Las provincias del Río de la Plata en 1816
4. Defensa de las fronteras de las Provincias Unidas
 
 
Sumario: El ejército de Mendoza se halla en vísperas de entrar en Chile. El ejército auxiliar del Perú se prepara a tomar nuevamente la ofensiva. El gobierno de Salta ocupa la provincia de Jujuy y el marqués de Yaví la de Orán. Fuerzas del ejército de Lima. Noticias sobre el aprovisionamiento de esas tropas. Milicias de las ciudades y de las provincias. Visita al cuartel general del general Rondeau. Mejoras en el sistema militar. Marina. Oficiales franceses entrados al servicio del Estado.


Cuando salí de Buenos Aires, todo el país estaba tranquilo y se ocupaban en reorganizar y arreglar cuanto los gobiernos anteriores habían desordenado y destruido en la marcha de la administración,

Las fronteras se hallaban defendidas con tropas suficientes para oponerse a los enemigos que debían combatir. Se había dispuesto una conscripción general de la juventud de la nación, casi sobre los mismos principios que la de Suecia.

El general San Martín, gobernador de la provincia de Cuyo y general en jefe del ejército auxiliar de Chile, comunicaba que se hallaba preparado para abrir la campaña de Chile contra el general español Osorio, quien al otro lado de la cordillera, comandaba un cuerpo de tres mil hombres. San Martín debía cruzar la cordillera en el mes de enero del año en curso, pero su marcha ha sido diferida a causa de la invasión de los portugueses. Creo que tan pronto como haya tenido noticias del levantamiento de Pernambuco 1, no habrá tardado en ejecutar el plan de conquista de Chile, que tiene meditado de tiempo atrás. Su ejército se compone de cinco mil hombres de tropas regulares, bien disciplinadas y aguerridas. Para la defensa de la provincia, queda una milicia armada de cuatro mil jinetes.

El general Belgrano, que había retirado de Jujuy a Tucumán el ejército auxiliar del Perú, reclinando y completando los regimientos con buen éxito, cuenta, más o menos, con tres mil quinientos hombres de todas armas y cuatro mil gauchos, es decir, jinetes de la campaña armados de lanzas, sables, lazos y bolas, que ya he mencionado.

Estas gentes son incomparables jinetes, pero difícilmente se les puede formar en cuerpos regulares. Hacen muy bien la guerra de los cosacos, a los que se parecen mucho en ciertas cosas. La artillería de Belgrano consta de veintidós piezas de campaña, de tres a seis libras, y de cuatro obuses de diez y seis libras. Todas estas piezas son de bronce, pero mal utilizadas por falta de oficiales hábiles. Este general debía tomar nuevamente la ofensiva a principios de este año tan pronto como los transportes de municiones y de otros artículos de suma necesidad llegaran de Buenos Aires.

A noventa y siete leguas más adelante, está la plaza fuerte de Jujuy. El gobernador de la provincia de Salta, tiene a sus órdenes unos tres mil de esos gauchos que pueden reunirse, en caso de necesidad, en cuatro o cinco días, con un regimiento de cazadores a caballo, llamado “Los infernales” en el que cada jinete lleva a la grupa un soldado de infantería casi a la manera de los voltígeros franceses. Estos soldados han hecho voto de no dar ni pedir cuartel, y llevan en sus cascos la inscripción: “Ni pido ni doy”. Sin embargo, no creo que sean tan formidables como quieren aparecer. Esta división tiene cuatro o cinco cañones de tres libras.

Más hacia el norte, en las montañas de la frontera del Perú y al oriente del camino a Potosí, el Marqués de Yavi, jefe de la vanguardia patriota y propietario dé los vastos dominios de los marquesados de Toro y de Yavi, campaba con un ejército de unos mil indios y algunos centenares de criollos, casi todos vasallos suyos; y a treinta y seis leguas de allí, hacia el occidente, un teniente coronel de nombre Quesada, comandaba en Humahuaca (cuatrocientas sesenta y ocho leguas de Buenos Aires), los puestos avanzados de todos esos cuerpos de ejército.

