Encuentro de dos mundos
Las culturas prehispánicas en sus facetas negativas
 
 

1. En cuanto al orden material


En América precolombina no se conocían la rueda ni el hierro. No se contaba con el animal de tiro por excelencia, el caballo; la llama, en la zona incásica, lo sustituía muy parcialmente, pues en general todo se hacía a lomo de indio. Así se construyeron las pirámides mayas y aztecas y los pucarás y calzadas quichuas; incluso el Inca y los nobles de su Imperio se trasladaban en literas sobre los hombros de los pobres vasallos. Tampoco se conocieron otros mamíferos superiores como los vacunos y el asno.


La falta de escritura, con las tímidas excepciones apuntadas, tenía sumidas a casi todas las culturas en la prehistoria. Se desconocía la pólvora, con los efectos bélicos consiguientes; también, el arado, las tijeras, el hacha y las demás herramientas de hierro, lo que contribuía a que sus trabajos fueran elementales. En el campo comercial brillaban por su ausencia las pesas y medidas; la moneda asomaba como excepción. Y la carencia de brújula y de otros instrumentos náuticos hacía que su navegación fuese precaria. Todo esto significaba que aquella América estuviera separada por un abismo profundo de carácter tecnológico de la civilización europeo-asiática.



2. En relación con el orden espiritual


Pero la distancia más considerable entre ambos mundos culturales estaba en el plano espiritual. Europa se hallaba bajo la influencia liberadora del cristianismo, que se practicaba con mayor o menor fidelidad, es cierto. El nuevo orbe presentaba un espectro religioso muy variado, que no es nuestra posibilidad explorar. Solamente diremos que en general, la creencia en un Dios único y personal se hallaba obstruida por un generalizado animismo, es decir, la convicción de que todas las cosas están animadas por un espíritu; de allí, la tendencia a endiosar los objetos y fuerzas de la naturaleza. De esos espíritus, unos eran favorables y otros adversos: el bien y el mal que luchaban entre sí. La religión consistía entonces en atraerse los dioses benignos y en rechazar o aplacar las fuerzas malignas, de lo que surgía la necesidad de la magia, “llave del indígena para poder lograr sus deseos” 18. Carecían de sentido moral, que a lo sumo se reducía a medidas penales, muchas veces desproporcionadas, frente al robo, al adulterio, a la traición, etc., exigidas por meras razones prácticas o por el tótem 19. La magia contribuyó a frenar el progreso de esas parcialidades ante el temor de lo desconocido, que sólo el iniciado podía superar; y fomentaba un fatalismo paralizante: poco o nada dependía del creyente, mucho del azar de esa lucha entre el bien y el mal en que sólo el hechicero podía influir. También llevaba al fatalismo, entre los aztecas, la convicción de que esa lucha entre fuerzas superiores antagónicas había destruido el mundo cuatro veces, y de que el actual también sería devastado por terremotos que no eran sino manifestaciones de esa lucha 20. Misión, pues, fundamental de la casta sacerdotal era aplacar el mal y favorecer el bien no solamente con danzas o ritos propiciatorios, sino con dádivas de bienes, sacrificios de vidas de animales y hasta inmolación de seres humanos, cuando no con sangrías o mutilaciones en los propios oferentes, como los cortes de lengua que se practicaban los sacerdotes mayas.


