Las provincias del Río de la Plata en 1816
2. Revolución del Virreinato del Río de la Plata
 
 
Sumario: El abandono en que España, invadida por los ejércitos franceses, deja a las colonias americanas, precipita sus revoluciones. La Princesa Real de Portugal, invitada por algunos españoles americanos a tomar el gobierno del Virreinato en nombre del Rey, su hermano, no puede hacerlo por impedírselo el Príncipe Regente, su esposo. Deposición del Virrey. Formación de una Junta de Regencia en Buenos Aires. La Real Audiencia queda disuelta y sus miembros se embarcan para España. Convocatoria de los representantes de las provincias. Primera asamblea constituyente. Córdoba y Montevideo se oponen al nuevo sistema. Contrarrevolución. Fuga y muerte del virrey Liniers y de los federados de Córdoba. El ejército revolucionario se pone en marcha para el Perú. El Príncipe Real de Portugal ayuda a los sitiados de Montevideo. Toma de esta ciudad por los insurgentes. El Perú meridional acoge al ejército de Buenos Aires y se une a su causa. éxitos y reveses de este ejército que, dispersado al final en Sipe-Sipe, se retira del Perú. Doña Juana de Azurduy gana una batalla contra el virrey de Lima. Emigrantes del Perú. El Arzobispo de La Plata muere prisionero de los insurgentes en Salta. Crueldad de los españoles contra las familias criollas. El Congreso Nacional, contrariado de continuo por el Poder Ejecutivo, pierde poco a poco su influencia y se disuelve por sí mismo. Nombramiento de un director provisional del Estado que reúne los poderes legislativo y ejecutivo. Creación de una nueva moneda en Potosí. Revolución y fuga de Alvear. El general Alvarez es elegido director provisional y convoca un nuevo congreso nacional.


Sería empresa superior a mis conocimientos y muy fuera del tema que me ocupa, tratar de desarrollar los motivos secretos o conocidos que desde mucho tiempo atrás habían preparado la revolución general de las colonias españolas. Será menester entonces, que me limite, según el plan preconcebido, a lo que se relaciona con la revolución particular de cada uno de los países recorridos por mí.

La invasión de los ejércitos franceses en España, hizo olvidar o descuidar casi por completo (al gobierno español) sus colonias americanas, entre otras el Virreinato del Río de la Plata, donde los agentes y funcionarios peninsulares cometían impunemente toda especie de injusticias.

Es, sin embargo, incontestable, que la corte de Madrid trató siempre de suavizar las trabas de su sistema colonial mediante leyes moderadas y humanas que tuvieran por objeto servir de amparo a los débiles contra los abusos del poder. Cantidad de sabias instituciones que existen todavía, dan testimonio de lo que digo. Pero la desgracia ha consistido siempre en que rara vez se vio en América un hombre lo bastante interesado en velar por la exacta observación de las leyes, o capaz de llevar a la Metrópoli, más allá del mar, las quejas que difícilmente podían atravesar el muro de oro, con que los ricachones de las colonias habían sabido rodear a los ministros y al Consejo de Indias.

Los proyectos y empresas de Miranda, despertaron los espíritus y encendieron la imaginación de algunos ambiciosos inquietos en Buenos Aires. Ya para entonces se empezaba a soñar con lo que sería necesario hacer en caso de que España fuese conquistada. La Reina de Portugal (entonces la princesa real Carlota) 1, a consecuencia de algunas disensiones de familia, concibió el plan de dejar la corte del Brasil para tomar el gobierno del Virreinato del Río de la Plata en nombre del rey su hermano. El almirante inglés Sidney Smith, había preparado todo para su partida, cuando el ministro inglés Lord Strangford y el Barón de Lobato (favorito del Príncipe), revelaron el plan secreto al Príncipe Real. La princesa había sido invitada para esa empresa, por una parte de los españoles americanos de Buenos Aires.

