Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
La Colonia del Sacramento
 
 

La fundación del fuerte o empalizada en lo que es hoy Colonia, frente a Buenos Aires, señala el comienzo de la expansión portuguesa por el Río de la Plata. El pleito fue secular, y sólo llegó a resolverse, una vez emancipados los dominios de España, al constituirse la república independiente del Uruguay.


En la conservación para la metrópoli de esta rica zona de la Banda Oriental, jugaron papel preponderante las tropas guaraníes de las doctrinas, según aparece, con acopio de datos, en las relaciones, cartas e instrumentos de la época. 108



1) Fundación de la Colonia


Fue en los años del gobernador don Joseph de Garro, llegado a Buenos Aires la tarde del 25 de julio de 1678. 109


El plan portugués de expansión era bien meditado. Por el sur, con la fundación de la Colonia del Sacramento amenazaban a Buenos Aires; y por el oeste propendían al Perú y a sus ricas minas.


El año de 1678 —conforme notificaba el padre Diego Altamirano—, los portugueses se habían establecido en la antigua Jerez, sobre Asunción, para completar luego su plan en la Colonia, “con daño de las los provincias del Paraguay y Buenos Aires”.


Y no eran conjeturas, tan sólo. El padre Altamirano traía datos precisos:


“Constábale al informante de cierto, que ya el año de 81, atravesando la provincia del Paraguay, se acercaron a los llanos de Manso, que están a la falda de Santa Cruz de la Sierra, por donde sus vertientes miran al Paraguay y al mar del Norte, y, por consiguiente, se avecindan a Potosí y pueblos del Perú.


“Los portugueses que poblaron la primera vez en San Gabriel, 110 decían con gran denuedo que hasta Potosí y sus minas habían de llegar, porque eran de su rey.” 111


Visto el plan, viene ahora su realización.


El 8 de octubre de 1678 recibía don Manuel Lobo el nombramiento de gobernador de Río de Janeiro, con el encargo de fundar una plaza fuerte en la margen norte del Río de la Plata.


El artículo 10° de la Instrucción dada por él príncipe de Portugal don Pedro desde Lisboa, a 18 de noviembre de 1678, era terminante. Apenas tomase Lobo posesión de su gobierno, debía poblar la isla de San Gabriel y fortificarla, para “conservar las tierras del dominio desta Corona”. 112


Los hechos se fueron sucediendo después con precipitación febril. El 20 de enero de 1680 llegaban los portugueses frente a la isla de San Gabriel. 113 Capitaneábalos don Manuel Lobo en persona, y venían del Brasil, dispuestos a ocupar las tierras de la otra banda del Río de la Plata, en nombre del rey fidelísimo de Portugal.


Traían seis grandes “embarcaciones y casi mil quinientas almas, mucha artillería gruesa, municiones, caballos conducidos por mar, y otras prevenciones”. 114


Así que tocaron tierra a siete leguas, río en medio, del puerto de Buenos Aires, comenzaron la fortificación o ciudadela, que llamaron Colonia del Sacramento en el lugar de “la tierra firme frontero a dichas islas” de San Gabriel. 115



2) Reacciones y aprestos militares


La noticia llegó a Buenos Aires el 23 de enero inmediato y, como era lógico, produjo enorme revuelo. Midiéronse enseguida las consecuencias de la nueva población, que el obispo Antonio de Azcona Imberto, en su comunicado al Monarca, redujo a cinco:


1. La apertura del puerto de Buenos Aires a toda suerte de comercio contra las disposiciones reales; 2. El ganado vacuno de la otra banda, a disposición de los portugueses; 3. Dueños estos de grandes extensiones de tierra fértil; 4. En grave peligro las doctrinas del Paraná y Uruguay: es decir, “la mejor cristiandad de indios que hay en estos reinos”; 5. Todo el Río de la Plata a merced de la nueva población.” 116


El 7 de febrero ordenaba Garro la movilización. A las tropas de Buenos Aires debían agregarse cincuenta hombres de Santa Fe y ochenta de Corrientes, con trescientos de Tucumán. El refuerzo mayor vendría de las doctrinas. Tres mil indios, elegidos entre “los de más satisfacción y curso en las armas”, pedía Garro a los superiores jesuitas. 117


No hubo tropiezo alguno. Desde la Candelaria pasaba instrucción el padre Altamirano a los misioneros, con indicación del número de indios y del avío correspondiente a cada pueblo. “Y fue tan presta su ejecución —representaba después Antonio de Vera Mujica al Monarca— que, dando parte a los caciques y capitanes de los pueblos de ambas provincias a, 27 de febrero, a los 11 de marzo se hallaban ya tres mil indios con todas armas, municiones y víveres, prevenidos sin embarazo ni dificultad alguna”. 118



3) La aventura de la isla de Flores


Fue un hecho decisivo, al que muchos —en sentir de Vera Mujica— atribuyeron al éxito de la guerra.