El holocausto de seres humanos como víctimas ofrecidas para apaciguar a los dioses fue puesto en práctica por aztecas, mayas, muiscas y quichuas; especialmente en las tres primeras culturas, y menos acentuado en la última. Entre los aztecas, se llegaron a hacer guerras sólo para proporcionarse infelices prisioneros destinados a la inmolación; contáronse por millares los sacrificados a quienes se les extraía el corazón. Lehmann escribe: “El Sol siente hambre y sed; sólo lo alimenta la carne de los enemigos, sólo se refresca con la sangre de los enemigos; para saciarlo es necesario ofrendarle regularmente víctimas propiciatorias, elegidas entre los prisioneros. Queda explicado así por qué la historia de los aztecas consiste en una larga enumeración de contiendas: les era Imperioso renovar continuamente su provisión de cautivos”. Y más adelante: “También acostumbraban los aztecas otra forma de inmolación humana, que puede compararse con el suplicio de los cristianos librados a los gladiadores en las arenas de la Roma antigua. La víctima debía combatir sucesivamente, con armas ficticias, a muchos guerreros bien pertrechados; si lograba derrotar al primero, caía inevitablemente bajo los golpes de los siguientes” 21 Como se ve, el paganismo de la Roma de la decadencia, con sus métodos despiadados, corre parejo con el paganismo azteca de procedimientos sádicos. Jean Dumont ha expresado últimamente: “Es Jacobo Soustelle mismo, historiador tan aztequista, quien lo señala en la revista Evasiones mejicanas, 1980: los aztecas estaban moral y físicamente al extremo de sus límites en sus sacrificios humanos masivos (25.000 jóvenes sacrificados para la sola inauguración del gran templo de Méjico). “Cabe preguntarse, escribe Soustelle, a qué les habría esto llevado si los españoles no hubieran llegado (...). La hecatombe era tal (...) que hubieran tenido que cesar el holocausto para no desaparecer”. Y es sabido que a la llegada de Cortés la civilización-religión maya, en el oriente mejicano, estaba casi enteramente muerta por ella misma. Todo el mundo indio sabia que un cambio religioso se imponía” 22. Asimismo se decapitaban mujeres mientras danzaban, se ahogaban niños, se quemaban seres humanos anestesiados previamente o se los asaeteaba; en oportunidades se les quitaba a los sacrificados el pellejo que vestían luego los sacerdotes 23. Entre los chibchas se ofrecían preferentemente niños, a los que se criaba hasta los quince años en el templo del Sol, para ser finalmente muertos a flechazos atados a una columna 24.


La antropofagia estaba vinculada también con el culto religioso; por razones rituales la practicaban iroqueses, aztecas, chiriguanos, guaraníes. De estos últimos ha escrito Canals Frau: “la antropofagia Iba sólo dirigida a los prisioneros de guerra, y aun así el acto tenía carácter ritual. A los prisioneros que no se mataba en el momento se les trataba bien; se les daba mujer y mucha comida, para que se pusieran bien de carnes. El sacrificio mismo se efectuaba en acto público, frente a una gran multitud, y uno de los guerreros era designado para ejecutar al prisionero con una macana. Después de muerto, se despedazaba el cuerpo y se repartían los trozos; todo el mundo debía tocar y probar la carne. Y dice el P. Lozano que, cuando ella no alcanzaba por ser varios millares los concurrentes, entonces se hacía hervir un buen pedazo y se repartía el caldo: hasta las madres daban un sorbo a sus hijos... La costumbre de la antropofagia desapareció pronto con la sola presencia del español” 25. A veces, la falta de alimentos los llevaba a tal enormidad, como en los casos de hurones, botocudos, araucanos, etc. Los mohawk, en cambio, gustaban de la carne humana 26.


En general, las religiones aborígenes reducen al Indio a cumplir un destino prefijado, dejando su libertad postrada a los pies de mitos, ídolos, hechiceros. La América precolombina es un mundo donde el hombre carece de nociones de persona humana y, por ende, de libre albedrío y de igualdad sustantiva entre los hombres. Fueron los misioneros quienes inculcaron a América india la existencia de derechos anteriores a la ley positiva y el estado de libertad del hombre, que debe saber aprovechar, pues, de lo contrario, seré responsable de sus actos en la postrer instancia. Estas enseñanzas incluso hicieron posible la protesta india, que no reconoció la era prehispánica, pues es previa a la queja por el derecho conculcado la noción de la existencia de tal derecho. Como ha escrito Sierra, “Méjico tiene el legítimo, orgullo de ser la patria de Juárez, un indio; un indio que lucha por la independencia nacional de su país; pero lo que sus biógrafos callan es que el sentimiento de la libertad no lo adquirió leyendo los jeroglíficos dé los escribas de Moctezuma, sino que fue consecuencia de que la acción misional de España logró dotar a sus antepasados, y por consiguiente a él mismo, de un sentido de la libertad que no encontrarán los historiadores en el árbol genealógico del ilustre mexicano” 27. Cosa similar, verbigracia, se puede decir de Túpac Amaru y su protesta en Perú.



