Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Repercusión del tratado
 
 

Explica este capítulo la agitación que despertó el referido ajuste en los ambientes de acá, sobre todo. Y es índice del escaso buen sentido que presidió su elaboración, tanto en lo sustancial de sus cláusulas como en las modalidades de su conducción.



1) Los comunicados


Las primeras noticias no oficiales llegaron por setiembre de 1750, conforme a la relación del padre Bernardo Nusdorffer. Eran “noticias volantonas” que venían de los portugueses, y contradichas por otras de distinto origen.


La comunicación auténtica se dio en la Candelaria el 2 de abril de 1751, expuesta oficialmente por el provincial Manuel Querini en su segunda visita, con la carta del general de la Compañía padre Francisco Retz, de 7 de enero de 1750.


Es revelador del estado de ánimo general el comentario del propio padre Nusdorffer, superior de las misiones:


“Aun con estas noticias ya auténticas no acabábamos de creer que era verdad este tratado; porque se juzgaba imposible que España consintiese, por las fatalísimas consecuencias que del se seguirían a los dominios de España que tiene en esta América.”


Tan sólo el padre Querini y el padre Carlos Tux, cura de San Nicolás, hicieron gala de optimismo. De los otros, “ninguno mostró tener la menor esperanza de [que] a los indios se los pudiese persuadir de tal efectiva mudanza”. 187


El motivo que todos aducían era “la notable adhesión y apego de aquel gentío, más que ninguna otra cosa, a las tierras y pueblos en que nacieron ellos y sus antepasados”.


Se decidió, pues, ocultar momentáneamente los despachos a los Indios y escribir, como se hizo, al virrey, a la Audiencia, al padre General, al confesor de Su Majestad, y a cuanto personaje de alguna influencia hubiese por ahí.


Así pasó todo aquel año de 1751, “con gravísima congoja, recurriendo todos al Señor y clamando al cielo por el remedio”.


A fines de 1751 llegaba del Perú el nuevo provincial padre José Isidro de Barreda; y, pocos días después, recibía cartas del nuevo general padre Ignacio Visconti, elegido el 4 de julio de 1751, con instrucciones sobre la entrega de los pueblos.


El padre Visconti se había abocado enseguida el difícil problema, supuesto que su comunicación lleva fecha de 21 de julio del mismo año de su elección. 188


Se recelaba que los jesuitas del Paraguay excusasen dicha entrega, si no era por la fuerza; pero el Rey —anotaba el padre Visconti— “se constituyó garante de la Compañía, empeñando su real palabra al tiempo de la conclusión del contrato, ofreciendo que la Compañía, sin la menor resistencia, obedecería sus reales órdenes”.


Venía, pues, la consecuencia, que así expresaba Su Paternidad:


“Por lo que, con la mayor seriedad y encarecimiento, ordeno a Vuestra Reverencia que, luego que sea avisado por el comisario o comisarios de Su Majestad Católica”, disponga “las cosas de suerte que luego, breve y prontamente se ejecute dicha entrega, sin dar lugar a excusas, tergiversaciones o pretextos, que puedan alegarse o por los indios o por los misioneros para conseguir alguna demora.”


Lo más grave eran las severas normas que el padre General acopiaba a sus disposiciones:


“Mando, [pues], que Vuestra Reverencia o al sujeto que destinare para la referida entrega de los pueblos, imponga en mi nombre, como yo desde ahora les impongo a todos y a cada uno de los jesuitas misioneros o no misioneros, precepto en virtud de santa obediencia y pena de pecado mortal, para que ninguno impida o de manera alguna resista directa o indirectamente la entrega de los dichos siete pueblos con su territorio.”


Y no se prohibía únicamente con tan grave precepto la actitud negativa de la resistencia; los jesuitas de las misiones debían convencer a los indios en orden a la mudanza, aun cargando con la odiosidad de sus resultas:


“Ordeno y mando bajo el mismo precepto y pena de pecado mortal, que todos y cada uno de los jesuitas que concurrieren en dichos pueblos, influyan y soliciten que los indios, sin resistencia ni contradicción, y [sin] excusas, entreguen inmediatamente sus pueblos a la corona de Portugal, según quiere y manda Su Majestad Católica.” 189


Este precepto se intimó, apenas llegado, en los colegios; y fue sumamente penoso para los jesuitas del Plata. Indiscutiblemente los políticos del tratado habían sorprendido la buena fe del Prepósito general, complicándolo en la crasa ignorancia que a todos ellos aquejaba acerca de las cosas del Paraguay, dado que la prisa cabalmente que se puso en la ejecución del tratado provocó la guerra. 190



2) Juicio del tratado y sus derivaciones


Es cierto que los jesuitas, en general, consideraron injusto el tratado de límites y la orden de mudanza.