Por febrero de aquel año de 1680 partía de la isla de Santa Catalina, con rumbo a San Gabriel, el general Jorge Suárez Macedo, gobernador cesante del Paranagua, y que pasaba a serlo efectivo de la nueva población del Río de la Plata.


Venía Suárez Macedo con gente y socorro de armas, a bordo de una sumaca. Pero, estando en la ensenada que forma el cabo de Santa María, un temporal dio tan rudo golpe a la embarcación, que la echó a pique. Todos pudieron ganar en tablas la costa.


Una canoa mandada delante desde Santa Catalina, cargó con los náufragos, que de este modo cubrieron una jornada de viaje. Pero, temerosos después de que el excesivo peso ocasionase nueva desgracia, bajaron a tierra, y, con algunos bastimentos y provisión de agua potable, siguieron a paso lento con dirección a la Colonia.


Ya llevaban algunos días de duro caminar, cuando quinientos guaraníes de la doctrina de Yapeyú, que por orden de Garro debían guardar la costa mientras hubiese guerra con Portugal, “caminando hacia el este, divisaron un navío no lejos de tierra; y con deseo de saber de quienes oran, bajaron unas barrancas, y vinieron a dar con una tropilla de gente lusitana, que constaba de un religioso de San Francisco, diez españoles, ocho indios y cinco negros”. 119


Conforme a la declaración que firmó después Suárez Macedo, se conoce el día (5 de marzo de 1680) y el sitio del encuentro:


“Estando frontero de las islas —representó Suárez— que parecían ser Las Flores que llaman, y en la playa, vieron venir algunos indios a pie por dicha playa y por cima de las barrancas; con lo cual este declarante de primera instancia recogió la gente, por si acaso eran indios bárbaros, para defenderse de ellos.”


'Traían los recién llegados, que no pasaban de veinte, “armas de arco, y flechas, y bocas de fuego”, y hablaban guaraní. Supieron que eran cristianos y que venían de las reducciones.


Los náufragos “deseaban y pedían [que] los llevasen a la nueva población de San Gabriel”, ignorando quizás que eran ya prisioneros de guerra. Pero debieron advertirlo muy luego, cuando con exceso de caridad y extremando cautelas los recién llegados, les quitaron las armas y los obligaron a seguir con ellos camino de Yapeyú.


De allá pasaron a Buenos Aires, por orden del Gobernador, en calidad de reclusos, “a cargo, guardia y custodia de los cabos y alcaldes indios y caciques”, con las armas que llevaban “en la ocasión que los hallaron dichos indios”.120 Verificóse la entrega el 24 de mayo.



4) Movilización de las tropas


Diecisiete artículos de instrucción enviaba Garro al maestre de campo y jefe expedicionario Antonio de Vera Mujica, con este fundamental exordio:


“Lo primero y más principal, tendrá firme esperanza en la providencia de Nuestro Señor, para lograr los buenos aciertos que conviene al real servicio, y a los aumentos de su seguro crédito.” 121


Desde el pueblo de Santo Tomé, las tropas guaraníes, el 28 de marzo tomaban hacia el sur. Debían cubrir por tierra sobre doscientas leguas de camino. Por el río, unas veinticuatro balsas conducían las vituallas a Santo Domingo Soriano, mientras arreaban los otros hasta cuatro mil caballos y doscientos bueyes a su costa, junto con otras provisiones de boca y guerra. 122


El maestre de campo Antonio de Vera Mujica contó maravillas de gente, al parecer, tan ruin:


“Por seis meses asistieron en campaña en los rigores e inclemencias del invierno, sirviendo con lealtad en cuanto se les mandaba, sociables al español, sirviéndoles de pajes y otros ministerios, y no sólo en lo militar, sino en lo demás que se ofrecía, y a la provisión de carne. Los gastos que hicieron en cuatro mil caballos, doscientos bueyes” y otras obligaciones, fueron todos a su costa.


