Lecciones de Historia Rioplatense
Liniers, Pueyrredón y Alzaga
 
 
Debo dar por conocidos los acontecimientos que se producen inmediatamente de pisar los ingleses tierra argentina. No voy a referirme a ellos en detalle.

El invasor no puede ser frenado por las milicias improvisadas de Pedro de Arce, que se dispersan. La hueste de Berresford avanza incontenible, sin encontrar mayor resistencia. Liniers, desconcertado y presintiendo el desastre, trata vanamente de ponerse al habla con algunos jóvenes patriotas, pero resuelve enseguida trasladarse a Montevideo y, junto con Ruiz Huidobro, organizar la Reconquista.

Los ingleses ocupan la ciudad. En tanto, en Buenos Aires aparece una figura juvenil, arrogante, a quien los acontecimientos darán jerarquía de caudillo: Juan Martín de Pueyrredón. Había completado su educación en Francia, de donde procedía su padre, y era —hijo al fin de la patria de Enrique IV— enemigo a muerte de los británicos. Reunió a unos cuantos gauchos (Pueyrredón contaba con cierta fortuna) librando heroicamente la acción de Perdriel, donde destacó el joven notables condiciones de arrojo. Mas su gente fue dispersada sin dificultad por el invasor.

Sin embargo, a pesar del fácil triunfo, los intrusos —odiados por la población— fueron recibidos con hostilidad sorda cuando tomaron posesión de la Capital en nombre de S. M. B. Refiriéndose a esto, nos dice el historiador Carlos Roberts 1: “El vulgo los miraba como herejes y capaces de aplicar sus leyes intolerantes si llegaban a dominar, y la Iglesia no titubeaba en proclamar sus guerras como religiosas. Muchos de los ingleses que formulaban planes de expediciones a América, llamaban la atención del Gobierno sobre esta dificultad, y proponían formar y enviar cuerpos formados puramente por católicos, tanto oficiales como tropa, en lo que no les faltaba razón... Los soldados irlandeses católicos desertaron en gran número en Buenos Aires y Montevideo, y muchos se juntaron con la tropa criolla haciendo sin duda propaganda anti-inglesa.”

La gran masa del criollaje de la ciudad y sus aledaños tachaba a los británicos de herejes, educada en el espíritu de la Contrarreforma del siglo XVI. De ahí que bien pronto fueran formándose núcleos patrióticos de gente resuelta, anunciadores de la inminente reacción. Liniers, desde Montevideo, organiza la meznada y atraviesa el río, poniéndose en contacto con la milicia de Buenos Aires. En forma rápida e improvisada —lo que vale en toda resistencia es el espíritu— se planea la Reconquista y se lleva a cabo, con pleno éxito, triunfando el día 12 de agosto de ese mismo año.

Confundido en el tropel de voluntarios de todas las edades, peleó —en esa jornada— el niño de trece años Juan Manuel de Rosas, con “una bravura digna de la causa que defendía”. Consta el hecho en carta de felicitación que Liniers envió a la madre del muchacho (Agustina López de Osornio) el día 13, publicada por Saldías, en el Tomo 1° de su “Historia de la Confederación Argentina”. “También en estas invasiones inglesas al Río de la Plata —anota Juan Zorrilla de San Martín 2 — nos encontramos con un capitán o ayudante mayor, José Artigas, quién, hallándose enfermo, al ver que su regimiento se queda de guarnición en Montevideo cuando sus camaradas han partido a la reconquista de Buenos Aires, ruega al gobernador Huidobro que le permita incorporarse a la gloriosa cruzada. Huidobro accede; le da un pliego para Liniers. Artigas cruza solo el río; alcanza la expedición, cuando ésta va a expugnar a Buenos Aires; pelea en los Corrales de Miserere, en el Retiro, la Plaza Victoria. Rendido el inglés, es él quien se presenta a Huidobro en Montevideo con el parte de la victoria; ha repasado el río en una barca; ésta ha naufragado, y el animoso tripulante, desnudo como el heraldo de Maratón, ha ganado la orilla a nado, con la feliz noticia”.

Fue el pueblo de Buenos Aires por sí, y no un ejército español, quien logró de Berresford la capitulación militar valiéndose de Liniers que era a la sazón su jefe de guerra. éste, eficazmente secundado por Pueyrredón y Martín de Alzaga (el gran vasco calumniado de nuestra historia), encarnaría en esos días terribles el fecundo despertar tradicionalista en defensa de la soberanía hispánica en las regiones del Plata. “...O el amo viejo o ninguno”, para decirlo en frase de Belgrano.

De ahí el sustancial antagonismo que separa al criollaje en dos corrientes, en la cruenta lucha por nuestra emancipación de España. Los “mirandistas”: actuando desde las cancillerías extranjeras, ideólogos impenitentes, contagiados por el liberalismo francés, británico o yanqui. Y los otros: soldados en los momentos de peligro común, fieles a la voz de la Iglesia, de la tierra y de la raza; hombres necesarios, caudillos.