El padre Juan de Escanden admitió que “el padre Provincial y otros escribieron al padre Rábago, que era injusticia la que se hacía con los indios en mandarles dejar lo que era indudablemente suyo”. 191


También el padre Tadeo Javier Enis tachó el tratado a boca llena de “injustísima negociación”. 192


En su carta al padre Rábago, confesor de Su Majestad, el padre Manuel Arnal, procurador de misiones en Santa Fe, expuso asimismo el concepto de que “trasladar como se manda a los indios de los siete puebles, parece por sí mismo injusto”. Lo cual probaba después con copia de argumentos. 193


Pero quien le cantó lisa y llanamente las verdades al padre Comisario, en una relación que este llamó “disparatada”, fue el padre José Cardiel.


Según referencia del propio Altamirano, Cardiel le salió con unas proposiciones de rompe y rasga:


“Para saber que no obligan los preceptos de nuestro padre General, basta saber la doctrina cristiana.”


Mucho más le espetó Cardiel:


“En casi dos años que ha que se trata de esta entrega de los siete pueblos, no he encontrado sacerdote de alguna conciencia o de alguna pericia en la facultad moral, y ni aun seglar de juicio, que no tenga esta determinación por muy injusta y que no imponga gravísima obligación de resarcir todos los daños a todos aquellos que concurrieren activamente.”


La alusión llegaba sin tapujos; mas, para que ninguna duda que dase al destinatario, la matizaba a su sabor:


“¡Oh, qué horrendo cargo se les hará en el tribunal divino a los que concurrieren activamente a tamañas contorsiones!” 194


Pero lo que sacó de casillas al padre Comisario, fue que el escrito de Cardiel, con la anuencia del superior de entonces padre Matías Stróbel, hubiese corrido “por los pueblos de estas doctrinas; y corrió con tanto aplauso, que muchos misioneros dijeron que se debía imprimir con caracteres de oro”. 195


Y aun se propuso Cardiel afrontar al mismísimo marqués de Valdelirios, comisario general del Monarca para la ejecución del tratado; a quien escribió sin recatarse “que, ni en Turquía ni en Marruecos se cometería injusticia tan notoria, como la que contiene el tratado, y otras proposiciones de este jaez”. 196


Claro es que, aun aceptada la injusticia del tratado, no siendo acto intrínsecamente malo la obediencia, la prestaban los indios para evitar el mal mayor de que “les quitasen ambas cosas por fuerza de armas, con pérdida también de los muebles y de la vida de muchos”.


Por lo que resolvieron los padres valerse de todos los medios posibles “para justificar sus persuasiones, ruegos y súplicas a los indios, a que obedeciesen, fuese justo o injusto lo que se les mandaba, que en eso nadie se metió..., porque ya veían todos que, fuese justo o injusto, lo habían de hacer los indios, si no de grado, por fuerza, y con mayor perjuicio y daño suyo”. 197



3) Ejecución del tratado


Se los acusó de morosidad a los misioneros. Echó a andar esta acusación también el padre Altamirano, calificando de pasividad culpable lo que, según se verá después, fue imposibilidad de concluir en tan corto plazo la mudanza; y aun atribuyendo a sus hermanos en religión los desastres de la guerra, en consecuencia de esta actitud, que dio tiempo a los indios para reflexionar y rebelarse.


La acusación aparece con insistencia en la carta de 20 de noviembre de 1752 al padre Pedro de Céspedes; carta que, Interceptada por los espías del gobierno, comprometió gravemente la reputación de la Orden:


“Los nuestros, en vez de ayudarme, me han desayudado positivamente; porque, confiados más de lo justo en las muchas representaciones que han hecho, no han querido dar las pruebas que debían de su fidelidad y obediencia; que aun en la suposición cierta, que no tienen, de anularse el tratado, debieron dar [dichas pruebas], para que constase en todo tiempo de su justificado proceder, fidelidad y amor a nuestro Rey, y de su ciega y pronta obediencia a las órdenes de nuestro muy reverendo padre General.” 198


Contra tan pesada acusación, que no ha llegado aún hoy a disiparse del todo, 199 salió por el honor de los misioneros el padre Escanden en su Informe.


Las sospechas del padre Comisario obedecen a tal cual indicio; pero “todos ellos se reducen a dichos y escritos de cuatro o cinco particulares”, que contradicen las “disposiciones juradas que hicieron catorce o quince misioneros, que uniformemente confiesan haber hecho cuanto estuvo de su parte porque los indios se trasmigrasen”. 200


La noticia es auténtica y de fuente conocida. Cuando el padre Alonso Fernández, comisionado especial de Altamirano y del Provincial jesuita, debió abandonar las misiones en los últimos meses de 1753 por la impenetrabilidad de los indios, ordenó a los doctrinantes de los siete pueblos y a otros que habían actuado en los intentos de mudanza, una certificación individual y jurada de la propia conducta en orden a la trasmigración.