El ataque llevado a esta ciudad, por los ingleses bajo el mando de Sir Home Popham, ya la había persuadido de la necesidad en que estaba de adoptar una verdadera disciplina militar y cuando, poco después, las sucesivas derrotas de los generales ingleses Beresford, Whitelocke y Crawford inspiraron a los americanos confianza en sí mismos y en sus propios recursos, comenzaron a desarrollar un espíritu guerrero que les era hasta entonces desconocido. Los habitantes de la ciudad y de la campaña se armaron a su propia costa y desde entonces se respiró espíritu guerrero y se pensó en la defensa de la patria. El 13 de mayo de 1810, llegó desde Cádiz al puerto de Montevideo un barco mercante inglés con noticias de la ocupación de Madrid y del sitio de Cádiz por las tropas francesas.

Como consecuencia de esas noticias alarmantes, el Virrey del Río de la Plata, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, hizo publicar en Buenos Aires, el 18 de mayo, una proclama dirigida a todos los habitantes del Virreinato, exhortándolos a mantenerse tranquilos, a permanecer Heles a su soberano en desgracia, y a resistir toda seducción extraña. Les prometía también convocar, sin demora, a los representantes de la capital y, finalmente, a los de las provincias para deliberar sobre el establecimiento de una representación de la soberanía del Rey Fernando.

El congreso general de la capital y su distrito 2 fue reunido con mucha premura en Buenos Aires el 22 de mayo, y allí, a pluralidad de sufragios, se decidió que el Virrey debía resignar el mando y que el senado de la ciudad, o Cabildo, se encargaría provisionalmente del gobierno en nombre del Rey. Se miró como procedimiento muy imprudente de Cisneros el haber conferenciado con los representantes del pueblo, porque no debía ignorar que era detestado por su administración inicua y arbitraria. Algunos trataron de disuadirlo, pero él se obstinó en hacerlo, rechazando todos los consejos. No fue ésta la primera vez que resultó fatal al despotismo la consulta a la voluntad general de la Nación en las grandes crisis del estado. Fue acordada al Virrey una pensión anual de 12.000 pesos, pero pronto el odio que se había captado, lo obligó a embarcarse 3.

El 25 de mayo, el Cabildo se vio obligado a ceder el gobierno a una Junta, elegida por el pueblo reunido, junta en la cual no fue admitido ninguno de los miembros del Cabildo. Esta Junta, compuesta de un Presidente y de ocho asesores o vocales, con dos secretarios, tenía por nombre:

Junta provisional gubernativa de las Provincias del Río de la Plata por el Señor Don Fernando VII.

Debía gobernar el estado hasta que los representantes de las provincias pudieran reunirse en Buenos Aires. El Cabildo se reservaba el derecho de velar sobre las operaciones del nuevo gobierno y reglamentó el poder de este último y sus funcionarios por medio de once artículos muy prudentes y moderados. Pero en ese mismo año, la Junta despojó al Cabildo de su poder, depuso a sus miembros y los reemplazó por otros.

El Tribunal de la Real Audiencia es la más alta corte de justicia existente en las colonias españolas. Da su fallo en los procesos criminales y civiles y asume el Virreinato cuando se encuentra vacante. Este Tribunal, que existía todavía en Buenos Aires, resultaba muy molesto al nuevo gobierno. Sus miembros se habían negado a prestar juramento de obediencia a la nueva Junta y suspendieron sus funciones cerrando la corte de justicia. Después de lanzarse mutuas imprecaciones con la junta, renunciaron los vocales a sus cargos y se embarcaron para España, con seguridad en cuanto a sus personas, familia y fortuna 4. Todos estos cambios se sucedieron rápidamente sin efusión de sangre y sin muchos desórdenes. Mandáronse despachos para los gobiernos de las provincias interiores a fin de comunicar la deposición del Virrey y la instalación de la Junta Provisional, invitándolos para deliberar sobre asuntos del estado. Todas las provincias y ciudades del interior adhirieron sucesivamente a la capital, excepto Córdoba y la ciudad fortificada de Montevideo, en la costa septentrional del río de la Plata, que se negaron constantemente a reconocer la legitimidad de la nueva Junta de Buenos Aires y la abolición del Virreinato. Un francés, don Santiago de Liniers, ex Virrey del Río de la Plata, y el obispo de Córdoba, Orellana, con otros tres funcionarios principales de la ciudad, pusiéronse a la cabeza del partido que preparaba una contrarrevolución en favor del Rey Fernando. Esta adhesión al gobierno español hace mucho honor al virtuoso Liniers, si se tiene en cuenta que poco tiempo antes había sido separado del empleo de Virrey y reemplazado por el débil Cisneros, únicamente por sospechas, totalmente infundadas, de favorecer al partido francés en América.

