Las provincias del Río de la Plata en 1816
7. Comercio interior y exterior de las Provincias Unidas
 
 
Sumario: Comercio interior y exterior de las Provincias Unidas y particularmente de Buenos Aires. Algunas noticias sobre el comercio de tránsito de Perú y Chile que constituye la fuente principal de la opulencia de Buenos Aires. Observaciones sobre los productos del interior del país. Comercio de Buenos Aires con los indios de las pampas. Comercio de esta ciudad con el extranjero. Exportación de oro y plata. Principales artículos de exportación permitidos en Buenos Aires. Reglamentos antiguos y actuales de la aduana. Especificación de algunos objetos de comercio del norte de Europa que encontrarían salida en los puertos vecinos, con sus precios, en el momento en que salí de Buenos Aires.


No obstante la gran riqueza y la fertilidad de las montañas y del suelo de estas provincias, a pesar de la variedad infinita de sus producciones, todo eso no cuenta gran cosa en el comercio considerable que hace Buenos Aires con el extranjero; y esta opulenta ciudad, gran puerto de depósito comercial del Perú meridional y de Chile con Europa, debe la mayor parte de su riqueza al comercio de tránsito que mantuvo hasta que se produjo la guerra con Potosí y con la capital de Santiago.

Potosí, ubicada a unas cien leguas más cerca del puerto de Lima que de Buenos Aires, enviaba, sin embargo, todos sus tesoros por la vía de esta última ciudad, desde donde eran remitidos a España; porque esta ruta era infinitamente más fácil que el camino tortuoso, y a menudo impracticable, de las cordilleras a Lima.

Chile, aunque los productos de sus minas ya no siguen esa misma ruta, encuentra, sin embargo, en Buenos Aires, para una parte de sus riquezas, salida más fácil que en sus propios puertos de mar, y se provee allí mismo de mercaderías de Europa, porque la mayoría de los barcos extranjeros que doblan el cabo de Hornos para realizar algún comercio intérlope con los puertos de Valdivia, Concepción y principalmente Valparaíso, no quieren, de ordinario, recibir sino oro en cambio de los géneros de comercio y comestibles que venden allí. Sin embargo, se exportan anualmente de Valparaíso para Lima unas quince mil toneladas de trigo y algunas cargas de granos, frutas y aceite para el Río de la Plata y puertos del Brasil.

El comercio de tránsito de Buenos Aires con el Bajo Perú y con Chile, se hace principalmente por tierra, si exceptuamos algunas embarcaciones pequeñas que navegan del Perú por el río Pilcomayo (o Grande Pilco) para traficar en las orillas del Paraná y del Plata con las ciudades de Asunción, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires.

Las mercaderías son transportadas en grandes carretas de dos ruedas que llevan ciento cincuenta arrobas o treinta y ocho quintales de peso, tiradas por seis bueyes y que hacen unas seis leguas por día, según la estación sea lluviosa o seca. El flete que se paga por un carro semejante desde Buenos Aires a las fronteras del Perú o a la ciudad de Salta, alcanza a la suma de doscientos veinticinco pesos. Allí el camino ya no es practicable para vehículos y se descargan las mercaderías para ser transportadas, las ciento setenta leguas restantes, a lomo de muía pagando un flete por cada carga de muía (que no debe pasar de doce arrobas) de veinticinco a treinta pesos.

Las mercaderías que se mandan desde Buenos Aires a Chile son transportadas por el mismo precio —más o menos— a Mendoza; de aquí las hacen pasar la cordillera por caminos muy incómodos y peligrosos a lomo de muía y por pasos transitables solamente desde principios de diciembre a fines de febrero.

Es de notar que, desde el pueblo de Lujan, a doce leguas de Buenos Aires, hasta Pavón, no hay en todo el camino un solo puente, aunque en este largo trayecto, de unas seiscientas 1 leguas, se hace necesario atravesar muchos ríos.

Es verdad que la mayoría de ellos, si bien son bastante anchos, no son profundos, salvo en la estación de las lluvias, pero hay asimismo algunos de curso rápido, y muy profundos durante todo el año, de manera que no ofrecen vado para pasarlos.

