Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Las últimas consecuencias
 
 

Fueron dolorosas y humillantes en sumo grado para quienes habían intervenido, de algún modo, junto al rey Carlos III y a su ministro conde de Aranda, en la desarticulación de la obra jesuítica del Paraguay. A tal degradación se vieron reducidos los pueblos bajo el régimen de los administradores gubernamentales, ávidos de enriquecerse a mansalva tiranizándolos, que renegaron de España para echarse incautamente en brazos de Portugal, Y al querer, años después, salvar lo perdido, la venganza de sus nuevos amos fue tal y tanta, que bien lo muestran las desperdigadas ruinas todavía hoy existentes en la antigua zona misionera.



1} Pérdida de los siete pueblos


La expulsión de los jesuitas, con la consiguiente decadencia de la» reducciones guaraníes, trajo con los años, como una fatal derivación, la apertura de la frontera por la parte del Brasil.


Diez años después de consumado el extrañamiento, el virrey don Pedro de Cevallos llamaba la atención en su Memoria sobre este peligro, que parecía actualizar la situación desesperada de los indios, por la codicia de los administradores.


Envió Cevallos dos relaciones, en que se representaba “al vivo el estado lamentable de aquellos pueblos, la infeliz constitución de sus habitadores, las causas de su exterminio, y la facilidad de su remedio”:


Pidió, eso sí, ahínco en su aplicación, “no permitiendo que nuestros vecinos, aprovechando de la oportunidad que les presenta tan favorables circunstancias, nos acaben de dominar en esta América; que es todo el objeto a que se dirigen sus miras en cuantas ocasiones promueven”. 315


No andaba errado el primer virrey del Río de la Plata, según confirmó después el gobernador de los pueblos don Francisco Bruno de Zavala, al notificar desde la Candelaria a don Francisco de Paula Sanz en 16 de agosto de 1786, cuanto aquí se dice:


“No puedo dejar de manifestar a Vuestra Señoría lo que me han asegurado intentaron los indios de San Miguel, de escribir a los portugueses que vinieran a apoderarse del pueblo, porque están quejosos del teniente de gobernador [don Manuel de] Lasarte [y Esquivel], que descubrió o pilló la carta, y procuró con silencio remediar aquel alboroto.” 316


El disgusto de los indios bajo el régimen de los administradores favoreció, efectivamente, la ocupación en la guerra entre España y Portugal, cuya noticia llegó a Buenos Aires por junio de 1801, cuando el marqués de Avilés viajaba a recibirse del virreinato de Lima.


Así compendió don Miguel Lastarria las circunstancias de este hecho fatal a la causa española:


“Los portugueses se aprovecharon de su desconsuelo, y..., guiados de un sargento director indultado, pudieron conquistar o seducir el ánimo melancólico de los 12.174 indios de todas edades y sexos que componían los siete pueblos guaraníes de la banda oriental del Uruguay, y se apoderaron de ellos en agosto del propio año” de 1801. 317


Recordó un par de años después el testigo presencial don José de San Cristóbal y Santisteban que hasta las “mujeres tiraban a bandadas hacia el campamento de los portugueses”; más este otro dato sugestivo:


“Todos los indios e indias de este pueblo [de San Miguel] de sampararon a los españoles, en término que hasta los curas no tenían quien los sirviese.” 318


Dióse esta vez el mismo caso de 1752, pero a la inversa. Allá, por el tratado de límites, los indios de los siete pueblos se rebelaron contra España, porque no pasasen sus tierras a Portugal, con riesgo de que la rebelión envolviese las otras doctrinas guaraníes. Aquí hubo también levantamiento de los siete pueblos, y amago de envolver al resto, mas por el motivo contrario de cercenar las tierras orientales a la corona española y pasarlas a Portugal, como lo consiguieron. Esta fue otra consecuencia del retiro de los jesuitas, y de los treinta y tres años de administración seglar.


