De los orígenes toponímicos de símbolos e instituciones en la historia de Santa
Remembranzas del viejo Cabildo de Santa Fe
 
 
Breves Antecedentes del Municipalismo Hispanoamericano

El Municipio español del siglo XVI, centralizado, con su libertad foral casi inexistente y menguada autonomía, con todos los funcionarios dependientes de la Corona y sus ministros, fue el modelo metropolitano español para organizar el régimen político-institucional de las poblaciones americanas, -pero como bien expresa José María Rosa- inesperadamente esta institución centralizada dio un salto atrás hacia el siglo XIV por imponerlo así las condiciones de vida del nuevo mundo.

El sistema municipal centralizado que los reyes católicos establecieron en las capitulaciones de Santa Fe, en 1492 no fue acatada en América. “Una cosa era gobernar y administrar justicia en nombre del monarca a los súbditos de la península, y otra imponerlo a un puñado de aventureros en tierras donde el coraje y la buena espada eran necesarias. Los reyes tuvieron que transar con el espíritu de los pobladores y darles la participación a que tenían derecho”.1

La concepción municipal centralizante española del siglo XVI no funcionó en América y renació las vigencia del municipio del siglo XIV, ejemplifica José Ma. Rosa “...en 1573 Juan de Garay fundaba Santa Fe pero no impuso el Concejo o Cabildo, sino que estableció que se gobernaría por dos alcaldes y seis regidores, extraídos del “común” de vecinos y elegidos por el Cabildo saliente “como Dios mejor les diere a entender”. Idéntica constitución municipal daba ese mismo año Jerónimo Luis de Cabrera al fundar Córdoba de la Nueva Andalucía. “La realidad indiana se imponía sobre el modelo español, Córdoba y Santa Fe se gobernarían a si mismas aunque otra cosa dijeran las capitulaciones de Santa Fe de 1492 y otras Provisiones administrativas reales”.2

Coincide con esta realidad Horst Pietschmann -citado por Nidia R. Areces- cuando dice, refiriéndose al enfoque constitucionalista, “... el proceso histórico del estado en Hispanoamérica debe enfocarse desde una perspectiva doble: la metropolitana y la propiamente hispanoamericana. La perspectiva metropolitana se caracteriza por todo un conjunto de transferencias a América de instituciones y contenidos políticos-mentales que arraigan en este continente. Por otro lado, la perspectiva hispanoamericana se caracteriza por un escaso grado de institucionalización (...) y mas bien, por el aporte que supone la creación de estructuras socioeconómicas, identidades e idiosincrasias americanas y regionales”.3

Las ciudades indianas nacían con una independencia que relativizaba los cánones metropolitanos y que se hacía necesaria por las condiciones de vida propiamente americanas. En concreto los vetustos fueros autonómicos del medioevo, los siglos XIII al XIV, resurgieron en Indias permitiendo una creatividad exigida por el medio, pese a todos los textos centralizadores de la España de siglo XVI.

La verdad es que, si bien la corona y la metrópoli legislaban para las Indias, la realidad americana les impuso elaborar una legislación permisiva que se manifestó en un derecho local o municipal indiano. Al respecto, Eduardo Martiré señala que esa legislación, ya fuese sancionada en España o en América “...estaba destinada espacialmente a contener la singularidad indiana de cada territorio, y poner de manifiesto la autonomía (¿independencia?) con que se movían los funcionarios en América. Llamados a resolver las situaciones que se les presentaban tenían en cuenta, por supuesto, el marco general del Derecho Indiano, y aun el de Castilla, pero atendiendo celosamente a lo “especial” de su distrito. Porque ese particularismo, no lo olvidemos , implicaba inclusive lo particular dentro de lo particular, es decir un localismo más circunscripto al estrecho lugar de aplicación...”, y remarca Martiré esta característica, citando a una autoridad colonial en la aplicación del derecho en hispanoamérica que fue Solórzano Pereira (1575-1655) quien en su conocida Política Indiana (1647) sostiene “...la obligación por parte del jurista de atender a la gran variedad de necesidades y modalidades locales que se advierten entre las diferentes comarcas indianas para acertar en la decisión de las cuestiones que podían presentársele”.4

Es de destacar el Cabildo o Ayuntamiento hispanoamericano como la institución mas difundida en la manifestación de localismos, particularismos y si se quiere autonomías. Con mucho acierto Ricardo Zorraquín Becú explica la aparente contradicción del centralismo absoluto y los particularismos y autonomías indianas al decir: “la organización del poder en Indias no configuraba una pirámide, sino que podía compararse con una circunferencia cuyos rayos partían todos de la Corona -centro único de soberanía- y se distribuían a través de todos los organismos hasta encontrar las últimas capas sociales y los problemas mas menudos de la administración. Cada autoridad dependía a la vez de otra, pero tenía cierta autonomía funcional y podía ser controlada por organismos que en realidad no eran sus superiores. Se trataba de un sistema jerárquico dúctil, que reveló su eficacia precisamente en su elasticidad...” “...la vida religiosa, política, militar, financiera y económica de cada provincia americana se desarrollaba con una gran autonomía interna”.5