3. En el campo político


Por ello, el mundo precolombino, desde el punto de vista político, ofrece un panorama de generalizado y cerrado autoritarismo, donde fenómenos emparentados con la participación popular brillan por su ausencia; y mucho más si de rebelión popular se trata. Son esquemas obturados, sin posibilidad de apertura o forcejeo hacia la apertura, pues los hombres involucrados en ellos no tienen la menor Idea de prerrogativas frente al imperio del que conduce. Del mundo quichua ha escrito Morales Padrón conceptos aplicables a todas las civilizaciones precolombinas: “El sistema político administrativo incaico se reducía, como ya ha quedado señalado, a la existencia de un gobierno autocrático que regía en provecho de una minoría. La autoridad de la casta dominante descansaba en la religión, bajo la cual yacía el pueblo sometido a la ignorancia y a continuo trabajo. Se castigaba la ociosidad, madre de todos los vicios... Todo conducía a una felicidad negativa: la reglamentación de la vida, la idéntica comida y traje, la centralización a través del clan y el ayllu, el colectivismo agrario... No había personalidad, ni concepto de propiedad individual, ni sentimiento de patria. No había progreso y sí despreocupación e ignorancia por parte del individuo, que tenía sobre sí al Estado para reglamentarlo todo. El individuo era una pieza de una máquina” 28. El inca fue incluso divinizado considerándoselo hijo del Sol. Se llegó hasta el reparto de tierras y mujeres entre los indios por un funcionario especial llamado tocricoc 29. Ni en el totalitarismo soviético se ha llegado al reparto de mujeres por medio del Estado...


Debido a ese autoritarismo fue tan sencillo a los españoles el copamiento de los imperios, al lograr descabezarlos con rapidez.



4. Dominadores y dominados


El sometimiento de los pueblos débiles y pacíficos bajo la férula de los más poderosos y belicosos es también un fenómeno habitual en la América prehispánica. Los imperios precolombinos siempre estuvieron asentados en la conquista, generalmente guerrera, de pueblos vecinos que se convirtieron en tributarlos. El azteca se edificó sobre los restos de las comunidades tolteca, chichimeca y tecpaneca. Si no dominaron a tarascos, mixtecos y zapotecos, fue porque éstos resistieron armas en mano. Los tlaxcaltecas, sus tributarlos, se aliaron a Cortés, que fue liberador de esta parcialidad 30. Soustelle afirma: “No hay duda de que puede interpretarse la historia de Tenochtitlán desde 1325 a 1519, sin incurrir en inexactitud, como la de un Estado imperialista que persigue sin tregua su expansión por medio de la conquista” 31. Confirma esta apreciación manifestando que en Méjico todo hombre, cualquiera que sea su origen, es ante todo un guerrero o desea serlo... Desde su nacimiento, el varón está consagrado a la guerra. El cordón umbilical del niño se entierra junto con un escudo y unas flechas en miniatura. Se le dirige un discurso en el cual se le anuncia que ha venido al mundo a combatir. El dios de los jóvenes es Tezcatlipoca, también llamado Yaotl “el guerrero” y Telpochtil, “el joven”. Es el que preside las “casas de jóvenes”, telpochcalli, que reciben, en cada barrio, a los adolescentes desde la edad de seis o siete años. La educación que se imparte en esos colegios es esencialmente militar, y los jóvenes mejicanos no sueñan más que en distinguirse” 32.


Por su parte, los chibchas se hallaban divididos en dos cacicazgos mayores, tres menores y otros minúsculos, en lucha entre sí al arribar los españoles. Todo hacía prever que el más poderoso de los caciques, quizás Zipa, tal vez Zaque, se alzaría con el poder y sometería a las feroces tribus vecinas. A su vez, el imperio inca se erigió sobre la base del sometimiento de los aymarás, yuncas y otros grupos. Sus conquistas fueron sangrientas e impusieron hasta su idioma a los subyugados. Y si queremos ejemplificar con grupos menores, allí estaban los carios paraguayos, asolados por tapes y agaces; los omaguacas, sometidos a los ocloyas; los tonocotés, acometidos por los lules; los pampas y otras de nuestras parcialidades, subyugados por los araucanos chilenos, que, con Calfucurá, edificaron un verdadero imperio; en el Caribe, los siboneyes, habitantes de las Lucayas y Antillas mayores, debieron soportar a los feroces caribes, y éstos a su vez a los incas; en Ecuador, los quitos sometieron a los caras, pero a su vez los primeros bajaron la cerviz ante los incas; y así sucesivamente... El método de dominación de los incas tiene semejanzas con el empleado por algunos de los totalitarismos de este siglo: erradicaban poblaciones vencidas enteras, que se fijaban en otros sectores del imperio mezcladas con grupos fieles al inca que las vigilaban. Sánchez dice que la gran cantidad de trasplantados tiene que ver con la tristeza del arte inca 33. Ya hemos hablado de las “guerras floridas” aztecas, guerras fáciles, destinadas a proveerse de prisioneros para satisfacer loa apetitos de los dioses.