Casi todos los años se oye hablar de viajeros y caballos ahogados y de coches hundidos en los ríos de Santiago, las Piedras y Pasaje, de Tucumán y Jujuy. Y con todo esto, no se ha pensado nunca en hacer algunos arreglos para impedir tales inconvenientes cuando sería fácil utilizar balsas flotantes en diversos lugares.

Los pasajeros cine no tienen ánimo para pasar los ríos rápidos nadando sobre caballos bien ejercitados en esta faena, son transportados en una balsa de cuero muy estrecha y construida con un solo cuero de buey, precedida y tirada por un nadador que mantiene la cuerda en la boca, pero según he podido experimentarlo, esta última forma, en apariencia más segura, es mucho más peligrosa que la de pasar a nado sobre el caballo.

Entre Jujuy y Humahuaca, hay que pasar el río Grande o de Jujuy, veintiocho veces en un día, porque corre serpenteando por una hendidura o valle muy estrecho entre dos cadenas de montañas escarpadas. Existen allí fortificaciones militares bastante sólidas.

El principal artículo entre las producciones enviadas de Buenos Aires al interior, es la famosa yerba o té del Paraguay. Esta bebida favorita de los criollos y de los indios, que es para ellos tan indispensable y necesaria como el alimento mismo, ya es tan conocida en Europa por las descripciones de los viajeros y del abate Reynal, que sería superfluo ocuparme de ella, pero llevo conmigo una pequeña partida de yerba con la calabacilla que sirve para beberla.

De esta yerba, que se cultiva en el Paraguay y en las antiguas misiones jesuíticas, se han vendido en Buenos Aires, anualmente, sesenta mil arrobas, o sea un millón quinientas mil libras, al precio de doscientos mil pesos fuertes, alrededor de tres pesos por arroba. Casi las dos terceras partes de esta mercadería, se consumen en el bajo Perú donde se paga, según la competencia existente, de seis a treinta pesos por arroba. El resto se consume en Chile y en el interior de las Provincias Unidas.

Pasan también de Paraguay para el Perú, vía Santa Fe, sobre el río Pilcomayo una cuarenta mil arrobas 2.

Las muías de la provincia de Buenos Aires constituyen otro artículo de comercio muy importante en el Perú. Se mandaban anualmente, antes de la guerra, setenta y hasta setenta y cinco mil muías, que eran pagadas, de un millón ochocientos mil, a dos millones cien mil pesos. Esta rama de comercio era muy segura porque debían mandarse muías todos los años, en razón de que estos animales no se reproducen y se arruinan muy pronto en el Perú donde son muy indispensables para el transporte y para los trabajos de minas.

Como ahora no tienen aquella salida, se pueden comprar muías en la provincia de Buenos Aires a ocho pesos la veintena o a medio peso cada una. Los novillos se venden, según la distancia a que se encuentren de la ciudad, a cinco, cuatro y a dos pesos. Las yeguas a 3/4 peso, los corderos a dos reales. No es raro que a falta de leña se quemen las ovejas y las yeguas para calentar los hornos de ladrillos y está probado que antiguamente se quemaban los corderos vivos en los hornos, porque existe todavía una ley publicada en 1740, que prohíbe esta costumbre cruel.

Cuando viajan por las pampas, pero sobre todo en la orilla septentrional del Plata, los criollos no se dan siempre el trabajo de matar el animal que eligen para comer. Una vez aprisionado con el lazo, lo inmovilizan cortándole uno de los jarretes y después le sacan un pedazo de carne de la pierna, que ponen a asar sobre un fuego formado con hierbas secas, dejando al animal sangrándose para ser presa de las aves de rapiña y de los tigres que lo despedazan todavía vivo 3.

Las provincias de Córdoba y Tucumán vendían en el Perú cantidad considerable de caballos, vacas, miel, cera, quesos, madera, etc.

Por la venta de estos productos, se recibía únicamente oro y principalmente plata, así en moneda como en lingotes que aquí llaman plata pina y que contienen una cantidad de mercurio amalgamado con plata.

