Camperadas
El Gaucho santafesino en la Independencia y las Guerras Civiles.
 
 
Con la llegada de este período histórico y sus secuencias bélicas, la vida del gaucho en general y en particular la del gaucho santafesino, va a sufrir un vuelco notable, como la sufrieron casi todos los habitantes del antiguo Virreinato del Río de la Plata. De una actividad principalmente pastoril pasó a desempeñar otra esencialmente militar.

Nuestra Provincia, por su posición estratégica, se convirtió en paso obligado de los ejércitos expedicionarios al Paraguay, al Alto Perú e incluso a la Banda Oriental. Luego, cuando estalló la Guerra Civil entre Artigas y Buenos Aires, se transformó en campo de batalla entre ambas fracciones y debió soportar sucesivas invasiones de los ejércitos directoriales, como también las tropelías de las fuerzas artiguistas cuando acudían en defensa de los santafesinos.

El gaucho fue el elemento principal e indispensable para integrar los escuadrones de caballería, arma principal de los ejércitos de la época que, prácticamente, carecían de infantería y artillería.

Al pronunciarse la Revolución de Mayo, Santa Fe contaba con dos compañías de Blandengues que cubrían los fuertes y fortines de las fronteras con los aborígenes. Eran cuerpos especializados en esas funciones combativas y modalidades propias.

Por disposición de la Real Cédula que los creó en 1726, «debían integrarse con personal americano o sea criollos, concediendo además a esta tropa cierto «grado de liberalidad en la disciplina».

«Estas franquicias surgían de la dura realidad que imponía la vida en los Fuertes y Fortines diseminados en la vastedad del territorio donde era preciso vivir a campo, en condiciones insuperables para los europeos y para las cuales el criollo campesino, vaquero y jinete incomparable, tenía aptitudes que heredaría el gaucho su inmediato sucesor».

Conocedores de los secretos del monte, de la pampa y de los ríos, enfrentados a un enemigo indomable y astuto, de quien aprendían sus picardías, estos soldados fueron los más sólidos pilares de la supervivenvia de Santa Fe.»

A las cualidades de estos soldados llamados Blandengues se refería el Ten. de Gobernador de Santa Fe en Nota Oficio al Virrey del 9 de octubre de 1797 donde decía que ponía a disposición de S.E. 300 Blandengues que dominan el Caballo y son otros tantos peces para el agua.» 21

En las luchas de frontera con el indio y en los cuerpos de Blandengues habrían tenido, pues, su iniciación militar los gauchos de Santa Fe, seleccionados especialmente para integrar esas unidades de caballería.

Además de las dos Compañías de Blandengues, existían la Compañías de Milicias Urbanas que no eran cuerpos permanentes, como los Blandengues, sino que se convocaban a las armas en caso de peligro de invasión o amenaza de guerra. Había cinco de estas Compañías de Milicias: tres para la ciudad de Santa Fe y su campaña y dos para el Pago de Coronda.

Al producirse el pronunciamiento de Mayo de 1810, el General Belgrano fue designado para comandar un ejército expedicionario al Paraguay; dicho ejército a medida que avanzaba por las provincias del litoral iba incorporando contingentes de milicias y voluntarios. Santa Fe se desprendió de la única Compañía de Blandengues que pudo integrar en ese momento, compuesta de cien plazas incluidos oficiales y suboficiales; entre éstos iba el Sargento Estanislao López. De la segunda Compañía sólo quedaron nueve veteranos que constituyeron el núcleo para su recomposición y remonta.

De los Blandengues santafesinos incorporados a la expedición de Belgrano, muy pocos regresaron y los que lo hicieron pasaron a revistar en la nueva Compañía, única que subsistió por varios años.22Recién en 1815 se volvieron a integrar las dos compañías con su dotación completa.

Estos Blandengues tuvieron una participación destacada en la revolución de Mariano Vera en 1816, donde fue derrotado el ejército de Buenos Aires que ocupaba Santa Fe, bajo el mando del General Viamonte. El teniente Estanislao López hizo su aparición en la escena política, sublevando la Compañía acantonada en Añapiré.

El Gobernador Mariano Vera cambió el nombre de los Blandengues por el de Dragones de la Independencia, organizáandolos en escuadrones de cien hombres cada uno. No obstante, por largo tiempo, se los siguió llamando Blandengues o indistintamente Dragones o Blandengues.

En tiempos del Gobernador Estanislao López los Blandengues santafesinos adquirieron la costumbre de entrar en combate emitiendo un grito característico, por lo que fueron llamados «Blandengues sirirís» dada la similitud con el silbido de los patos silvestres de esa denominación, cuando vuelan en bandadas.

