Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
Benéficos resultados de las reducciones
 
 

Los testimonios vienen de fuente varia, y son todos atendibles por el prestigio y la dignidad de sus autores, de acuerdo en un todo a lo comprobado hasta aquí. Los ponderan, a una con los jesuitas, también los obispos y gobernadores del Río de la Plata y Paraguay.



1) De fuente jesuita


Lo es el testimonio del padre Pedro Romero. No se transformaban los guaraníes de la noche a la mañana por entrar en reducción, según da a entender en 1635 este misionero en sus letras anuas al provincial Diego de Boroa. Mucha copia de paciencia habían menester los padres para salir airosos con ellos.


Si enferman, lo que es frecuente, “no tienen ningún alivio, porque no hay quien los consuele...; antes el padre deja al hijo, el hijo al padre, y la mujer al marido, ni les hablan una palabra en todo el día, y así el triste enfermo se está consumiendo de pura melancolía y tristeza”.


Ni aun el lecho les produce alivio de ninguna clase, “porque el más rico y regalado tiene por cama unos hilos de algodón u hortigas de la tierra, hechos red, en que están siempre boca arriba sin poder extender los pies, ni revolverse de un lado a otro”. Los más duermen en “el duro suelo...; muchos, comidos de piques, llenos de llagas, flacos, y en los puros huesos, casi imposibilitados de poder sanar”.


“No tienen tampoco ninguna medicina que los pueda ayudar a sanar”; y “si les queremos aplicar algunas..., huyen y se esconden…


“No saben, cuando están enfermos, negarse lo que les hace mal, sino que beben y comen cuando y como se les antoja.”


Y todo esto, pese al esfuerzo de los misioneros, porque “no hay padres ni madres que con tanto cuidado y solicitud velen por dar gusto a sus hijos, como los nuestros velan y se esmeran en cuidar y regalar a estos hijitos suyos en Jesucristo, por quien nunca se cansan ni enfadan de sufrir todos estos desdenes, que nacen también, no de mala voluntad, sino del poco caudal y entendimiento criado siempre entre montes, sin otro magisterio que el de los brutos animales”.


Pero ya descubría el propio padre Romero los primeros frutos sazonados en la reducción de San Ignacio-guazú, cuanto a “lo personal y espiritual...; porque los indios, como más antiguos en tener padres, con la continuación de tantos años de enseñanza y doctrinas, van ya siendo más capaces para lo uno, y para lo otro; y así a persuasión de los padres van sembrando algún algodón, con que se irá quitando la barbarie”.


Agregábase a ello la frecuencia de los santos sacramentos. Con lo que iban “olvidando... del todo los resabios de sus antepasados, y arraigándose mucho en la fe, y más en particular los del sodalicio de Nuestra Señora, cuya devoción obra en ellos maravillosos efectos”. 66


Este matiz positivo fue aumentando con los años y la acción constante de los misioneros.


“No tiene lugar en ellos la embriaguez —testificaba el padre Ruiz de Montoya de las primeras generaciones de indios reducidos—: porque sus vinos no causan (por su flaqueza) estos efectos. Si algún descuido en la castidad se reparó en alguno, el cuidado y celo de los caciques, padres de familia, y alguaciles, pone luego remedio eficaz con ejemplar justicia. Rondan de noche el pueblo, y si encuentran alguno sospechoso lo corrigen; amancebamiento ni por imaginación se conoce: porque su castigo fuera perpetuo destierro. Procúrase que se casen con tiempo, antes que el pecado les prevenga.” 67


La carta anua del padre Cristóbal Gómez, que abarca los años de 1672 a 1675, daba por tan “bien logrado el trabajo, que puede contarse por una de las singulares glorias de la Compañía, que a su cuidado se deba una cristiandad tan florida”.


“A cualquier ánimo vestido de piedad saca tiernas lágrimas ver que en las selvas y montañas donde antes no había sino fieras, se haya formado una república con tan singular gobierno, providencia y atildamiento al puntual ejercicio de la piedad cristiana, que no pudiera desearla más el ánimo más fervoroso.”68


También de fuente jesuita y de algo más acá son los datos confirmatorios que trae el padre Cardiel en su Carta-relación de 1747. Con las reducciones —expone— “quitáronse del todo las hechicerías y borracheras, frecuentan los sacramentos con toda devoción... Cuando caen enfermos, aunque sea corta la enfermedad, luego piden confesión, y en agravándose algo más, luego piden el viático y extremaunción”.


