Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
La formación espiritual
 
 

Constituye este capítulo la parte sustancial y más meritoria de las reducciones. En estas se vivió un cristianismo de ley, gracias a la buena organización y al celo de sus pastores. Pocas veces depara la historia, desde la Redención acá, obras misionales de tan perfecta estructura y crecido rendimiento como estas que corren de 1609 a 1768.



1) Vida sacramental


Aquí —en expresión de Cardiel— “todo hace el orden y concierto en los ministerios, a que da lugar la docilidad de los indios, [y] el respeto y obediencia que nos tienen”. 37


Abríase la portería un cuarto de hora antes de acabar los padres la oración.


“A ese tiempo entran los médicos o enfermeros, los cuales desde el alba han estado visitando los enfermos de todo el pueblo... Entrados estos, que suelen ser dos o cuatro, remudándose por semanas..., dan luego cuenta al cura de todos los enfermos de cuidado”, para proveerlos de los auxilios espirituales y medicinas necesarias. “A la tarde, a las dos, al tocar a vísperas, entran otra vez los enfermeros, que ya han visitado segunda vez el pueblo.”


Había para todos, sermón y misa cantada los días de precepto. También se cantaba misa los sábados. Los domingos, después de tocar 8 vísperas, se administraba el bautismo juntamente con los óleos.


“Suelen ser 16 y 20 cada domingo en pueblos grandes. Antes de salir el padre, ya están todos en la puerta de la iglesia con sus capillas y velas, y con los padrinos.”


Cuanto a la frecuencia de los sacramentos, Informa el padre Ruiz de Montoya en su Conquista espiritual:


“Aunque el sacramento de la confesión lo ejercitan luego, la comunión se les dilata por algunos años, a unos más, y a otros menos, que aunque la capacidad de aquella gente es muy conocida en aprender las cosas de fe, y en lo mecánico, la rudeza en los de mayor edad suele ser mucha.


“Los capaces de comulgar cuatro veces al año, en que tienen jubileo, con preparación de sermones, y ejemplos, ayunos, disciplinas, y otras penitencias, los de la congregación de la Virgen y otros que no lo son, frecuentan la confesión cada ocho días, y los menos cuidadosos cada mes: rastrean en la confesión cosas muy menudas.” 38


Siguen las notas de Cardiel. Anualmente, al tiempo de la confesión y comunión pascual, se examinaba a cada uno la doctrina. A los más ignorantes se los instruía antes de dejarlos confesar.


“Las confesiones en vísperas de días solemnes, en que se confiesa mucha gente, son las que cuestan más que todo… Un alivio tenemos en ellos, y es que ningún indio ni india se encuentra que tenga escrúpulos, y raro que cuente historias. Todo nace de su corta capacidad...


Cuando vamos a confesar llevamos una costilla llena de tablillas, con un letrero en cada una, grabada a fuego, que dice Confesó. Esta se da por un agujero del confesionario a cada uno que se da la absolución, para que pueda comulgar, para que no comulguen sin ser absueltos. Cuando se ponen en el comulgatorio, va el sacristán con un plato recogiendo las tablillas de todos; y al que no la trae le echa de allí. Cuando son examinados para la comunión anual, les da el examinador otra tablilla en que se dice que sabe la doctrina, y al arrodillarse para confesar la echa a los pies del confesor.39


Dos cofradías o congregaciones mantenían en los pueblos el fervor de todos: de María Santísima la una y de San Miguel la otra, ambas con “gran número de congregantes de uno y otro sexo” Estos confesaban y comulgaban “por sus reglas frecuentemente. Los demás, en las fiestas principales”. 40


Alguna dificultad ofrecieron los matrimonios de los guaraníes recién convertidos. ¿Era verdadero matrimonio el contraído en la infidelidad con la primera mujer, y había que obligarlos a vivir con ella una vez bautizados? Así lo juzgaron fray Luis Bolaños y la mayor parte de los misioneros jesuitas, no sin algún contraste de parte de otros que tenían sus razones para negar validez a estos matrimonios. 41


En plan de uniformar criterios se acudió a Urbano VIII; y como quiera que los argumentos de más fuerza, presentados por el famoso teólogo de la Compañía de Jesús, Juan de Lugo, eran contrarios a la validez de tales matrimonios, decidió el Papa deferir a la sentencia más favorable a los indios, sin necesidad de dispensa. 42



2) La devoción a María


Con insistencia las cartas anuas de los misioneros aluden a la fuerza de transformación que el fervor mariano trajo a los indios.