El uniforme de esos cuerpos de caballería, si bien se encontraba establecido en los reglamentos respectivos, en la práctica poco se cumplía, pues la situación del erario público no permitía tales erogaciones; y como en su mayoría sus integrantes provenían de la campaña, concurrían con su traje de paisanos agregándole un distintivo particular para diferenciarse, como podía ser un tocado especial, una pluma o una cinta en el sombrero.

Por esa falta de uniformidad en la vestimenta y por la forma especial de combatir en guerrillas, al estilo indígena, se llamó «montoneras» a esas tropas, denominación que luego se extendió a la de otras provincias que adoptaron la misma modalidad y organización combativa.

El General historiador Don Bartolomé Mitre, los describió así al relatar el combate del Fraile Muerto entre López y el General Bustos: «La columna de López presentaba un aspecto original y verdaderamente salvaje. Su escolta, compuesta de Dragones armados de fusil y sable, llevaba por casco (como los soldados de Atila una cabeza de oso), la parte superior de la cabeza de un burro con las orejas enhiestas por crestón. Los escuadrones de gauchos que le acompañaban, vestidos de chiripá colorado y bota de potro, iban armados de lanza, carabina, fusil o sable indistintamente, con boleadoras a la cintura, y enarbolan en el sombrero llamado de panza de burra que usaban, una pluma de avestruz, distintivo que desde entonces empezó a ser propio de los montoneros.»23

No obstante este aspecto poco marcial de los montoneros de López, en la guerra constituyeron una fuerza de choque temible, cualidad que demostraron en cuantos encuentros sostuvieron con los ejércitos regulares de Buenos Aires, como así también con irregulares similares a ellos.

Se caracterizaban especialmente por la velocidad con que se desplazaban, apareciendo, con poca diferencia de tiempo, en lugares distantes uno de otro. Irrumpían sorpresivamente y luego de golpear con su fuerza característica, desaparecían en la misma forma, como si se hubieran esfumado, para volver a irrumpir a muchas leguas de distancia en corto lapso de tiempo.

El choque de la caballería gaucha del Brigadier López era de una fuerza tremenda, y así lo demostró arrollando los cuerpos enemigos de los ejércitos regulares directoriales.

En Cepeda la carga de los santafesinos, con López a la cabeza, decidió el combate en corto tiempo. Arrolló el ala izquierda enemiga poniéndola en fuga precipitada y arrastrando en ella al propio Jefe del Ejército y Director de las Provincias del Río de la Plata, General Rondeau.

Otro tanto ocurrió en Cañada de la Cruz, donde con una sola carga desbarató el ejército del Gral. Soler. Meses después en las Chacras del Gamonal, hizo lo mismo con las fuerzas del Gobernador Dorrego.

También el entrerriano Pancho Ramírez y sus montoneros fueron víctimas de esa terrible carga santafesina, cuando se enfrentaron en las Lomas de Coronda, arrollándolos y poniéndolos en fuga; no obstante que pocos días antes habían derrotado, a su vez, las aguerridas tropas del Coronel Lamadrid.

Se hizo famosa en esa época la caballería santafesina, infundiendo pavor en el enemigo cuando se lanzaba a la carga, atronando el espacio con los toques de clarín, las bocinas de los indios y los alaridos de los Dragones sirirís. Cobró fama de imbatible ese ejército gaucho, y por ello pudo inscribirse en su Escudo el título de «Invencible Provincia de Santa Fe».

Junto con la bravura en el combate, también la astucia gaucha fue otra de las armas preferidas de los santafesinos y su jefe. Con ella derrotó, sin combatir, al General Juan Lavalle cuando éste invadió el territorio santafesino al frente de veteranos de la guerra del Brasil, luego de derrotar y fusilar a Dorrego en 1828. Primero lo agotó con marchas y contramarchas, apareciendo y desapareciendo, amagando atacar y esfumándose como si se lo hubiese tragado la tierra. Con tales movimientos aparentemente insólitos, fueron atrayendo al ejército invasor hasta llevarlo a la famosa Cañada de los Carrizales, minada de romerillo o mio-mio, yuyo venenosísimo que los caballos de los mentados Coraceros, cansados y hambrientos, comieron a boca llena. Fue así como al amanecer del día siguiente de haber acampado en los Carrizales, al toque de ensillar, se encontraron los soldados de a pie, con la caballada postrada en su mayoría, víctima del romerillo. Lavalle no tuvo otra alternativa que ordenar la retirada; se los vio entonces desfilar, a los orgullosos y bravos Coraceros, con la montura al hombro y la cabeza gacha.

El próximo encuentro entre López y Lavalle ocurrió en el Puente Márquez, a las puertas de Buenos Aires. Hasta allí llegó López al frente del ejército nacional, designado a tal efecto por la Convención reunida en Santa Fe.