5. En el ámbito social


Debemos comenzar diciendo que la esclavitud de un sector de la población es una realidad permanente y común a todas las culturas autóctonas prehispánicas. En las grandes civilizaciones ándidas, especialmente, las diferencias entre los distintos grupos sociales es un hecho evidente; generalmente, hay castas nobles, militares y sacerdotales privilegiadas, sectores plebeyos y una masa mayor o menor de esclavos. La movilidad entre esos grupos es escasa o nula. Y donde existió movilidad con más intensidad, como entre los aztecas, véase lo que escribe Soustelle respecto de los esclavos mejicanos: “Por debajo de todos, más bajo que todos, en el fondo de la sociedad, tenemos aquí al que llamamos, a falta de un término mejor, “esclavo”, tlacotli (plural: tlacotlin); ni ciudadano ni persona, pertenece como una cosa a su amo... Todos esos esclavos, extranjeros considerados como bárbaros y prisioneros de guerra consagrados, en principio, a morir ante los altares, sólo estaban, por decirlo así, en capilla, y la mayor parte debía terminar estoicamente su vida sobre la piedra sangrienta en la cúspide de una pirámide... Sahagún describe esos tristes cortejos de esclavos que caminaban flemáticamente hacia la muerte; bañados ritualmente, vestidos y adornados lujosamente, iban embrutecidos por la “bebida” divina, teooctli, que habían tomado y terminaban su vida en la piedra de los sacrificios, ante la estatua de Huitzilopochtli”. 34


Las diferencias son irritantes. Entre los chibchas, la saliva del Zipa era sagrada: se la recogía respetuosamente; y nadie podía osar mirarlo a la cara. Al Inca solamente se le podía acercar descalzo y portando una carga de leña; estaba prohibido mirarlo de frente y solamente utilizaba utensilios de oro y plata. La Coya, esposa del Inca, no podía ser mirada, y se cuidaba que sus pies no tocaran el suelo, al cual efecto, constantemente, se le tendían alfombras. En este imperio, sólo usaban tejidos de llama o alpaca los nobles; y estaba permitido dentro de este estrato social el incesto entre hermanos, o con los padres, para evitar la cruza con miembros plebeyos y mantener así cerrada la casta. Existía asimismo un idioma especial, secreto, en clave, usado exclusivamente por el Inca y sus allegados.


Mientras el emperador azteca podía discernir entre trescientos platos diariamente, la dieta popular era monótona y harto frugal; y en tanto la nobleza usaba calzado, plebeyos y esclavos iban descalzos. En el calpulli azteca y en el ayllu incásico, el cultivo de la tierra era obligatorio. Como la sociedad azteca era guerrera, siendo en determinados momentos imposible dedicarse a la lucha y al cultivo simultáneamente, era necesario esclavizar a los derrotados para forzarlos a realizar esas tareas agrícolas 35; y ya se ha dicho que, no habiendo animales de carga, hubo que apelarse a esos esclavos para el transporte a lomo de indio. Esta forma de transporte también se generalizó en Perú a pesar de la existencia de la llama. Aquí la propiedad de la tierra era colectiva, es decir, era del Emperador. Anualmente, el Inca le daba un nuevo destino de acuerdo con su voluntad. El campesino estaba forzado no solamente a cultivar sus propias tierras para subsistir, sino que debía laborar las tierras del Inca y la del Sol, cuyo producto era para la casta sacerdotal 36. De la fracción correspondiente al indio, el Inca Garcilaso, en sus “Comentarios Reales”, especifica: “De esta tercer parte de tierras ningún particular poseía cosa propia, ni jamás poseyeron los indios cosa propia, sino era por merced especial del inca; y aquello no se podía enajenar, ni aun dividir entre los herederos. Estas tierras de comunidad se repartían cada año, y a cada uno se le señalaba el pedazo que había menester para sustentar su persona y la de su mujer a hijos”. 37



6. Situación de la mujer


Como ocurrió en la etapa del paganismo pre-cristiano, en muchas de las culturas aborígenes la mujer se hallaba en una situación de inferioridad. Esto es notorio entre los mayas, donde hombres y mujeres comían separados, y si llegaban a cruzarse en su andar la mujer debía apartarse bajando la vista. Los aztecas podían arrojar de sus hogares a las mujeres de mal temperamento, haraganas o estériles; aunque las mujeres maltratadas, o no debidamente mantenidas, podían separarse de sus maridos. La mujer viuda solamente podía casarse con el hermano del difunto. Había prostitución, y dice Lehmann que frecuentemente los plebeyos cedían a los nobles sus hijas como concubinas. 38 La poligamia era posible en la medida de la fortuna del varón. Entre los quichuas, el Inca, cuya esposa, diremos oficial, debía ser su hermana, podía tomar otras mujeres, así como disponer como mejor le pareciera de las vírgenes consagradas al Sol, que vivían en una especie de monasterio 39; también los nobles podían practicar la poligamia, vedada a los plebeyos. Los muiscas admitían la poligamia y había nobles que poseían un centenar de mujeres. 40


