provincias, con objeto de disuadir a los gobernadores de prestar cooperación al general López. “Que no se abandone la “circunspección” para salvar a aquella provincia de la servidumbre extranjera”, decía la nota de Rivadavia.


Siembra el temor y el escepticismo en las provincias. Describe el poderío del Brasil: “Las fuerzas brasileras en la Banda Oriental, dice, son muy superiores a las que pueden mandar todos los gobiernos que se han aliado”.


López escribe a Mansilla una carta amistosa, pidiéndole que venga a Santa Fe: “Yo le miro a usted como a un fiel amigo, capaz de meditar conmigo lo que mejor nos convenga; en esta virtud espero se tome la molestia de dar un paseo a ésta para que deliberemos los dos en estos apuros con presencia de los datos en que se instruirá radicalmente a nuestra vista”. Pero Mansilla se ha ido a Buenos Aires atraído por Rivadavia.


El gobernador de Corrientes considera débiles sus fuerzas para luchar contra los portugueses. Córdoba pide un Congreso de Diputados. Santiago manifiesta que se encuentra conmovida “por disgustos internos”. Mendoza respondió más dignamente a la invitación de López. La nota respuesta del gobernador Molina y su ministro Videla se encuentra en el archivo de Santa Fe, y dice así:


Recibida por este gobierno la respetable comunicación de la provincia de Santa Fe, fecha 21 de marzo, como asimismo la proclama y copia de los tratados celebrados con la diputación del Excmo. Cabildo de Montevideo, a objeto de formar una expedición auxiliadora de la libertad a que con tanta gloria aspiran aquellos valerosos habitantes, la elevó inmediatamente al conocimiento de la Honorable Junta Representativa que con fecha 18 de abril se sirvió resolver lo siguiente: Se han tenido en consideración en sesión de anoche los documentos del Gobierno de Santa Fe, que remitió U. S. a la consideración de la sala y que ahora se devuelven; y en su consecuencia se ha acordado que el Gobierno por medio de una proclama estimule al vecindario a que se subscriba con las especies del país que pueda erogar en obsequio de la libertad de nuestros hermanos orientales, que gimen en cadenas bajo el yugo portugués. Consecuente el Gobierno a esta disposición y empeñado eficazmente en cooperar del modo posible a tan laudable empresa, ha proclamado al pueblo en los términos que se advierten por el adjunto impreso. En oportunidad instruirá al Gobierno de Santa Fe, del resultado. Entre tanto, felicita al mismo por el denuedo con que se dispone a proteger el empeño de los bizarros orientales y manifestándole su vivo sentimiento de no poder acompañarle en la lucha de un modo activo, tiene el honor de ofrecerle sus mayores consideraciones y cordial afecto — Pedro Molina — Pedro N. Videla. Al Gobierno de la provincia de Santa Fe, 16 de mayo de 1823”.


El general Mansilla, de Entre Ríos, no mantuvo una actitud muy honrosa en aquellas circunstancias. Trató con López, trató con Buenos Aires y trató con los portugueses. Este último tratado, sin duda fue sugerido por los hombres de Buenos Aires, y llegó un momento, a lo que parece, en que el caudillo santafecino hubo de cortar a golpes de espada ese tejido de intrigas en connivencia con algunos caudillos uruguayos.


Entretanto, Santa Fe, era el foco de la resistencia al portugués y el refugio de los uruguayos expatriados. Lavalleja, como otros caudillos, pasaba largas temporadas en Santa Fe, y en las calles de la ciudad, santafesinos y uruguayos se ejercitaban en el manejo de las armas, al grito de “¡Vivan los orientales!”.


En junio del mismo año de 1823, el brigadier general López, a pesar de sus motivos de resentimiento, cumplió el compromiso contraído con el gobierno de Buenos Aires, de expedicionar con sus soldados contra los indios del Sur, según lo estableció en el tratado celebrado el mes de marzo, y en la comunicación a las provincias. Buenos Aires se lo recordaba continuamente, desde que conoció el proyecto de liberación del Uruguay.


Se internó en las Pampas que hoy forman el departamento de su nombre, y más tarde en las de la provincia de Buenos Aires. Fue con el comandante don Juan Luis Orrego, hombre de su confianza que había sido gobernador delegado y le había acompañado en sus célebres campañas. El 8 de junio, López escribía desde Melincué; “He castigado a los indios después de diez y seis días de marchas consecutivas y forzadas, por campos sin aguadas y sin auxilio alguno, habiendo tenido que cavar pozos para refrescar a los caballos”. 3


Esta expedición que López realizaba para cumplir compromisos de auxilio a Buenos Aires, le obligó a distraer sus tropas sin olvidar por eso su proyecto de expedición a la Banda Oriental. Pero en el mes de noviembre de 1823 la plaza de Montevideo, defendida por el general Alvaro de Costa, en nombre del rey de Portugal, capituló ante el general Lecor, súbdito del emperador del Brasil. Con este suceso el poderío del Brasil se consolidaba en el Uruguay y hacía más difícil su reconquista.