El ejército español al mando del general Ramírez, que tenía sus avanzadas en Santiago de Cotagaita, contaba con unos siete mil hombres. A veces, algunas partidas españolas llegaban a Suipacha y también a Yavi, pero nunca el grueso del ejército. El general español esperaba diariamente refuerzos de Lima, pero como tiene pocas fuerzas de caballería y éstas muy mal montadas, han de limitarse probablemente a defender la entrada del Perú contra los patriotas que, todo lo que deseaban era ver a las tropas peruanas bajar de sus montañas, inaccesibles para la caballería que constituye la fuerza principal del ejército americano.

Tan pronto como los españoles tratan de penetrar en las provincias del sur, y retiran las guarniciones de las ciudades (que han dejado atrás), para reforzar su ejército, débil en extremo, todo el país se levanta, los indios cortan las comunicaciones, se llevan los víveres y dan muerte a los caballos. Los españoles tienen pocos medios de aprovisionamiento y los americanos no tienen mucho más.

Los indios se alimentan principalmente de la carne de ovejas, llamas y guanacos que comen sin sal y sin pan. Otro artículo principal de aprovisionamiento es la coca, hojas de un árbol cultivado en las vecindades de La Paz, que mascan día y noche y que les es más indispensable que el mismo alimento. Un indio, con una libra de coca puede prescindir de víveres por varios días. Los americanos del Río de la Plata no comen sino carne de vaca, asada con cuero sobre el fuego, sin pan ni sal. Nunca se les da vino ni licores fuertes. Carneaban ordinariamente un novillo por día para quince hombres, pero hoy escasea mucho el ganado y dan un novillo para cada veinticinco hombres. En Buenos Aires había solamente dos mil hombres de tropa regular, pero la milicia de la ciudad forma un cuerpo de unos seis mil auxiliares, bien montados, bien armados y además aguerridos porque son los mismos que forzaron a los generales ingleses Beresford, Whitelocke y Crawford a capitular en plena ciudad.

Los milicianos de la provincia pueden reunirse en caso de necesidad, y en el término de cinco a seis días, hasta el número de diez mil hombres todos a caballo, armados con lanzas y sables, pero han sido vanos todos los esfuerzos para formar con ellos cuerpos de infantería, porque estos hombres, así como son diestros a caballo, son inútiles e inservibles a pie, estando, como están, acostumbrados desde la infancia a no dar dos pasos sin montar a caballo.

Los caballos son notables por la prontitud, ligereza, valentía y seguridad; pueden soportar fatigas increíbles y es tal su docilidad, que he visto a indios salvajes en la pampa montar sus caballos sin silla, ni riendas ni espuelas y gobernarlos a un lado y otro, y detenerlos, aun en furiosa carrera, solamente dándoles palmadas en el pescuezo y en la cabeza.

Creo que no ha de existir en Europa un soldado más fácil de contentar que el criollo de estas provincias. Hace ahora casi tres años que los soldados de los cuerpos auxiliares del Perú y de Chile no reciben dos pesos de sueldo aunque el Estado debe pagarles de tres a cuatro reales por día. Esto no obstante, y con andar semidesnudos y descalzos, como andan, lo que les produce muchos sufrimientos, tanto en las cimas glaciales de las montañas como en las arenas quemantes de los valles, no se les oye nunca ninguna queja ni desobedecen a sus oficiales a quienes muestran sumisión, tanto más inconcebible, cuanto que esos oficiales son —en su mayoría— petimetres, desarreglados en sus costumbres, sin subordinación, sin talento militar y descuidan al soldado en forma ultrajante. El Director del Estado, asediado a diario por los pedidos de los oficiales del ejército que de continuo solicitan grados militares o adelantos de sueldos, se quejó un día del poco patriotismo de estos oficiales y de que se creían con derecho a recompensas por lo que no era sino el cumplimiento de su deber, agregando que, en vista de que los méritos de todos eran más o menos idénticos, o los matices diferenciales casi imperceptibles, había optado por ascenderlos a todos, hasta que no les quedara nada por codiciar o aspirar, a unos con respecto a otros. Me preguntó si esta loca ambición existía también en el norte de Europa a lo que creí de mí deber responderle que no lo sabía.