“Fueron los cabildos de América los órganos de expresión de los derechos sostenidos por los criollos, aunque se sentasen en sus escaños también españoles peninsulares, pues estas corporaciones se habían constituido en cabeza de la sociedad local, intérpretes de sus necesidades y aspiraciones, como que a la postre protagonizaron el movimiento de independencia de la metrópoli.” 6

Señalemos a Veracruz (México) como sede del nacimiento de la libertad comunal americana, fue la primera ciudad europea en tierras de América sin ley ni orden alguna; pues Cortés (1519) constituyó a su ejército de conquistadores en “comunidad de la rica ciudad de la verdadera Cruz”. Muchos pensadores políticos ven en su acto fundacional el primer “acto de suprema democracia” sobre el continente americano. Desde entonces cada fundación de una nueva ciudad va unida a la constitución de un consejo de ciudadanos, o sea un cabildo.7


La Realidad Municipal Colonial Hispanoamericana en Santa Fe

Cada ciudad hispanoamericana tuvo su Ayuntamiento o Cabildo constituido por sus propios vecinos. Una de las preocupaciones iniciales, luego de la fundación, era tener un edificio, la casa del ayuntamiento o Cabildo.

Santa Fe no fue una excepción a esta tradición. Cuando la ciudad se traslada desde su sitio viejo fundacional a este “pago de la Vera Cruz”, entre las prioridades estaba levantar una casa para el Cabildo. Este primer edificio de mediados del siglo XVII fue un sencillo recinto de adobes y tapias con techo a dos aguas de cañas y maderas. Su ubicación fue siempre en el solar donde se levanta la actual Casa de Gobierno de la Provincia frente a lo que era la Plaza Mayor de la ciudad.

Este edificio, hacia fines del siglo XVIII (y desde antes también) se fue deteriorando de tal manera, que fue necesario pensar en construir otra casa del Cabildo, idea que impulsó el Teniente de Gobernador Juan Francisco Tarragona; comenzándose la obra en 1814 para quedar, en 1821, concluida la nueva Casa Capitular o Cabildo, tal como hemos llegado a conocerla actualmente a través de la fotografía, con su variante: con torre y sin ella. Este Cabildo existió hasta que arremetió la cultura no tradicional de fines del siglo XIX, empapada del liberalismo iluminista para el que todo lo hispano era símbolo de atraso y negación de progreso; cultura que se manifestó en la voz de los hombres públicos de entonces con un fuerte discurso antihispanista.

Así fue que en la Legislatura de la Provincia, y por otras autoridades del Poder Ejecutivo, se sostuvo que el Cabildo era un símbolo de atraso y que funcionalmente no respondía a las necesidades que el progreso reclamaba. Esto se decía a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Este viejo e histórico Cabildo, que constituía una íntima caja de recuerdos gloriosos del desarrollo institucional de la Patria, era una edificio sólido y ponderado arquitectónicamente por viajeros y visitantes. Dos historiadores significativos de la ciudad, José Pérez Martín y José Rafael López Rosas coinciden en citar los siguientes juicios: Tomás J. Hutchinson que fuera cónsul inglés en Rosario, escribió: “Al otro lado de la plaza y enfrente a la Matriz, está el Cabildo o Casa de Gobierno... La Cámara donde los diputados provinciales se reúnen está en los altos y se halla elegante y sencillamente amueblado, teniendo una rica alfombra de tripe, dos arañas de cristal muy finas y las armas argentinas pintadas en un gran escudo sobre la silla del presidente”. Gabriel Carrasco en su obra “Descripción Geográfica y Estadística de Santa Fe” (año 1886) manifiesta: “El edificio más notable de la ciudad, es sin duda, el Cabildo, que ocupa la mitad de uno de los frentes de la plaza principal. De dos pisos, formada de siete arcos en el interior que sostienen otros tantos en el superior, con una gran balconada o corredor y elevando una preciosa torre construida en 1877, se asemeja bastante a los Cabildos de Buenos Aires, Córdoba y Tucumán, pero es mejor que estos últimos y aunque el de Buenos Aires tiene mayores comodidades interiores, la fachada del de Santa Fe agrada más porque su torre es mejor proporcionada al edificio que la de la Capital argentina”.8