Por su parte el virrey Joaquín del Pino ordenó a las tropas de frontera acudir en defensa de los pueblos ocupados. Pero tan sólo 25 blandengues se reunieron con el alférez enviado por el Virrey; los cuales nada osaron contra las tropas de ocupación y los mismos Indios, puestos de parte de los Invasores.


Concluida la paz, que establecía la entrega de las tierras conquistada, no hubo cambio. Los portugueses retuvieron sin contraste ni molestia los siete pueblos, que pasaron de hecho a su soberanía.



2) Los últimos intentos de recuperación


Llamábase Andrés Guacurarí y Artigas, alias Andresito, el Indio de San Borja, a quien su padre adoptivo José Gervasio Artigas había creado “capitán de blandengues y comandante general de la provincia de Misiones”. Los luso-brasileños lo llamaron Artiguinhas y también Andrés Tacuarí.


A los siete pueblos arrebatados por los portugueses en 1801, se habían sumado otros cinco caídos diez años después en poder de los paraguayos.


Empezó Andresito con estos últimos la conquista en 1815, secundando las órdenes de Artigas, a través del capitán Manuel Miño. Y lo consiguió sin mucho dispendio de energías.


Por lo que, promediando el año siguiente de 1816, la orden de reconquista enderezaba a los siete pueblos de la banda oriental.


Aquí los frentes eran tres: el más septentrional lo abriría el propio Andresito desde Santo Tomé, trasponiendo el Uruguay y tomando por asalto a San Borja, defendido por el brigadier don Francisco das Chagas Santos. Desde Yapeyú entraría el teniente Riquelme. El propio Artigas, saliendo de Purificación, tomaría por el Ouarrey. Vencida la barrera del Uruguay, era “preciso internarse y avanzar lo posible”. 319


Fue así como a mediados de setiembre, habiendo cruzado decididamente Andresito el Uruguay, después de vencer en el Rincón de la Cruz las fuerzas de Ferreyra Braga, embestía a San Borja; y, al verse resistido eficazmente, le ponía sitio. El 24 y el 25 intimaba una y otra vez la rendición a los sitiados, con amenaza de pasar a cuchillo a la entera tropa; “no habiendo otro fin que me mueva a derramar la última gota de sangre —exponía en la proclama—, sino lo nuestro nativo, quitado con toda ignominia el año 1801 “. 320


La contraofensiva portuguesa llegó pronto, por obra del coronel José de Abréu; quien, con sus ochocientos veteranos, sorprendió y dispersó las fuerzas del jefe artiguista Pantaleón Sotelo, que cruzaba el Uruguay en auxilio de Andresito. Una nueva tentativa de Sotelo tuvo igual suerte. Hasta que el 3 de octubre de 1816, llegando Abréu junto a San Borja, cuando Sotelo intentaba por tercera vez cruzar el río, le infligió al cabo total derrota.


Con que, saliendo Francisco das Chagas Santos de San Borja, unido a las tropas de Abréu, limpió de enemigos en nueve días la banda oriental por aquella parte. Otras dos batallas victoriosas dejaron la zona prácticamente reconquistada para el Brasil. Con el agregado de las otras dos victorias de Arapey y del arroyo Catalán, que liberaron de enemigos toda la banda oriental por enero de 1817.



3) El fin


Terminó la campaña con un acto de ferocidad de parte de los vencedores contra los infortunados indios; ferocidad sin atenuantes, indigna de pueblos civilizados.


Ordenó el marqués de Alégrete al brigadier Chagas cruzar el Uruguay y arrasar los pueblos occidentales después de haberlos saqueado, para prevenir nuevos ataques. Las poblaciones debían constituirse en la ribera oriental.


Chagas partió de San Borja el 14 de enero de 1817 con quinientos cincuenta hombres y cinco cañones. Ahuyentó a Andresito que en la Cruz trataba de recuperarse, y envió desde allá a sus capitanes para consumar la obra destructora; que fue implacable, arrasando y saqueando las antiguas reducciones. Contemporáneamente el dictador del Paraguay don José Gaspar Rodríguez de Francia ejecutaba lo propio con los pueblos limítrofes de Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio-miní y Corpus.