Liniers era tan respetado y querido en el país, que le ofrecieron el poder supremo si quería abandonar el partido de Córdoba y hacerse cargo del gobierno de Buenos Aires; pero había prestado fiel adhesión al Consejo de Regencia en Cádiz, al que reconoció como representante legítimo del Monarca, el mismo consejo que los revolucionarios se negaban a obedecer, bajo pretexto de no querer subordinarse a ninguna otra autoridad que a la del mismo Rey.

De tal manera, los dos partidos, pretendiendo defender los derechos de su soberano, encendieron la guerra civil que —sobre todo en los alrededores, de Montevideo donde estaba la fuerza naval española y sus depósitos— desoló al país durante tres años. Liniers pidió auxilios a la corte del Brasil e incitó a la ciudad de Montevideo a defenderse. él se quedó en la ciudad de Córdoba, ciento setenta y tres leguas al noroeste de Buenos Aires, organizando un pequeño ejército con el que intentaba sorprender a la capital por tierra en unión con las tropas del Paraguay, mientras la marina de Montevideo atacaría por la costa del río; pero se le anticipó la Junta, enviando al general Ocampo con ochocientos hombres de caballería sobre Córdoba, donde no los esperaban. El general Liniers salió de la ciudad acompañado de sus tropas, con gran tren de bagajes, artillería, etc., y todo el oro y el dinero de las cajas públicas. Tomó el camino del Perú donde creía poder organizar una fuerza más considerable, pero la mayoría de sus tropas lo abandonó en ese penoso trayecto y fue sorprendido a cuarenta y. cuatro leguas de Córdoba por el coronel Balcarce, el 6 de agosto de 1810. Eran setenta y cinco hombres de caballería elegidos que, al salir de la ciudad, habían jurado por la Santa Cruz, no tomar alimento ni darse reposo hasta que hubieran alcanzado al general fugitivo.

Fue conducido Liniers prisionero con el obispo y cuatro de los jefes principales a la frontera del distrito de Buenos Aires, donde, después de un corto consejo de guerra y en presencia de las tropas, se les fusiló con excepción del obispo, a quien desterraron por toda su vida 5. Esa fue la primera sangre, y la sangre más preciosa, que corrió durante el curso de la revolución. La ciudad de Córdoba recibió con aclamaciones de júbilo a las tropas de Buenos Aires que aumentaron diariamente en fuerza y en cantidad. En todas partes derramaban sobre ellos verdaderos tesoros de oro y plata con otros artículos necesarios para que pudieran acelerar su marcha al Perú, donde imploraban Sus auxilios. La rica ciudad de la Paz, al norte de Potosí, se había sublevado en el mes de octubre del año precedente, pero fue subyugada, después de la cual, los españoles ejercieron allí venganzas inauditas e increíbles en cualquier parte, menos en esa región del mundo, acostumbrada, desde varios siglos atrás, a ver derramada la sangre de sus habitantes por los tiranos de allende el mar.

Por el mismo tiempo, fueron recibidas noticias oficiales de Chile, en respuesta a la comunicación del cambio político ocurrido en el Plata. En ellas se daba cuenta de que el 18 de septiembre había sido instalada en la capital de Santiago una Junta de Regencia semejante, por el acuerdo unánime de cuatrocientos cincuenta nobles que compusieron la Asamblea o Consejo.