Quizá lo mas grave que cometieron los hombres públicos que decretaron la demolición del Cabildo, es no haber recordado todos los acontecimientos que ocurrieron en la Casa Capitular, tanto de orden local, provincial, como que desde sus balcones se anunció la autonomía santafesina de la tutela absolutista de Buenos Aires, también desde sus salas gobernó Estanislao López, el “Patriarca de la Federación”; pero adquieren más relevancia aún, por su significación en la organización nacional, en su Sala Capitular se reunió la Convención Representativa Nacional de 1828-29, también en 1831 los representantes de las cuatro provincias litorales firmaron el Tratado Federal del 4 de Enero, piedra angular y escalón previo e inmediato a la organización de 1853 y finalmente, en ese año de 1853 se reunió la Asamblea General Constituyente, la que por primera vez, desde mayo de 1810, logró hermanar las catorce provincias y organizar el país como república representativa federal. Hay otros antecedentes más, pero basten estos, especialmente el de la organización constitucional nacional de 1853, para que el Cabildo de Santa Fe hubiese sido conservado como el monumento nacional de la unidad y no hubiera sucumbido bajo la piqueta ingrata y desnaturalizada del llamado Progreso. En los Estados Unidos de Norteamérica, país progresista, a nadie nunca se le ocurrió demoler el “Philadelphia Hall” donde se declaró la independencia y es lugar de sagrado respeto, porque saben bien que el progreso no está reñido con la tradición histórica, el árbol del presente tiene sus profundas raíces hundidas en la historia.


La Campana del Cabildo de Santa Fe

El Cabildo de Santa Fe, como casi todos los cabildos, tenía una campana. Su tañido convocaba al pueblo para la lucha en caso de ataques; para la celebración de los grandes fastos locales, virreinales, reales y más tarde patrios, y para otras tantas circunstancias más.

El Cabildo de Santa Fe la tuvo desde 1770. Expulsados los jesuitas en 1767 por la dinastía Borbón, quedaron las misiones jesuíticas en manos de las Juntas de Temporalidades, las que en su mayor parte se dedicaron a vender los bienes. De esas ventas vino a parar a Santa Fe una campana, que había sido fundida en las misiones en el siglo XVII, que se instaló en el Cabildo.

Santa Fe padeció durante el siglo XVIII y gran parte del XIX el ataque permanente de las tribus indígenas del norte. En el siglo XIX no solo sufrió los ataques indígenas, sino que en 1815 al declararse autónoma, el empeño centralista de Buenos Aires por retenerla, se manifestó en las brutales invasiones directoriales que se sucedieron desde 1815 a 1820. Todas fueron rechazadas por los santafesinos, de allí lo de “Provincia Invencible de Santa Fe”. En todos estos avatares la campana del Cabildo sirvió para alertar o convocar al pueblo para la defensa o también reunirlo para anunciarle las victorias.

Bajo el Gobierno de Mariano Vera, en 1816, cayó la más injusta y salvaje invasión que sufriera la provincia. Los santafesinos acaudillados por el gobernador Vera y el general Estanislao López terminaron por poner en fuga a los 1.500 hombres del ejército porteño del Gral. Díaz Vélez.

Durante la ocupación la soldadesca saqueó durante semanas la ciudad de tal forma que la misma quedó en la peor de las miserias.

Nada se salvó. Del Cabildo se robaron la campana. Hecho injuriante, que lesionaba el espíritu de libertad de todo un pueblo por lo que ella representaba; simbolizaba el anhelo de todos, lo que vale decir la descentralización, la autonomía, la capacidad de autodeterminación.

La campana saqueada, estuvo por la fuerza en algunos sitios de Buenos Aires, hasta que en 1930 termina cautiva en el Museo Histórico de Luján.

En 1986, con motivo de celebrarse el bicentenario del nacimiento del Brigadier General Estanislao López, las instituciones tradicionalistas santafesinas, en especial el Fortín Brigadier General Estanislao López movieron los niveles superiores oficiales de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires y lograron la recuperación de tan preciado símbolo.

Después de nueve días de viaje a caballo desde Luján, los jinetes del Fortín Estanislao López y de otras entidades de la Federación Gaucha de la Provincia, entraban a Santa Fe el 22 de noviembre, día del natalicio de López, y entregaban al gobernador de la Provincia la campana en una emotiva y multitudinaria ceremonia popular realizada en el parque del Sur.

Actualmente, la campana se exhibe en un cubo de cristal colocado en el descanso de la escalinata de acceso al primer piso del palacio gubernativo, junto al busto de Estanislao López.


Epilogo

Al igual que la casa de la Independencia de Tucumán, el Cabildo de Santa Fe, cuna de la organización nacional debió ser salvado, lamentablemente fue demolido, sobre este hecho con mucho acierto ha escrito José Rafael López Rosas:

“En lugar de la casa histórica del Cabildo, los progresistas decimonónicos nos endilgaron a los santafesinos una casa gris, de fachada y de espíritu; con un frente francés y una línea que nada nos dice y que nada lleva de nuestra tradición”. 9