Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán
Capítulo 14
 
 
Frutos que produjo la predicación de algunos valores apostólicos. El Adelantado Juan Torres de Vera abdica al mando. Gobierno de Hernandarias. Su prisión entre los indios y su evasión. Visita la provincia del Paraguay D. Francisco de Alfaro. Crítica sobre lo que dice Azara. Divídese la provincia del Paraguay y se establece el gobierno del Río de la Plata.


Se acercan ya los tiempos en que los sucesos de esta historia van á demostrar del modo más auténtico, que para dominar sobre los hombres es de más poderío la blandura y la persuasión, que la fuerza y el temor. Setenta años de guerra y desastres, que debieron escarmentar los indios, no habían hecho más que obstinarlos en el deseo de ser libres. Gobernaba aún la provincia del Paraguay el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, cuando vinieron á domiciliarse unos héroes pacíficos, amigos de la humanidad, cuyo destino era consolarla. Los nombres de fray Alonso de San Buenaventura y de fray Luis Bolaños, dos religiosos mínimos, jamás se repetirán entro los indios sin hallarse excitado el corazón á la ternura y al respeto. No es abriendo escenas de terror y de sangre que ellos hacen sus conquistas, sino siendo humanos, justos, sufridos y predicando una religión indulgente con los débiles. Un copioso número de gentiles se rindieron á sus persuasiones, y tributaron homenaje al verdadero Dios en más de cuarenta templos que levantaron á su culto. Esta copiosa mies tentó la codicia de un teniente de la Vida Rica quien los redujo á cautiverio. Los corazones virtuosos y sensibles de aquellos misioneros que habían puesto los altares por garantes de su felicidad no pudieron contener su indignación. Ellos reclamaron á favor de la libertad de los indios, los derechos de la naturaleza, y el favor aunque tenue de las leyes. Su celo los hizo víctimas del furor: un destierro fue el premio de sus fatigas.

Es la parte más agradable de esta historia aquella que presenta la sujeción de los bárbaros sin que en ella tuviese influjo el derecho de la espada. Así no omitiremos decir, que otros ministros del Dios de paz se dedicaron á este importante ministerio. San Francisco Solano hizo resonar su voz por estas partes con todo aquel buen éxito que suele ser el fruto de aquella encantadora gracia que acompaña la santidad. La Asunción le será deudora de haber renacido bajo su patrocinio el año 1589. Muchos millares de bárbaros de las naciones vecinas se habían confederado secretamente para asaltarla en el momento en que entregados a sus vecinos á las religiosas ocupaciones del culto, daban todos sus cuidados á la piedad. Se cuenta que por una cierta inspiración conoció el Santo la empresa proyectada en el instante de su ejecución, y que arrebatado de un entusiasmo divino habló a los indios, que eran de distintos idiomas, en lengua guaraní con tal vehemencia de sentimientos que les hizo aborrecidos sus intentos. Nueve mil indios renunciaron sus errores al eco de esta voz celestial, y pidieron el bautismo. El curso de los acontecimientos traerá á la pluma lo que hicieron otros misioneros jesuitas, cuya religión tuvo su ingreso por estos tiempos.

Cansado el Adelantado Juan Torres de Vera de un gobierno dilatado en que entre algunos sucesos prósperos experimentó los desórdenes de la suerte, y deseando volver á respirar los aires del patrio suelo, abdicó el mando en 1591. La ciudad de la Asunción puso en su lugar á Hernandarias de Saavedra, según el privilegio que para ellos gozaba del Emperador Carlos V. Era este caballero oriundo de la misma Asunción; quien debe tener á mucha gloria haber servido de cuna á un personaje tan ilustre. El historiador Lozano, que nos sirve de principal guía, nos dice de este gobernador en su historia manuscrita, que desde la edad más tierna desempeñó el servicio militar con crédito de valeroso; que ennobleció este valor con esa prudencia consumada que en los combates honra á los guerreros; que se distinguió por su destreza en las artes de la paz y de la guerra; que fue un decidido protector de los indios, y en fin que habiendo sido uno de los héroes que ha producido el mundo nuevo mereció se colocase su retrato en una de las salas de la contratación de Cádiz. Nos lamentamos de que el tiempo haya destruido las memorias de que podía formarse un retrato más exacto; con todo, añadiremos algunos hechos que refiere el mismo historiador.

Entre las proezas militares de este grande hombre se cuenta el combate singular á que fue desafiado por un Cacique de mucha fama, y en que la cabeza de este temerario sirvió de advertencia á los suyos para no continuar una guerra que debía serles funesta. Esta clase de escenas sanguinarias aquejaban mucho el ánimo de Hernandarias. La necesidad obraba en ellas, y el escarmiento de los vencidos era el único fin del vencedor. Su alma se entregaba á todo lo que era en alivio de los indios.

