Relación histórica del pueblo y jurisdiccion del Rosario de los Arroyos
La Relación
 
 
Este lugar de “Nuestro Señora del Rosario de los Arroyos”, que por ser ya un pueblo bastante crecido, se avergüenza de que se le denomine “Capilla”, está a setenta leguas de Buenos Aires, sobre la barranca del gran Paraná, a la banda del Sur, en los 32 grados y 56 minutos de latitud y en los 318 poco más o menos de longitud de la Isla de Hierro.

El sitio que ocupa es muy delicioso por la vista que tiene, pues domina las aguas de este majestuoso río y a las tierras de la banda del Norte, desde la altura de veinte y dos varas cuando el río está en su estado medio.

Su jurisdicción, no contando más de lo que en el día está poblado de estancias, es de veinte leguas en cuadro, cuyos límites son, al Norte el Paraná; al Sudoeste el Arroyo del Medio, o la jurisdicción del pueblo de San Nicolás; al Sudeste las Pampas, pero en este rumbo es indefinida la jurisdicción, y en ella se encuentra el fuerte Melincué; y al Norte el río Caracará-Añá.

El Paraná y todos los ríos que entran en él, toman sus nombres del idioma guaraní: Carcarañá ni Carcarañal nada significan en dicho idioma, y Caracará-Añá, sí, porque es nombre compuesto de dos palabras perfectamente guaraníes, que quieren decir “carancho diablo”.

Y si de algún país se debe de hacer memoria distinguida con preferencia en la historia de la Argentina, lo merece sin disputa este, en que se halla situado este pueblo; pues parece que desde el principio del descubrimiento del Río de la Plata, la Providencia ha ordenado de intento los acontecimientos, para enseñarnos que el hombre civilizado que habita esta tierra, nada echará menos de cuanto pueda apetecer para su consuelo, comodidad y delicias.

Cerca de este lugar fue donde en esta Provincia se enarboló por primera vez el estandarte de nuestra redención, pues por ahí fue donde el año 1527 Sebastián de Gaboto levantó la primera fortaleza en nombre del Rey de España, a la que llamó “Sancti Spíritus”; sin duda porque desde que embocó con sus navios por el Río de la Plata (hasta entonces de Solís) no encontró paraje más agradable para el designio de poblar, que aunque primero arribó al Río de San Salvador en la banda del Norte del de la Plata y allí se fortificó, parece que no llevó mira de poblar allí, sino de resguardar los navios que dejaba mientras que iba a descubrir Paraná arriba; esto se infiere de que a aquella fortaleza no le dio nombre, sino solamente al río, y a ésta sí que no sólo tuvo el de Sancti Spíritus, sino también el de Gaboto, nombre que hasta el día de hoy conserva el lugar en que estuvo dicha fortaleza, y cuyas ruinas aún se reconocen.

A esta circunstancia digna de perpetua atención, de haber sido este país la primera tierra agradable a los primeros descubridores del gran Paraná, se debe agregar con reflexiones dignas del caso, la de haber salido a este mismo paraje Francisco de Mendoza y los suyos en el año 1546 viniendo al descubrimiento de estas tierras desde el Perú; de manera, que en esta provincia del Río de la Plata, este es el primer suelo que señalaron, tanto los primeros que vinieron de Levante como los primeros que vinieron de Poniente.

Estos acontecimientos, que yo atribuyo a las bellas disposiciones de la divina Providencia, se comprenderá que no son acasos si se combinan con los sucesos recientes, que en nuestros días llenan de gloria a este territorio; pues en él se hallan los documentos más tiernos de nuestra religión.

Primeramente es la milagrosa imagen de la Virgen del Rosario, patrona titular de este pueblo. Esta santa imagen la hizo traer de Cádiz el año de 1773 el doctor don Francisco Cossio y Therán, que fue el segundo cura que ha tenido esta Parroquia. Los reverendos padres de Santo Domingo de Buenos Aires, hicieron venir otra imagen del Rosario en el mismo tiempo, ambas de mano de un mismo artífice; se dice que intentaron los padres ver si la imagen que venía destinada para este pueblo era tan bella como la suya, y que no pudieron satisfacer su curiosidad, porque no se pudo desclavar el cajón en que venía acomodada; pero cuando llegó aquí, a la menor diligencia se levantó la tapa.

