Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
4. EL EXTRAñAMIENTO DE LA COMPAñíA DE JESúS | Las Causales
 
 

Es un hecho entre los más angustiosos de la historia. La expulsión de la Compañía de Jesús sólo puede calificarse de obra satánica, por sus enormes consecuencias en la vida no menos espiritual que cultural, política y social. Hubo en todos los órdenes un sensible descenso por tan violenta sacudida, sin posibilidad de recobro.


Sobre los causantes de este desbarajuste criminal pesa privativamente el deterioro y pérdida, al fin, de las más ajustadas organizaciones indígenas que recuerdan los siglos.


Y fue sin atenuantes, pues abundaban entonces, como ahora, en los públicos repositorios, las informaciones de respetabilísimos personajes intencionadamente favorables a la obra jesuítica, conceptuada benéfica en sumo grado, e insustituible encima, tanto en las ciudades como en las misiones.


Siguiendo hasta el fin el relato de esta Cuarta Parte, se advertirá cuán castigada de la mano de Dios debió de estar la sociedad entonces, al consentir tanta falsía adocenada, erigida en axioma para bochorno de las almas buenas.


Pero se saca también la consecuencia de que, si los reyes de España figuran en nuestra historia como padres de los indios y sus más benéficos protectores, Carlos III queda en ella, por culpa singularmente de su ministro el conde de Aranda, como el hombre nefasto que, entre lamentos de conciencia sutil y timorata, causó a la Iglesia tan lacerante herida, como no la abrieron peor sus más declarados enemigos.



El tema ha sido objeto de muchas disquisiciones, tendientes a descubrir lo que Carlos III tocó más que de paso en el real decreto de expulsión, al referirse a motivos de orden público y a otros que se reservó en su "real ánimo". Tampoco fue más explícito en la respuesta que dio a los requerimientos del papa Clemente XIII, cuando aseguró haber tenido "superabundantes" razones para tan radical medida.


Más que a un motivo determinado, se debió el hecho a un conjunto de personas, ideologías y circunstancias que, unidas en apretado haz, desencadenaron la catástrofe.



1) El móvil anticristiano


Parece que deba excluirse en las intenciones así del Rey como de casi todos los que tuvieron parte efectiva en los sucesos.


"Conviene descartar, como motivo de la expulsión, una malquerencia sectaria contra la Iglesia Católica, que no se puedo imputar a Carlos III, ni a gran parte de sus ministros y consejeros, ni mucho menos a los prelados contrarios a los jesuitas, o a los religiosos que tanto hicieron porque se efectuara el extrañamiento." 288


Lo cual exige, sin embargo, alguna aclaración. Con Ricardo Wall, ministro de Estado de Femando VI desde el 15 de mayo de 1754, suben al poder los déspotas ilustrados de la heterodoxia, y se mantienen sin interrupción hasta la época de don Manuel Godoy, ministro de Carlos IV. 289 El nombramiento, sobre todo, del conde de Aranda como presidente del Consejo de Castilla, por real carta autógrafa de 11 de abril de 1766, significa la entronización del filosofismo volteriano en el gobierno.


Aranda era "un impío, quizás el único impío" de todo el elenco gubernativo de la época de Carlos III. 290


Nada más exacto que este juicio que de él compuso Menéndez y Pelayo con su bien cortada pluma:


"Militar aragonés de férreo carácter, avezado al despotismo de los cuarteles, ordenancista inflexible, Pombal en pequeño, aunque moralmente valía más que él y tenía cierta honradez brusca a estilo de su tierra; impío y enciclopedista, amigo de Voltaire, de D'Alembert y del abate Reynal; reformador despótico, a la vez que furibundo partidario de la autoridad real, si bien en sus últimos años miró con simpatía la Revolución francesa, no más que por su parte de irreligiosa." 291


Por el hecho, sin embargo, de que la Impiedad de Aranda fue caso único o poco menos, y que ni el Rey ni los demás responsables últimos de los sucesos mostraron en general igual tendencia, hay que descartarla como causa motiva principal del decreto.