Entre los mapuches, a la muerte del hombre, la mujer pasaba al hijo mayor o pariente más cercano. Mientras el hombre se entregaba a la ociosidad, la guerra o el alcohol, la mujer era la que trabajaba todo el tiempo, incluso en el laboreo de la tierra. Ballesteros admite que la horticultura estuvo en América precolombina en manos de la mujer, a menos que los cultivos fueran intensivos 41. Era costumbre de los chibchas que el tributo al cacique se pagara con mujeres, que, esclavizadas, tenían hijos con aquél; esos niños se convertían en manjar de su padre en actos de canibalismo repugnante. 42


En muchas tribus habitantes del actual territorio argentino, la mujer que Iba a contraer nupcias era comprada; así, entre los patagones, puelches o pampas, abipones, pehuenches y mapuches. El atemorizar a las mujeres mediante mascaradas, para dominarlas mejor, era corriente entre los yamanas fueguinos. Y gozar sexualmente de la novia por caciques e invitados, antes que el propio marido, en las ceremonias matrimoniales, era costumbre de los charrúas. Entre los huarpes y cácanos era común el sororato, esto es, el derecho del esposo, al casarse, de unirse también con todas las hermanas menores de su mujer. Los mismos huarpes condenaban a muerte, pena que se cumplía inexorablemente, a las mujeres que osaban mirarlos cuando ellos se hallaban entregados a sus prolongadas borracheras. Entre los comechingones se le producían cortaduras sangrantes a la niña que entraba en la pubertad, en medio de una bacanal alcohólica general. Los tonocotés admitían que el hechicero conviviera con las vírgenes al servicio del dios Cacanchic. Los capayanes poseían la costumbre por la cual el hermano, hijo o pariente heredaba la mujer que fue de su hermano, padre o deudo fallecido, pudiendo hacer vida marital con ella, sin perjuicio de seguirla haciendo con su propia esposa 43.


Mansilla expresa acerca de la triste suerte de las mujeres casadas entre los ranqueles: “La mujer casada depende de su marido para todo. Nada puede hacer sin permiso de éste. Tiene sobre ella derecho de vida o muerte. Por una simple sospecha, por haberla visto hablando con otro hombre, puede matarla. ¡Así son de desgraciadas! Y tanto más que, quieran o no, tienen que casarse con quien las pueda comprar” 44. No era mejor el destino de las ancianas: “Gualicho (espíritu maligno) es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas: se les introduce quien sabe por donde y en donde y las maleficia. ¡Ay de aquella que está engualichada! La matan. Es la manera de conjurar el espíritu maligno. Las pobres viejas sufren extraordinariamente por esta causa. Cuando no están sentenciadas andan por sentenciarlas. Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se enferme un indio, o se muera un caballo; la vieja tiene la culpa, le ha hecho daño. Gualicho no se irá de la casa hasta que la infeliz muera. Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja la inmola a la sordina”. 45