Al general Rondeau le hice una visita en su campamento cerca de Jujuy, a cuatrocientas treinta y dos leguas de Buenos Aires, en víspera del día en que esperaba ser atacado. Me recibió en su tienda de campaña donde estaba instalado de una manera verdaderamente oriental, con todas las comodidades de un serrallo.

Entre multitud de mujeres de todo color, me obsequió con dulces, diciendo que en país tan devastado y en vísperas de un día de batalla, debía excusarlo si no podía ofrecerme los placeres que pueden encontrarse en un cuartel general en Europa. Chocado yo por la ostentación con que trataba de exhibir su lujo amanerado, le respondí que por el contrario, me sentía muy sorprendido ante todo lo que tenía delante de mí, y que recordaba haber visto al libertador de Alemania, general en jefe de ciento veinte mil soldados, la noche precedente a uno de sus días de triunfo, acampado sobre el suelo húmedo, al abrigo de un molino de viento y mientras caía una lluvia continua, en la mala estación de un clima muy diferente al del trópico austral 2.

Cuando Belgrano reemplazó a Rondeau en el comando de las tropas, se encontró con que cada oficial mantenía una o varias mujeres en el campamento y que el equipaje de un subalterno ocupaba a menudo de treinta a treinta y seis muías. Actualmente todo ha cambiado, cantidad de oficiales han sido dados de baja, las mujeres y las muías de equipaje han desaparecido de la escena; las comedias, los bailes y los juegos de azar han sido desterrados. Todos estos abusos se habían dejado sentir bajo el comando de Rondeau, pero en las tropas del severo general San Martín no han sido nunca tolerados.

En Buenos Aires, el Director del Estado ha nombrado una comisión militar que trabajaba por el mejoramiento del sistema de guerra y en un nuevo reglamento de servicio.

También ha sido instalada hace algunos años una fundición de cañones de bronce, una fábrica de fusiles y sables y últimamente otra de pólvora de cañón. En el arsenal de la ciudadela hay siete mil ochocientos fusiles con bayoneta, tres mil seiscientos sables, dos mil ochocientos pares de pistolas y buena cantidad de lanzas, todo reservado para el ejército o para la milicia de la provincia. Los ciudadanos de la ciudad se arman a sus propias expensas. El parque de artillería de Buenos Aires tiene más de sesenta cañones de todo calibre y todos de bronce. La mayoría de estos cañones ha sido transportada de Montevideo.

La fuerza naval, aunque todavía está en su cuna, parece bastante bien organizada, porque hay varios ingleses y americanos del norte que han entrado a formar parte como oficiales de la marina del nuevo Estado. La escuadra del almirante Brown se compone de tres fragatas con cuatro o cinco corbetas y bergantines y varios otros barcos pequeños armados, con los cuales ha bloqueado varias veces el puerto del Callao y otros de la costa del mar Pacífico, teniendo sus depósitos y punto de reunión en la isla de Juan Fernández. Este almirante, poco después que salí del país, emprendió una expedición secreta que supongo va destinada a alguna isla española de las Antillas.

En la rada de Buenos Aires tienen una especie de fragata y varios otros barcos de guerra pequeños, sin contar una gran cantidad de corsarios que mantienen en inquietud al comercio español, sobre casi todos los mares, hasta la rada de Cádiz.

Varios navíos bastante grandes, armados en los puertos de los Estados Unidos de la América Septentrional y provistos en Buenos Aires del derecho de izar el pabellón celeste y blanco de la República del Plata, han hecho presas de inmenso valor, particularmente en la plata española que pasa de la ciudad de la Habana al puerto de Cádiz

Tales eran las disposiciones tomadas para la defensa de las Provincias Unidas cuando yo salí del país, y según las frecuentes noticias que recibo de allí desde entonces, han sido las mismas hasta el momento de mi salida del Brasil, a comienzos de marzo. Desde ese momento, no he recibido noticia alguna de esos países.

Más de veinte oficiales franceses del ejército del emperador Napoleón han pasado a Buenos Aires y he tenido el placer de recomendar algunos de ellos a los generales Alvarez y Belgrano, quienes, me consta, sabrán apreciar esta adquisición.