Compusieron, de esta forma, una serie de instrumentos probatorios que en mucha parte se conservan; y constituyen la contrarréplica de los jesuitas a los ataques del gobernador de Río de Janeiro, Gómez Freiré de Andrade, del comisario general Valdelirios, de las sectas europeas y de la Relaçao abreviada del marqués de Pombal. 201



4) Los demás Informes


Por carta fechada en Córdoba a 2 de agosto de 1753, el provincial José Isidro de Barreda respondía a la extrañeza del confesor Francisco de Rábago, de que “sólo los jesuitas se quejen de este tratado”, con Ir aclaración de que tanto el Virrey, como la Real Audiencia y otras ciudades habían hecho sendas representaciones en contra; “las que allá se han despreciado y sepultado por entender que son imaginarios los riesgos”.


Singularmente al publicarse el tratado, “todas las ciudades y gobernadores de esta provincia enviaron a Buenos Aires exhortes de sus Cabildos al comisario marqués de Valdelirios, para que suspendiese la comisión mientras [se] informaba al Rey”.


Y es buen argumento de la incorrección del tratado el que declamasen contra él así la totalidad de los jesuitas de acá, exceptuando al expulso Bernardo Ibáñez de Echávarri, como los más de los hombres de gobierno, eclesiásticos y seculares.


Pero sucedió que, “habiendo llegado a manos de dicho Marqués uno de estos exhortes, se exasperó tan declaradamente, amenazando al Cabildo [de San Miguel de Tucumán] que lo remitió, que atemorizados los demás suspendieron su entrega”. 202


A despecho de esta posición de Valdelirios, las representaciones contrarias al tratado, con ilustración de motivos y datos concretos, fueron llegando a Buenos Aires y a Madrid. 203


El obispo de Buenos Aires don Cayetano Marcellano y Agramont envió sendos escritos a Su Majestad y al padre Rábago, ambos con fecha de 26 de abril de 1752. Lo mismo realizó el obispo del Tucumán don Pedro Miguel de Argandoña, desde Córdoba, a 20 de julio y 15 de agosto de 1753, el primero de ellos a Su Majestad y el otro al marqués de Valdelirios. 204 La diócesis del Paraguay estaba sin titular; y por ella envió ajustado informe, según se dijo, el deán de Asunción don Antonio González de Guzmán. 205


La ciudad de Córdoba remitió un escrito de dieciséis folios nutridos, con fecha de 12 de marzo de 1751. 206 La representación del Cabildo secular de San Miguel de Tucumán lleva fecha de 6 de abril de 1752, y va dirigida a Valdelirios, con demanda de no ejecutar los artículos del convenio, hasta que Su Majestad, “bien informado, sea servido de revocarlos o confirmarlos”.


La representación del Cabildo de San Miguel es un requerimiento en toda regia. Hace responsable al Marqués de los gravísimos riesgos que corren el Río de la Plata, Tucumán y Perú, si no sobresee en la ejecución del acuerdo.


Estas misivas disgustaron a Valdelirios, que se quejó de ellas al gobernador de Salta don Juan Victorino Martínez de Tineo, y las envió a Madrid, para recabar severa corrección contra tan “resuelta” apostilla. 207


También Martínez de Tineo expresó su desacuerdo desde Salta, a 13 de abril de 1752, en carta al gobernador Andonaegui:


“¿Pero, Señor, qué remediamos con cerrar la puerta de la Colonia, si nos abrirán otras muchas puertas que nos ofrecen las largas distancias de las tierras que les damos, en las que sin razón de dudar aumentarán los portugueses a su arbitrio las Colonias?” 208


Los Cabildos de Salta y Santiago del Estero informaron, asimismo, al Marqués con fecha, respectivamente, de 20 de abril y 9 de junio de 1752.


Don Jaime San Just, gobernador del Paraguay, escribió alarmado a Valdelirios, desde Asunción a 12 de julio de aquel año:


“Queda esta provincia en manifiesto riesgo de desmembrarse de la real corona de Castilla”; dado que “pueden los portugueses en pocos días tomar” la villa de Curuguatí, asaltar la de Villarrica y amenazar a Asunción, “con tanta ventaja, sin fatiga, cuanto les ofrece el sitio en que quieren poblarse”. 209


él efecto de todo este papeleo fue nulo, por la orden que traían los comisionados de no parar mientes en representación alguna.