Las reducciones jesuíticas de indios guaraníes / 1609-1818
1. LAS FUNDACIONES | Antecedentes
 
 

Los primeros jesuitas llegaron a la provincia del Tucumán merced al obispo fray Francisco de Victoria: desde el Perú, una parte, en 1585; y desde el Brasil, por la vía del Río de la Plata, la otra, en 1587. Dependieron del Perú a los principios.


El padre Claudio Aquaviva creó en 1604 la provincia jesuítica del Paraguay, con el Río de la Plata, Tucumán, Paraguay y Chile, y la puso bajo la dirección del padre Diego de Torres; quien se posesionó de ella en 1607. Dos años después comenzaban los jesuitas la grande obra de las reducciones en los territorios de las actuales República Argentina, del Paraguay y del Brasil.


Se reconoció, ya desde los principios, la doble necesidad de juntar a los naturales en pueblos para mejor adoctrinarlos y formarles hábitos de virtud y de trabajo, y de disponer asimismo de sujetos aptos en virtud, ciencia y capacidad, para acometer la empresa nada fácil sobre todo a los comienzos.


Lo primero —la necesidad de las poblaciones— se sintió apenas comenzada la evangelización y tras las primeras experiencias. Lo segundo —la presencia de sujetos aptos— con el advenimiento de la Compañía de Jesús en la región y sus ensayos de apostolado entre los indios.



1) La doble necesidad


Repetidamente los Reyes Católicos se refirieron a la primera de ellas, y aun se hicieron provechosas tentativas. 2 La Instrucción de Felipe II, fechada en Aranjuez el 16 de mayo de 1571, destinada al tercer adelantado del Río de la Plata, Juan Ortiz de Zarate, tuvo mayor efecto.


Debía este empeñarse para que los naturales, “de su voluntad, habiten en pueblos cerca dellos [los españoles]..., procurando de apartarlos de vicios y pecados, y malos usos, y procurando, por medio de religiosos y otras buenas personas, de reducirlos y convertirlos a nuestra santa fe católica y religión cristiana voluntariamente”.


Dos franciscanos —fray Alonso de San Buenaventura y fray Luis Bolaños— llegados con el adelantado Ortiz de Zarate a Asunción el 6 de febrero de 1575, emprendieron las primeras campañas reduccionales en la región del Paraguay y del Río de la Plata con éxito vario.


La dificultad mayor era la escasez de apóstoles por la pobreza de la tierra así en el Paraguay como en el Río de la Plata y el Tucumán. Lo comunicaba el gobernador de esta última provincia, Juan Ramírez de Velasco, al Monarca el 10 de diciembre de 1586, lamentando en consecuencia la “gran falta de doctrina entre estos naturales”. 3


Los frailes en general, llegados de Europa, preferían los sitios más confortables, que no las inhóspitas tierras del Tucumán, Río de la Plata y Paraguay, según informaba a Su Majestad el segundo marqués de Cañete, virrey de Lima, el 1° de mayo de 1590.


“He hallado en este Reino gran cantidad de religiosos, y en esta ciudad [de Lima] hay convento que tiene ochenta y cien frailes, como lo podía haber en Sevilla; y no hay [modo de] hacerlos ir a Chile, Tucumán ni otras provincias, donde hay guerra y trabajo, ni quien los eche de esta ciudad, y de las demás, y pueblos, y doctrinas buenas de esta provincia.” 4


Años después lo corroboraba respecto de los clérigos seculares el gobernador del Tucumán Francisco de Barrasa y de Cárdenas:


“El obispo [fray Fernando de Trejo y Sanabria] no es poderoso a detener a los que en esta provincia ordena a título de doctrinas, porque en buen estado o malo, o con licencia o sin ella, se le huyen al Perú... Los que vienen de España y se vienen a ordenar del Perú no permanecerán jamás en la tierra, porque las doctrinas son trabajosas, por tener cada doctrinante muchos pueblos y de poco estipendio; y ese, mal pagado y en mala moneda.” 5


Esta situación desventajosa a la adoctrinación de los aborígenes, llevó cabalmente a que el obispo Victoria introdujese en el Tucumán a los primeros hijos de San Ignacio, merced también a las negociaciones financieras que le permitieron costearlos.