Hernandarias dejó de mandar el año de 1593. La historia no presenta hecho notable en los gobiernos de sus tres inmediatos sucesores, si no es el naufragio de tres navíos ingleses que dieron al través en las costas de las islas de Santa Catalina. Buenos Aires se había hecho un puesto de importancia para que dejase de entrar en el vasto plan de adquisición trazado por la codicia extranjera. La reina Doña Isabel puso la mira en esta conquista, y puede creerse que le hubiera salido venturosa á no haberla desgraciado aquel inopinado infortunio. Tales eran los pocos preparativos con que se hallaba esta plaza para hacer frente á un enemigo poderoso. Don Fernando de Zárate, que con retención del gobierno del Tucumán mandaba la provincia, vio en esta expedición inglesa el amago de otras muchas con que las naciones extranjeras infestarían nuestros mares y por lo mismo teniendo á su disposición las tropas cordobesas, que habían ido en auxilio de la plaza, puso mano en la construcción de un fuerte que perfeccionaron sus sucesores.

Hernadarias de Saavedra vuelve á aparecer en el teatro a continuar el curso de su gloriosa carrera. Por muerte del gobernador D. Diego Valdés de Banda entró de nuevo á gobernar; no es bien averiguado si á nombramiento de la provincia ó del virrey de Lima, pero sí lo es que en 1601 obtuvo de la corte la propiedad de este gobierno. Aún no había entrado en calma el espíritu alterado de los nuevos descubrimientos.

Su mérito se recomendaba por sí mismo en el aprecio de los fieles servidores del rey. Esto bastaba para que no fuese desatendido por los cuidados de Hernandarias. Hechos los aprestos necesarios se dirigió hacia el estrecho de Magallanes, y descubrió más de doscientas leguas por aquel rumbo. Los bárbaros que vivían sin inquietud en una dulce indolencia, no pudieron mirar sin susto una invasión tan repentina. Con un valor inesperado se echaron sobre los españoles, y á favor de su multitud ganaron la victoria. Todos los que salvaron la vida quedaron prisioneros, excepción de Hernandarias. Este revés no minoró su gloria, porque no es justo se pasen por delitos las faltas de la fortuna. Su corazón grande no se abatió á este infortunio, antes dio á conocer en él la firmeza y elevación de su carácter. En tan difícil coyuntura y tomó el partido de evadirse, y de empeñar otro combate luego que hubiese reclutado nuevas fuerzas. En efecto, sacadas éstas de Buenos Aires hizo que el enemigo no disfrutase mucho tiempo de su triunfo. Vencido y derrotado no pudo impedir la libertad de sus prisioneros.

Las bárbaras naciones que abrigaba en sus senos el gran Chaco por lo perteneciente á la provincia del Paraguay, traen inquieto el ánimo de Hernandarias, no tanto por domeñarlas cuanto porque se rindieran al imperio de la fe y de la razón. Primero por medio de sus capitanes, y, después por sí mismo desempeñó esta empresa, si no en toda su extensión, á lo menos en la parte que pudo ser asequible. Los fieros Guaycurúes empezaron á gustar la educación de las leyes y la disciplina de la fe.

La tiranía de los españoles había hecho que muchos de los indio reducidos del Guáyra desertasen de sus encomiendas, entregándose á esta vida holgazana que constituye la clase estéril, y que suele ser en las repúblicas la ruina de las activas y fecundas: en fin que otros muchos resistiesen entrar en sujeción á virtud del escarmiento que le dejaban sus compatriotas.

Dos expediciones dirigidas á la conquista del Paraná y el Uruguay eclipsaron no poco las glorias de Hernandarias. En la primera perdió parte de su ejército; en la segunda un ejército de quinientos hombres y la esperanza de conseguirla. No creyéndose con fuerzas suficientes para imponer la ley á estos indios, lo representó á la corte, añadiendo que en tal caso convendría sujetarlos por las armas de la fe. El rey Felipe III en real cédula de 1608 aprobó este pensamiento. Después de no pequeñas dificultades fue acordado que los jesuitas Simón Mazeta y José Cataldino, italianos, tuviesen por suerte tan glorioso destino en la provincia del Guayra. A 8 de Diciembre de 1609 emprendieron su viaje. Por estos mismos tiempos arribó á la Asunción Arapizandú, régulo principal de los Paranás, solicitando la paz y, doctrineros para su pueblo. Los padres Lorenzana y Francisco de San Martín abrazaron esta empresa que hace tanto honor á la religión y la humanidad. En el siguiente año de 1610 todos estos varones apostólicos dieron principio á esas misiones célebres en que tanto se ha ejercitado a un mismo tiempo la crítica, el odio, la envidia y la admiración.