7. Estado de guerra endémico


También, como en la era pre-cristiana, se puede decir que el modo normal de relaciones entre las distintas tribus o grupos más evolucionados era la guerra; “La guerra es un modo constante de vida con los vecinos, ya sea para adquirir lo que ellos poseen (razón económica), o por motivos de venganza tribal, o simplemente para la adquisición de prisioneros y trofeos (cazadores de cabezas sudamericanos y escalpeladores norteamericanos)” 46. Menéndez Pidal transcribe conceptos del famoso misionero Fray Toriblo de Benavente, conocido en Méjico como Motollnia, referente a los aztecas: “Pero la mayor impresión que nos deja es sobre la crueldad sin ejemplo en otros pueblos, desplegada en los muy abundantes sacrificios de los prisioneros de guerra; multitud de prisioneros medio quemados o aspados y asaeteados antes de sacarles el corazón vivo; enemigos principales desollados para que con su sangriento cuero se revistiese Moctezuma u otro gran señor, o para comer sus carnes y usar sus canillas como trompetas; ídolos cubiertos de una espesa costra de sangre de las víctimas, feos, sucios y hediondos; fiestas de embriaguez en las que los devotos consumían increíble cantidad de bebidas, unas letárgicas, otras enfurecedoras, sanguinarias y suicidas” 47. Luis Alberto Sánchez destaca que, al llegar los españoles, el mundo americano era un conjunto de campos de batalla: aztecas enfrentados a toltecas en Méjico; en Colombia, el odio del Zipa y el Zaque; en Perú, la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa; y en otros lugares, caribes contra siboneyes, panches contra caribes, mayas contra aztecas y caribes, diaguitas contra incas, mapuches contra incas, charrúas contra pampas, arahuacos contra incas y calchaquíes, etc. 48. Esas luchas adquirieron ribetes de un salvajismo extremo: los vencidos eran muertos o esclavizados. En el primer caso, ciertas parcialidades, como los caribes, los guaycurúes y los jíbaros, cortaban sus cabezas y las exhibían como trofeos de guerra; los últimos, luego de reducir sus dimensiones al tamaño de una pelota. Los incas, pueblo que con el lenguaje actual hubiésemos tildado de imperialista, pues dilató sus fronteras a fuerza de hostilidades expansivas y crueles sufridas por sus vecinos, construían tambores con la piel de los vencidos y quenas con sus huesos, al son de los cuales los avasallaban. Mientras, los guerreros chibchas se inferían perforaciones en nariz, labios y orejas, utilizadas para colgar objetos alusivos al número de enemigos que habían inmolado. Ya se sabe que los malones de borogas, pampas, ranqueles, etc., en nuestras pampas. Incendiaban pueblos, mataban a todos los varones y se llevaban a las mujeres, como cautivas, las que debían prestar toda suerte de servicios en la toldería, aun los más degradantes.



8. La desidia india


Es menester que sigamos ejemplificando respecto de costumbres que nos pongan de cara con las realidades de atraso, y salvajismo de los primitivos habitantes de América. Salvo en las culturas donde el trabajo era forzoso, caso de los aztecas y de los quichuas, el cuadro de desidia, indolencia, imprevisión y, a veces, hasta de holgazanería, era común a las diversas parcialidades, con excepciones que no hacen sino confirmar la regla. Entre los mocobíes, hacer estrictamente lo que a uno le venía en gana, era lo normal. El padre Canelas recordaba: “Mándesele o convídesele para alguna cosa; si no tiene ganas de ello no lo hará... Sucedíanos mandarles alguna cosa a alguno, sentirse sin ganas de hacerlo y negarse. Instarle a que lo haga y salir otros en su defensa diciendo: Padre ¿cómo lo ha de hacer, si no tiene ganas? Su entendimiento, al paso que en la mayor parte de ellos no es tardo para convenir, es en todos ineptísimo para prever” 49. Entre los habitantes de nuestras pampas, querandíes, pampas, puelches, etc., trabajar era cosa de esclavos. Sierra acota: “Zonas hubo, como la que integra la actual Argentina, en las que sus naturales, de vida selvática y nómada, resistieron por temperamento, por hábito y hasta por depauperación fisiológica, todo, esfuerzo metodizado” 50.


La imprevisión era asimismo patente: se vivía al día, sin norma alguna de ahorro, en muchas parcialidades. Sierra recuerda que, cuando los jesuitas entregaron bueyes a los guaraníes para sus trabajos agrícolas (téngase presente que él buey de aquella época equivalía a un tractor actual), hubo que hacer esfuerzos denodados para que no se los comieran 51. Otro tanto pasaba con la ración de yerba que debía ser entregada en períodos cortos, para evitar el dispendio.


La desidia era también un factor de estancamiento, aunque quizás pocas como la de los indios pastos, habitantes del sur de Colombia, sometidos a los incas, que eran obligados por éstos a pagar el tributo en piojos para que no se dejasen morir comidos por ellos... 52. Del indio peruano expresaba Juan de Matienzo: “Conteníanse con lo que han menester para una semana; son enemigos del trabajo, amigos de la ociosidad y de beber y emborracharse e idolatrar” 53. Y el padre Eder escribió; Su natural desidia es increíble, y ni el hambre, ni la suma necesidad de la mujer y de los hijos, ni el más grande peligro de la vida se la hará sacudir, y sólo se considera bienaventurado y dichoso cuando puede pasarse el día tumbado y holgazaneando, aunque le falten las cosas más indispensables para alimentarse. Aunque el techo esté como criba por las goteras, aunque se le apolillen los pilares de la casa y amenacen caerse, no moverá la mano, si no es obligado por el misionero, ni rozará chacra ni sembrará o aventará de su cosecha los animales, ni ojeará los pájaros. Su caballo, a pesar del cariño que le tienen, apenas vuelven de viaje, lo atan a un poste delante de la casa y allí lo dejan, cansado y sin comer, todo el día, y ni la silla le quitan” 54.