De tal manera, estas provincias, aunque las vetas de sus propias minas no han sido abiertas, veían correr por su territorio una parte de las riquezas del Perú. De ahí que pueda verse todavía en el interior del país la abundancia de estos metales, particularmente la plata, alternando a menudo con la indigencia, por lo menos aparente. Y no es precisamente porque sea imposible procurarse comodidades y lujo, sino porque se les menosprecia o se les ignora.

En el interior del país, por ejemplo, más allá de Tucumán, suelen verse con frecuencia casas sin ventanas, donde no entra luz sino por la puerta abierta o por las hendeduras del techo; con piso de tierra y sin otra cama que un poyo o sofá de ladrillos cubierto con un cuero de vaca sobre el que se pone a veces un colchón de mala calidad. Allí comen carne asada sin sal, sin tenedor, y la cortan con un solo cuchillo usado generalmente por todos y sirven en grandes fuentes y platos de plata. Beben agua pura en jarros macizos del mismo metal y pueden verse los utensilios más comunes de la cocina y el menaje, trabajados también en plata. Si el dueño de casa quiere hacerse agradable al forastero europeo que lo visita, trata de conseguir un tenedor, un cuchillo y también un plato de losa inglesa, que se hace lavar una vez terminada de comer cada porción. Por eso sería en vano tratar de vender en el interior del país los artículos finos del lujo europeo, si exceptuamos lo que se relaciona con la vestimenta de las mujeres, en lo que se hacen gastos exorbitantes que no condicen de ninguna manera con el moblaje y el menaje de la casa.

El comercio de Buenos Aires con los indios salvajes de la pampa, que se hace de manera muy extraña, no es tan importante como para ocuparse de él en particular.

Bastaría con decir que mandan a la ciudad anualmente unas seis o siete mil cabezas de ganado vacuno, cueros, caballos chúcaros y mansos cuyo número no podría fijar, y reciben en cambio tabaco, yerba, riendas de montar, aguardiente, hierro manufacturado, cuchillos, espejos, cintas negras, espuelas de hierro, etc. Si en el cambio de mercaderías, el valor de los artículos que tienen ellos para vender, sobrepasa el de que les imponen en pago, y que ellos necesitan, nunca exigen que se les satisfaga la diferencia, y pretenden la reciprocidad cuando sus compras exceden a sus ventas, lo que ocurre muy rara vez. La buena fe de estos indios en todos sus negocios, es tan digna de modelo como difícil de encontrar entre los comerciantes de las naciones civilizadas.

Pero el comercio de Buenos Aires con Europa y con el exterior en general, si bien se ha extendido ahora mucho, ha resultado menos ventajoso al país y a los habitantes de la misma ciudad, por el hecho de estar cortadas sus comunicaciones con Chile. Toda la riqueza acumulada actualmente por sus relaciones con los dos virreinatos vecinos, ha de ser absorbida por esos mismos canales. Los ingleses, que desde hace diez años puede decirse que monopolizan todas las ramas del comercio extranjero, han colmado esta ciudad y casi todas las ciudades y pueblos que están en el camino a Potosí, con sus productos manufacturados, que en su mayor parte, aunque presentan exteriormente buen aspecto, son de calidad inferior, bien calculada para el gusto inconstante de los criollos.

La exportación de oro y plata está terminantemente prohibida y, sin embargo, salen clandestinamente sumas considerables. Resulta inconcebible que el gobierno haya podido estar tan ciego hasta hoy como para no advertir este comercio tan dañoso al país y al fisco, si no es que se admita la suposición de que los gobiernos precarios que se sucedieron antes de los últimos cambios habidos, han tenido parte en semejante pillaje.