Lo cierto es que este pueblo goza patentemente de la protección de su Soberana patrona. En el año 1776 (si no voy errado) hubo por estas campañas una enfermedad pestilente tan mortífera, que no obstante las piadosas disposiciones del gobierno de Buenos Aires en enviar médicos, medicinas y sacerdotes por todas partes, en auxilio de los enfermos, quedaron desoladas familias enteras al rigor de la peste; pero en la jurisdicción de este pueblo fueron pocos los apestados, y de éstos solamente dos murieron.

En el año de 1779 entró de improviso por los términos de este pueblo una muchedumbre de indios pampas.

Bien sabidas son las crueldades e inhumanidades atroces que en semejantes irrupciones han cometido estos indios en los partidos de Areco, Lujan, la Magdalena y otras partes; pero aquí pasaban por junto a las casas diciendo: al Rosario no hemos venido a matar y llevar cautivos; y se fueron sin causar más daño que el de llevarse un poco de ganado. Siempre se acuerdan con admiración de este suceso los que aún viven y lo presenciaron.

El día 19 de Octubre de este año el capitán de milicias y alcalde de este partido don Pedro Moreno, salió al campo acompañado de sus hombres a prender tres facinerosos, quienes lejos de huir de la justicia como era regular, más bien le esperaron unidos cara a cara y tan resueltos y desalmados, que al intimarles el Alcalde se diesen presos por el Rey, le respondieron con tres trabucazos a quema ropa, a cuyo tiempo también el Alcalde descargó contra ellos sus dos pistolas que ambas erraron fuego, y fue como que no quiso la Virgen del Rosario que aquí hubiese otra desgracia que la de haberle escoriado una bala al Alcalde la mejilla derecha, y hecho un boquerón en su sombrero.

¿No es este un verdadero prodigio?

En fin, tuvo la fortuna el Alcalde de prender dos de estos infelices, a quienes luego despachó a las reales cárceles de la capital; el otro escapó a beneficio de su caballo; que siempre estos malévolos andan en los mejores que el campo tiene.

Debo anotar que dicho Alcalde y los que iban en su auxilio han acreditado su devoción para con María Santísima en la Iglesia nueva que se va a hacer en este pueblo en honor de su patrona.

Estos y otros raros sucesos que a mí no me toca persuadir como milagrosos, la piedad los debe al menos reconocer como unas señales de protección de la Santísima Virgen, dadas a los que saben cuánto pueden esperar de ella.

A más de este beneficio celestial, aun hay otro con que Dios ha singularizado este rincón de la Provincia. que es el seminario educativo de padres misioneros o colegio apostólico de Propaganda Fide, cuya fundación fue en esta forma: El P. fray Juan Matud, misionero apostólico de la provincia de Aragón, se hallaba de comisario en Misiones en el colegio de Chillan, y como el promover nuevas creaciones de colegios es incumbencia característica del comisario de Misiones según las bulas apostólicas, vino a Buenos Aires con el fin de fundar un nuevo colegio.

Tuvo mucha contradicción; pero favorecido de los respetos del señor virrey don Juan José Vertiz, consiguió de la Junta Municipal de Santa Fe, y de la provincia de Buenos Aires, que aplicase para colegio la capilla de la estancia llamada San Miguel, sita en esta jurisdicción del Rosario, que había sido de los expatriados jesuitas, juntamente con informes muy favorables de las dos dichas Juntas, y del Cabildo de Buenos Aires; con cuyos documentos luego se presentó la súplica al Rey nuestro señor, por medio de su supremo Consejo de Indias y se consiguió, y se expidió la Real Cédula de Aranjuez a 14 de diciembre de 1775, la que el Consejo remitió al Cabildo de Buenos Aires, quien luego dio aviso al P. Matud para que viniese a tomar posesión.

Hallábase en la misión de Valdivia dicho Padre y sin detención se puso en camino, separándose del colegio de Chillan donde ya había estado más de 15 años.

En Buenos Aires encontró a su primer favorecedor el Excmo. Sr. D. Juan José Vertiz, y con su patrocinio consiguió luego que le hiciesen la entrega de la capilla, casa y ornamento de la dicha estancia; y de tacto, tomó la posesión en el día 1° de enero de 1780 acompañado de dos sacerdotes y un lego.

