Historia Constitucional Argentina
3. Reformas de los Borbones
 
 

Sumario:Reformas de los Borbones. Reestructuración político-administrativa. Causas de la creación del Virreynato del Río de la Plata. La real ordenanza de Intendentes de 1782. Evolución de la política económica y comercial. Pragmática del comercio Libre de 1778.








Los Austrias siguieron gobernando en el siglo XVII: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Pero su acción distó de la labor de sus ascendientes, Carlos I y Felipe II, llamados Austrias mayores. Ya se ha dicho que con éstos el Imperio fue la superpotencia de su época.


Con los Austrias menores el Imperio fue entrando cada vez más velozmente en un cono de sombra y de decadencia. El último representante de esta dinastía, Carlos II, que los españoles conocieron con el mote de «El Hechizado», por ser raquítico y enfermizo, murió sin descendencia, lo que le creó un grave problema. Entonces las demás potencias, en especial Francia e Inglaterra, que entraron en la disputa con España por la supremacía mundial, trataron de imponerle sus candidatos.


Carlos II, muerto en 1700, había testado en favor del nieto de Luis XIV, el duque de Anjou, quien comenzó a gobernar España con el nombre de Felipe V, en 1701. Con esta solución, y habida cuenta que el poderoso Luis XIV le había impuesto la ley a Europa continental, distintas naciones reaccionaron, especialmente después que el absolutista rey francés reconoció a Felipe V como a su sucesor en el trono gálico. La frase atribuida al rey francés de que «ya no hay Pirineos», ponía a las demás potencias ante la realidad de un enorme Estado-Imperio formado por Francia, España, América y otras posesiones, peligroso para sus proyectos.


Como consecuencia, Austria, resentida, que había declarado que el testamento de Carlos II era nulo, lanza la candidatura del archiduque austriaco Carlos al trono español, en alianza con Inglaterra, Holanda, Dinamarca, varios príncipes alemanes, Portugal y Saboya. Esto produce una larga guerra de doce años entre el bloque franco-español, que sostenía los derechos de Felipe V, cuya figura imponente fue Luis XIV, y las potencias aliadas cuyo liderazgo ejercía Inglaterra, ansiosa de imponer al archiduque Carlos para romper la posibilidad de la unión entre Francia y España.


La lucha, además de larga, fue devastadora, y el problema dinástico hispánico, terminó en solución salomónica: Felipe V fue reconocido como rey de España, pero hubo de renunciar a sus derechos a la corona francesa. La gran vencedora fue Inglaterra, que además de obtener este resultado, que le abría camino para irse transformando en primera potencia mundial, por el tratado de Utrech se quedó con la llave del Mediterráneo: Gibraltar; además de Menorca y el Asiento para introducir negros en el Río de la Plata, llave que le permitió introducir contrabando, vía Colonia, con la colaboración de Portugal, su permanente aliada. España, además, perdió Sicilia, los Países Bajos, Nápoles, el Milanesado, Cerdeña. Como expresa Federico Ibarguren: «A partir de Utrech, la inmensa patria de Felipe II pasa a ser Estado satélite de Francia en su lucha secular con Gran Bretaña»25.


En esta España desmedrada entraron, pues, a gobernar los Borbones a principios del siglo XVIII con Felipe V. Lo siguieron sus descendientes Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, este último el postrer rey español que nos gobernara.


¿Cuál fue la filosofía política de los Borbones? Dice Zorraquín Becú: «La dinastía borbónica introduce en España la ideología política predominante en Francia durante el reinado de Luis XIV. Los monarcas ya no reciben el poder por intermedio del pueblo y con el consentimiento de éste, sino que lo tienen directamente de Dios y se convierten así en «ungidos del Señor». La teoría del derecho divino de los reyes contribuye no sólo a exaltar su personalidad por encima de sus súbditos, sino que también los exime del cumplimiento de las leyes... En la segunda mitad de esa centuria (siglo XVIII) se agudiza esa tendencia al despotismo que adquiere, por influjo de las corrientes ideológicas contemporáneas, el calificativo de ilustrado. Por un lado se infiltran en las clases dirigentes las nuevas ideas liberales, con todo su sentido irreligioso, racionalista y antitradicional. Por el otro los gobernantes adoptan, para realizar las reformas que juzgan necesarias, una postura absolutista que España no había conocido antes»26.