Santa Fe continuó asilando a los emigrados, pero la falta de auxilios de las provincias, la oposición de Buenos Aires y el continuo peligro de los indios, hacían imposible la formación de un gran ejército, El 9 de diciembre de 1824 terminaba, con la batalla de Ayacucho, el dominio de los españoles en América. La Banda Oriental que fue libre por el esfuerzo de sus hijos en los primeros años de la revolución, era después de Ayacucho, la única comarca sojuzgada por un poder extranjero. No era por cierto la obra de Artigas, sino de Pueyrredón, del congreso de 1816, del Directorio monárquico de Buenos Aires.


La táctica de Rodríguez y Rivadavia para desbaratar los planes de López, había consistido como hemos visto, en atemorizar a las provincias magnificando las fuerzas del Brasil en el Uruguay, pero la acción de López, logró despertar un ansia tan creciente entre los naturales del país, que cuando en los comienzos de 1825, Lavalleja, el antiguo huésped de Santa Fe, se lanza en su quijotesca empresa de reconquista, todos los uruguayos le aclaman como su libertador, y su pequeño ejército se acrecienta movido por un arrebato de triunfo.


Es conocido su desembarco en la playa de la Agraciada, su encuentro con Rivera, el sitio de Montevideo, un mes apenas después de su desembarco, y el magnífico triunfo de Sarandí, la batalla criolla por excelencia, de la que se ha hecho legendario el grito del bravo Lavalleja: “Carabina a la espalda y sable en mano”. El gobernador Las Heras, obedeciendo al sentimiento popular, se decide por fin a prestar apoyo a los orientales y organiza un ejército al mando del general Martín Rodríguez. El ex gobernador de Buenos Aires que había desoído a los cabildantes uruguayos cuando fueron acogidos por el gobernador de Santa Fe, viene ahora a esta ciudad a conferenciar con Estanislao López. El gobernador de Santa Fe, prometió según el historiador Lassaga, “levantarse en masa el día que fuese necesario, y para el efecto —dice el mismo historiador— mandó toda la fuerza disponible al cuartel general situado en el Arroyo del Medio donde se hallaba acampado el general Rodríguez, ofreciendo que en la primera oportunidad enviaría más soldados para el caso en que peligrase la independencia de los argentinos”. 4


Como en 1810, Santa Fe se desprendía de sus tropas regulares para salvar la integridad del país, quedando desguarnecida e indefensa ante el peligro invariable de los indios que la amenazaban de continuo» como a ninguna otra ciudad de la república. Una prueba incontestable de este sacrificio de la provincia está en las resoluciones del Congreso Constituyente reunido a la sazón en Buenos Aires, el cual votó una asignación de 4.000 pesos mensuales durante 18 meses a la provincia, para resarcirla de los perjuicios que se ocasionaban a sus habitantes con el retiro de las tropas que contribuirían a la guerra del Brasil.


Funciona en Buenos Aires el congreso nacional que nombrará presidente a Rivadavia. El Brasil declara la guerra a Buenos Aires una vez conocida su intervención en los asuntos del Uruguay. Se forma el gran ejército que triunfa en Ituzaíngó, el triunfo más espléndido obtenido por las armas argentinas. Combatieron 16.000 hombres entre brasileños y argentinos, durante seis horas; pero es de saber también que la victoria de Ituzaingó fue una estéril victoria que no trajo ningún beneficio inmediato a la república. Rivadavia necesitaba de los soldados de Ituzaingó para imponer por la fuerza su república unitaria, repudiada por el pueblo, y en vez de continuar la campaña contra el imperio, paralizó las operaciones y mandó a don Manuel García su colega de gabinete en tiempo de Rodríguez, a gestionar la paz ante el emperador, y García firmó aquel tratado de Río de Janeiro, calificado de “ignominioso”, por el cual se devolvía al vencido de Ituzaingó, don Pedro I, la provincia Oriental.


El tratado firmado por García, era una consecuencia lógica de su devoción a las monarquías, y en materia de principios políticos habían marchado siempre acordes con el presidente Rivadavia.