Pero como en toda fundación, la primera elección de prelado y demás oficios se hace por creación de superiores, y ésta se retardó más de cinco años, se conservó en este tiempo, no como colegio, sino como mero hospicio, hasta que el señor Comisario General de Indias comisionó al Reverendísimo Padre ex-Custodio fray Francisco Altolaguirre que se hallaba en Madrid, el colectar y conducir una misión de diez sacerdotes y tres legos para este nuevo colegio de San Carlos, y dicho P. Altolaguirre ejecutó y dio la última perfección a su comisión en el día 27 de julio de 1786, en cuyo día, hallándose ya en el colegio, publicó la primera creación del primer guardián y demás oficios, y se dio principio a la vida monástica.

Estos religiosos hallándose descontentos, así por el estado ruinoso en que se hallaba la casa, como porque en ella no podían ejercer los actos de comunidad con aquel rigor y perfección que exigen sus constituciones, hicieron varias diligencias para poderse transferir a la Colonia, a Areco, o a otra parte; pero Dios no permitió que este pueblo del Rosario tuviese el desconsuelo de quedarse sin tan santo propiciatorio, porque lo más que alcanzaron del gobierno los padres misioneros fue facultad para levantar un nuevo colegio en sitio más cómodo dentro la misma estancia; en cuya virtud, a orillas del Paraná, en sitio muy agradable, donde tienen buen pescado, rica agua, leña, y todo lo necesario, han levantado los padres un patio cuadrilongo, y un buen lienzo con altos adonde se trasladaron el 7 de mayo de 1797 y siempre han edificado, de modo que según la planta que se han formado, será este colegio, en estando concluido, uno de los más bellos conventos de toda esta provincia.

En el día hay pocos religiosos; pero el padre fray Miguel Guaras, individuo de este colegio, que pasó a España en solicitud de una misión, escribe a los Padres desde Madrid con fecha ocho de abril de este año que ya tiene concedida la real gracia para traer veintidós religiosos costeados de cuenta de la Real Hacienda, que a nuestro católico soberano, en medio de los inmensos cuidados dispendiosos que en el día lo circundan, nada lo embaraza cuando se trata de fomentar nuestra sagrada religión.

Después de estas relaciones, en que por ostentar las glorias de este país como es debido, tal vez habré incurrido en la nota de misterioso, falta saber si en lo físico condice con ellas la naturaleza de este territorio; pero primero hablaré de su población, aunque sea con el sentimiento de no encontrar las luces que yo quisiera; porque desde que se desamparó y arruinó el fuerte de Gaboto, sin duda porque no le vinieron de España a tiempo los socorros que envió a pedir para poderse sostener en sus descubrimientos, no encuentro sino relaciones inconexas de lo que fueron estos campos por espacio de dos siglos que mediaron desde el tiempo de Gaboto hasta que se encuentra población de ellos: y es así; en lo remoto nada se descubre, y al acercarnos a los tiempos de las primeras poblaciones tampoco se ve otra cosa notable fuera de una cimarronada de yeguas, potros, vacas y toros que en virtud de la feracidad de estos campos se habían multiplicado en ellos portentosamente.

Hacia el año de 1725 se descubre el principio de este pueblo que fue en esta forma. Había por las fronteras del Chaco una nación de indios reducidos, pero no bautizados todavía, llamados los Calchaquíes, o Calchaquiles a quienes hacían guerra e incomodaban mucho los Guaycurús, nación brava y numerosa.

Era de los Calchaquíes muy amigo don Francisco Godoy, y por libertarlos de estas extorsiones, los trajo a estos campos, que estaban defendidos de los Guaycurús por el río Caracará-Añá, que les sirve como de barrera. D. Francisco Godoy se vino con ellos y con su familia, a quienes siguió la casa de su suegro que se llamaba D. Nicolás Martínez. Este fue el principio de este pueblo; y no sería mucho si entre sus glorias hiciese vanidad de tener su origen de un personaje que tenía el ilustre apellido de Godoy.

