San Martín y la soberanía nacional
San Martín en la hora de la guerra civil
 
 
Centinela de la unidad nacional


Pero el Libertador también advirtió que la soberanía no es un valor que se gana una vez para siempre; que por el contrario, conservarlo exige una vigilia constante, un celo fervoroso. Repara que su pérdida o deterioro puede provenir no solamente de ataques exógenos, sino de factores endógenos que afectando la cohesión interior pueden debilitar el ser nacional hasta poner en peligro su personalidad de derecho público internacional.

Por ello, la prédica contra las divisiones causantes de anarquía es constante en su epistolario. Ejemplificaremos con algunos párrafos. Cuando se entera en 1816 que Güemes y Rondeau han logrado zanjar las diferencias que habían puesto en peligro la concertación de la acción militar en el Norte, exclama exultante: “Más de mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las demostraciones en ésta (Mendoza) sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de veinte cañonazos, iluminación, repiques y otras mil cosas”. 13 Con la misma alegría saluda la noticia de que Pueyrredón, nombrado Director Supremo por el Congreso de Tucumán, había sido bien recibido en Buenos Aires a pesar de las disensiones que pusieron en peligro la efectiva asunción al cargo: “Dios haga que sea el iris de la unión y tranquilidad, pues era insufrible el estado a que nos habían reducido nuestras miserias”. 14 Ante la lucha entre federales artiguistas y directoriales, escribe a Fernando Otorgues, lugarteniente de Artigas:

“El alma se me cae a los pies al considerar que mientras yo y mis bravos compañeros de armas nos hacemos pedazos por acabar la obra de la libertad, por aquí se está destruyendo con el dedo lo que por allá se trabaja no sólo a ambas manos, sino hasta con la vida. Si V. se precia de patriota, paisano mío, una V. sus esfuerzos a los míos para reducir a nuestro Dn. José a la reconciliación”. 15 También lo hace con Estanislao López suplicándole así: “Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos: unámonos, repito, paisano mío. El verdadero patriotismo en mi opinión, consiste en hacer sacrificios: hagámoslos y la patria sin duda alguna es libre; de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud”. 16 Ya retirado de toda responsabilidad militar o política, desde su amada Mendoza escribe a Vicente Chilavert en septiembre de 1823: “Que no exista la anarquía en nuestro territorio y que los españoles no vuelvan a dominarlo es cuanto necesito saber; de lo demás, poco me importa”. 17 Acosado por los círculos rivadavianos, como es sabido, no le duele tanto el exilio, que es una consecuencia de esa persecución, o la impostura, que enloda su honor. Le hiere que al pasar por el gobierno esos grupos hubiesen sembrado la semilla de la discordia; así escribe a O'Higgins el 20 de octubre de 1827: “Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa, y sólo ha contribuido a dividir los ánimos”. 18 Y respecto de la importancia de la unidad como factor de éxito, el 22 de octubre de 1827, en carta a Guido, estampa estos conceptos: “Vista la desunión de las demás provincias y por consiguiente debiendo soportar todo el peso de la guerra la sola de Buenos Aires, partido bien desigual y del que necesariamente debe sacar las ventajas que se propone, á menos que separada la manzana de la discordia con la renuncia del antiguo presidente, no cooperen todas las demás muy eficazmente a la continuación de la guerra pues en solo este caso la paz podrá conseguirse con honor”. 19

La forma de gobierno le es indiferente; Advierte que la forma de gobierno era eso, una forma, un medio de lograr los grandes objetivos que todo Estado debe proponerse. En vísperas de la declaración de la independencia, en carta a Godoy Cruz del 24 de mayo de 1816, expone ideas que lo acompañarían toda la vida, afirmando ser “un americano republicano por principios e inclinación, pero que sacrifica, estos mismos por el bien de su suelo”. 20 Y siendo que “Los americanos o Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando de fierro español, y pertenecer a una Nación”, 21 esto es, que la meta prioritaria del proceso insurreccional era la emancipación, consideraba nos convenía adoptar la monarquía como forma de gobierno.

Para llegar a esa conclusión, entre otras cosas, se preguntaba “si en el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles y mezquinas rivalidades, no solamente provinciales, sino de pueblo a pueblo, podemos constituirnos Nación?”. 22 En San Martín es una idea madre la de la unidad como sustento de la independencia. Al pretender regresar a Buenos Aires en 1829, cuando se le ofrece el gobierno, manifiesta: “Es conocida mi opinión de que el país no hallará jamás quietud, libertad, ni prosperidad sino bajo la forma monárquica de gobierno. En toda mi vida pública he manifestado francamente esta opinión, de la mayor buena fe, como la única solución conveniente y practicable en el país”. 23 La quietud, la libertad y la prosperidad, esto es, el bien común, primero. Y a esto subordinado lo instrumental, la forma de gobierno, entendiendo que lo conveniente y practicable, era la monarquía constitucional. En 1846, admirado de que Chile hubiera logrado estabilidad política y paz interior mediante un sistema republicano, manifiesta en carta al General Pinto: “Tiene usted razón: su afortunada patria ha resuelto el problema (confieso mi error, yo no lo creí) de que se pueda ser republicano hablando la lengua española; sin duda, todo hombre encontrará en nuestras repúblicas anomalías inconcebibles; ¿pero qué importa el que uno se llame el ciudadano San Martín, o don J. San Martín, o Marqués o Conde de tal?; como la esencia de las cosas llene el objeto, lo demás es sin importancia”. Pensamiento que remata con este lapidario juicio: “en resumen, el mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen”. 24