Montevideo se obstinó siempre en no querer reconocer el nuevo orden de cosas establecido en Buenos Aires. El ministro español en la corte del Brasil, Marqués de Casa Irujo, trataba de procurarse allí auxilios para los españoles sitiados, pero sin obtener casi ningún apoyo del gobierno portugués. La Princesa real se interesaba, sin embargo, con mucha energía por la conservación de esa plaza alentando a sus defensores por medio de cartas, mientras hacía sacrificios generosos en favor del Rey, su hermano.

De ello da testimonio la carta siguiente dirigida a los jefes militares de Montevideo.

“Después de haber apurado en tiempo todos los medios y recursos que podían arbitrarse para remitiros el numerario que pedísteis al Marqués de Casa Irujo para la defensa y conservación de esa plaza, bajo la dominación de mi muy querido hermano Fernando, veo con harto sentimiento frustradas mis esperanzas por una diferencia de opinión, que nunca mancillaron mi honor con su bajeza ni abatieron mi espíritu con los obstáculos que de continuo se oponen a mis ideas y justas operaciones. Sería un crimen en una hermana de Fernando 7º y en una infanta de España mirar con indiferencia las necesidades de un pueblo fiel y generoso, de un pueblo que tantas pruebas ha dado de su valor y constancia en sostener los derechos del Rey y de la Nación.

“Conozco mis obligaciones y conozco también, que teniendo el honor de ser la primera española, debo ser la primera en desprenderme de lo más precioso para coayudar a la salvación de ese pueblo digno por su conducta de un afecto y del respeto de todo buen español.

“Recibid vosotros que tenéis el honor de ser sus representantes, las alhajas que indica la adjunta nota, las que os remito para que empeñéis o vendáis y con su importe sean socorridas vuestras necesidades, para lo cual os faculto, sin cargo, sin responsabilidad alguna, pudiendo disponer de ellas como de cosa propia en beneficio de las tropas y marinas del Rey, mi hermano.

“Os ruego y encargo continuéis excentando las gloriosas empresas que os inspira vuestro santo patriotismo, ínterin que yo no cesaré de procurar medios de socorreros y auxiliaros y de dirigir al Todopoderoso mis más ardientes votos para que se digne protegeros en la santa causa que defendéis.

“Dado en el Real Palacio del Río de Janeiro el 16 de julio de 1810. - Carlota. 6

Por donde se ve que, sí antaño la Princesa Isabel sacrificó sus joyas para contribuir al descubrimiento de América, la princesa Carlota, en nuestros días, cede todas las suyas para conservarla bajo la dominación española, pero, a juzgar por una carta del Marqués de Casa Irujo, esas joyas, que fueron confiadas a él, no pudieron nunca llegar a su destino.

Después de un sitio, dos veces levantado y dos veces renovado, la ciudad de Montevideo capituló por fin en 1814. La mayoría de la guarnición española quedó como prisionera de guerra y parte de los cañones de bronce fue transportada a Buenos Aires. Un capitán de navío inglés, llamado Brown, contribuyó principalmente a la rendición de la plaza.

Montevideo reconoció en un principio al gobierno de Buenos Aires, pero tan pronto como las tropas de esta última ciudad abandonaron el país, se negó a entrar en la federación de las otras provincias 7 y tomó por jefe al general Artigas, de quien tendremos ocasión de hablar más adelante.

Al par que se ocupaba del sitio de Montevideo, la Junta había organizado la administración de los asuntos civiles y militares.

Conforme con el nuevo sistema, los representantes de las provincias se reunieron en Buenos Aires donde celebraron su primera sesión en Congreso el 18 de diciembre de 1810.

El ejército marchó al Perú donde obtuvo un éxito brillante en la primera campaña contra los españoles y americanos de Lima. El general Balcarce, que había hecho prisionero a Liniers, tuvo el mando de las tropas, bajo la inspección de un miembro de la Junta que tenía la representación de la misma ante el ejército y reglaba las empresas de este último.

Fue, precisamente, al reconocido talento de Castelli, doctor en leyes, al que se debieron los éxitos del ejército, que cesaron casi a la época de su muerte prematura, en 1811.