A Buenos Aires llegan anualmente de ciento ochenta a doscientos barcos mercantes, en su mayoría ingleses, y un número bastante limitado de barcos de la América del Norte. No es exagerado calcular que ciento veinte de estas embarcaciones vienen cargadas con mercaderías que se venden en Buenos Aires. Ahora bien, hay cargamentos que se venden en más de treinta y hasta cuarenta mil libras esterlinas, pero muy rara vez o casi nunca por debajo de quince mil, porque no se traen sino mercaderías de alto precio, pero aun suponiendo que la venta no excediera nunca de esta última suma, tendríamos, sin embargo, que Buenos Aires recibe del extranjero artículos por valor de un millón ochocientas mil libras esterlinas o sean nueve millones de pesos. Esos mismos barcos no encuentran otros productos para sacar de Buenos Aires como exportación, sino cueros crudos de vacuno y de yeguarizo, sebo, carne salada, lana de oveja, de vicuña y de guanaco, astas de vacuno, cueros de cordero, de chinchilla y de tigre, alas de ganso silvestres, cobre y estaño de Chile, algodón y arroz de Tucumán, cerda de yeguarizo y harina de maíz y trigo, pero el valor de todos estos artículos de exportación no ha pasado nunca de dos millones de pesos, aunque pudiera exportarse por cuatro veces más. Existe, por lo tanto, un excedente de siete millones de pesos en favor de los comerciantes extranjeros, excedente que, con toda evidencia, retiran en metales preciosos, y tan pronto como pueda ser reabierta la comunicación con Chile y con Perú, puede presumirse sin exageración que dicha suma ha de aumentar en un tercio.

En el año de 1810, se creyó que el único medio para evitar ese abuso, era aumentar excesivamente los derechos de aduana sobre todas las mercaderías extranjeras y se les impuso el 33 % sobre el precio que se creyó que debían de haber costado al vendedor, pero como los oficiales de aduana eran los únicos jueces árbitros, sin obligación de aceptar las facturas, que no hacían fe para ellos, resultó un desorden inevitable, porque a veces, fuera por ignorancia o por malicia, avaluaban los artículos en tal forma, que los derechos de aduana igualaban y aun sobrepasaban el precio en que hubieran podido, quizás, venderse. Así, por ejemplo, se impuso, sobre una partida de lana manufacturada inglesa, el derecho de diez mil pesos, aunque no pudo ser vendida de ninguna manera a un precio superior a siete mil ciento cincuenta pesos.

Como consecuencia natural de estas disposiciones, surgió por todas partes un comercio de contrabando, imposible de detener en una costa muy extendida y mal vigilada, comercio que privó al fisco de sus derechos y a los comerciantes honrados de sus capitales, porque no pudieron sostener la competencia de los contrabandistas que vendían en Buenos Aires las mercancías europeas por menos dinero que el que debían pagar como derecho de aduana.

Por último, se tuvieron en cuenta las consecuencias funestas de tal reglamentación y actualmente se paga el 25 % de derecho sobre el precio en el mercado de Buenos Aires. Este método, aunque está sujeto a muchas intrigas, es, con todo, preferible al anterior. Por lo demás, el comercio extranjero no encuentra ninguna clase de trabas y han sido simplificados muchos de esos reglamentos, a menudo contradictorios y equívocos siempre, que en muchos otros países arruinan al comercio exponiéndolo a los caprichos de los empleados de aduana y a las triquiñuelas de los abogados.

Las compras como las ventas se hacen en dinero contante y a lo más dos meses de crédito. Ahora pueden obtenerse del gobierno certificados de licencia para exportar oro y plata, en moneda o en barras.

Creo que sería muy largo e inútil proceder a la especificación de todos los objetos de comercio que se venden en Buenos Aires. Bastará quizás con la inserción de una lista de los productos del norte de Europa que podrán encontrar compradores en la ciudad.






































1º Hierro



Dimensiones



Largo



Precio



En barras cuadradas para hacer rejas, ventanas y balcones.


3/9 pulgadas cuadr.

4/9 “ “

5/9 “ “


5 varas españolas.



Varía de


36 a 48


reales de


plata


por


quintal



Id. en barras redon.



1/2 pulgada de diámetro


Id.



Id en barras planas.



2 pulgadas de ancho,

1/2 pulgada de espesor


Id.



Id. en barras cuadr.



2 pulgadas cuadr.



2 1/2 a 3 varas


Id. en barras cuadr.



1/6 “ “

1/8 “ “


Id.

Id.