Tras estas no tardaron en venir otras familias que entablaron estancias, porque a lo agradable de estos campos se les juntaba la conveniencia de tener subordinados, o diré aliados, a los Calchaquíes, que eran guapos, y conducidos por los españoles defendían estas tierras contra todo insulto de los indios infieles: de forma que ya fue preciso fundar aquí un curato, y efectivamente, en el año 1731 se colocó por primer Cura de este pueblo a don Ambrosio Alzugaray,

Un rancho pequeño cubierto de paja fue la primera capilla que sirvió la parroquia, en cuyo altar se puso una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Los indios Calchaquíes tenían en sus tolderías una imagen del Rosario, que aunque de escultura ordinaria, le pareció al dicho señor Cura, era más decente que la de la Concepción, por lo que hizo empeño en trocarla por la del Rosario, y habiéndolo conseguido de los indios, no sin muchos ruegos y sagacidad, la colocó en su parroquia; y desde entonces se llama este lugar la Capilla del Rosario.

Tenían los Calchaquíes sus tolderías en distancia de cuatro a seis cuadras de la capilla de los españoles; pero luego que se fue aumentando este vecindario, ya no era posible que españoles e indios habitasen en un mismo lugar y fue preciso destinarles a éstos la costa de Caracará-Añá, en donde se les hicieron habitaciones, y porque allí se bautizaran, se les hizo también su oratorio, y fue su cura el padre fray Pablo de la Cuadra, religioso francisco.

Estos indios, en lugar de aumentarse se fueron acabando poco a poco, de manera que en el día apenas hay memoria de ellos.

Habiéndose arruinado la primera capilla de los españoles, fue preciso hacer otra, que es la que actualmente existe.

Se concluyó en el año de 1762, siendo ya cura el doctor don Francisco de Cossio y Therán, que conforme a aquellos tiempos, la hicieron de tapial y sin cimientos, por lo que está amenazando ruina; y por esto de necesidad se halla empeñado este pueblo en el día, como queda insinuado, en hacer iglesia nueva, que se fabricará con toda la solidez y belleza que sea posible, a proporción de las limosnas con que quieran concurrir los devotos de esta milagrosa Señora del Rosario, Reina y Patrona del gran Paraná.

Este vecindario se ha ido aumentando al paso que han tomado estimación las haciendas de la campaña, y por esta razón se ha incrementado considerablemente desde que el renglón de muías tiene estimación.

El número de habitantes, que se halla en las veinte leguas cuadradas a que se han extendido hasta el presente las estancias, con inclusión de los que viven en ochenta entre casas y ranchos, que componen el lugar que se llama la Capilla, es el que se expresa en la razón siguiente que con distinción de edades, sexos y castas está formada con toda la exactitud que ha sido posible:


Españoles

Hem. Var.

Desde la menor edad hasta 15 años…….693 678

Desde 15 años hasta 60……………………1945 1375

De 60 a mayor edad…………………………107136

Indios de ambos sexos y de todas edades…397

Pardos libres de toda edad………………………274

Morenos “ “ “ “……………………………………9

Esclavos pardos “ “ “ “ ………………………84 55

Esclavos morenos “ “ “ ………………………5967

Total de almas ……………………………………5879


A más del colegio de padres misioneros, hay en esta jurisdicción cuatro oratorios que en todos se puede decir misa.

Hay en ella ochenta y cuatro estancias, fuera de muchos más ranchos de gente pobre. De las dichas estancias se saca de diezmo anualmente al pie de ochocientas mulas, y más de tres mil cabezas de ganado vacuno, sin hacer cuenta del ganado lanar, que es mucho el que hay en toda la jurisdicción pero como apenas tiene estimación, porque a la lana no hemos sabido hasta ahora darle todo el valor de que es susceptible, no se puede el ganado lanar contar por riqueza.

El clima o temperamento de este lugar puede compararse con el de Buenos Aires, aunque estando en la eminencia que resulta del declive del Paraná en las 70 leguas que corre desde aquí a Buenos Aires, y apartado de los vapores del mar, no es tan húmedo; y por esto no se ve aquí la atmósfera cargada de nublados; pues aquí raro es el día que deja de verse el sol.

Puedo afirmar que en el número de los senectarios de la antecedente razón, se incluyen a lo menos más de veinticinco que pasan de ochenta años de vida.

Cinco personas han muerto aquí de diez años a esta parte, que en sentir de todos vivieron más de cien años, entre ellas María Moreira, de quien afirman sus parientes que cuando murió tenía 120 años. Pascual Zabala se enterró a principios de octubre de este año, que fue uno de los primeros que vinieron a poblarse en esta tierra y tenía ya entonces nietos casados; y los más ancianos sacan por cuenta que ha muerto de 130 años, con la circunstancia de que dos meses antes de morir montaba con la agilidad de un mozo en caballos briosos; y no se puede dar mejor prueba de la benignidad de este temperamento, que la larga vida que aquí han gozado estas personas.