La tenacidad de los guaraníes junto a la estacada, impresionó también vivamente a Mujica:


“Mostraron su valor y lealtad en el sitio y armas que di al lusitano, que durante treinta días ni los acobardaron inclemencias, ni rigores del tiempo, ni prevenciones y resistencias del enemigo con gruesa artillería y fortificaciones.” 123


Algunos incidentes propios de indios noveleros, lamentables sin duda, no trajeron mayores consecuencias.



5) El asalto a la estacada


Estaba ya decidido y dispuesto para el 6 de agosto. Tres escuadrones formaban las tropas guaraníes junto a los regimientos españoles. El padre Pedro de Orduña y los capellanes exhortaban a los indios a mostrar valor en la acometida, y confianza en la victoria.


A las once de la noche del día 6 comenzó la marcha, hasta acercarse españoles e indios a un cuarto de legua de la población. Allí se manifestó a los indios el sector por donde debían asaltar la ciudadela. Señal de embestir era el disparo de “un mosquete... correspondido con otro”.


Dos horas antes que amaneciese el 7 de agosto, puesta la luna, se movieron las cuadrillas sin ser notadas, “hasta que estuvieron tan cerca que, disparando una de ellas, dio motivo a acometer los indios sin aguardar la seña, por cuya causa quedó inútil la artillería”.


La defensa fue en verdad bizarra. Dirigióla el capitán Manuel Galván, que gobernaba la plaza, por estar Manuel Lobo enfermo de gravedad.


No se amedrentaron los indios ante el espectáculo de “muertos y mal heridos que caían por la estacada abajo”; antes, arrojándose al río, y 'con el agua a la barba”, ganaron “una punta de la estacada que entraba el mar adentro”, y ocuparon la casa de la pólvora, defendida por el capitán Galván, que “a caballo con otros doce de su compañía y discurriendo a todas partes”, reanimó el combate y tuvo en jaque a la indiada.


En tanto, la compañía española de mosqueteros, con el capitán Cristóbal de León y el alférez don Antonio de Garramuño, ocupaban un baluarte, “hecha escala de los indios, que los ayudaron a subir”, y dominaban la población. Cargando luego contra los soldados de Calvan, los obligaron a buscar abrigo en el atrincherado cuerpo de guardia.


Al despuntar el día también este cuerpo se entregó. Pero los indios, “o no entendieron la seña, o irritados quisieron proseguir, matando a cuantos se les opusieron y toparon por delante”.


El general Lobo se comportó denodadamente como no era dable pedir más. Estaba en cama casi moribundo, y hasta había recibido la extremaunción. Cuando dedujo que sus hombres flaqueaban, “se levantó y, con la espada en la mano”, asistió al capitán que le defendía el alojamiento, “arrimado a un criado, hasta caer en tierra con un paroxismo junto a los enemigos”.


La llegada del maestre de campo Vera Mujica fue providencial para salvarlo de muerte cierta. Vera Mujica lo levantó y llevó a la cama, como “lo vio sin sentidos..., entendiendo por el miserable estado en que se le halló, que allí expiraba”; aunque pudo recuperarse, y pasar dos días después prisionero a Buenos Aires.


El saldo que arrojó la victoria fue de ciento veinticinco portugueses muertos y ciento cincuenta prisioneros. Los españoles tuvieron cinco bajas solamente, más once heridos; treinta y un muertos los indios; y heridos ciento cuatro. De los portugueses, entre muertos y prisioneros, no logró escapar ninguno. 124


Los honores de la victoria correspondían en máxima parte al gentío guaraní. Y se los tributó sin retaceos el Maestre de campo. Ponderó en su informe a Carlos II el “valor, prontitud y obediencia” de los indios, “en que no... les pudiera aventajar el soldado más veterano; y a la presteza con que, siendo los primeros en el avance, entrada de los baluartes, muros y estacada, se debió la victoria, que en menos de dos horas se consiguió”.


Mostróse Mujica tan satisfecho del valor de los guaraníes, que creyó necesario certificarlo una vez más, para común reconocimiento:


“Y aunque tan obstinadamente resistidos de los enemigos lusitanos, no se reconoció en alguno de los indios cobardía o desmayo; antes, con mayor osadía, desviando del peligro a los soldados españolea, tirándoles por la ropa, no se resguardaban ellos... Lo cual todo, por haber pasado a mi vista... certifico a Su Majestad en su Real Consejo de las Indias.”125


Igual comprobación envió a la Corte el capitán Juan de Aguilera, que colaboró en la lucha y dirigió en parte la maniobra. 126