Las quejas contra el servicio personal de los indios se habían aumentado y preparaban una reforma feliz en toda la provincia. Acaeció ésta con la venida del visitador D. Francisco de Alfaro. Este era un Ministro hábil, incorruptible, diestro en manejar los espíritus, y que unía al deseo del acierto la firmeza de sus resoluciones. Unas ordenanzas dictadas por la voz de la equidad y en las que abolido dicho servicio, que no distaba mucho de una verdadera esclavitud, quedaron restablecidos los indios en parte de sus justos derechos, fue el fruto de esta visita. La data de estas ordenanzas es de 1612 tiempo en que habiendo acabado el gobierno de Hernandarias desde 1609 se hallaba D. Diego Marín de Negrón en posesión del mando.

Todo hombre que piensa, ha creído que en lugar de emplear los españoles europeos la fuerza y la tiranía para reducir á los americanos no debieron valerse de otros medios que de la dulzura y la superioridad de sus luces: entre los más inhumanos que adoptaron, fue sin disputa el del servicio personal. Por una política bárbara los conquistadores de estas partes introdujeron la Costumbre de repartirse los indios después de haberlos vencido. Por este repartimiento, que también era comprendido en la clase de encomiendas, correspondía al encomendero sobre el indio un derecho de servidumbre diaria, á diferencia del que se hacía en virtud de una sumisión voluntaria, ó de una capitulación cuyo término se limitaba al de dos meses.

La tiranía metódica de estos encomenderos despertó en fin á la corte de España, quien prohibiendo enteramente el servicio personal, redujo las encomiendas al usufructo del tributo debido á la corona. Con arreglo á estas disposiciones formó sus ordenanzas el visitador Alfaro. No nos admira que los encomenderos se resistiesen de una reforma que ponía límites á su avaricia; al fin una soldadesca desenfrenada no podía respetar otros derechos que los de su interés: lo que sí admira, es que en el siglo de las luces se encuentre un escritor como el señor Azara, que los acompañe en su duelo. Oigamos como se produce 44. "La corte ordenó á D. Francisco de Alfaro, oidor de la Audiencia de Charcas pasar al Perú en calidad de visitador. La primera medida que tomó en 1612, fue ordenar que ninguno en lo sucesivo pudiese ir á casa de indios con el pretexto de reducirlos, y que no se diesen encomiendas del modo que hemos explicado, es decir con servicio personal. No alcanzo sobre que podía fundarse una medida tan políticamente absurda; pero como este oidor favorecía las ideas de los jesuitas, se sospecho por aquel tiempo que ellos dictaron su conducta. Después de esta época nada hubo que excitase á los particulares españoles para tomarse la fatiga de ir á buscar por entre grandes riesgos indios salvajes solo a fin de gozar de sus trabajos por dos generaciones á título de encomienda. Como no había por aquel tiempo en el país ni tropas asalariadas, ni dinero, no tuvieron los gobernadores ningún medio de aumentar las conquistas, ni reducir a los indios, y todas las operaciones súbitamente cesaron. Los portugueses, nuestros vecinos, que no se contentaban con dar en encomienda á los particulares los indios que tomaban, sino que también les permitían venderlos a perpetuidad como esclavos, buscaron salvajes por todas parte hasta en los más pequeños rincones del país.

Ellos usurpando también la mayor parte del territorio que poseían, aumentaron su población y descubrieron sus minas." ¡Puede darse un rasgo de política más absurda! El señor Azara no alcanza en que pudo fundarse el visitador Alfaro para abolir el servicio personal. Pero nosotros no alcanzamos como pudo escaparse á un sabio filósofo que ese servicio es incompatible con la libertad civil, de que nadie tuvo derecho para despojar á los indios y de que eran tan celosos. El salvaje prefiere esa libertad a las dulzuras de la vida más culta; las naciones políticas reconocen por primer estatuto el de su libertad, y entre los pueblos reducidos á servidumbre no hay ninguno que no suspire por el momento que la termina. ¿Cómo pues el señor Azara califica de absurda la política que se encamina á recuperarlas? Es sin duda porque á juicio de este escritor eran conciliables el servicio personal de los indios y su libertad. "En efecto, estas encomiendas establecidas por Irala, nos dice en el lugar citado, pertenecían al primero y segundo poseedor por todo el tiempo de su vida; pero después de este término ellas debían ser abolidas, dejando á los indios en el goce de su plena y entera libertad absolutamente como los españoles, con tal que pagasen sólo un cierto tributo al tesoro público. Irala juzgó á más de esto que el tiempo señalado á la duración de las encomiendas era necesario para la instrucción y civilización de los indios, bajo el régimen y la conducta de los encomenderos que personalmente eran en ello interesados, y, bajo la inspección del jefe quien no se descuidaba de informarse del estado en que se encontraban los indios, y del modo como eran tratados. De suerte que á mi juicio era imposible combinar mejor el engrandecimiento de las conquistas, la civilización y la libertad de los indios con la recompensa debida á los particulares que todo lo hacían á sus expensas". Pero ¿quién es aquel que no advierte en este sistema una mera especulación lisonjera que desmintió la práctica?