9. El problema del alcohol


La ebriedad fue un azote en casi todos los grupos aborígenes, causa de degeneración moral y factor de mortalidad de primer orden. Vicio que superaron los guaraníes, por ejemplo, por obra de los padres jesuitas. Algunas parcialidades produjeron notas desgarradoras al respecto. Los vilelas, en nuestro Norte, hombres y mujeres, acostumbraban emborracharse durante tres días con sus noches, mientras los hijos pequeños, abandonados durante esas jornadas, padecían gran hambruna 55. De los mocobíes, el padre Canelas escribió que “pudiera contarse entre sus ocupaciones, por una de las más precisas, la borrachera” 56. Cosa parecida puede decirse de los tonocotés y de casi todos los naturales de Indias, como dice Sierra 57. Gálvez ha escrito estos párrafos significativos al referirse a los toldos de los aborígenes de las pampas: “Eran sucios y malolientes los toldos. En cada uno vivían diez o doce indios: toda la familia. También dormía algún perro. Aparte del olor a potro del indio, que es fuertísimo, agregúese que no se lavaban, excepto en verano, época en que se bañaban en los ríos y arroyos, y que seguramente, los niños, por lo menos, no salían del toldo para hacer ciertas cosas. Además, dentro de los toldos, sobre todo al regreso de un malón, se emborrachaban y luego echaban fuera lo que habían comido. Las cautivas barrían el suelo y limpiaban algo. Pero no solían ser muchos más prolijas que las mujeres pampas, porque la realidad espantosa, más fuerte que su voluntad, les había hecho olvidar a esas infelices la vida civilizada”. 58 Pero específicamente del vicio de la ebriedad, Lucio V. Mansilla nos ha dejado, respecto de los ranqueles, un testimonio valioso pues relata hechos que él presenció: “Se acabó la comida y empezó el turno de la bebida. Pero ellos no beben comiendo. Beber es un acto aparte. Nada hay para ellos más agradable. Por beber posponen todo... Mientras tienen qué beber, beben; beben una hora, un día, dos días, dos meses. Son capaces de pasárselo bebiendo hasta reventar... Los Indios, caldeados ya, apuraban las botellas, bebían sin método. ¡Vino!, ¡Vino!, pedían para rematarse, como ellos dicen, y Mariano hacía traer más vino, y unos caían y otros se levantaban, y unos gritaban y otros callaban, y unos reían y otros lloraban... Mientras el licor no se acabara, la saturnal duraría... La noche batía sus pardas alas; los indios ebrios roncaban, vomitaban, se revolvían por el suelo, hechos un montón, apoyando éste sus sucios pies en la boca de aquél; el uno su panza sobre la cara del otro” 59. No creamos, con todo, que la ebriedad fue desgracia de nuestros indios; fue la lacra también de aztecas, incas, muiscas, tribus del Caribe, amazónidos, etc.


Es oportuno que digamos que España combatió el alcoholismo denodadamente. Primero se apeló a medidas radicales, como la prohibición absoluta de las bebidas alcohólicas entre los aborígenes, o de la plantación de viñas, o la introducción de vinos de España en los pueblos indios, y hasta calificando a la embriaguez como delito. Dado que estas medidas no surtieron el efecto esperado por la dificultad que suponía la supresión absoluta del vicio, se optó por vedar los excesos. Así, verbigracia, se prohibió la ingestión del guarapo, nocivo en grado sumo, se limitó el número de establecimientos expendedores, se ordenó el cierre de éstos los domingos, se castigó la embriaguez en fiestas, bailes, etc., se limitó el número de ingenios que elaboraban aguardiente de cana, se impusieron gravámenes a las pulquerías y a las bebidas alcohólicas, etc. 60



10. Alimentación


No nos sobrecoge solamente la ingestión de carne humana que practicaban tantas agrupaciones, sino también otras costumbres alimenticias. Los mocobíes comían las langostas voladoras asadas o cocidas; los pampas las tostaban y molían para hacer con el polvo una especie de pan. Los querandíes apagaban su sed con sangre de venados. Los californios ambulaban comiendo hojas, escarabajos, huesos, lo que hallaran a mano. Los jíbaros ingerían tierra, y en la zona caribeña muchos naturales se alimentaban con piojos, arañas y gusanos. Entre nosotros, los pámpidos “comían principalmente carne de yegua. Les gustaba medio cruda. Cuando mataban una yegua y le abrían las entrañas, los que estaban cerca se precipitaban para beber la sangre” 61. Por su parte, loa chibchas no cortaban un árbol y se abstenían de tomar agua en los bosques consagrados.