Léase lo que escribía el comisionado García, en el año 1816, el año de la independencia, por rara coincidencia el 9 de julio, al director Pueyrredón: “La escuadra portuguesa está en anclas y solo espera buen tiempo para acabar con Artigas que luego dejará de molestar a Buenos Aires”. “Hay que suavizar la impresión que un sistema exagerado de libertad ha hecho en el corazón de los soberanos de Europa. Depende sólo de nosotros la aproximación de la época verdaderamente grande en que enlacemos íntimamente y aun identifiquemos nuestros intereses con los de la nación portuguesa. Hay que combatir a las provincias puramente democráticas”.


Ya se ve lo que iba sobreentendido en la “circunspección” que Rivadavia aconsejaba a las provincias cuando en 1823, el gobernador de Santa Fe, predicaba la cruzada contra los portugueses.


Por eso nada más inocente que la devoción a Rivadavia de ciertos demagogos de hoy. ¿Acaso porque introdujo el orden en los asuntos eclesiásticos? Carlos III, el simpático monarca español había sido en ese sentido más liberal que Rivadavia, porque llegó a expulsar a los jesuitas de España y América logrando del Papa Clemente XIV la supresión de la compañía y por cierto que no lo hacía inspirado en ideales democráticos.


Conocido el tratado de García en la Argentina, exacerbó los ánimos en contra del presidente y éste vióse obligado a renegar de su ministro y a confesar públicamente ante el congreso: “El 24 de mayo de 1827, se firmó en Río de Janeiro, la humillación, el oprobio y la deshonra de la República Argentina”. 5


Muy poco después caía para siempre don Bernardino Rivadavia y su ficticia presidencia.


Imaginad si tenía razón Estanislao López, cuando tres años antes prescindía de aquellos hombres en sus trabajos para la liberación de la Banda Oriental.


López fue el precursor de la campaña militar que se inició con los 33 y tuvo su momento culminante aunque no decisivo, en la batalla de Ituzaingó.


Cuando después de la caída de Rivadavia y previo el interinato de don Vicente López, Dorrego es elegido gobernador de Buenos Aires, dos problemas trascendentales absorben su atención de gobernante: la organización constitucional del país, bajo el régimen “federal” y la continuación de la guerra del Brasil. Para ello necesitaba un apoyo seguro de su política interna y a la vez un militar capacitado para afrontar la acción guerrera en el exterior.


Dorrego era un convencido federal, había viajado por Norte América, conocía sus instituciones políticas, y acababa de recorrer la República Argentina Para secundar sus planes de organización y su acción militar en el Brasil, el hombre indicado era el general don Estanislao López, gobernador de Santa Fe. Era Santa Fe el núcleo político-social de más fuerte atracción después de Buenos Aires, desde hacía diez años por obra de la acción política y guerrera de su gobernante. 6


A López se dirigió el coronel Dorrego y ambos depusieron sus enconos del año 20, y a Santa Fe vino la convención nacional de 1828, a dictar una constitución federal, y López fue nombrado organizador y general en jefe de las fuerzas nacionales para expedicionar sobre las Misiones Brasileñas. Allá se fue el gran caudillo en unas pocas jornadas al frente del ejército nacional, mientras en Santa Fe, funcionaba una convención, “nacional” también para organizar la república.


El erudito historiador uruguayo doctor Alberto Palomeque ha resumido así la situación de López en aquellos momentos: “La Convención debía reunirse en la ciudad de Santa Fe. Esta designación probaba elocuentemente la influencia que el gobernador don Estanislao López tenía en los graves sucesos desarrollados. López era el árbitro de la situación en el litoral y aun en Córdoba con la cual mantenía buenas y fuertes relaciones. Su personalidad se había destacado. Por su intermedio vendrían las demás provincias a celebrar tratados para concurrir a la guerra con el Brasil. De aquí que los sucesos se encargaran de señalarlo para el desempeño de las funciones de jefe del ejército del norte a operar sobre Misiones”. (Alberto Palomeque. El general Rivera y la Campaña de Misiones.)


Lo que vino después es harto conocido: La independencia del Uruguay, la paz con el Brasil, la sublevación del ejército de Ituzaingó en el motín del 1” de diciembre y el inicuo fusilamiento de Dorrego por Lavalle, acto criminal y funesto que trajo la disolución de la Convención Nacional de Santa Fe y el derrumbe del orden legal. 7


Después, Rosas.


El general Rivera al saber el fusilamiento de Dorrego, escribió desde el Uruguay: “Son cosas de llorar”.


Había mucha verdad en la ingenua frase del caudillo.