Casi toda especie de artículos de hierro utilizables según las necesidades del país, como por ejemplo: hachas, yunques (que deben ser forjados y no fundidos), ejes para carros, anclas pequeñas de unos cuatro a seis quintales de peso, ollas, sartenes, clavos, azadas y diversos instrumentos de carpintería, lo mismo que otros para cortar piedras y trabajar las minas, etc. Por lo que hace a estos últimos artículos, se dice que el hierro de Suecia es el único que puede reemplazar al hierro de Viscaya, que hoy no puede obtenerse.

No valdría la pena darse el trabajo de introducir en ninguno de esos artículos las mejoras o formas europeas. Hay que acomodarse por entero al capricho de los compradores que no se apartan nunca de las costumbres de sus padres.

Tablones de pino

14 pies de largo

3 pulgadas de espesor

10 „ „ largo

encuentran fácil salida si puede venderse la docena al precio de 18 a 20 pesos.

Gasa de Rusia

La pieza a 36 pesos.

Cordajes

Una cantidad limitada. El precio según su calidad.

Tela de hilo bien blanca

Bien preparada, parecida a la que los ingleses llaman “Duck”. Se vende la más ancha a 36 pesos la pieza. La menos ancha a 25 pesos la pieza.

Pólvora de cañón

Según su calidad, desde 50 a 68 reales por arroba de 25 libras.

Una cantidad limitada de fusiles

Con bayonetas largas, si pueden venderse, cada uno, a doce pesos.

Acero cortado

En barrotes muy cortos a 8 pesos el quintal. Ahora lo consumen poco, pero si se abre el camino de Potosí, donde lo pagan ahora a un peso la libra, se venderá, allí, muy bien.

El principal artículo de exportación en Buenos Aires, está formado por los cueros de vacuno, crudos, que ahora están carísimos y se venden (al peso) a treinta y cuatro reales las treinta y cinco libras españolas bien pesadas, pero su precio ordinario es de veintiséis reales cada treinta y cinco libras de peso. El sebo vale diez y seis reales por arroba de veinticinco libras de peso. Un peso fuerte tiene ocho reales de plata.

Una vez que los portugueses hayan evacuado el Uruguay como consecuencia de la insurrección de Pernambuco, el precio de estos artículos no podrán dejar de bajar considerablemente.

Los víveres son tan baratos, que una tripulación de un barco, compuesta de doce hombres, puede abastecerse diariamente con legumbres de lo mejor y carne de vaca, por cuatro reales o sea medio peso.

Los comerciantes ingleses y norteamericanos que con perfecto conocimiento de su oficio no abrigan la vana esperanza de enriquecerse con una o dos especulaciones afortunadas, hacen, sin embargo, un comercio ventajoso y sostenido, contentándose con un beneficio módico, siempre que, mediante una rápida venta de sus mercaderías, puedan hacer girar sus capitales en nuevas empresas bien calculadas. No se les ve a estos comerciantes, como a muchos otros, gastar en sus casas, como grandes señores, el dinero ajeno, con arrogancia sólo comparable a su ignorancia, mientras su falta de previsión, de conocimientos mercantiles y de espíritu de empresa, los reduce a simples dependientes de los comerciantes extranjeros o al vil papel de contrabandistas. Por el contrario, los comerciantes ingleses y norteamericanos, viajan durante su juventud y no solamente estudian su oficio sino las ciencias que se relacionan con él. Tampoco se apresuran a hacer alarde de comodidad ni de lujo en su manera de vivir sino cuando una fortuna sólida les asegura los medios para ello.

Sí los patriotas logran la emancipación de Chile, como lo supongo, el comercio y el estado general de Buenos Aires serán, antes de poco, igualmente importantes, y los puertos de Valparaíso, de Valdivia y de Penco, se abrirán para realizar un tráfico sólido y ventajoso. El miedo que antiguamente se tenía para doblar el Cabo de Hornos ha desaparecido casi por completo desde que se vio a los americanos pasar por allí con barcos pequeños de cincuenta toneladas. Solamente los tímidos navegantes del trópico temen al clima y a las tempestades, pero los marineros del Norte, criados por así decir, entre las tormentas y los hielos, no se arredrarán ante ellos y me atrevo a decir que en toda la navegación, desde Suecia hasta las costas de la América Meridional, aun después de haber doblado el cabo de Hornos, los mayores peligros se encuentran en el Báltico, el Cattegat, el mar del Norte (o de Alemania) y la Mancha. El resto de la navegación es tranquila siempre que sepan elegirse las estaciones. Por lo que respecta al clima, los marineros nuestros no sufrirán nada ni en el río de la Plata ni en las costas de Chile. El río de la Plata no es, ni tan peligroso ni tan tormentoso como los españoles y algunos viajeros timoratos lo han descripto. Con prudencia y buenas instrucciones sobre su navegación, uno se acostumbra pronto a las singularidades de este río inmenso.