11. Sodomía. Otras costumbres aberrantes


La sodomía era generalizada en algunos pueblos. Fray Tomes Ortiz, conocedor de la reglón de Cumaná, escribió: “Los hombres de Tierra Firme de Indias comen carne humana y son sodométicos más que generación alguna; ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos, no tienen en nada matarse ni matar” 62. A su vez, los esmeraldas o atacamos fueron despreciados por los incas por ser sodomitas, con lo que se salvaron de su dominación. El incesto, la poligamia, la desnudez total, el levirato, esto es, la costumbre que obliga al hermano del que murió sin hijos a casarse con la viuda, el sororato, fueron comunes en numerosas parcialidades.


Otras costumbres bárbaras impresionan al estudioso. El padre Florián Paucke, misionero entre los mocobíes chaqueños, escribió que “cuando la mujer del indio ha dado a luz y el padre no puede detenerse en el lugar del alumbramiento, bien sea por carencia de alimentos o por un próximo largo viaje, ordena a su mujer matar el niño, orden que ella observa puntualmente” 63. De los vitelas se dice que si “durante la niñez los padres castigaban a sus hijos, éstos se vengaban abandonando a los progenitores en su ancianidad y dejándolos morir en la miseria, mientras que los lules no tenían noción de virtud moral o de compasión, pero sí horror a vivir en común y afición por el alcohol. En general, entre las parcialidades aborígenes precolombinas, la mesa, la cama, los asientos, eran desconocidos. La religión entre los aztecas imponía ritos sangrientos, como los automartirios a base de púas de maguey que se clavaban en las piernas, lenguas y otras zonas particularmente sensibles del cuerpo. Y es realmente espeluznante lo que Luis Ramírez, soldado de Gaboto, escribiera: “las mujeres de los timbúes tienen por costumbre cada vez que sé les muere algún hijo o pariente cercano se cortan una coyuntura de un dedo y hay de ellas que ni en las manos ni en los pies tienen cabeza de ningún dedo, y dicen que lo hacen a causa del gran dolor que sienten por la muerte de tal persona” 64. O lo que refería el padre Vázquez de Espinosa de los charrúas: “Tienen otra costumbre bárbara: cuando se les muere padre o madre o algún otro pariente, en señal de tristeza y luto se cortan una coyuntura de un dedo, y cuantos se les mueren tantos se cortan hasta venir a quedar mochos en manos y pies, y los que más dedos tienen cortados son tenidos y respetados por más honrados” 65.


De los abipones se refiere la costumbre de que, cuando alguien moría lejos de su hábitat, esqueletizaban su cadáver, limpiaban los huesos y luego los transportaban para enterrarlos en los lugares acostumbrados. Finalmente, mencionaremos las fiestas del genio del mal, Arrasen, y de su representante, Elel, entre los puelches; ellas se realizaban con motivo de la entrada a la adolescencia de alguna muchacha. Nombrado entre los Indios una especie de lugarteniente de Elel, éste se veía constreñido a un largo y riguroso ayuno; se le brindaban solamente abundantes bebidas alcohólicas. En este estado, toda la tribu debía obedecerle; acicateado por el ayuno y la aloja, “manda a uno que se saje la pierna con un cuchillo, a otro que se abra la vena del brazo”, etc. En todo era complacido, incluso cuando, armado de bolas, palo o hueso propinaba tremendas palizas: “cada uno de los heridos se tiene por dichoso en recibir de manos de Elel aquel beneficio”. Y esto duraba treinta días...66.


El ya citado Mansilla, refiriéndose a uno de los hijos del cacique ranquel Mariano Rosas, escribe: “Mariano, queriendo ponderarme uno de sus hijos, me dijo: Este es muy gaucho. Después me explicaron la frase. El indiecito ya robaba maneas y bozales. Más tarde completaría su educación robando ovejas, después vacas. Es la escala” 67.