2) La entrada de los jesuitas


El hecho fue, sin disputa, todo un acontecimiento para la historia eclesiástica de la zona, en vista de la enorme gravitación alcanzada por la Compañía de Jesús en el apostolado misional.


En Lima el obispo Victoria tramitó el año de 1584 con el provincial padre Baltasar Pinas, el envío de los primeros jesuitas —los padres Francisco de ángulo y Alonso de Barzana y el hermano Juan de Villegas—, que el 26 de noviembre de 1585 llegaron a Santiago del Estero, capital del obispado, 6 y donde a fines de octubre o principios de noviembre de 1586 fundaron casa. 7


Gracias también al señor Victoria vino del Brasil el segundo grupo, compuesto por los padres Leonardo de Arminio, Juan Saloni, Tomás Field, Manuel Ortega y el clérigo de menores Esteban de Grao. Quienes, partiendo de Bahía el 20 de agosto de 1586, y caídos en poder de los corsarios ingleses en la boca del Río de la Plata, sólo después de infinitas penurias lograron ponerse en el puerto de Buenos Aires el 8 de marzo de 1587. 8


Y mientras Arminio y Grao se volvían a su tierra, comenzaban los restantes la obra, repartidos por el valle de Calchaquí, Asunción y Villa Rica del Espíritu Santo. Con otros refuerzos llegados del Perú fundaron misión sobre el Bermejo; catequizaron en Salta y Humahuaca; abrieron casa en Asunción; llegaron en 1595 a Corrientes y a Santa Fe; pusieron residencia momentánea el año de 1598 en San Miguel de Tucumán, y fundaron el año de 1599 en Córdoba.


Para 1600 había en la misión del Tucumán y Paraguay hasta once sacerdotes y dos hermanos. 9 Llevó la palma Alonso de Barzana, el más ilustre de los misioneros de la Compañía de Jesús que recorrieron nuestras Indias el siglo XVI.


“Sólo el padre Alonso de Barzana —refería la Crónica anónima de 1600— bautizó en esta provincia de Tucumán más de 20.000 personas, habiéndolas él catequizado primero por muchos días”. 10 Dominó a perfección las lenguas quechua y aimará; y, estando en el Tucumán, la cacana, la tonocoté, la lule, la sanavirona y aun la guaraní.


Acompañó el padre Barzana al gobernador Ramírez de Velasco en la entrada a los calchaquíes rebelados; recorrió en todas direcciones la gobernación del Tucumán, estuvo en Asunción, visitó a los abipones y se detuvo en la misión de Matará de la Concepción del Bermejo,


La mejor semblanza del padre Barzana pertenece a su compañero de misión, el padre Pedro de Añasco, que la envió el 10 de enero de 1592 al provincial Juan de Atienza:


“Aunque no vi al bienaventurado padre Javier en la India Oriental, veo al padre Alonso de Barzana, viejo de más de setenta y dos años, sin dientes ni muelas, con suma pobreza, con suma y profundísima humildad..., haciéndose viejo con el indio viejo, y con la vieja hecha tierra, sentándose por esos suelos para ganarlos para el Señor, y con los caciques, indios particulares, muchachos y niños, con tantas ansias de traellos a Dios, que parece le revienta el corazón, y desde la mañana a la noche no pierde su momento ocioso.” 11


El padre Barzana, anciano y achacoso, volvió al Perú en 1597, donde acabó sus días el 1° de enero de 1598. 12



3) Las cuatro doctrinas de Juli en el Perú


La aceptación de estas cuatro doctrinas en 1576 por parte de los jesuitas les granjeó doble mérito; por el “trabajo inusual y sumamente exitoso” allí desarrollado; y por el modelo imitable e imitado en toda la extensión de las Indias. Hasta se dijo que fue Juli “la matriz de las reducciones del Paraguay”, aun con las adaptaciones exigidas por el lugar y las personas.13


Las dichas cuatro doctrinas con la de Santiago en el Cercado de Lima, fueron las únicas que atendieron en el Perú los jesuitas hasta el extrañamiento de la Compañía en 1767 y 1768.


