Las Generaciones del Ochenta
El concepto de generación en José Ortega y Gasset y Julián Marías
 
 

Al evocar hoy, a un siglo de distancia, la obra de los hombres del Ochenta, se emplea con frecuencia la expresión “Generación del Ochenta”, pero su significado es impreciso pues cada uno matiza variadamente su contenido. La imprecisión es general, no sólo en lo que al Ochenta respecta, sino en su aplicación a otras épocas de la historia, la “generación de Mayo”, por ejemplo, o la “generación del 37”. La imprecisión incluye, como apuntan Marías y Perriaux, a los investigadores de las generaciones literarias y artísticas.


Quien, meditó profundamente sobre este asunto fue Ortega y Gasset, el cual expuso con toda agudeza sus puntos de vista en obras como El tema de nuestro tiempo y En torno a Galileo. Su enfoque resultó uno de los aspectos claves de su filosofía de la razón histórica. Fue su discípulo Julián Marías quien se vio llevado a reelaborar las ideas dispersas del maestro en una obra orgánica, El método histórico de las generaciones.


La teoría de las generaciones de Ortega y Marías ha resultado poseer una coherencia y una claridad tal, que Jaime Perriaux no vacila en afirmar, frente a lo confuso o ambiguo de otros criterios, que se trata de la única teoría correcta, la cual hace suya y aplica, en un enjundioso ensayo, a nuestra historia: Las generaciones argentinas, (Eudeba, 1970).


Cuando hablamos, pues, “generación del Ochenta”, corresponde aclarar dos cosas: qué entendemos por “generación”, y qué entendemos por “Ochenta”.


Dice Ortega: “Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera —en el mismo mundo— pero contribuimos a formarlos de modo diferente. Solo se coincide con los coetáneos. Loa contemporáneos no son coetáneos: urge distinguir en historia entre coetaneidad y contemporaneidad”. “... lo esencial es no que se suceden (las generaciones) sino, al revés, que conviven y son contemporáneas, bien que no coetáneas. Permítaseme hacer, pues, esta corrección a todo el pasado de meditación sobre este asunto: lo decisivo en la idea de las generaciones no es que se suceden, sino que se solapan o empalman. Siempre hay dos generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud de actuación, sobre los mismos temas y en torno a las mismas cosas, pero con distinto índice de edad y, por ello, con distinto sentido”. (J. Ortega y Gasset, En torno a Galileo. Citado por J. Perriaux, Las generaciones argentinas, pág. 124, nota 11).


Por su parte, añade Perriaux: “Desde que el hombre nace hasta aproximadamente los quince años es un niño, desde entonces hasta aproximadamente los treinta años es un joven. Luego se abren dos períodos distintos de madurez: el primero entre los treinta y los cuarenta y cinco, que es usualmente el de la mayor creación; el segundo, de los cuarenta y cinco a los sesenta, en que los bríos ya se han calmado un poco, por cierto, y en que, usualmente, se explota y reelabora todo el capital propio que se creó en el período precedente. Y después, claro, el período, o los dos períodos de vejez; en efecto una cosa es un viejo, si cabe hoy escribirlo sin comillas en este caso, de entre 60 y 75, y otra cosa uno de entre 75 y 90”. (Perriaux, op. cit., págs. 11-12).


“En la serie normal de las generaciones —y mientras ella no se altere por una fuerte convulsión histórica— hay un momento en que dejan de nacer hombres de una misma generación y en que comienzan a nacer hombres de la generación siguiente. ¿Cuánto dura este momento? ...Aproximadamente un año, el año híbrido formado por los últimos seis meses de la generación A y los primeros seis meses de la generación B”. (Perriaux, op. cit., pág. 8).


“Con este tipo de exactitud, que no es la de minutos y segundos (...) sino la de quince años aproximadamente, en la que caben catorce y medio, o quince y medio por ejemplo, y que permite haber cuenta de las zonas fronterizas —los años límite de cada generación y un año al menos, dentro de cada una de ellas, contiguo a sus años límite—, resulta inevitable que si el período generacional es de quince años ocurra lo dicho en el texto: puedo llegar a sentirme como siendo de la misma generación que un hombre catorce años menor que yo —ejemplo: 1918 y 1932— y como no siendo ya de la generación de un hombre que me lleva solo un año —ejemplo: 1917 y 1918—”. (Perriaux, op. cit, pág. 123, nota 6).


Valgan estas precisiones para entrar de lleno en nuestro tema.