Camperadas
El señuelo
 
 

En la mayoría de las estancias, hace cuarenta y más años, se utilizaba el señuelo para todos los trabajos grandes de hacienda vacuna: rodeos, apartes, arreos, encerradas, etc. Hoy prácticamente no se ven ni se conocen. En algunos campos sobre la costa del río Paraná, aún se emplean para entrar y salir de las islas, según sea la bajante o la creciente del mismo. Ayudan eficazmente a cruzar riachos y arroyos, haciendo punta y guiando a la tropa que los sigue, cuando hay que azotarse en los pasos de agua.


El señuelo lo componen diez o veinte novillos con un madrino. Se los enseña a andar siempre juntos, a entrar y salir de los corrales haciendo punta en las puertas al grito de «fuera buey», a permanecer quietos en la orilla del rodeo mientras se apartan los animales que se van incorporando al mismo hasta formar la tropa, a vadear ríos y arroyos azotándose en el agua a la cabeza, para que los sigan los demás vacunos. Señuelo se denomina al conjunto de novillos o bueyes que lo constituyen. Cada animal individualmente se llama «señuelero» o simplemente «buey».


El último señuelo que conocí, hace de esto treinta años, lo integraban treinta novillos overo colorados y un madrino rosillo; este último llevaba un cencerro al cogote ceñido por una guasca con botón de madera.


Prestaba incomparables servicios en los arreos, en los apartes, en las encerradas. El peón encargado del señuelo usaba un arreador largo que hacía chasquear, sonando como un tiro. Con este chasquido y el grito de «dentro buey» o «fuera buey» era suficiente para que puntearan guiando la hacienda, que se venía solita detrás de ellos. Concluido el arreo, encerrada la tropa o largada a un potrero, siempre se apartaba y retiraba el señuelo a otro corral o piquete, para que no perdieran la costumbre de andar juntos.


Este último señuelo que conocí se vendió en un remate grande, después de haber prestado su postrer y utilísimo servicio en la preparación de los lotes para la venta.


Como se trabajaba en cuatro o cinco rodeos simultáneamente, se fraccionó el señuelo en otros tantos grupos de señueleros; así iban y venían llevando y trayendo los lotes a medida que se constituían, o bien permanecían echados rumiando a orillas de los rodeos mientras se apartaban los animales a pata de caballo.


Nunca olvidaré esos bueyes guampudos, overos colorados, que tantos servicios prestaron y que en la última faena de su vida, parecía que hubieran cobrado conciencia de su importancia y responsabilidad, aunque con ella su destino estaba sellado.


Fue el último señuelo; no he vuelto a ver otro trotando a la cabeza de un arreo o punteando la entrada de los corrales; no se los ve más echados mansamente a la orilla de los rodeos, ni se siente el grito de «fuera buey», junto con el chasquido del arreador del peón señuelero.