Las ciudades de Potosí, Cochabamba (u Oropesa), La Plata (o Chuquisaca), la Paz, Orán, etc., con la región del Perú meridional, reconocieron a la nueva Junta y se dieron gobiernos análogos.

Entonces el virrey de Lima decretó, a requerimiento de los gobernadores de Potosí y de Chuquisaca, que esta parte del Perú, o sea la Audiencia de Charcas (que por la última ordenanza del Rey debía pertenecer al virreinato del Plata), fuera para lo sucesivo incorporada al de Lima.

Este arreglo sublevó a los espíritus que ya se encontraban inquietos. Tomáronse las armas y fueron arrobados los agentes de Lima y los emisarios del Virrey, quien, según decían, era sospechado como partidario del Emperador Napoleón. El general Goyeneche fue enviado desde Lima a Potosí con tropas españolas escogidas. Después de sufrir algunos reveses, se valió del dinero como recurso, y de proclamas en que desacreditaba a los americanos rebeldes, calificándolos de réprobos herejes que habían profanado los templos y abrigaban la intención de restablecer la antigua religión de los incas, la adoración del sol, etc. Esto causó efecto en el espíritu ingenuo y supersticioso de los naturales del Perú, y Goyeneche pudo reconquistar y calmar fácilmente a las ciudades sublevadas, donde ejerció toda la crueldad que inspira un fanatismo ciego, alimentado por el sentimiento exaltado de la venganza española.

Los continuos cambios ocurridos en el gobierno de Buenos Aires y la aristocracia militar de los jefes del ejército, fueron causa principal de todos estos reveses de las tropas americanas. Los jefes de los diferentes cuerpos de ejércitos considerábanse independientes entre sí. Cada uno pillaba al amigo o al enemigo en su distrito. Quedábanse luego ellos mismos asombrados de los tesoros recogidos y entraban en temor de batirse por miedo de perder el botín acumulado. A veces este botín era arrebatado por otros jefes o gobernadores de provincia, en momentos en que trataban de llevarlo a Buenos Aires para ponerlo a buen recaudo.

En Potosí fue vaciado el tesoro público y arruinados los particulares. Conocí a un español, de nombre Achával, que perdió, en dos días, 550.000 pesos en plata sonante, que le fue quitada por los patriotas, mientras su hijo, que servía entre los mismos patriotas, era matado por un español.

El ejército americano se retiró del Perú después de haber perdido varios de sus generales, su equipaje y su artillería.

El general Belgrano, hijo de italiano, doctor en leyes, ex secretario de la Tesorería de Buenos Aires, hombre de talento y energía, muy adicto al nuevo sistema americano, fue designado comandante en Jefe del ejército y se desempeñó bien en esa tarea.

Mantuvo una disciplina hasta entonces desconocida, ganó la batalla de Tucumán contra el general español Tristán, a quien obligó a retirarse hasta Salta, donde, mediante marchas aceleradas, lo sorprendió, lo encerró, y por fin lo obligó a capitular. Después de esto entró nuevamente en el Perú. Allí, mediante una buena disciplina, trató de reconciliar a los habitantes con sus tropas. En lo cual tuvo buen éxito, y toda la Audiencia de Charcas estaba en vísperas de unirse a su ejército, cuando, por una falta atribuible a su inexperiencia, perdió la batalla de Vilcapugio y con ella todas las ventajas y todo el crédito adquirido hasta entonces en el Perú. Varios jefes desertaron y después de reconocer Belgrano, ingenuamente, en su parte al gobierno, que la batalla se había perdido por sus disposiciones erróneas, fue separado del mando el que se confió al general San Martín, hijo de francés 8, soldado de probada valentía, de franqueza verdaderamente militar, ciudadano virtuoso, severo en sus costumbres y el oráculo de sus subalternos. San Martín sirvió por algún tiempo en la última guerra en España y en Flandes 9 a las órdenes del Marqués de la Romana, como capitán en la Guardia Española.