Sin embargo hemos de confesar que en este lugar se experimentan tormentas terribles de vientos furiosos, truenos y rayos, que vienen por lo regular en Noviembre, de las partes del Sudoeste, cuando después de mucha seca ha soplado algunos días seguidos el Norte.

¡Pero qué admiración causan cuando llegan a enfrentar con el Paraná estas tormentas!

Parece que se sorprenden llenas de respeto hacia la majestad de este río; remolinan las nubes, y a cual más disparan su artillería por saludar al Paraná con cañonazos.

¿Qué analogías habrá entre los meteoros y las aguas de un caudaloso río?

Estas tormentas espantosas han cesado, gracias a Dios, de ocho años a esta parte.

También los mosquitos de trompetilla a veces incomodan, por Febrero regularmente, pero no todos los años, y ésto solamente por la costa del Paraná.

El terreno de su naturaleza es liberal, franco y generoso, de manera que no solamente hasta ahora por sí solo se ha tomado el cuidado, digámoslo así, de sustentar a sus habitantes, sino que promete al hombre incalculables riquezas, siempre que con su sudor se las pida, de cuya certeza son testimonio los cortos ensayos que hasta ahora ha hecho el labrador, de los tesoros que podrán sacar de este terreno sus fatigas.

El trigo, siendo el año bueno, y estando la tierra bien cultivada, ha habido ejemplares que da cincuenta por uno, la cebada lo mismo, y el maíz más que todo; garbanzos y toda legumbre, y toda hortaliza se cría en esta tierra con maravillosa lozanía; es apta para algodón porque cuando por casualidad han caído semillas donde han podido arraigar, han dado las plantas abundantes y hermosos capullos; parrales y todo árbol frutal de los que hasta ahora enriquecen esta provincia, y cuyo origen es de España, prevalecen también con frondosidad. Pero por desgracia todo árbol frutal, menos la higuera y toda planta que pertenece a huertas y jardines, tienen en esta tierra un enemigo terrible en el más aborrecible de los insectos.

La hormiga negra, digo, ese bicho vil, que por su configuración y color se parece a los granos de pólvora, se quiere apostar con ella a hacer estragos, es quien todo lo devora y arruina. En aquellas plantas en qué el hombre pone su mayor cuidado, allí es propiamente donde tiene mayor inclinación a hacer destrozos, de suerte que contra la hormiga negra ninguna precaución es suficiente.

Después que el hombre se ha esmerado en criar una parra, un granado, una planta de rosa, y otras cincuenta cosas para su regalo y recreo, la hormiga que como los ladrones se aprovecha de la noche, da un avance a los encantos del hombre, se los destruye, y adiós delicias y conveniencias.

Esta plaga que según creo es general en toda la provincia, debería ocupar la atención del gobierno, obligando a cada vecino a destruir dos o tres hormigueros al año, hasta que se extinguiesen, si posible fuese bajo la pena de diez pesos, que se aplicarían para premiar a aquellos que, a más de lo que destruyesen por obligación, se aplicasen a destruir otros.

Al pie de la barranca del Paraná hay varias praderas que nunca las cubre el agua de las crecientes. En ellas siempre hay verdor, porque siempre tienen humedad, y los vapores del río las defienden de las heladas.

Lo mismo sucede en los campos que hay en las islas, que quedan libres de las crecientes, y si en estas tierras se sembrase cáñamo y lino, me parece que no se había de malograr el trabajo.

Más digo, me parece, que si en ellas se plantasen morales para alimento de los gusanos que crían la seda, habían de prevalecer mejor que en parte alguna de esta provincia: la razón es, porque el temperamento de estas praderas y campos de las islas, es templado, y se asemeja más que a otro al de Valencia y Murcia.

En las veinte leguas cuadradas que hasta el presente están pobladas de estancias en esta jurisdicción, corno queda dicho, se hallan un río y siete arroyos que todos entran al Paraná con dirección de Sudoeste a Norte.