Los jesuitas cultivaron esta devoción bajo el título de la Virgen de Loreto y en la forma de congregación o esclavitud mañana, con los mejores frutos de piedad y vida cristiana.


En las instrucciones que dio el padre Diego de Torres a los primeros misioneros del Guayrá, ya reparaba en la necesidad de activar las formas marianas de la devoción.


“En todas las iglesias que edificaren —les ordena— procuren hacer capilla de Nuestra Señora de Loreto.” Los indios debían aprender enseguida a saludarse “diciendo: Loado sea Jesucristo Nuestro Señor y la Santísima Virgen María su Madre; y hasta que sepan rezar el rosario suyo” debían hacerles repetir “estas dos palabras: ¡Oh Jesús María!, y que las digan en todas sus necesidades, y traigan los rosarios al cuello, o a lo menos cruces, que sirvan de insignia a todos los cristianos; y procuren hagan rosarios de las cuentas que en todas parten nacen”. 43


Y este fue para los misioneros gustoso cometido. “La devoción de Muestra Señora la Virgen María está muy en su punto en este pueblo”, escribía en 1635 el padre Pedro Romero desde la reducción de Itapuá. Y no es que fuese todo prácticas exteriores sin reflejo en la conducta, supuesto que “por esta devoción —corroboraba el padre Romero— ha dado [el pueblo] una vuelta tan grande que espanta a los que antigua­mente lo conocieron”. Y esto se produjo singularmente “desde que se entabló la esclavitud desta Reina y Señora nuestra”. 44


El caso de las reducciones de San Ignacio-miní y Loreto, emigradas al Yabebiry en 1631, es de molde. Temeroso el padre Ruiz de Montoya que, “con el trajín de la mudanza, se enfriase en muchos la devoción y temor de Dios... —expresa el anua de 1640—, no halló mejor traza ni medio, que la devoción de la Virgen Santísima y su congregación...; lo cual ha sido el total remedio de estos pueblos”. Así lo asevera el autor de la relación aludida, porque “no sólo se ha recobrado lo perdido”, sino que “se han reconocido muy grandes mejoras y ganancias en la virtud, en los congregados, viviendo con grande edificación”.


Algunas prácticas exteriores muestran la espontaneidad y hondura del fervor:


“Es notable —observa— la ternura con que hablan a la Virgen llamándola mi Madre, mi Señora, mi abogada e intercesora, rezando el rosario cada día, visitándola a menudo todos los días, por la mañana cuando van a las chácaras, y a la tarde cuando vuelven.” 45


Finalizando aquella centuria, seguía la devoción rayando muy alto. Las anuas de las doctrinas del Paraná y Uruguay, correspondientes al año de 1694, le dedican a este renglón de la piedad guaraní párrafos entusiastas. Llaman a los primeros misioneros “los hijos verdaderos de María”, jesuitas “amasados con el néctar suavísimo de esta celestial devoción”.


Cuanto al indio —agregan—, “por desdichado se tiene el que pendiente del cuello no trae un rosario..., acudiendo por las tarde a la iglesia a rezarle, a que se junta el pueblo a toque de campana, diciendo al fin la letanía que es cantada los sábados, con vísperas al fin por los difuntos del pueblo.


“En sus casas, en su labranzas, en sus caminos, viajes y correrías no están ni van consolados, si en su compañía no llevan alguna imagen de la Virgen, a quien, por cansados que estén, al cabo del día rinden obsequiosos el tributo o del rosario o de algunas oraciones, que rezan gustosos a su querida Madre, compañera inseparable, asilo continuo y tutelar sagrado de sus almas y de sus vidas...”


Con más veras la invocan “al tiempo del morir. Apenas se siente enfermo el indio, cuando lo primero que asienta en su corazón es que se ha de salvar por medio de la Santísima Virgen; y armado con esta confianza se dispone cuanto antes con los sacramentos de la confesión, Eucaristía y extremaunción, deseando y pidiendo de continuo que el padre no se aparte de él a la hora de morir.”46



3) La educación de los niños


Abarcaba no sólo la instrucción religiosa, sino también la profana. “Les enseñarán a leer y escribir, contar y tañer”, comunicaba el padre Diego de Torres en la Instrucción para los padres que están ocupados en las misiones del Paraná, Guayrá y Guaycurúes.


Poníase en ello especial cuidado. Desde la edad de siete años —expone Cardiel— entraban “ya en tropa con los demás en cuanto a lo eclesiástico y político hasta casarse. Porque si se dejan al cuidado de sus padres, este es tan corto que se crían como unas bestezuelas y holgazanes toda la vida”.


