Lecciones de Historia Rioplatense
Del 23 al 25 de mayo
 
 
“Si bien la voluntad popular era inequívoca y terminante en lo de la cesación del virrey en el mando —escribe Juan Beverina en su opúsculo “La semana de Mayo (1810)”—, el Cabildo no se atrevió a adoptar una medida tan radicalmente revolucionaria, por más que no le faltaba el fresco precedente de lo acontecido en Febrero de 1807 con el virrey Sobre Monte... El virrey cesaría, es cierto, en su alto cargo. Pero nada impediría que, bajo otra designación, continuase gobernando, acompañado de algunas personas, y presidiendo este nuevo gobierno hasta la reunión de los diputados de las provincias del interior”.

A fin de concretar la maniobra, el partido español aparentemente derrotado horas antes dispúsose a proceder con el “maior pulso y prudencia”. Consultado sobre el particular, el virrey aconsejó que “el punto fuese sometido a la consideración de los jefes de los cuerpos de la guarnición”. Así se hizo, manifestando éstos en forma clara —como lo habían hecho antes— “que lo que ansiaba el pueblo era que se hiciese pública la cesación en el mando del Excmo. Señor Virrey y reasunción de él en el Excmo. Cabildo; que mientras no se verificase esto, de ningún modo se aquietaría”.

Los regidores, atemorizados, acordaron entonces anunciar lo resuelto el día 22, por bando, en la forma exigida por los militares. Mas al mismo tiempo, bajo cuerda, ordenaban al administrador de correos “... que no permita salir posta ni extraordinario a ningún destino hasta nueva providencia de este Cabildo y Superioridad”.

El plan era, en verdad, maquiavélico: obrar por sorpresa sobre la base de presentar al vecindario hechos consumados que obligaran a paralizar el ímpetu de los extremistas y revolucionarios. Y con audacia, el Cabildo resolvió restablecer a Cisneros —nada menos— en el mando y jefatura de armas del virreinato. “La resolución adoptada por el Cabildo el 23 de Mayo respecto a la formación de un gobierno provisional bajo la presidencia del virrey —comenta Beverina—, 15 coincidía con el voto emitido en el congreso el día anterior por un vocal del mismo, el teniente coronel Pedro Antonio Cervino, el cual tuvo un solo adherente...”

Sin alborotos, anticipándose a las resistencias que descontaba, el Ayuntamiento hizo imprimir el 24 a primera hora un “estatuto” o reglamento de gobierno, cuyo artículo primero disponía: “Que continúe en el mando el Excmo. Señor D. Baltazar Hidalgo de Cisneros, asociado de los Señores: el Dr. D. Juan Nepomuceno de Sola, cura rector de la parroquia de Nuestra Señora de Monserrat, de esta ciudad; el Dr. D. Juan José Castelli, abogado de esta Real Audiencia Pretorial; D. Cornelio de Saavedra, comandante del Cuerpo de Patricios, y D. José Santos Inchaurregui, de este vecindario y comercio, cuya corporación o junta ha de presidir el Señar Excmo. Virrey, con voto en ella, conservando en lo demás su renta y las altas prerrogativas de su dignidad, mientras se erige la junta general del Virreinato”.

Ahora bien, como acontece en circunstancias semejantes: “Esa tarde del 24 de Mayo “corrieron buenas noticias de Europa, tales como haber sido batidos los Franceses en Andalucía... Además se dijo que la Rusia se había declarado en guerra contra Francia, y que ya se hallaba un Ejército Ruso en la Polonia Francesa”. Un recurso, sin duda, de la técnica noticiosa españolista —refiere Julio César Chaves—. 16 Ocurrió entonces, que, en forma completamente inesperada, surgió la resistencia popular a la maniobra astuta del Cabildo. En las plazas, las calles, los cuarteles, en todas partes de la ciudad, levantóse viril y apasionada la protesta, que alcanzó su punto culminante en el cuartel de los Patricios, donde no bien se conoció la resolución del Ayuntamiento alborotóse la oficialidad. Paisanos y militares, sin distinción, gritaban entremezclados. En vano pretendió tranquilizarlos Saavedra, pues “ni sus rogativas ni sus promesas fueron suficientes para convencerlos o para que se acomodasen”. Tuvo que “hacer tocar música” para que no se reuniese gente del pueblo a “oír y admirar” las violencias verbales de Chiclana y Vieytes. Durante toda la tarde y la noche continuó la agitación febril en ese cuartel, pues sus oficiales manifestábanse “muy disgustados de la elección”.