Lo más notable es que “en ninguno se ve jamás falta de conformidad en sus enfermedades; y cuando dicen que se han de morir están tan serenos... y con tan singular confianza en Dios de su salvación, junto con una notable devoción ante las imágenes de Cristo y do María Santísima y de sus santos que todos tienen, que algunos padres de los más juiciosos y prácticos en el trato de los indios están persuadidos a que ninguno de los que mueren en el pueblo se condena”.


Según noticia nuestro autor, se encuentran '“en todos los pueblos muchos que jamás han perdido la gracia bautismal ni aun materialmente”. También “están persuadidos muchos padres que rara vez, sino que sea alguno de especial capacidad, cometen pecado mortal formalmente tal”. 69


Así y todo, “la pluridad de mujeres (lo mismo que la lascivia), la borrachera con su secuela de asesinatos, y la hechicería, que eran los tres vicios dominantes en los guaraníes, antes de su conversión, afloraban de vez en cuando, aunque con el estigma e indignación de todo el pueblo, y desaparecían con la rápida acción de los padres en desarraigar tan nefastos males.”70


Yendo de viaje, “todos se confiesan y comulgan, sea a la guerra, a la fábrica de yerba, o a Buenos Aires con barco. Y para partir se juntan todos en la plaza, entran en la iglesia, rezan sus oraciones, cantan sus canciones devotas y letanías”. 71



2) De fuente episcopal


Proviene el primer testimonio de fray Cristóbal de Aresti, quien visitó cinco reducciones en 1631. Era por entonces Su Ilustrísima obispo del Paraguay, y había de serlo del Río de la Plata poco después.


Cuando el 18 de octubre de 1631 escribió a Felipe IV desde Acaray, ponderando la obra jesuítica, pidióle el padre Romero, superior de las dieciséis reducciones del Paraná y Uruguay, una relación completa de la visita. Y la dio cumplida el Prelado:


“Todos los días los ocupan en instruirlos en tos misterios ¿e nuestra santa fe, doctrina cristiana y todo género de virtud, teniendo distribuidas todas las horas del día para decir la doctrina cristiana, rezar el rosario y aun tomar algunas disciplinas, enseñar [a] los niños a leer y escribir y todo género de música de canto llano, órgano, chirimías y violines, con que se sirven los templos con mucha devoción, autoridad y reverencia, y a los grandes oficios en que se ocupan, y a labrar las tierras como manda Su Majestad.”


Lo más confortante —y así lo pone de relieve Su Ilustrísima— es que no ha “hallado en ninguna de las reducciones cosa ni pecado que remediar. Por lo cual juzga que Su Majestad —Dios lo guarde— tiene en todas estas reducciones que ha visto un seminario de almas para el cielo sacadas del poder del demonio”.72 ,


Confirmó el obispo Aresti en las cinco reducciones a 7.112 indios, según datos del padre Romero. Como ningún otro obispo los hubiese visitado antes, era de “ver la devoción grande con que los pobres indios lo recibieron, que aun a los enfermos los llevaban a petición e instancia suya en unas redes a recibirlo”. Enternecía el espectáculo de “las madres [que] traían a sus hijuelos chiquitos en los brazos, y no se querían levantar de los pies de Su Señoría hasta que los confirmaba, pidiéndolo con grandísima instancia”.73


Cincuenta años después de la relación del obispo Aresti, compuso otra el obispo agustino fray Nicolás de Ulloa. La real cédula de 26 de febrero de 1680 ordenaba el trasplante de mil familias de las reducciones al puerto de Buenos Aires, para su población y defensa. La medida —que providencialmente no se aplicó— era improcedente. Así lo exponía a Su Majestad el obispo Ulloa desde Córdoba, el 6 de agosto de 1682.


En todas partes —aseveraba el Prelado— son de mucha utilidad los padres de la Compañía, “pero en esta provincia son tales sus oficios, que tengo por sin duda que si la providencia de Dios no supliera con otras muy especiales su falta, se conservara muy mal la fe”. “Ver un pueblo de sus reducciones, o una hacienda suya..., es ver una recolección de religiosos muy bien ordenada”.


Caso práctico se dio con “la embriaguez, que es vicio irremediable en la naturaleza de los indios. Sólo el espíritu de estos padres “y nimio cuidado, y celo, y especial don con que Dios los ha dotado, ha podido refrenarla en todo el reino”.


Así que avanza el obispo Ulloa en la exposición, parecería arrebatarse. “No son pueblos los suyos —agrega— ni son indios ni parecen hombres, [sino] un convento muy ordenado de religiosos en el culto divino, en la frecuencia de los sacramentos, en la quietud y paz con que se conservan en toda la ley natural, moral y política”.