“No queriendo tener [Francia] ningún motivo de disputa con los portugueses que amenazaban los pueblos del Paraná, los hizo quemar y evacuar. Las poblaciones, los objetos preciosos, el ganado, todo fue trasportado al otro lado del Paraná y distribuido en las reducciones vecinas.” 321


Se había consumado de esta suerte la secular inquina de los portugueses contra los indios reducidos, en aras de la más desenfrenada y feroz codicia. La historia de aquellos años presenta pocos ejemplares de tan bárbaro exterminio, como el de la invasión portuguesa en los pueblos guaraníes.


Horripila el ensañamiento del invasor, siguiendo precisamente al cronista expedicionario capitán Diego Arouche de Moraes Lara en la Memoria da Campanha de 1816.


Los datos son verificables y concluyentes. Así los comentaba Eduardo Acevedo en los comienzos del presente siglo:


“Salta a los ojos que cada victoria era para los portugueses señal de carnicería. Al recorrer los partes oficiales se nota efectivamente una desproporción enorme entre los muertos y los heridos y prisioneros. En la batalla de San Borja y reconquista de las Misiones, el número de muertos llega a 1.000 y el de prisioneros de ambos sexos a 73. En la batalla de Ibiraocai, hubo 24 prisioneros contra 280 muertos. En la batalla del Catalán, ascienden los prisioneros a 290, pero también sube a 900 el número de muertos.”


La participación del marqués de Alegrete en esta última batalla salvó del exterminio a los prisioneros, a que los condenaba la soldadesca embravecida y sus inmediatos jefes.


“Era, pues, una guerra en que el conquistador no daba cuartel. Los heridos y prisioneros que caían en sus manos eran degollados en el campo de batalla. Y así podía el vencedor estampar cifras pavorosas en sus partes oficiales.” 322


Cítase en la referida obra de Acevedo el testimonio de otro portugués, Juan Pedro Gay, cura y vicario de San Borja, que acompañó a los expedicionarios:


El gobernador de Río Grande, marqués de Alégrete, mandó a Chagas que “destruyese todos los pueblos de las misiones occidentales, y trajese su población para ser repartida entre las misiones brasileñas... Nada debía quedar, ni templos, ni habitantes, ni estancias; nada, en fin, que pudiese servir para núcleo de una población.


“Y, efectivamente, el general Chagas fue un fiel y concienzudo ejecutor de estas medidas exterminadoras.


Puesto su cuartel general en la Cruz, abandonada por los indios varones, “lanzó su caballería disponible a explorar la campaña para averiguar si sus órdenes habían sido cumplidas. Esta fuerza marchó por toda la costa occidental del Uruguay y siguió hasta Loreto en la costa del Paraná, hostilizando, saqueando y destruyendo por el hierro y el fuego todo cuanto encontraba.” 323


Capturado al fin el jefe indio, fue remitido a Río de Janeiro, donde transcurrió un año alojado en un pontón, con otros de su raza, bajo las más duras condiciones.


Instalado después en los calabozos de la Isla das Cobras, alcanzó la libertad con otros jefes artiguistas, merced a las gestiones de don Francisco de Borja Magariños y del ministro de España conde de Casa FIórez. Más, preso y encarcelado otra vez en los calabozos de dicha isla, so pretexto de una incidencia callejera con marinos o soldados ingleses, nada más se supo de él. Murió, presumiblemente envenenado, en la referida prisión. 3 24


Así tristemente y sin gloria concluía la obra misionera, privada de sus legítimos pastores y echada a la ventura, no obstante su innegable acción beneficiosa.


Hoy las ruinas de las abatidas reducciones constituyen el pasmo de viajeros y turistas, que las contemplan extasiados, casi con devoción.


Así y todo, el Interés por sus labradas piedras ha puesto, con sobrada frecuencia, en grave discrimen la conservación de tan preciosas reliquias.


Su mantenimiento y habilitación corren parejas con la promoción cultural del país, que a todos —gobiernos y particulares— incumbe y obliga por igual.