Lo que hay de cierto es que los indios sujetos al servicio personal, principalmente los reducidos por las armas, se tenían en clase de domésticos, eran tratados como unos verdaderos esclavos excepción de no poderse enajenar. Mal vestidos y peor comidos se les hacía trabajar sin salario alguno, y la falta más ligera los hacía dignos de un severo castigo. Todo ocupado el encomendero de su ganancia, lo que menos atendía era la educación de los indios. Por consiguiente esta estupidez grosera á que puede conducir una esclavitud sofoca todo sentimiento de gloria y de grandeza, era preciso que fuese el distintivo de estos infelices. Ni era más envidiable la suerte de los Mitayos, es decir, de aquellos indios que con dos meses de servicio satisfacían la obligación del feudo. La codicia española encontró luego el arbitrio de esclavizarlos por toda su vida. La miseria de estos indios los obligó desde luego a aceptar las pagas anticipadas con que los tentaban los encomienderos; pero como su misma pobreza no les permitía pagarlas, de deuda en deuda venía a cogerles la muerte. Pero aun era más triste la suerte de estos deudores insolventes, si llegaban á tener una familia que sustentar. Reducidos a una prisión no hallaban otro medio de libertarse, que dando en prenda su mujer y sus hijos: pero prendas que para el encomiendero no eran más que otros tantos infelices esclavos de por vida.

Verdad es que para poner á los indios al abrigo de toda vejación, el gobernador de la provincia debía escuchar sus quejas, y administrarles justicia, castigando con la privación de la encomienda á los que ó por su negligencia en la educación de los indios, ó por sus malos tratamientos abusasen de su poder. ¿Pero qué ley es aquella que á la distancia del trono conserva su vigor? Si esto es así para con todas debe serlo mucho más para aquellas en que es interesada la codicia. Entonces ella se generosa, y halla recursos en sí misma para comprar aquellos que puede reprimirla, y prometerse la impunidad. Esto es puntualmente de lo que la historia sale por garante.

Pero sin el servicio personal, ¿cómo conseguiremos el engrandecimiento de la conquista y el aumento de nuevas poblaciones en un estado donde lo más se ha de practicar á expensas del vasallo? Véase aquí el grande escollo que descubrió el señor Azara en sus meditaciones político-filosóficas. Nosotros creemos que hubiese hecho más honor á su pluma, empleando sus grandes luces y conocimientos en demostrar la injusticia de esa conquista, aun cuando hubiera sido posible por otros medios menos ilícito que el del servicio personal. Permitido que fuese ventajoso al Estado retirar más los límites de la conquista, restaba averiguar si este procedimiento llevaba el carácter que imprime la justicia, porque en nuestra opinión nada que no sea justo, puede ser útil. Nos desviaría demasiado si empeñásemos la prueba de su ilicitud por otros títulos que el que provee el servicio personal. Hemos visto ya la oposición que dice la práctica con la libertad de los indios: esto nos basta para concluir que engrandecer la conquista á sus expensas hubiera sido lo mismo que marcarla con el último sello de la crueldad.

¿Y que diremos si lejos de ser conveniente á la España esas nuevas conquistas no hubieran hecho más que debilitar las adquiridas? En efecto, no es preciso esforzar mucho el raciocinio para llegar á conocer que ocuparse en nuevos descubrimientos cuando los hechos permanecían aun informes era exponerse á quedar sin nada por aspirar á adquirirlo todo. Los recursos que suministraba la corte de España á estos conquistadores eran muy pocos ó ningunos. Para hacer nuevas adquisiciones les era preciso sacrificar á ellas esa misma actividad, industria y trabajo que debían hacer florecientes las ya adquiridas: por consiguiente nadie es tan escaso de luces para no advertir que el empeño de acumular descubrimiento era el más insensato en principios de política, y al mismo el más horrible en los de la moral, principalmente si se hacía á costa de la libertad de los indios. Entonces hechos los españoles el objeto de su execración, no pudiendo exterminarlos tomaban el partido de yugo retirándose a los bosques, y romper con ellos toda comunicación. De manera que el mismo servicio personal á que el señor Azara atribuye la virtud de afirmar, extender y hacer útil la conquista, venía a ser el medio más eficaz de enflaquecerla y destruirla.