Los votos que formula el obispo Ulloa dan que pensar.


“¡Ojala —dice— que las ciudades principales estuviesen gobernadas como ellos están!” Y, aludiendo al trasplante proyectado, estima que “aventurar... una cristiandad como esta en tanto número, que me dicen pasan de sesenta mil almas, sería crueldad e inhumanidad. Y es más que cierto que faltara si los dejaran de su mano !os padres, menos que enviando Dios ángeles de el cielo a que supliesen sus espíritus...”


Y no se queda corto en elogios el Obispo agustino. Piensa que “sólo a estos siervos suyos se lo facilita todo Dios en el ardiente celo de su mayor gloria a que en todas sus acciones aspiran”. 74



3) De fuente gubernamental


Es aleccionador el caso del maestre de campo y gobernador de Buenos Aires don Jacinto de Lariz, enemigo declarado de los jesuitas. Como corriesen voces de que se explotaban en las reducciones copiosas minas de oro, quiso Lariz tomar posesión de ellas en nombre de Su Majestad; y salió de visita por agosto de 1647, llevando consigo al escribano público Gregorio Martínez de Campuzano, para la crónica oficial de tan singular jornada.


El chasco que se llevó Lariz fue ruidoso. No halló minas; pero sí comprobó, sin buscarlo ni quererlo, el espíritu apostólico de la Compañía y la magnitud de su obra. Así lo hubo de certificar una y más veces Martínez de Campuzano, conforme a las respuestas que dábanlos indios reducidos. 75 Tal que volvió de su gira nuestro Gobernador cantando loas de los jesuitas.


Diecinueve reducciones había visitado, y “en todas... —confesaba paladinamente— hallé los indios muy doctrinados y catequizados por los dichos padres de la Compañía, con particular desvelo y cuidado”. Encareció el “muy gran lucimiento de iglesias, ornamentos y retablos, y el culto divino”, y el buen servicio que a ellas prestaban los misioneros.


Tampoco pasó Lariz en silencio que “habiéndoles hecho [a los naturales] las preguntas y repreguntas necesarias, todos a una voz dijeron hallarse muy contentos y agradecidos del buen tratamiento y amparo que tienen en los dichos padres de la Compañía, quienes con su industria, y trabajo, e incomodidades, riesgo de sus vidas, hambres y necesidades, les han sacado de los montes y defendido de los enemigos..., reducido y poblado”. No era esto solo —concluía—: “tienen sus chácaras y sementeras de trigo y maíz, y estancias de ganados, con que se sustentan sobradamente”.76


También alabó la dócil disciplina de los indios el gobernador Juan Diez de Andino desde Asunción, en carta a Su Majestad de 17 de octubre de 1682:


Visité las reducciones, y “hallé en dichos pueblos suma obediencia de los indios caciques y demás cabos, que tengo nombrados con título de sus oficios, cuya obligación en mis órdenes ví ejecutar con pronta obediencia en lo político y militar”.


Los halló asimismo “decentemente vestidos y tratados con aumento de su conservación”. Llamáronle singularmente la atención las “buenas poblaciones de casas y [las] muy buenas iglesias, tanto que en la capacidad de ellas, aseo y adorno, exceden a las de las ciudades de estas provincias”. Por lo que se refería a “la música y lo demás perteneciente al culto divino”, estimaba Diez de Andino que estaba todo “muy de primera clase”. 77


Confirmó conceptos el gobernador don Francisco de Montfort, desde Asunción, el 1° de noviembre de 1689. Para los indios de las reducciones “es más que precisa la discreción, maña y prudencial tolerancia con que los padres de la Compañía los conservan y manejan”. Atribuía Su Merced “al gran celo que les asiste en el mayor servicio de Dios y de Vuestra Majestad el crecido aumento en que se hallan, lo bien instruidos en la doctrina cristiana, y lo hábiles así en el manejo de las armas, como en cualquier oficio o arte”. 78


Comenzando la ulterior centuria, don Manuel de Prado Maldonado, gobernador de Buenos Aires, reconocía asimismo el “especial don de gobierno” con que los jesuitas tenían “los 28 pueblos de su cargo, en vida verdaderamente política y cristiana, yendo cada día en mayor número de personas y familias”. Lo que más impresionaba al hombre de gobierno era el palpar “con evidencia las raíces que va echando nuestra santa fe en aquel gentío, tan devoto, cristiano y religioso, que aseguro a Vuestra Majestad he tenido especial consuelo y complacencia en haber visto a muchos de ellos, que han venido en diversas ocasiones a este pueblo”. 79