Lecciones de Historia Rioplatense
Intransigencia criolla
 
 
Notemos la intransigencia de Buenos Aires ante las maniobras que buscaban comprometer su gobierno en beneficio de causas extranjeras. Y es que el virreinato del Río de la Plata, sin ayuda de nadie, mantenía firme su dignidad y decoro mientras España, dividida en pedazos, era invadida simultáneamente por los ejércitos rivales, de Murat y de Wellington.

No se explica tal actitud en nuestros antepasados, si los imagináramos imbuidos —a ellos también— de la canija mentalidad de hoy. Pero se comprende perfectamente teniendo en cuenta los triunfos que tantas veces habían logrado en acciones de guerra contra portugueses e ingleses; victorias que elevaron su moral al punto de sentirse superiores en fuerza a las potencias más poderosas de entonces. No lo olvidemos: los criollos acababan de derrotar a cuerpos expedicionarios numerosos, como fueron los de Whitelocke, que contaban aproximadamente con 9.000 hombres de tropa durante la segunda invasión.

Por lo demás, era perfectamente natural la espléndida intolerancia de quienes se sabían invictos en la América del Sur. En aquel tiempo gobernaban la Argentina hombres de la Reconquista y de la Defensa. Hasta ahora, en cambio, la dirigieron generaciones complacientes, demasiado acostumbradas a capitular; a entregarse por “sistema” a exigencias de los gringos de adentro o a caprichos imperialistas de los de afuera.

Y bien, deshauciada en Buenos Aires y Montevideo la misión Sassenay, Liniers resolvió convocar las autoridades para el 21 de Agosto, a fin de prestar el postergado juramento de fidelidad al monarca cautivo. Ya la idea de emancipación política estaba en marcha entre nosotros. El historiador Luis V. Várela, refiriéndose al verdadero significado de la ceremonia, escribe en su “Historia Constitucional de la República Argentina”: “... es forzoso reconocer que él no tuvo otra trascendencia que el de una protesta popular en contra de la dominación francesa en España, y un repudio terminante en cuanto a la pretensión de Napoleón de extender el radio de su influencia hasta estas colonias de América. Para los nativos, jurar a Femando VII no significaba ni siquiera jurar vasallaje a un monarca español, puesto que en la fecha en que ese juramento se producía, Fernando VII ya no era, legalmente, Rey en España. Sólo quiso hacerse una manifestación ostentosa de protesta en contra de Bonaparte y la influencia francesa y en esa protesta fue envuelto desgraciadamente, el mismo Liniers, sin más motivo que el de haber nacido en un rincón de Francia. Ese nombre de Fernando VII, destronado y cautivo, era sólo un símbolo en el juramento de fidelidad.”