Lecciones de Historia Rioplatense
Consejo de Regencia en Cádiz
 
 
Son conocidos los hechos que se producen en España durante los primeros meses de 1810.

Las águilas imperiales triunfan en Despeñaderos sobre las fuerzas del general Castaños, ocupando toda la península menos la ciudad de Cádiz y la isla de León. La Junta de Sevilla refugiase en aquella urbe, último reducto ibérico. A poco, un tumulto de proporciones termina con la vida del gobernador Francisco Solano, marqués del Socorro, y la Junta es disuelta siendo perseguidos sus miembros y expulsados del país por traidores a la patria. En su reemplazo, desígnase un Consejo llamado “de Regencia”, constituido por comerciantes explotadores del monopolio colonial, pero reconocidos como personas fieles al pueblo gaditano.

El 31 de Enero, el flamante Consejo pretende continuar gobernando a España y sus posesiones en nombre de Fernando VII; y con las mismas prerrogativas de la disuelta Junta Central. Es indudable: del punto de vista legal, no tenía títulos para regir el Imperio y sus territorios ultramarinos. Así lo comprendieron los criollos de Buenos Aires al tener noticias de estos hechos, pocos meses después, como lo veremos.

Entre tanto los británicos, que habían establecido su cabecera de puente en Río de Janeiro, viendo las cosas mal y temiendo que América pudiera ser transferida a Francia, tomaban nota de los hechos en un extenso “memorándum” —redactado el 15 de Noviembre de 1809 por Charles Stuart para el ministro Wellesley— que se halla protocolizado en el ministerio de Relaciones Exteriores inglés, bajo el expediente F.O. 72/90. El documento dice así, en la parte que nos interesa: “Las tendencias de los caudillos sudamericanos deben averiguarse, como también la fuerza, disposición y relativas ventajas de cada colonia, de manera que cuando la situación haya hecho crisis, podamos poner manos a la obra con conocimiento de causa, aprovechar de todas las circunstancias y, poniendo en actividad los recursos de esas colonias, aprovechar esas fuerzas para aumentar la nuestra”.

Por su parte Napoleón, bien informado del propósito de los rioplatenses de resistir y temeroso de Inglaterra, con fino tacto político resolvió prometer la independencia a cambio de ventajas comerciales. Comisionó a este efecto a Roque Frías y Benigno Alfaro, a los que siguieron: Santiago Antonini, Duelos y St. Croix (viejos amigos de Liniers). Pero su gestión no tuvo éxito pues llegaron tarde a destino.

Lo mismo le ocurrió a Padilla, enviado confidencial del gobierno inglés a Buenos Aires.

Ambas misiones topáronse con un hecho consumado que no esperaban: la primera Junta constituida en el Plata, al margen de influencias extranjeras beligerantes.