Muñidos de estas concepciones, que comienzan con el absolutismo propio de Luis XIV, para finalmente terminar con un despotismo ilustrado de inspiración volteriana, no es raro que encararan reformas en su mayoría a contrapelo del pensamiento, del sentimiento y de las realidades que predominaban en las sociedades española e hispanoamericanas. De esas reformas analizaremos tres fundamentales, que afectaron al Río de la Plata: la reestructuración político-administrativa, la creación del Virreinato con el consecuente dictado de la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, y la Pragmática del Comercio Libre de 1778.



Reestructuración político-administrativa


La filosofía absolutista y déspota-ilustrada generó en los hechos un proceso de centralización acentuado. Todo lo que oliera a autonomía, y que tan buen papel había cumplido durante la gestión de los Austrias, fue suprimido o arrinconado. Así las Cortes, que no se convocaron más, como los consejos regionales de Aragón, Flandes e Italia, que desaparecieron en 1715 absorbidos por el Consejo de Castilla.


En 1714 Felipe V organizó cinco secretarías de despacho, especie de ministerios: de Estado, de asuntos eclesiásticos, de guerra, de Indias y marina y de hacienda. La secretaría de Indias y marina absorbía buena parte de las facultades del Consejo de Indias y de la Casa de Contratación, con lo que éstos quedaron reducidos a cumplir funciones más o menos decorativas.


En 1790 quedó suprimida la secretaría de Indias; sus asuntos pasaron a ser atendidos por los cinco secretarios de Estado que existían en ese momento: de Estado, de gracia y justicia, de guerra, de marina y de hacienda. Con lo que desapareció todo ente autónomo que velara por la administración americana. Dice Zorraquín Becú: «La desaparición de la secretaría especial para las Indias respondía al propósito, ya manifestado varias veces con anterioridad, de unificar los diversos dominios de la corona dándoles una misma organización y gobierno. Era a la vez el centralismo y el deseo de equiparar a las Indias con España, colocando a aquellas en un plano de perfecta igualdad... Pero este propósito no podía nunca, realizarse en la práctica, pues era evidente que el origen y la residencia de los organismos directivos tenía que dar a la España peninsular un predominio incontrastable. Al atribuir el gobierno de las dos porciones de la monarquía a personajes exclusivamente españoles, las Indias quedaron sin representación en el Consejo de Gabinete o Consejo de Estado, como entonces se llamaba, y sus intereses no pudieron ya contar con la defensa que hacían antes los organismos especializados. En realidad, era la supresión de la escasa personalidad política que aún conservaban los antiguos reinos indianos»27.



Causas de la creación del Virreinato del Río de la Plata


La causalidad de la creación del Virreinato del Río de la Plata está directamente emparentada con la política desarrollada por Portugal prácticamente desde el momento mismo en que España descubrió América. Por las bulas papales de Alejandro VI de 1493, se dividía el océano Atlántico por una línea que fuera del polo norte al polo sur, distante de las islas Azores o del Cabo Verde, cien leguas hacia occidente: las tierras hacia el oeste de esa línea serían españolas, las del este portuguesas, habida cuenta de los derechos de este país según el tratado celebrado en Toledo en 1480. Pero el rey portugués Juan II, no aceptó la decisión papal y entonces ambas naciones llegaron al Tratado de Tordesillas en 1494 por el cual la línea se trazaría ahora a 370 leguas marinas al oeste de la más occidental isla de Cabo Verde. El problema no quedó dilucidado: los portugueses pretendían usar la legua marina española de 1.850 metros y los españoles la portuguesa de 1.543 metros, y tampoco hubo acuerdo sobre los instrumentos de medición a usarse. Por ello, la línea no llegó a establecerse nunca. Esa línea, que debía haber pasado más o menos a la altura de la actual ciudad de San Pablo, hubiese restringido el territorio portugués en América del Sur a una tercera parte, más o menos, de lo que es el actual espacio brasileño (tres millones y nueve millones de kilómetros cuadrados respectivamente).


En lo que nos toca, la costa Atlántica, desde San Vicente hacia el sur, y territorios conexos, debieron ser españoles, y ulteriormente argentinos. ¿Cómo lograron Portugal primero, y después Brasil, expandirse tan formidablemente en nuestra área? Esto es motivo de análisis en distintos pasajes de este trabajo. La cuestión empezó prácticamente con e1 Descubrimiento, y ya en la época de la fundación del Virreinato estaba en plena ebullición. Un hito importante fue Caseros, corno se verá; hacia fines del siglo pasado se liquidó el último problema limítrofe con Brasil en Misiones, como siempre, desfavorablemente para Argentina. Recientemente, sin ir tan lejos, la construcción de la represa de Itaipú por Brasil, trajo tiranteces vinculadas con el dominio de la cuenca del Plata, en el que el país vecino ha ido haciendo progresos notorios.


