Lecciones de Historia Rioplatense
Motín de Aranjuez
 
 
Llegan a Río los príncipes lusitanos escoltados por el almirante Sidney Smith, al tiempo que Lisboa es entregada.

Desconfiando de la lealtad de Carlos IV y sus ministros —porque había tenido noticias de las conversaciones de Godoy con Inglaterra—, el Corso resuelve ocupar España, desembarazarse de su dinastía e imponer un rey de su confianza. Con este propósito introduce por la frontera pirenaica gran cantidad de tropas con el pretexto de mandar refuerzos a Portugal, ubicándolas en lugares estratégicos para irrumpir y apoderarse de Madrid en el momento oportuno.

Pero un acontecimiento viene a perturbar al ambicioso emperador: la rivalidad existente entre el monarca Carlos y su hijo Fernando, que halló desenlace en el motín del 17 de marzo de 1808.

Aparentemente el levantamiento apuntaba a la expulsión de Godoy, quien se había hecho odioso por su política de sometimiento incondicional a Francia. Los tradicionalistas lo miraban con malos ojos, por cuyo motivo apoyaron su derrocamiento. Carlos vióse obligado a dimitir en favor de su “heredero y muy caro hijo el Príncipe de Asturias”. Mas Napoleón, a quien no convenía este cambio, haciendo pie en la protesta suscripta por el padre del 21 de marzo, ordenó impugnar el pronunciamiento tomando cartas en el conflicto, con el propósito —que más tarde se vio— de hacerse cargo del trono de España.

Mientras tanto: “El populacho congregado en Aranjuez y el pueblo atraído por la novedad, voló a la plaza de palacio —nos cuenta Miguel Morayta 6 —; Fernando VII se asomó al balcón para saludar a sus nuevos súbditos, y los gritos de ¡viva el rey! ensordecieron el espacio. Rara vez las masas recibieron con mayor entusiasmo el advenimiento de un nuevo monarca, y quizás jamás existió un rey más indigno del afecto y del cariño de sus súbditos”.