Lecciones de Historia Rioplatense
Un vaticinio histórico
 
 
Don Tomás Manuel de Anchorena, a la sazón, formaba parte del Cabildo regular. En una interesantísima carta dirigida a Cisneros, fechada el 25 de Abril de 1810 —exactamente un mes antes de la quiebra del régimen—, hablábale, entre otras cosas, sobre la necesidad de restablecer la unidad amenazada, repudiar el “separatismo” insinuado en las Juntas y obrar con extraordinario tino para evitar males mayores.

Anchorena terminaba su profética carta con estas palabras sombrías: “Todos querrán mandar, ninguno obedecer, y la ley del más fuerte se subrogará a la razón y a la justicia. Nos hallaremos sin saber cómo envueltos en la confusión y el desorden, y el horror de nuestras propias miserias y calamidades nos hará ceder a las acechanzas de cualquier tirano o déspota que nos quiera esclavizar, (se refiere, sin duda, a Napoleón). ¿Será posible que previendo desde ahora todo este conjunto de desgracias no procuremos fabricar con tiempo un muro inexpugnable que llegado el caso contenga la osadía de los malvados, imponga el respeto a cualquier tirano, sea el apoyo de nuestra seguridad y el sostén de nuestra libertad? No, señor Excelentísimo. V. E. no podrá dar un comprobante cierto de su lealtad a nuestro Soberano y del amor que profesa a la Patria (es altamente significativa esta referencia a la Patria —con mayúscula— en aquellas circunstancias de acefalía), y al que le estrecha el vínculo especial de ser su único y legítimo representante, si en circunstancias tan críticas no tratara de preservarla de los riesgos que la amenazan, cuyo éxito cabe en lo posible; y que llegado a verificarse, se perjudicarían en gran manera los derechos de nuestro Monarca, peligraría la Patria y V. E. se haría responsable a todos los ciudadanos de su omisión e indolencia. V. E. debe observar al presente la conducta de un experto piloto que navegando en alta mar ve de repente que se prepara una terrible tempestad. Yo, aunque individuo de este Exmo. Ayuntamiento no me atrevería por ahora a indicar a V. E. lo que deba hacer en particular; pero suplico encarecidamente se sirva V. E. fijar por un momento toda su atención y meditación sobre nuestra situación actual y la que nos espera; y según el concepto que llegue a formar V. E. (del que estoy seguro que nunca podrá ser errado), se servirá acordar las medidas que su notoria justificación y prudencia consideren más adecuadas y oportunas para nuestra conservación y seguridad... Yo he considerado propio de mi deber hacer esta exposición a V. E. a la que sólo me ha animado los sentimientos más puros de lealtad y patriotismo y para que exista un testimonio público con el que pueda yo responder de mi conducta en cualquier tiempo, pido a V. E. se sirva mandar se inserte literalmente en el Acuerdo de este día. Buenos Aires, abril 25 de 1810”.

Los propios funcionarios porteños no se hacían muchas ilusiones, como se ve, sobre la marcha de los sucesos en la madre patria. La caída del virrey se cumplió exactamente treinta días después de este vaticinio.