Pero volviendo a los siglos XVI y XVII, los lusitanos nunca dejaron de avanzar, más allá de la línea del Tratado de Tordesillas, en territorio español, ni siquiera cuando, entre 1580 y 1640, Portugal pasó a ser parte del Imperio español, y por ende también el Brasil. El objetivo hacia el oeste era llegar al Pacífico, atraídos por las minas metalíferas del Alto y Bajo Perú, y hacia el sur los ríos Paraná y de la Plata, en búsqueda de tierras templadas que compensaran las tierras monótonamente cálidas de los portugueses. Además, les interesaba transformar al Río de la Plata, tan importante desde el punto de vista comercial, en dominio compartido con España, en un río internacional, teatro del tráfico portugués y de su aliado, el comercio británico.


Precisamente, para asegurarse una base de operaciones del contrabando que practicaban hacia el Imperio español en el Río de la Plata –con Buenos Aires, específicamente– la osadía portuguesa, alentada por los proyectos ingleses, la llevó a establecerse en 1680, frente mismo a Buenos Aires, a menos de cincuenta kilómetros de esta. Los españoles, por la vía de las armas, llegaron a reconquistar esta fortificación denominada Colonia del Santísimo Sacramento, con la colaboración guaranítica; pero la habilidad de la diplomacia portuguesa logró que se le devolviera la plaza provisoriamente. Este hecho, inexplicablemente, ocurrió otras tres veces: con motivo de la guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII; en 1735, nuevamente fue situada Colonia por el gobernador de Buenos Aires Miguel Salcedo, y cuando todo hacía prever la toma de ella por fuerzas españolas y guaraníticas, llegó el arreglo de siempre con los portugueses, y el sitio fue levantado; en 1762, Cevallos tomó Colonia, pero la componenda oportuna con Portugal llegó otra vez, con la Paz de París, y la fortaleza le fue devuelta.


Se ha hablado de la colaboración guaranítica, ¿por qué? Nos hemos referido ya a la batalla de Mbororé y hechos motivantes. Desde allí en más, los bandeirantes dejaron de depredar y los guaraníes hicieron una vida apacible en sus treinta reducciones, bajo la paternal dirección de los hijos de San Ignacio de Loyola. Por ello es que, agradecidos a España, colaboraron en las ulteriores guerras con Portugal por la posesión de Colonia. Pero en el siglo siguiente, dos hechos empañaron gravemente esta situación de concordia hispano-guaraní.


Gobernando Fernando VI, en 1750, por el Tratado de Permuta, se decidió a trocar los siete pueblos guaraníticos al este del Río Uruguay, las llamadas Misiones Orientales, por Colonia del Sacramento, cosa inexplicable no solamente porque las posesiones que se «permutaban» eran posesiones españolas ambas, sino porque los siete pueblos guaraníticos habían sido erigidos por éstos y allí tenían sus chacras y animales, viviendo pacíficamente bajo la tutela jesuítica. Los padres trataron de hacer reflexionar al obtuso rey, devoto de su esposa, una princesa portuguesa llamada Bárbara de Braganza, que mucho tuvo que ver con el torpe arreglo, de la enormidad que se cometía despojando a los guaraníes de sus pueblos y cultivos, porque de acuerdo a lo convenido con los lusitanos, aquellos debían pasar al oeste del río Uruguay, actuales provincias de Misiones y Corrientes, a levantar nuevos pueblos y chacras. Los guaraníes no pudieron entender este desafuero y no quisieron escuchar a los padres, que luego de agotadas las gestiones ante la Corte, intentaron evitar males mayores tratando de convencer a los naturales de que obedecieran el increíble mandato real. éstos se levantaron en armas y el ejército español hubo de someterlos cruelmente, mientras los portugueses se regodeaban sin entregar Colonia. La guerra guaranítica duró tres años (17561759); en este último falleció Fernando VI, y quien le sucedió, su hermano Carlos III, más lúcido, anuló el ominoso Tratado, y los guaraníes volvieron a sus pueblos que estaban destruidos, como el interior de sus almas, ante tamaña infamia.