Seguíase un método particular en el quehacer cotidiano. Al alba salían los alcaldes por las calles gritando:


“—Hermanos, ya es hora que os levantéis. Enviad vuestros hijos e hijas a reverenciar a Dios, a rezar la santa doctrina, a oír misa, al trabajo cotidiano, para que aprendan a vivir como cristianos y como racionales. No seáis flojos en cosa que tanto os importa. Considerad la estrecha cuenta que Dios os ha de pedir de la crianza de vuestros hijos. Ea, despertadlos luego y despachadlos, etc.”


Con estos y otros requerimientos iban por todas las calles, al paso que uno o dos muchachos tamborileros alborotaban a la población desde la plaza.


Al conjuro de estas voces y toques iban saliendo niños y niñas, que se encaminaban al amplio pórtico de la iglesia. Allí se ponían “los niños a un lado y las niñas a otro, y nunca se juntan en función alguna, como ni los hombres con las mujeres”.


Llegado el grupo entero, comenzaban las oraciones del catecismo con sus preguntas y respuestas.


“Dictan dos muchachos de una sonora voz, y responden todos. Lo mismo hacen las muchachas en su lugar, dictando las dos de mejor voz, presentes sus alcaldes a unos y otros.”


Tocábase luego a misa, y entraban a oírla los niños y las niñas, “tras ellos los demás del pueblo que quieren, y en algunos pueblos todo el pueblo entra como en día de precepto, por costumbre ya introducida”. 47 Decíanse al mismo tiempo dos misas rezadas, “una en el altar mayor, a que ayudan siempre cuatro monacillos con sus sotanas...; y otra en un colateral, con dos ayudantes del mismo traje”.


“Al empezar la misa, comienzan los músicos a tocar órganos, chirimías, arpas, etc. Al llegar a la epístola, cantan un salmo”, que “dura hasta cerca de la elevación de la hostia. Después de esta elevación cantan un motete o villancico en español, y a veces un himno en su lugar. Después de esto tocan varias arias, fugas y minuetes graves, hasta acabarse la misa”.


Dicho luego el acto de contrición y cantado el Alabado, los niños iban al primer patio de los padres y las niñas al cementerio. Allí recitaban otra vez el catecismo, cantaban algunas alabanzas, se desayunaban luego, y se distribuían por fin entre la escuela y los trabajos, llevando en “andas un santo... y, delante de él.... los tamborileros y flautas tocando por el camino”.


A mediodía almorzaban de lo que el cura les daba, para luego entregarse a sus juveniles esparcimientos.


La escuela de las primeras letras se tenía preferiblemente por la tarde, durante dos horas y más; en algunas reducciones, mañana y tarde, los niños separados de las niñas.


“Se introdujo la escuela de los niños —anotaba el padre Ferrufino en el anua de 1646—, adonde, acudiendo con mucha puntualidad, se les enseña a leer y escribir, y a los más hábiles la música, aprendiendo juntamente el catecismo y oraciones”. Esta “espiritual y temporal enseñanza no les falta a las niñas, pues después de mediodía a un mismo tiempo con los niños, en diferentes puestos la oyen, y acabada se van, comenzando los niños su ordinaria tarea.” 48


Exactamente un siglo después confirmaba el padre Cardiel idéntico dato, probatorio del cultivo de las letras y de las artes nobles en las reducciones:


“Hay escuelas de leer en su lengua, en español y en latín, y de escribir de letras de mano y de la de molde; escuela do música, y también de danzar de cuenta... Estos [indios] de las escuelas son los que, cuando adultos, gobiernan el pueblo.” 49


A las cuatro de la tarde, en invierno, y a las cinco, en verano, tocaban la campana de la doctrina. En oyéndola acudían todos a la iglesia “con su santo, tamboriles y flautas”, para rezar allí “todas las oraciones y [el] catecismo largo”.


Acabado este, llamaba a rosario la campana grande, y al punto salía “uno de los padres a preguntarles y enseñarles la doctrina y exhortarles a bien vivir”. Entre tanto, iba llegando la gente adulta. Con ella rezaban todos el rosario, el acto de contrición como por la mañana, y cantaban el Alabado, Ibase la demás gente a sus casas, y ellos, después de rezar por cuarta vez en el patio de los padres, volvían a sus hogares al anochecer.


“Esta es la distribución cotidiana de estas tiernas plantas, sino los días de fiesta, en que después de misa, y rezar, y cantar, se van a sus casas; y los jueves, que no hay rezo largo ni doctrina antes del rosario.” 50