Dispersada su caballería, Lavalle hizo formar cuadro a la infantería para defender el puente y contener a los montoneros. La infantería era entonces el arma más temida por la caballería, dada su potencia de fuego que la hacía infranqueable cuando, formada en cuadro, se defendía por los cuatro costados vomitando una cortina de balas y haciendo imposible atacarla por los flancos o la retaguardia. Para desbaratar ese cuadro, los santafesinos echaron mano a una manada de yeguarizos salvajes, a los cuales les ataron cueros secos en la cola y azuzándolos los lanzaron contra el cuadro. Los potros espantados atropellaron a los infantes quienes, si bien consiguieron desviarlos a tiempo, no pudieron evitar que el cuadro se desbaratara, se escaparon los caballos de pelea que estaban dentro del mismo y que luego penetrara la caballería enemiga, obligando a la retirada de aquéllos, quienes tuvieron que abandonar el puente y refugiarse en la orilla opuesta.

Estos y otros ardides eran moneda corriente en aquellas guerras de recursos, donde había que suplir con astucia la falta de armamentos y medios de combate que, por lo general, abundaban en los ejércitos enemigos.

Los gauchos santafesinos participaron también activamente en las campañas de las fronteras contra el indio invasor, que asoló por centurias tanto los campos del norte, como los del sur de la provincia.

Así los vemos en el siglo XVIII bajo la conducción de Francisco Javier de Echagüe y Andía, Antonio Vera Mujica, Melchor Echagüe y Andía y Prudencio María Gastañaduy, reconquistar las tierras arrasadas por los Guaycurúes del Chaco, someterlos y reducirlos en los pueblos misioneros, estableciendo además una cadena de fortalezas guarnecidas por los famosos Blandengues de la frontera.

En el siglo XIX, bajo Estanislao López, sometieron a los «montaraces» del norte, que tenían sus tolderías al oeste del Río Salado.

En la frontera Sur, guarnecieron los fuertes de Melincué, India Muerta, la Horqueta del Saladillo y Guardia de la esquina; a la vez que expedicionaron en La Pampa, llegando con su Jefe a las tolderías ranqueles de los Caciques Lienan y Curitipay.

En estas campañas, además de los cuerpos de Blandengues y Milicias, López incorporó destacamentos indígenas militarizados, constituidos sobre la base de los reducidos en los pueblos Misioneros. Tales fueron los conocidos como Lanceros del Sauce, Lanceros de San Javier y Lanceros de San Pedro. Dichos cuerpos, además de intervenir en las contiendas de la guerra civil, participaron en las campañas de frontera contra los «montaraces» y «ranqueles» del norte y del sur, respectivamente.

Tales aborígenes, reducidos a pueblo «bajo cruz y campana», habían adquirido hábitos y costumbres de nuestros gauchos y poco se diferenciaban de ellos.

Desaparecido el Brigadier, todos estos cuerpos, tanto los integrados por criollos como por indígenas, continuaron prestando servicios bajo la dirección de hombres como Juan Pablo López, Jacinto Andrada, Santiago Oroño, Prudencio Arnold y otros.

Los santafesinos cobraron fama de valientes guerreros, imbatibles en el campo de batalla; se dieron el lujo de rechazar los ejércitos directoriales de los Generales Viamonte, Díaz Vélez y Balcarce; a la vanguardia del Ejército del Norte comandada por Bustos; al propio Director Rondeau en Cepeda y al Gral. Soler en Cañada de la Cruz; al Coronel Dorrego en Gamonal al frente del ejército porteño y al mismo General Juan Lavalle con los veteranos del Brasil en el Puente de Márquez. Con el General Paz y su ejército no llegaron a enfrentarse porque un certero tiro de boleadoras del gaucho Francisco Ceballos, dio por tierra con dicho General y sus aspiraciones hegemónicas.

Sólo dos derrotas sufrieron el Brigadier y sus hombres en los campos de batalla: una frente a Dorrego en Pavón, en circunstancias en que había licenciado sus tropas conforme al armisticio celebrado entre ambos jefes; la otra frente a los indios Ranqueles en la Estancia de Gómez.24

Durante el largo período de las guerras civiles entre federales y unitarios, muchos cristianos buscaron refugio en las tolderías indígenas, para escapar a la persecución de los vencedores que no daban cuartel a los perseguidos.

Así un santafesino, el Alférez Ponce, con treinta comprovincianos que militaban en el ejército de Juan Pablo López, luego de la derrota de Malabrigo, buscaron amparo en las tolderías ranquelinas de Manuel Baigorria, Jefe puntano que comandaba un núcleo de gauchos exilados entre aquellos indios.25

No todo eran flores en la vida del gaucho de aquella época: se jugaban la vida en cada patriada; si salían bien regresaban llenos de gloria y laureles, pero «si se les daba vuelta la taba» podían dejar el cuero para alimento de los caranchos, o bien exilarse de por vida en algún país vecino o en una toldería indígena.