San Martín en la búsqueda de las causas de la anarquía: Fueron voces insospechadas como las de Sarmiento las que señalaron las causas del caos en que sumieron al país las ideas de la ilustración. El sanjuanino escribió: “Nosotros teníamos las ideas francesas de resistencia al poder, y el éxito fue disolver la sociedad”. 25

Mucho antes ya San Martín había advertido en carta a Tomás Guido del 28 de enero de 1816: “Hablemos claro, mi amigo. Yo creo que estamos en una verdadera anarquía, o por lo menos una cosa muy parecida a esto. ¡Carajo con nuestros paisanitos! Toma liberalidad y con ella nos vemos todos al sepulcro... En tiempo de revolución no hay más medio para continuarla que el que mande diga: hágase, y que esto se ejecute tuerto o derecho: lo general de los hombres tienen una tendencia a cansarse de lo que han emprendido, y si no hay para cada uno de ellos un cañón de a 24 que les haga seguir el camino derecho, todo se pierde...”. 26 Las cosas, lejos de mejorar, habían empeorado para 1819, y de allí sus consejos al Director Supremo Rondeau: “Compañero mío, no hay que cansarnos: si en las actuales circunstancias el P. Ejecutivo no está revestido de unas facultades ilimitadas y sin que tenga la menor traba, el país se pierde irremediablemente. Los enemigos que nos van a atacar no se contienen con libertad de imprenta, seguridad individual, ídem de propiedad, Estatutos, Reglamentos y Constituciones. Las bayonetas y los sables son los que tienen que rechazarlos y asegurar aquellos dones para mejor época”. 27 Es decir, seguía siendo lo prioritario obtener la emancipación, y para ello debía fortificarse el principio de autoridad. Derechos y garantías de la persona humana y el logro del propio aparato institucional de un Estado evolucionado serían bienes secundarios a alcanzar hasta la época en que lo impostergable se hubiera obtenido. Porque sin libertad nacional no hay plena libertad personal ni posibilidad de instituciones auténticas.

La aguda crisis política de 1820, probablemente la más seria de todas las que soportó la República, en cuanto se disolvieron en el marasmo del caos anárquico las instituciones políticas nacionales, puso en serio peligro la propia existencia del ser nacional. Al desaparecer la autoridad central, principio integrador de la sociedad patria, se corría el riesgo de terminar desmembrados territorialmente o sojuzgados por terceras potencias ambiciosas.

San Martín realizaba entonces la gesta emancipadora del Perú cuya sociedad presentaba los mismos síntomas desintegradores que la del Río de la Plata. Por ello, al dictar como Protector del Perú el Estatuto para el mejor régimen de los Departamentos Libres, concentró en sus manos el poder político y la potestad militar, haciéndose asistir solamente por un ministerio ejecutor de sus órdenes y un Consejo de Estado que lo asesoraría manifestando: “La experiencia de diez años de revolución en Venezuela, Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me ha hecho conocer los males que ha ocasionado la convocación intempestiva de congresos cuando aún subsistían enemigos en aquellos países; primero es asegurar la independencia; después se pensará en establecer la libertad sólidamente”. 28 Y aunque este Estatuto proclama los clásicos derechos de la persona humana con moderación, su inspirador manifiesta al respecto: “Habría podido encarecer la liberalidad de mis principios en el Estatuto provisorio, haciendo magníficas declaraciones sobre los derechos del pueblo, y aumentando la lista de funcionarios públicos, para dar un aparato de mayor popularidad a las formas actuales. Pero convencido de que la sobreabundancia de máximas laudables no es, al principio, el mejor medio de establecerlas, me he limitado a las ideas prácticas que pueden y deben realizarse”. 29

Estas últimas frases nos cercioran de que estamos frente a un San Martín que hizo del realismo en política su método de diagnosis y de consecuente tratamiento. Todo lo contrario de un ideólogo o de un demagogo, a quienes constantemente fustiga en su epistolario. Así, en 1829, desiste de desembarcar en Buenos Aires pues gobierna la facción que rodea a Lavalle luego del movimiento del 1º de diciembre de 1828, explicándole a O'Higgins desde Montevideo que la renuncia al poder que se le había ofrecido se fundaba en su resistencia a “engañar a ese heroico pero desgraciado suelo, como lo han hecho unos cuantos demagogos, que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen”. 30 Al respecto, Gérard, amigo del Libertador durante su estancia en Europa, y que le conociera profundamente, apunta: “Partidario entusiasta de la independencia de las naciones, sobre las formas, propiamente dichas, de los gobiernos no tenía ninguna idea sistemática. Recomendaba sin cesar, por el contrario, el respeto de las tradiciones y de las costumbres, y no concebía nada más culpable que estas impaciencias de los reformadores que, bajo pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de su país: todo progreso, decía el, es hijo del tiempo”. 31