Por desgracia, una enfermedad que tuvo por causa una caída del caballo, le impidió continuar por entonces en el mando, y éste fue confiado, por una desgracia todavía mayor, al general Rondeau, recién llegado del sitio de Montevideo.

Este general se puso en campaña hacia el Perú con el ejército revolucionario que entraba ahora por tercera vez en ese país desde que dio comienzo la guerra, y encontró que la ciudad de Potosí había sido evacuada por los españoles como consecuencia de algunas conmociones producidas en el interior. Continuó entonces su marcha con extrema imprudencia sobre Cochabamba, pero hacia fines de 1815, fue completamente derrotado en el desfiladero de Sipe-Sipe por el general español Pezuela (ex oficial de la marina española y actualmente virrey de Lima). Por las disposiciones que tomó Rondeau, visiblemente erróneas, y por la embriaguez de sus oficiales, el ejército sufrió una derrota de tal naturaleza, que el general, personalmente buen solado, quedó casi solo en el campo de batalla, o sostenido únicamente por doce o quince dragones y hubo de combatir hasta entre las filas enemigas. Los restos de sus tropas se reunieron por fin en Jujuy, adonde llegó el general algún tiempo después y allí encontré yo el ejército en mi camino al Perú. Poco después el general Rondeau, por disposición del Congreso de Tucumán, fue separado del mando que se confió por segunda vez al general Belgrano, llegado de una misión diplomática desempeñada en Londres.

Los indios del Perú, si bien abandonados a si mismos, no han dejado las armas.

En las vecindades de La Paz, un criollo de nombre Uvarnez, acaudilla más de cuatro mil indios que se han refugiado en las montañas, inaccesibles para quienes no son nativos del país.

Padilla, jefe de un cuerpo volante de indios, formado por unos dos mil hombres, ha hecho mucho daño a los españoles sobre la línea de comunicaciones con Lima. Su esposa, tan célebre en el Perú bajo el nombre de doña Juana de Azurduy, mujer de rara belleza, de veintiséis años de edad, es jefe de un ejército de mil quinientos indios de Cochabamba y combatió contra las tropas de Lima mandadas por Pezuela en persona; mató cuatrocientos, hizo cien prisioneros y se apoderó de una bandera magnífica que remitió al cuartel general de Belgrano, donde yo la he visto. Este general hizo escribir sobre la bandera, que devolvió a la bella Amazona, los versos siguientes que él mismo compuso:

Desde hoy seréis ya bandera

Por mejor mano creada,

Seréis en toda frontera.

Tiemble el tirano! la Hera 10

Abata su pompa vana;

Y para gloria de Juana

De Azurduy, diga que de él

A pesar de ser cruel,

Triunfó una americana.

Las tropas de Lima se conformaron con tomar posesión de Potosí, y aunque el ejército disperso de Rondeau evacuó el país hasta el pueblo indígena de Humahuaca, los españoles no llevaron sus puestos de avanzada más allá de Santiago de Cotagaita durante todo el tiempo que permanecí en el país. Pero hacia la parte de oriente, tomaron la ciudad de Tarija que estaba débilmente defendida. Las falsas alarmas eran continuas en el ejército, así como en las comarcas vecinas. Toda la provincia de Salta se hallaba llena de familias emigradas del Perú y de prisioneros de guerra. Entre estos últimos, el más notable era el Arzobispo de La Plata, don María Moxo y Francolí, consejero del Rey de España y Caballero de la Orden de Carlos III, etc. Este digno prelado, tan estimable por sus virtudes como por sus vastos conocimientos y la dulzura de su carácter, que había dispuesto de una renta anual de ochenta mil pesos, vivía ahora en Salta, vigilado estrechamente con guardias, y casi en la indigencia, pero encontraba un amplio alivio a la adversidad de la fortuna con el cultivo de las bellas artes, la música y la poesía italiana, a las que era muy aficionado desde los tiempos en que hizo su educación en Roma y en Florencia.

