Lecciones de Historia Rioplatense
1º de enero de 1809
 
 
Al grito de “¡Abajo el francés Liniers!”, “¡Junta como en España!”, el partido español acaudillado por su jefe, Martín de Alzaga, irrumpía en la plaza de la Victoria.

Se acusaba al Virrey de haber violado las Leyes de Indias al permitir a su hija contraer enlace con un extranjero —el mayor Juan Perichón —, de nacionalidad francesa. Y por el nombramiento, de alférez real recaído en don Bernardina Rivadavia: “incapaz, notoriamente de ningunas facultades” y “sin el menor mérito” (reza el acta del Cabildo del día anterior), razón por la cual tuvo Liniers que retirar el candidato. Del punto de vista legal el primer cargo era grave, pues, según lo expresaba la ley ochenta y dos, en el caso ocurrido el funcionario vacaba quedando de hecho cesante. Y como en esa fecha debía llamarse a elecciones de cabildantes, éstos no iban a poder entrar en posesión de sus funciones por no haber autoridad que los confirmara en las mismas.

“La Audiencia —escribe R. Levene— 2 considerando que el tribunal no podía tomar conocimiento ni imponer penas a los virreyes, atribuciones que eran propias del Consejo de Indias, resuelve que el Cabildo efectúe como de costumbre las elecciones de los capitulares, llevándolas a la confirmación del Virrey, en la inteligencia de que si acerca de dichas elecciones fuese necesario a algún individuo interesado interponer recurso ante el tribunal se le oirá en el correspondiente grado, administrándose justicia. Este pequeño episodio vino a turbar las relaciones amistosas del Virrey con la Audiencia e impuso a Liniers la necesidad de confirmar de plano las elecciones que efectuaría el Cabildo al día siguiente”.

Está demás decir que los candidatos habían sido seleccionados cuidadosamente por Alzaga, y eran todos de tendencia opositora, simpatizantes de la Junta de Montevideo.

Terminado el acto eleccionario, una diputación dirigióse a la Fortaleza llevando el libro de acuerdos. Mientras, se oía el furioso repique de la campana del Cabildo: “medio conocido ya y usado el 14 de Agosto de ochocientos y seis, y diez de Febrero de ochocientos y siete para conmover al pueblo”, refiere la Audiencia.

Liniers que contaba aún con el apoyo de las milicias criollas, prestó su confirmación a los electos, quitando, así, todo pretexto subversivo al partido del Cabildo. Envalentonado por la pasividad oficial, decidió éste armar el tumulto a la salida del Fuerte. Convocóse a gritos a Cabildo abierto, resolviendo de inmediato —los facciosos— constituir una junta asistida por dos secretarios: Julián de Leiva y Mariano Moreno, americanos de origen. Se buscaba la eventual independencia del virreinato, pero en beneficio del partido españolista. Instruido el Virrey de la novedad, manifestóse contrario a ella, y, para no exponer a estas colonias — dijo— “a los males que inevitablemente resultarían del establecimiento de dichas Juntas de América (¡que vaticinio!) con trastorno de su legislación y variación de su actual sistema con que por tanto tiempo se han conservado unidas y dependientes de su Metrópoli... proponía; Liniers hacer dimisión del mando en el oficial de mayor graduación a quien se declarase corresponder accidentalmente...” 3

Pero: “...al poco rato se oyeron voces descompuestas en la sala de los retratos —nos relata el escribano encargado de labrar el acta del día— 4 donde también había salido su Excelencia y regresó a la de la Junta acompañado del Comandante de Patricios Don Cornelio Saavedra, el del Cuerpo de la Unión Don Gerardo Estove y Llac, del de Granaderos de Liniers Don Florencio Terrado, del Sargento Mayor de este Cuerpo Don Rodrigo Ravagno, del Comandante de Montañeses don Pedro Andrés García, del de Uzares don Martín Rodríguez, del Sargento Mayor de la Plaza, del Coronel Don Francisco Agustín, del Comandante de Artillería Don Francisco Pizarra y otros oficiales...” Y la plaza quedó, en un abrir y cerrar de ojos, literalmente copada por tres batallones de Patricios y el de Montañeses; mientras “soldados de infantería ligera ocupaban las alturas de la recova y azoteas de la casa de Escalada”.

Los únicos cuerpos armados que apoyaban la revolución alzaguista: el de Vascos, Vizcaínos y Catalanes, fueron reducidos a la impotencia antes de entrar en acción. La milicia creada a raíz de las invasiones inglesas dominaba la ciudad, contrastando con la actitud del Virrey que era débil y ambigua a la vista de todos. “Prestándose en apariencia —apunta V. F. López— 5 a las intrigas y las combinaciones, descontentaba a todos los partidos. Y como la negligencia incauta de sus costumbres y de su administración daba motivo continuo a la maledicencia y al escándalo, la popularidad del Virrey iba gastándose tanto, que en 1808 no tenía más fuerza viva que la de ser adversario del partido europeo. Para esto era lo único que los hijos del país lo necesitaban y lo seguían, porque esa y nada más que esa, era la corriente principal que unía al hombre con el espíritu público del país donde gobernaba”.

La energía del jefe de Patricios, Cornelio Saavedra, hizo fracasar el plan de los insurrectos que ya habían logrado triunfar sobre Liniers, quien, demostrando una inexplicable debilidad, disponíase a renunciar ante los comisionados que fueron a entrevistarlo. “Una de las cosas que llama la atención en estos sucesos —anota Carlos Roberts— 6 es la presencia de Mariano Moreno en un lugar prominente en el partido español, lo que prueba que su adhesión al partido de la independencia, fue sólo a última hora. Y otra es la actitud de Liniers, al acceder a la exigencia de los revoltosos para que renunciara, lo que prueba una falta de carácter verdaderamente extraordinaria, aunque esta debilidad fue, probablemente, la razón por la cual los criollos lo apoyaron por su conveniencia”. Y agrega el mismo autor: “Pero lo más importante de esta jornada fue la demostración de que los batallones criollos eran los verdaderos dueños de Buenos Aires, y que, por lo tanto, los jefes del partido criollo tenían asegurada la independencia cuando lo creyeran conveniente.”