La distancia de los unos a los otros es ésta: desde el río, que es el Caracará-Añá, y siguiendo la corriente del Paraná, a las cuatro leguas se halla el arroyo llamado de San Lorenzo, y aquí está el colegio de los padres misioneros; después a tres leguas se sigue el arroyo de Salinas, que tiene buen puerto para las embarcaciones del Paraná; sigúese el Saladillo a distancia de dos leguas, en cuya inmediación está la capilla del Rosario: pasado el Saladillo a una legua, el arroyo de Frías; dos leguas más allá el Arroyo Seco; pasado éste, a las cuatro leguas, el arroyo de Pavón, y otras cuatro desde Pavón al Arroyo del Medio, que divide la jurisdicción de Santa Fe con la de Buenos Aires.

Estos arroyos, a quienes impropiamente se ha dado el nombre de arroyos, no son otra cosa que unos barrancones que ha formado el desagüe de los campos cuando llueve, de manera que entre tantos arroyos se mueren de sed estos campos, pues no hay más agua en ellos donde poder abrevar los ganados que la que se recoge en algunas lagunas, o más bien charcos, que en dejando de llover un mes, se secan lagunas y arroyos.

En casi todos los veranos se padece seca en este país; y por ésto los labradores chacareros, que son los que siembran maíz, zapallos, melones y sandías, se temen sembrar por Octubre, que es el tiempo más oportuno para estas siembras, por no exponerlas, antes que los frutos sazonen, a la seca de Enero, que la tienen por infalible todos los años.

Pero la mayor calamidad está en las derrotas que padecen las haciendas del campo, sedientas, en busca de agua.

Al Paraná es donde se abocan y también centenares de avestruces y venados que vienen ciegos de sed de adentro de las pampas. En siendo grandes estas secas, hay mucha mortandad de ganados por las flacuras que padecen, que como están sujetos a rodeo, no se les da licencia de ir en busca de agua sino a extrema necesidad.

Cuando han vuelto a coger agua los campos, como los ganados se han revuelto de un rodeo con los otros, no atinan con sus querencias; y aquí es cuando los estancieros tienen un trabajo inmenso en recogerlos, en que siempre tienen pérdidas, porque los ladrones cuatreros se aprovechan de estas ocasiones para hacer sus tiros.

Y si los moradores de este considerable territorio viesen que está en su mano el remedio de esta calamidad, si comprendiesen que con facilidad y sin mayores costos pueden tener, no sólo aguadas permanentes para abrevar sus haciendas, sino también para regar sus campos, más para poner molinos y otros ingenios ¿cuál debería ser el reconocimiento con que deberían en este caso, tributar gracias al autor de la naturaleza, que les proporciona estas conveniencias? Pues el punto está en que pueden disfrutar de ellas, o yo estoy ciego, voy a explicar lo que concibo en el caso.

He dicho que este territorio forma un cuadro de veinte leguas por frente y que sus cuatro frentes son el Paraná, el Arroyo del Medio, la frontera de las pampas y el río Caracará-Añá.

Su superficie es llana, sin más desigualdades que las que causan las lomas, las cuales están rodeadas de valles y cañadas.

Las lomas son de pequeña elevación, y todas tienen dirección de Sudoeste a Norte, que es el mismo rumbo que traen las aguas por las cañadas de que se forman los arroyos hasta que entran en el Paraná; luego la mayor elevación de la superficie del cuadro, como lo enseñan las corrientes, es la parte de hacia donde vienen los arroyos, que es el frente que mira a las pampas, paralelo al Paraná.

Después de esto, pongamos la mira en el río Caracará-Añá que viene de las sierras de Córdoba, y trae el nombre de río Tercero, hasta que en el paraje nombrado la Esquina de la Cruz Alta, entrando en esta jurisdicción del Rosario, lo muda en el de Caracará-Añá, y desde allí es uno de los frentes de este cuadro, como queda dicho. Ahora pues figuremos que entre este río y el Paraná forman un número 7, como efectivamente es así, o más bien un ángulo recto, cuyos lados son de veinte leguas cada uno, que es la dimensión que corresponde a cada frente, por los cuales lados corre el agua progresivamente empezando el Caracará-Añá, para nuestro caso, la corriente desde la Esquina de la Cruz Alta, que es punto en que empieza a hacer frente de nuestro cuadro, hasta la confluencia o vértice que forma con el Paraná, que es el otro lado de dicho ángulo, desde donde continúa la corriente por otras veinte leguas, hasta el Arroyo del Medio, que forma otro frente paralelo al Caracará-Añá; luego atendiendo a la declinación de estos ríos, el punto más elevado está en la Esquina de la Cruz Alta, por donde empieza el agua a descender por los lados del ángulo.