Merecía, sin duda, una suerte mejor que la de agotarse en medio de estos semi-bárbaros que no supieron apreciar su talento verdaderamente excepcional. Cayó enfermo del pavor que experimentó al estallido de una insurrección en la ciudad cuando llegaba el ejército de Rondeau, que le había maltratado indignamente con anterioridad. A pesar de todos los cuidados imaginables que le prestó el médico norteamericano Redhead, digno de respeto en todo sentido, murió poco tiempo después de haber llegado yo, al tercer día de su enfermedad. Sobre su tumba olvidada se lee ahora este verso de Petrarca, escrito por una mano extranjera:

“Non lo conobbe il mondo mentre l'ebbe,

“Connobbi' io che piangere qui rimasi”.

“El mundo no lo conoció mientras lo tuvo,

“Yo lo conocí, yo que quede aquí para llorar”.

En la época en que el ejército fue retirado de Jujuy para ser reorganizado en Tucumán, vi a la ciudad de Salta desalojada a tal punto por sus habitantes, aterrorizados por la llegada de seis mil españoles, que quedaron apenas doscientas personas de una población de seis mil habitantes, porque los españoles cometían la crueldad de separar a las familias sospechadas de patriotas, enviando a las mujeres viejas y a los niños pequeños a pie, con frecuencia medio muertos de hambre y de frío, en la vanguardia de los criollos y se guardaban con ellos las mujeres jóvenes, encerrando en los calabozos a sus maridos, padres y parientes. Mientras la fortuna de las armas, abandonaba de tal manera al ejército llamado “auxiliar del Perú”, los asuntos políticos no iban mejor en Buenos Aires. El gobierno, vacilante, era presa de las facciones y de continuas conspiraciones; pero el detalle de estas puerilidades no merece en verdad fijar la atención de Vuestra Alteza Real. En resumen, los españoles europeos conspiraron contra el gobierno americano en connivencia con algunos portugueses de la otra orilla y fueron descubiertos y decapitados 11. Los miembros del congreso y los de la Junta fueron a su turno acusados, exilados, puestos en prisión o se retiraron voluntariamente con fortunas considerables sacadas de los fondos públicos 12. El cuerpo legislativo, dividido por viles intereses y celos ridículos, se vio contrariado de continuo por el poder ejecutivo que a poco pasó a manos de una sola persona, a la que se dio el título de Director Provisional del Estado 13. Hasta entonces habían pretendido defender los derechos del Rey de España, pero insensiblemente dejaron caer la máscara, hasta que por la nueva moneda que se fabricó en Potosí, quedó en evidencia que el verdadero propósito era separarse para siempre de la Metrópoli.

Esta moneda ostenta en un lado el gorro frigio de la libertad en el extremo de un bastón de mando sostenido por dos manos entrelazadas con esta inscripción: “En Unión y Libertad”; en el otro el sol, rodeado por estas palabras: “Provincias Unidas del Río de la Plata”.

El general Alvear, prevaliéndose del crédito y las relaciones que tenía en el ejército, se puso, mediante una revolución súbita e inesperada, a la cabeza del gobierno, desterró a los miembros de la Junta y concentró en su persona todo el poder ejecutivo. Después de un año de despotismo militar fue obligado a abandonar el gobierno por otra revolución de los ciudadanos armados de la capital en 1815 14. Alvear se refugió en la fragata inglesa que está siempre apostada en el Río de la Plata; después se trasladó al Brasil con una gran fortuna. Fue elegido Director provisional el general Alvarez, hombre instruido, de principios liberales y de cuidada educación. Alvarez convocó nuevamente a los representantes del pueblo, y para dar a sus deliberaciones la libertad que no hubieran podido nunca gozar en una ciudad tumultuosa como Buenos Aires, siempre llena de tropas, fáciles de sublevar y corromper, reunió la nueva asamblea en la ciudad de San Miguel de Tucumán, situada a trescientas veintinueve leguas de Buenos Aires, en un valle delicioso, al pie de una ramificación de la cordillera, rodeada por naranjos, limoneros, higueras y laureles.