Lecciones de Historia Rioplatense
La aristocracia criolla
 
 
Reconocían las leyes de Indias —pese a la división social en clases— cierta capacidad política al criollo nacido de padre español y madre americana, no esclava. Derechos a la hidalguía se le otorgaban, lo cual no era un título de nobleza propiamente, sino más bien de aristocracia basado en los servicios prestados al rey por acciones de guerra o méritos personales. Así, el criollo y el mestizo —siempre que no fuera hijo de madre esclava— podían ingresar, por su conducta, a la categoría de hidalgos. “Fidalguía ganan los omes por honra de los padres... maguer la madre sea villana é el padre fidalgo, fidalgo es el hijo que de ellos nasciere. é por fijo dalgo se puede contar, más non por noble”.

Son conocidas de todos las clásicas tradiciones del hidalgo español: lealtad a la palabra empeñada, sacrificio por la causa del bien común, sed quijotesca de justicia y un desprecio temerario de la propia vida. Una sociedad sana, arraigada y vigorosa, afloró en las postrimerías del siglo XVIII y comienzo del XIX en el Río de la Plata. En tanto los nobles españoles aprendían modales en Versalles, entregándose a la cortesanía y a la frivolidad francesas. No en vano la metrópoli hundíase, a la sazón, en los blandos pantanos de la decadencia largamente preparada. Y no en vano la sociedad vernácula, por contraste, iniciaba en la Historia el arduo camino de su emancipación.

Ningún movimiento libertador tiene éxito si no encarna en hombres de gran vitalidad, capaces de llevarlo a la victoria contra todos los obstáculos. Aristocracia patricia y no casta desprestigiada de contrabandistas y funcionarios negreros, fue la que hizo, en definitiva, la revolución de 1810. Vicente Fidel López nos habla, en páginas bellísimas, de esa estupenda generación argentina —tan desconocida hoy por desgracia— y de las características temperamentales de su representante típico: el porteño de antes. Hermosura literaria aparte, López viene a corroborar a través del juicio suyo que voy a leer, lo ya anticipado acerca del carácter hidalgo, a la española, de los rioplatenses del virreinato:

“Con las victorias alcanzadas sobre los portugueses —escribe—, 7 el espíritu de los naturales se había hecho viril y arrogante. En el fondo de su carácter nacional (permítasenos decirlo), descubríase una confianza marcial, algo petulante y audaz si se quiere, sobre todo en el porteño, que había venido a convencerlo de que por sólo haber nacido en la inmensa tierra que pisaba, tenía la obligación de ser valiente y desparpajado, y como un título de nobleza moral, que, mal o bien, se hacía reconocer como de su propio derecho. Al menos, eso era lo que todos los vecinos, españoles y sudamericanos decían de él; lo que cantaban con satírica envidia las canciones limeñas; y eso era lo que, bien visto, no estaba del todo injustificado.”