No respondió, pues, la expulsión de la Compañía de Jesús directamente a una actitud anticristiana, ni fue en sí fruto de ideología masónica como arma asestada contra la Iglesia, de quien los jesuitas formaban la mejor milicia; si bien resultó, a la postre —también en las intenciones de algunos de los corifeos del extrañamiento— un rudo golpe dado a la Iglesia, y el triunfo rotundo de todas las ideologías de izquierda, y de la mentalidad típicamente revolucionaria de la ilustración deísta y anticristiana.



2) La verdadera causa


Por lo que entonces se dijo y después se vio, fue la recia contextura de la Compañía de Jesús; la cual, mientras tuvo el país ministros conscientes de la misión apostólica de España, dio así al Estado como a la real Corona las mejores glorias singularmente en Indias; pero, enfrente de los políticos de la ilustración, absolutistas y recelosos, más solícitos de las regalías mayestáticas que de los intereses de Dios y de las almas, pasó como facción poderosa y contrastante dentro del Estado, imposible de someter, y destinada por lo mismo a la extinción.


Es cuanto resulta de algunas declaraciones complementarias, así de Carlos III, como del Consejo extraordinario creado por el conde de Aranda para respaldar sus tropelías. Conforme al decreto de expulsión, tomó el Rey tan radical medida, "estimulado de gravísimas causas, relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia a mis pueblos".


La explicación que dio el Consejo extraordinario en 30 de noviembre de 1767 es aclaratoria y, al parecer, concluyente, aislada de las frases de relleno muy del momento:


"No podría, con verdad, negar el más acérrimo terciario, 292 que este cuerpo es una facción abierta que perturba si Estado, por intereses diametralmente opuestos a la pública felicidad; que propaga la ignorancia en todas partes, la lucha contra la ilustración y hombría de bien. Es incompatible toda facción dentro de cualquier Estado con la sustancia y conservación del Estado mismo; de suerte que, o el gobierno civil ha de sucumbir y perecer o ha de expeler esta mortífera sociedad, como una verdadera enfermedad política y de las más agudas que se ha conocido en esta clase."293


El regalismo borbónico, en realidad, no halló extraños a los jesuitas. "la Compañía no fue una excepción en el panorama unánime de canonistas y teólogos regulares de la España de entonces". 294 Pero, aun rindiendo este tributo, disponían dichos religiosos de resortes tales para el cultivo de las ideas, la conducción de las conciencias y la independencia de la nación, que no podían sino infundir graves recelos a cuantos políticos consideraban el poder como función total del Estado.


Los jesuitas, en efecto, se gobernaban por un superior general residente en Roma y no en Madrid, y al cual obedecían antes que al Rey v por encima del mismo Estado; enseñaban en sus aulas universitarias que el monarca no lo era tal por derecho divino personal, conforme a la doctrina del padre Francisco Suárez; 295 disponían prácticamente de las prelaturas y cargos merced a sus influencias decisivas en las Cortes de Roma y de Madrid; administraban las reducciones del Paraguay así en lo espiritual como en lo temporal con prescindencia de los gobernadores, por los múltiples privilegios conseguidos a través de los años y que podían aumentar; hasta habían logrado sus muchos informes torcer el rumbo de la política estatal con la anulación del tratado de límites de 1750; lo cual, si para Carlos III representaba una gloria personal, para sus ministros y consejeros significó una derrota. 296


El mismo confesonario real, mantenido por los jesuitas hasta el retiro del padre Francisco de Rehago en 1755, les había resultado fatal, por la enajenación de voluntades de quienes, viéndose desfavorecidos, se acoplaban a los émulos.


Todo esto fue lo sustancial y determinante, como causa motiva del extrañamiento; si bien otros factores llegaron como para dar el último impulso a la decisión final.


La conjuración de marzo de 1766 contra el ministro marqués de Esquilache, fraguada por la nobleza, fue el toque de alarma. Había que desarticular este frente que entorpecía la reforma, desembarazándose de la Compañía de Jesús, en cuyas aulas se habían plasmado la alta y media aristocracia. Era como un golpe ejemplar llevado a la raíz, para des hacer todo conato de oposición. 297