Ahora sería Carlos III quien cometería otro error, por lo menos tan garrafal como el anterior. Convencido de que los jesuitas eran un peligro para sus ínfulas de instaurar un régimen déspota ilustrado en la península, expulsa a todos los jesuitas del Imperio español. Lo hace influido por los ministros masones que lo rodeaban, principalmente el Conde de Aranda, Gran Maestre y fundador del Gran Oriente masónico de Madrid, obedeciendo a la insidia francesa y portuguesa, con nombres propios como Choiseul y Pombal, respectivamente, ambos notorios masones también, que habían logrado la expulsión de los jesuitas en Francia y Portugal.


No podemos analizar toda la causalidad histórica de este nuevo despropósito. Pero diremos que las consecuencias de la expulsión fueron nefastas para América española. De un plumazo, los enemigos de la cultura hispano-criolla lograron que la torpe España de los Borbones se desembarazara de lo mejor de su inteligencia, de hombres de sabiduría y ciencia irreemplazables, de educadores insustituibles. Las consecuencias para la dominación española cu el Río de la Plata fueron severas: el antemural que significaban las reducciones guaraníticas al avance portugués, se desplomó en buena medida por el extrañamiento de los jesuitas, que habían sido el alma y el nervio de esa civilización estupenda que crearon a la vera de nuestros grandes ríos. Las consecuencias fueron graves también para la Argentina, heredera de la dominación española: bien puede decirse que la pérdida de la Banda Oriental, de Río Grande do Sul, de la costa atlántica hasta San Vicente, tiene su antecedente remoto y fundamental en esta desdichada medida tomada por este rey en su admiración de la Ilustración.


Lejos de considerarse satisfechos, los portugueses siguieron avanzando: durante la gobernación de Vértiz, «progresista de la escuela de Floridablanca y Campomanes, regalista a machamartillo y amigo de las luces»28, mientras el gobernador hermoseaba a Buenos Aires, los lusitanos se apoderaban de San Pedro de Río Grande, Pelotas, Santa Tecla, Santa Teresa y Castillos, llegando hasta Uruguayana y San Borja.


Por su parte, Inglaterra, en 1764, se posesiona de las Malvinas y le da largas a los reclamos españoles, mientras la Patagonia era merodeada por buques de la dueña de los mares.


Afortunadamente para la suerte del Río de la Plata, estalla la guerra entre España y Francia, unidas ambas por un Pacto de Familia, contra Gran Bretaña, aprovechando que ésta se encuentra abocada a enfrentar un serio conflicto con sus colonias del norte americano, que las llevaría a su emancipación. Como Portugal era aliada de Inglaterra, ambas interesadas como vimos en estas tierras, era lógico enfrentar a ambas en la zona rioplatense.


Carlos III, entonces, decidió enviar a un hombre experimentado en las cuestiones platenses como lo fue don Pedro de Cevallos, quien arribó con el título de Virrey y Capitán General, al frente de una poderosa escuadra de 117 navíos y cerca de 20.000 soldados. Llegada la expedición, Cevallos sitió la plaza de Colonia, la tomó, y, con la experiencia de hechos pasados, demolió las fortificaciones y la edificación para evitar que volvieran a ser utilizadas en el futuro por los portugueses. Inmediatamente se dirigió al norte, a Río Grande do Sul, teatro de las agresiones de nuestros vecinos.


Desgraciadamente, al morir el rey portugués José I, el poder pasó a manos de la reina madre, que era hermana de Carlos III. Este vio la oportunidad de separar a Portugal de la alianza con Inglaterra, muy ocupada ésta en la guerra contra sus colonias, y firmó la paz con los lusitanos en San Ildefonso, cediéndole graciosamente a los portugueses, a cambio de Colonia, todo Río Grande, entre el río Yaguarón, por el sur, hasta el río Yacuí, por el norte.


El gran objetivo de Carlos III que era recuperar el Peñón de Gibraltar, no se lograría dada la inferioridad de la escuadra franco-española frente a la inglesa.


Por el Tratado de Versalles, 1783, era reconocida la independencia de Estados Unidos, pero la influencia inglesa sobre Portugal retornaría, y si bien se había recuperado Colonia, no se detuvo el contrabando, que Inglaterra ahora seguiría practicando por tierra, desde Río Grande, por la Mesopotamia, en dirección a Buenos Aires.


De todo esto hubo un saldo positivo: hemos dicho que Cevallos vino nombrado como virrey de una nueva jurisdicción político-administrativa, de un nuevo Virreinato o vice-reino: el del Río de la Plata. El objetivo de la diplomacia hispánica al crear este Virreinato fue claro: reunir todos los territorios fronterizos con Portugal por el sudeste, para crear un fuerte muro que detuviera el avance de ese país; por el sur, fortalecer la defensa frente a las incursiones británicas.