No es sin escándalo que oímos á este escritor cuando nos pone por modelo la conducta que observaron los portugueses, nuestros vecinos, en sus conquistas. Todas las historias están llenas de actos de tiranía y de crueldad, con que los portugueses se hicieron memorables en esta parte del globo. Apenas fueron conquistadas esta bastas regiones, cuando se vieron pasar muchos salvajes de la libertad más entera á la esclavitud más absoluta é inhumana. En tiempos más bajos fueron exentos de todo tributo, pero se les sujetó á una estrecha servidumbre en que á pretexto de bien público los tenían empleados. Si a estos arbitrios reprobados debieron su prosperidad estas colonias, claro está que no es tan envidiable como la presenta el señor Azara.

Volvamos a nuestra historia.

No es de admirar que con la abolición del servicio personal hiciera más progresos la sujeción de los indios. La humanidad los convidaba á gozar unas ventajas que les eran desconocidas. Las puertas del Paraná, algunos años cerradas, que se habían abierto desde 1610, daban ahora más franca entrada, á que los misioneros añadían su tutela. Había ya muerto el gobernador Negrón antes de concluir el año de 1615, cuando sucediéndole interinamente el general Francisco González de Santa Cruz, se adelantó en extremo esa revolución dichosa que había costado un siglo de deseos.

Un accidente poco esperado favorece de nuevo a causa de los indios. El inmortal Hernandarias gozaba en ocio tranquilo las delicias de la condición privada, sin que ningún interés entrase en concurrencia con el que tenía por los bienes de la vida futura. A pesar de esto se vio obligado por tercera vez a tomar en sus manos las riendas del gobierno habiendo sido nombrado por la corte en consideración de sus méritos y servicios. Su tierno amor á los indios fomentaba la obligación de protegerlos. Jamás los derechos de la libertad fueron más bien respetados. El indio era un ciudadano en quien se dejaba ver bien sostenida la dignidad del hombre. Sus agravios provocaban toda la severidad del gobierno y la conservación de sus personas y sus bienes daba á conocer que hacía parte de nuestro derecho público.

Entre tanto que se ocupaba Hernandarias en promover el mejor orden de lo interior de la provincia, otros cuidados exteriores llamaban su atención. Las naciones extranjeras ocupadas en el proyecto de arruinar nuestro comercio, lo iban ya enflaqueciendo con sus continuas depredaciones. Un corsario holandés, que hacía su crucero en la boca del gran Río de la Plata, había ya robado tres naves españolas y se prometió igual despojo de otras muchas. Contra este rapaz enemigo dispuso Hernandarias que saliesen tres embarcaciones de las que se hallaban en el puerto cuyo mando confió á su sobrino D. Jerónimo Luis de Cabrera. El corsario vio venir estas fuerzas y con el tiempo huyó del peligro, dejando evacuado el río, y aunque después intentó repetir estas piraterías no le salió feliz su designio, porque tuvo siempre en Hernandarias un enemigo prevenido y diligente.

Eran ya demasiado vastos los términos de esta provincia para que pudiesen darle movimiento y actividad las atenciones de un solo jefe. La erección de otra nueva, cuya capital fuese Buenos Aires, le exigían los importantes objetos que debían ser de su inspección. Más solícito Hernandarias en extender la base de la felicidad pública, que en mantener la de su poder, lo había representado a la corte. Excitado del mismo sentimiento reiteró con nuevo esfuerzo esta pretensión. El rey advirtió en ella un manantial de bienes que sin falta notable no podía desatender la política del Estado. En esta virtud, decretó la división en dos gobiernos del Paraguay y del Río de la Plata el año de 1620.

Con este acaecimiento, que abre época en los fastos de estas provincias, acabó el gobierno de Hernandarias, quien descendió gustoso a ejercer sobre sí mismo en una vida privada la autoridad que con violencia había ejercido en los demás. Siempre modesto, jamás admitió otro tratamiento que el de su nombre. Verdad es, que habiéndolo hecho tan glorioso, valía más que esos dictados de que tanto se precian los hombres desde que empezaron á ser suplementos del mérito. Lleno de gloria y de virtudes murió después en la ciudad de Santa Fe.