Llegaron al lugar por noviembre de 1576, y ya el domingo inmediato entraban en función con el propio plan pastoral: misa, almuerzo con los caciques, procesión de doctrina religiosa la tarde de los domingos, y distribución, en forma de regalos, de lo ofrecido por los fieles en la misa de la mañana.


Cada jesuita tuvo su sector en la atención de los feligreses:


“Alonso de Barzana fue designado para predicar y enseñar la doctrina cristiana a los adultos; Diego Martínez para enseñarla a los niños y ancianos; Diego de Bracamonte bautizaba a los niños y realizaba los matrimonios; Francisco de Medina se encargaba del entierro de los difuntos y de la vigilancia del pueblo para prevenir que bebiesen y se emborrachasen.” 14


La distribución de las limosnas era punto capital en el plan propuesto de acuerdo con el prepósito general de la Compañía de Jesús, el padre Everardo Mercuriano; “quien permitió a los miembros de Juli aceptar a título de limosnas los sueldos que el rey les ofrecía en compensación por sus servicios, pero con la obligación de utilizarlos con parquedad y entregar el sobrante a sus feligreses”. Igual destino daban a las limosnas de los parroquianos y al estipendio de las misas. Lo cual les aseguraba, lógicamente, la benevolencia de los más.


La escuela, que pronto llegó a contar entre doscientos y trescientos alumnos, tuvo asimismo una finalidad apostólica: la de escuchar indirectamente los padres y familiares de dichos alumnos el mensaje evangélico y combatir los resabios de la idolatría.


Así y todo, aun reconociendo la perfección lograda por las doctrinas de Juli y su calidad de modelo, “no puede negarse —expresaba el padre Guillermo Furlong— que las reducciones guaraníticas superaron al modelo peruano, como superaron, y con creces, cuanto se había entablado hasta entonces en los pueblos indígenas de Méjico y en las aldeas del Brasil”, por los motivos que expuso luego:


1. “Ni en las aldeas brasileras, ni en Juli hubo una autoridad jerarquizada, continuada y vigorosa, como la hubo en las reducciones guaraníes desde sus mismos orígenes.


2. “Así en las aldeas brasileras como en la reducción de Juli, el cura era un factor importantísimo y hasta esencial, pero su misión era exclusivamente religiosa... En las reducciones guaraníes el cura lo era todo... Todos los hilos venían a sus manos.


3. “Los componentes de las aldeas y los integrantes de Juli se veían forzados a trabajar en labores duras y penosas, bajo la égida, muchas veces, de señores exigentes y hasta crueles. Entre los guaraníes el trabajo... tenía por fin primordial evitar la ociosidad, y... a nadie se le pedía más de lo que pudiera razonablemente dar...


4. “Ni en Juli ni en las aldeas hubo bienes comunes como en las reducciones guaraníticas...


5. “En Juli y en las aldeas la intromisión de las autoridades civiles se hacía sentir, mientras que en las reducciones del Paraguay, aunque fieles a todas las leyes y obedientes a todos los gobernadores, no había en ellas mandatario alguno español.


6. “En Juli y en los pueblos del Brasil, el arte escultórico, la pintura y la música tuvieron su entrada en actos aislados o esporádicos, mientras que en las reducciones rioplatenses el arte y la piedad... empapaban la vida diaria de los indígenas.”


Con lo que el docto historiador jesuita cerraba, como en síntesis fundamental, el pensamiento nucleario de toda su obra:


“Las reducciones guaraníticas no fueron copia de otras algunas, aunque es posible que la República de Platón o la Utopía de Tomás Moro hayan podido sugerir alguna idea, y es posible, y hasta probable, que las aldeas brasileñas y la reducción fundada por los jesuitas a orillas del Titicaca hayan inspirado algunos matices accidentales; pero, por ahora, podernos asentar que fueron, en lo sustancial y en muchos de sus accidentes, más internos que externos, una creación originalísima.” 15