Al volver a mi patria, he sabido que el antiguo Virreinato de Chile, ha sido, por fin, liberado de la opresión tiránica de los españoles por el bravo general San Martín con la ayuda de los habitantes del país. De tal manera, esta gran obra ha sido, por fin, consumada y, loado sea Dios, la suerte de América ya no ofrece dudas.

Cuando me ocupaba en organizar esta pequeña obra, miraba yo la unión de Chile con las provincias confederadas como algo todavía dudoso y por eso no he hecho ninguna descripción particular, pero como quiera que la buena causa de los americanos ha tomado un sesgo tan favorable. Chile viene a formar la parte más interesante de toda la unión. Supongo que existen muy buenas descripciones modernas de este país, pero si V. A. R. lo ordena, trataré de dar todas las noticias que me hicieron llegar en Buenos Aires y Córdoba. De su estado político actual y de su comercio conozco muy poco o casi nada. Este último punto, es, sin embargo, muy digno de la alta atención de V. A. R.

Chile tiene gran necesidad de adquirir nuestro hierro para la explotación de sus minas de oro, de las cuales, solamente en las vecindades de la capital, hay treinta y nueve. Pero quizás sea de buenos resultados conocer en el país mismo, la cantidad, la calidad y la forma de los artículos necesarios o en uso, tanto para las minas como para la agricultura que es allí bastante floreciente. Pero es también necesario aprovechar el momento presente, antes que los ingleses y los americanos del norte se hayan adueñado del comercio del país. Inglaterra, única potencia extranjera que dispone de un comercio organizado, derrama a manos llenas y a bajo precio sus mercancías en los puertos de Chile, porque sabe muy bien reembolsarse en seguida de sus pérdidas aparentes.

Un navío de cien a ciento veinte toneladas, con seis u ocho hombres de tripulación, basta para doblar el Cabo de Hornos y para reconocer los puertos de mar de Valdivia, Concepción, Valparaíso, etc., así como para entrar en conocimiento de los objetos de comercio de ese país. Pero ese barco debe entrar en el mar Pacífico en el mes de noviembre O en el de febrero para evitar las tormentas de Tierra del Fuego. En Buenos Aires se encontrarán buenos pilotos y otras direcciones necesarias. Otro medio menos oneroso y quizás tan bueno como el anterior, sería el de realizar el viaje a Chile por tierra desde Buenos Aires.

Si V. A. R. lo ordena, yo me encargaría con mucho agrado de esa comisión. El general San Martín, que dirige actualmente los negocios políticos de Chile, me conoce particularmente, aunque no lo he visto nunca 4. Sé que tiene cartas para mí y yo las tengo para él desde el tiempo en que me esperaba en Mendoza. Tengo un pasaporte abierto para todas las provincias interiores de la Federación y cartas de presentación para sus gobernadores.

Para ir de Suecia a Chile, permanecer allí de tres a cuatro meses y volver, se requiere casi un año porque el paso por la cordillera no siempre es posible. En total, los gastos de ese viaje, realizado con economía y tal como yo he viajado por América, no pasarán de tres mil pesos, y de esta suma, la mitad se insume en los pasajes entre Europa y América, embarcándose en un buque inglés.

En caso de que este humilde proyecto, merezca alguna atención de V. A. R. trataré de explicarlo con más detalles y me sentiría en extremo feliz si de este modo pudiera dar una prueba del sincero celo que me anima en favor de mi Príncipe y de mi Patria.