Pero volviendo a la disolución de 1820 y los peligros de la dispersión localista en. que cayó el Río de la Plata, acotemos que ella fue culpable de que no se pudiese ayudar la gesta sanmartiniana en Perú mediante la concertación del ataque por el actual norte argentino al Alto Perú. Esta dispersión y la inexplicable actitud del gobierno de Buenos Aires que negó su imprescindible colaboración pecuniaria al Libertador, trajo como consecuencia la pérdida definitiva de ese preciado territorio (hoy República de Bolivia).

Pagábamos muy caras nuestras disenciones, y aunque durante el lapso 1820-1830 tratamos de retejer la trama política que nos diera un nuevo ordenamiento central, sólo logramos ahondar la división en un proceso compartido por la mediocridad de segundones hinchados y por quienes alguien apodó certeramente como alquimistas de la política, munidos de recetas jurídicas puramente especulativas.

Así nos encontró la década del treinta nuevamente en una encrucijada de desgobierno, con casi la mitad del territorio perdido y con el odio corroyéndolo todo.

Desde el exilio, San Martín, que seguía ansiosamente la dramática escena nacional, escribiría el 1° de febrero de 1834 una carta que es pieza clave para comprender su pensamiento frente a la problemática anárquica y generadora de sometimiento que presentaba la República. Ella fue escrita a Tomás Guido, y en sus párrafos fundamentales expresa: “Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades; los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un País de libertad, si por el contrario se me oprime? ¡Libertad! désela V. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar, y V. me contará los resultados. ¡Libertad! para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan, y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! para que si me dedico a cualquier género de industria venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de Pan a mis Hijos. ¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoje por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! para que sacrifique mis Hijos en disensiones y guerras civiles. ¡Libertad! para verme expatriado y sin forma de Juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión. ¡Libertad! para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea tal libertad, no será el Hijo de mi Madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no vea establecido un Gobierno que los demagogos llamen tirano, y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá V. que esta carta está escrita de un humor bien soldadesco. V. tendrá razón pero convenga V. que a 53 años, no puede uno admitir de buena fe el que se le quiera dar gato por liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no sufra una irritación -dejemos este asunto- y concluyo diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra Patria: sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el solo que merecerá el Noble título de su libertador...”. 32

Estos severos conceptos, brotados del inflexible realismo que San Martín se había impuesto, se complementan con los que expone en diciembre de 1835 al mismo interlocutor enterado ya de los sucesos que en marzo de ese año habían ocurrido en Buenos Aires provocando la erección de un régimen dictatorial: “Hace cerca de dos años escribí a V. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada Tierra que el establecimiento de un Gobierne, fuerte o más claro. Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer. Yo estoy convencido que cuando los hombres no quieren obedecer a la Ley, no hay otro arbitrio que el de la fuerza: 25 años en busca de una Libertad que no solo no ha existido sino que en este largo Período la opresión, la inseguridad individual, la destrucción de fortunas, Desenfreno, Venalidad, Corrupción y Guerra Civil, ha sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos sacrificios. Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño, y para conseguir tan loable objeto yo miro como bueno y legal todo Gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable; y no dudo que su opinión y la de todos los hombres que amen a su País, pensarán como yo”. 33

La clásica institución de la dictadura que los romanos habían legislado para los casos excepcionales en que la salvación pública así lo imperara, tenía ante sí la tarea de rescatar el cuerpo exánime de la República de las garras de la disociación ácrata y de las apetencias internacionales siempre al acecho de oportunidades propicias.

En misiva del 27 de abril de 1836, a Pedro Molina, un año después que este proceso reintegrador comenzara, San Martín saludaba los primeros frutos de orden y paz con estas palabras: “Veo con el mayor placer la marcha uniforme y tranquila que sigue nuestro país; ella solo puede cicatrizar las profundas heridas que han dejado la anarquía, consecuencia de la ambición de cuatro malvados”. 34 Ideas repetidas y desarrolladas a Guido el 26 de octubre de 1836: “Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria: Desengañémonos, nuestros Países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro, despóticos. Si Sta. Cruz en lugar de andar con paños calientes de Congresos, Soberanía del Pueblo, etc., etc. hubiese dicho francamente sus intenciones (porque estas son bien palpables) yo no desconfiaría del buen éxito, pero, los tres Congresos que tienen sobre sí, darán con él en tierra y lo peor de todo harán la ruina del País... no hay otro arbitrio para salvar un estado que tiene (como el Perú) muchos doctores... que un Gobierno Absoluto”. 35