De la primera deducción tenernos que en la superficie de este cuadro hay declive general desde el frente que mira a las pampas hasta el Paraná respecto a que los arroyos traen una vertiente desde aquel frente a éste.

De la segunda deducción tenemos que el punto más elevado de este cuadro está en la Esquina de la Cruz Alta; y para confirmación de ésto expongo, que el Arroyo del Medio y el de Pavón, que son los arroyos que más distan de la Esquina de la Cruz Alta, y que como los demás se forman dentro de los términos de este cuadro por el desagüe de los campos, son los que traen más agua que los otros arroyos, lo cual es una prueba evidente de que hacia los arroyos del Medio y de Pavón, tienen estos campos la mayor declinación; luego no hay, ni puede haber duda de que el punto más elevado de toda la superficie de este cuadro está en la Esquina de la Cruz Alta, en donde toca el Caracará-Añá al venir de Córdoba.

Este río por verano, que es cuando padecen seca estos campos, viene crecido, y ya no necesito decir más para que se comprehenda que de él se puede sacar cuanta agua se quiera por acequias, y conducirla por todas partes, hasta traerla a la Capilla, y en el salto de las barrancas del Paraná formar molinos y otros ingenios. Ninguna insuperabilidad se presenta a este importantísimo proyecto. El Caracará-Añá no tiene barrancas en la Esquina de la Cruz Alta, que es muy en abono del proyecto, y al pasar por allí se derrama por los campos cuando viene muy crecido, como quien dice: pueblo del Rosario ¿por qué no me llamas? No ves que deseo visitar tus tierras, y hacerte feliz? ábreme la puerta.

Si se ofreciese clavar palizadas para hacer represas, o puentes para atravesar las acequias, los montes de Santa Fe tienen cuanto ñandubay se necesite, cuya madera debajo del agua, primero se petrifica que se pudre: y sino, en cualquier parte se hacen ladrillos, y para argamasas el Paraná tiene infinita arena, y Córdoba dará toda la cal que se quisiese a cambalache de ganado vacuno, del que en breve no cabrían en estos campos si se verificase el proyecto.

Otro proyecto me ocurre, también de suma conveniencia: los primeros que aquí se poblaron erraron en la elección de sitio, porque una legua hacia donde se halla el arroyo de Salinas es mejor lugar por varios títulos, especialmente por un buen puerto que allí hay para las embarcaciones del Parana, requisito esencialísimo que no tiene este lugar donde está la Capilla; y por esto no tiene comercio con las dichas embarcaciones, pues rara es la que aquí arriba. Es de tal forma desamparada esta playa que no se puede asegurar en ella siquiera canoas; porque las suestadas alborotan al Paraná a lo infinito, y las olas las hacen pedazos contra la tierra. Pero por fortuna hay remedio, y se puede hacer un puerto tan seguro como el mejor del Paraná.

Al pie de estas barrancas se encuentran infinidad de piedras, muchas de tal mole, que serían precisos barrenos para despedazarlas.

Estas piedras a quienes todos desprecian por inútiles en su concepto, yo no obstante las miro con estimación, porque pueden servir para cimientos de edificios, y sobre todo porque me consta que son calcáreas.

Pero mientras no se les da otro destino, hagamos uso de ellas para formar una isleta artificial enfrente de esta Capilla, de forma que entre la isleta y la parte de tierra quede una canal en donde puedan entrar embarcaciones para estar al amparo de todos los vientos.

Esta obra no sería muy costosa, pues con una o dos balsas formadas de canoas se traería por el mismo río de la distancia de menos de cuatro cuadras cuanta piedra fuese menester para levantar la dicha isleta,

Cuando el Paraná está bajo sería la ocasión más oportuna para hacer esta obra, porque entonces hay más piedras descubiertas, y también entonces a la canal se podría dar excavaciones para hacerla más profunda, cuyos escombros se irían acumulando sobre la misma isleta, en la que también se clavaría estaquería de sauce verde, que luego prenderían y serían otros tantos sauces.