Para los criollos, lo más grave era que a Cisneros se le confiaba —como presidente de la flamante Junta— el mando de todas las armas de Buenos Aires. El virrey lo confiesa con estas palabras: “... Yo no consentí que el gobierno de las armas se entregase como se solicitaba, al Teniente Coronel de milicias urbanas. D. Cornelio Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo tiempo las había conservado y defendido con honor, y a quien V. M. (la autoridad que invocaba a Fernando VII) las había confiado a su Virrey y Capitán General de estas Provincias, y antes de condescender con semejante pretensión, convine con todos los vocales en renunciar los empleos y que el Cabildo proveyese de gobierno...”

El Río de la Plata quedaba acéfalo, por segunda vez, desde las invasiones inglesas. Y lo mismo ocurría en la metrópoli europea: dividida, desangrada y con el invasor adentro.

“Esa noche (del 24) —refiere Chaves—, 17 Buenos Aires durmió a medias. Grupos armados recorrían sus barrios, sus calles, vigilaban sus plazas, mientras otros se apostaban en los corredores del Cabildo. “Hubo amenazas terribles con otros accidentes con que indicaban la nulidad de lo acordado...” Vióse al fraile mercedario Juan Manuel Aparicio, a caballo y con pistola al cinto, correr por los cuarteles, “animando y sublevando las tropas”, y predicando en los corredores de la casa capitular la libertad e independencia. El alba, que estaba llamada a ser el de una nueva y gloriosa nación, encontró a los principales patriotas congregados en los salones de la mansión solariega. De allí, pasaron a la casa de Azcuénaga, situada al lado de la Catedral, para seguir de cerca todas las alternativas”.

Amanece el 25 de Mayo —frío y lluvioso—, tan conocido que voy a pasar por alto sus detalles y sucesos particulares. Bástame decir que, en esa fecha, la primera Junta se hace cargo “provisoriamente” del mando jurando fidelidad a Femando VII, bajo la presidencia de Cornelia Saavedra.

“... es notorio que los patriotas se lanzaron a la revolución recién cuando lograron asegurarse la adhesión de los comandantes de las fuerzas militares —comenta Beverina—. 18 Pero aún suponiendo que esto último no hubiese acontecido y que el movimiento de emancipación se produjera a pesar de ello, es poco probable que los batallones urbanos, constituidos por una parte del pueblo de Buenos Aires y carentes de la rígida disciplina de los cuerpos veteranos, se hubiese resuelto a acatar las órdenes de las autoridades, de emplear las armas contra sus conciudadanos”.

Hasta aquí, los sucesos del año 1810 cuyo escenario fue la heroica y leal capital del Plata. ¿En la metrópoli distante?... “Es curioso recordar —anota Roberts— 19 que en el mismo mes en que en Buenos Aires se juraba obediencia a Fernando VII y en España el pueblo se desangraba por él, ese real sinvergüenza, el 3 de mayo, escribía a Napoleón haciéndole saber su vivo deseo de ser su hijo adoptivo, pues eso “quitaría a un pueblo enceguecido todo pretexto para continuar cubriendo su país de sangre en nombre de un príncipe que había pasado a ser príncipe francés e hijo de Napoleón, por su libre elección y por adopción”.

Abyecto lenguaje y traidora actitud de un gobernante, cuya prisión provocó el levantamiento popular de 1808 en su defensa. Tal, vileza le costó cara: un Imperio que, con toda justicia, le dio la espalda para siempre.