San Martín y la soberanía nacional
San Martín avizora futuros peligros para la integridad nacional
 
 
No terminaron aquí los servicios de San Martín en su preclara labor como custodio de la soberanía patria.

Hemos visto como señaló el desquicio anárquico que la ideología del desenfreno liberal había provocado en la sociedad rioplatense en particular y americana en general, y admira que haya intuido el riesgo que esa descomposición implicaba para la conservación de la independencia. Pero también sorprenden sus juicios respecto de la ideología consecuencia del libertinaje: el socialismo.

Esos juicios están contenidos en el epistolario sanmartiniano con el presidente peruano Ramón Castilla. Repasemos algunos de esos conceptos que parecieran, haber sido escritos para la Argentina reciente. Así, el 11 de setiembre de 1848, San Martín escribe: “Los cuatro años de orden y prosperidad, que bajo el mando de usted han hecho conocer a los peruanos las ventajas, que por tanto tiempo les eran desconocidas, no serán arrancados fácilmente por una minoría ambiciosa y turbulenta. Por otra parte, yo estoy convencido, que las máximas subversivas, que a imitación de la Francia quieren introducir en ese país, encontrarán en todo honrado peruano, así como en el jefe que los preside , un escollo insuperable: de todos modos, es necesario que todos los buenos peruanos interesados en sostener un gobierno justo, no olviden la máxima que más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados. Por regla general los revolucionarios de profesión son hombres de acción y bullangueros; por el contrario los hombres de orden no se ponen en evidencia sino con reserva: la revolución de Febrero, en Francia, ha demostrado esta verdad muy claramente, pues una minoría imperceptible y despreciada por sus máximas subversivas de todo orden, ha impuesto por su audacia a treinta y cuatro millones de habitantes la situación crítica en que se halla este país”. 48 Después de referirse a “las máximas de odio, infiltradas por los demagogos a la clase trabajadora contra los que poseen”, expresa que en París “todos los habitantes que tienen algo que perder desean ardientemente que el actual estado de sitio continúe, prefiriendo el gobierno del sable militar a caer en poder de los partidos socialistas”. 49

El 15 de abril de 1849 haría estas reflexiones en carta al primer mandatario del país hermano: “El inminente peligro que amenazaba a la Francia (en lo más vital de sus intereses) por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al sólo objeto de despreciar, no sólo el orden y civilización, sino también la propiedad, religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción formidable en favor del orden; así que se espera con confianza las próximas elecciones de asamblea legislativa, que no sólo afirmarán la seguridad de la Francia, sino que influirán con su ejemplo en el resto de la Europa, la que continúa con agitaciones y complicaciones, que sólo el tiempo podrá salvar”. 50

San Martín señala en las corrientes de signo marxista a la gran enemiga de los valores de nuestra cultura en lo vinculado con las verdaderas columnas de esa civilización: la propiedad, la religión y la familia. Estar convencido hoy de ello, después de la experiencia vivida por la humanidad en el último siglo, no es insólito. Lo que admira es que con tanta claridad y convencimiento se pudieran verter estos juicios a mediados del siglo XIX, respecto de la ideología y su acción práctica capaces de encadenar a cualquier nación al imperialismo materialista y ateo. San Martín volcó también apreciaciones semejantes en la carta a Rosas de noviembre de 1848 ya mencionada, erigiéndose en el providencial indicador del enemigo de la soberanía nacional en el momento que vivimos. De esta manera nos señaló el camino para evitar que la República pueda ser uncida a experiencias de signo bolchevique: fortalecer a la familia como célula de la sociedad, defendiendo su indisolubilidad, el ambiente moral donde debe ejercer su misión educadora y los presupuestos económicos indispensables para que la transmisión de la vida pueda ser efectuada con dignidad; lograr que la propiedad pueda ser una realidad para todos los argentinos no solamente para núcleos privilegiados con lo que se impone una justa repartición de la riqueza; y finalmente una conversión de la mente y de la vida de los hombres que componemos la comunidad nacional a Dios, no olvidando que la cruz presidió la fundación de la Argentinidad como experiencia cultural.