La erección del Virreinato trajo consigo el funcionamiento de una audiencia que comenzó a actuar en Buenos Aires a partir de 1785. La vieja audiencia de Charcas mantuvo su jurisdicción sobre el Alto Perú.


El esplendido territorio de cinco millones de kilómetros cuadrados, que constituía el nuevo Virreinato comprendía los actuales territorios de la República Argentina, del Uruguay, del Paraguay y de Bolivia, y zonas hoy pertenecientes a Brasil y Chile.


Tenía amplia salida al Océano Atlántico, pero también al Pacífico, hoy territorio chileno, a la altura de Jujuy, Salta y Oran. Comprendía áreas propicias a la agricultura y ganadería, como nuestra pampa húmeda litoraleña y de la Banda Oriental; y el Alto Perú, hoy Bolivia, de riqueza predominantemente mineral; la Patagonia y el Chaco eran tierras de futuro. Dos universidades, la de Córdoba y la de Chuquisaca, le daban relieve cultural al conjunto. Desde la puerta de entrada a este vasto territorio, el Río de la Plata, Buenos Aires y Montevideo, ésta fundada en 1726, constituían vigías que controlaban el acceso a la Cuenca del Plata.


Buena parte de los interrogantes que deja planteados la historia argentina están vinculados a hallar los porqués de que aquel magnífico espacio territorial originario del Virreinato, que fue nuestra herencia, noventa años después de la Revolución de Mayo, quedaba reducido a algo así como la mitad.



Real Ordenanza de Intendentes de 1782


La política centralizadora y absorbente, y su afán por lograr una mejor recaudación impositiva, llevaron a Carlos III a modificar el tradicional esquema administrativo del período de los Austrias, mediante el dictado de esta Real Ordenanza. El nuevo sistema fue importado de Francia, país de conformación unitaria, y aplicado en el Imperio español a contrapelo de sus preferencias regionalizantes.


El Virreinato del Río de la Plata se dividió en ocho intendencias: 1) Buenos Aires, que comprendía las actuales territorios provinciales de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes; 2) Córdoba del Tucumán, con las actuales Córdoba, La Rioja, Mendoza, San Juan y San Luis; 3) Salta del Tucumán, con Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, a la que se agregó Tarija en 1807; 4) Paraguay y 5) a 8) Charcas, Potosí, Cochabamba, y La Paz, en la actual Bolivia.


En zonas fronterizas se crearon también cuatro gobernaciones militares: Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos, estas dos últimas en la actual frontera boliviano-brasileña.


En el gobierno de cada intendencia había un intendente designado directamente por el rey, quien estaba subordinado a un superintendente subdelegado de real hacienda, que residía en Buenos Aires, que a su vez obedecía órdenes de un superintendente general de real hacienda; esta función era detentada por el propio secretario del despacho universal de Indias, residente en la metrópoli. De esta pirámide burocrática dependían esencialmente las atribuciones de hacienda; el virrey subsistía, representando la persona del monarca, con todo el poder que ya se ha analizado, excluido todo lo atinente al manejo de los fondos reales.


También se creaba una junta superior de real hacienda, compuesta por el superintendente subdelegado, el regente de la audiencia, un oidor, el fiscal de hacienda, el ministro más antiguo del tribunal de cuentas y el contador de ejército y Hacienda. ésta junta era coordinadora de la administración fiscal, controlaba los recursos de los cabildos y era tribunal de apelación de las causas fiscales falladas por los intendentes; sus sentencias podían a su vez ser apeladas ante el rey.


Los intendentes, que con el tiempo tornaron a llamarse gobernadores intendentes, tenían funciones en los ramos de policía (gobierno), hacienda, justicia y guerra, en cierto modo, análogas a la de los gobernadores de la época de los Austrias. Pero había modificaciones en cuanto a las funciones de gobierno: con los intendentes se ponía el acento en el fomento económico y el progreso material, protegiendo la agricultura y la ganadería, la industria, la minería y el comercio; especialmente la primera, atentos a las ideas fisiocráticas en boga. Las funciones principales eran las de hacienda. Se recordará que en el viejo régimen, la percepción de las rentas reales y su gasto eran fundamentalmente del resorte de los oficiales reales, ahora pasan a serlo de los intendentes, que controlados por los organismos superiores señalados párrafos atrás, tenían bajo su férula a los oficiales reales.


La administración de justicia fue atribución de los alcaldes y de los tenientes letrados, pero inspeccionados por el intendente. En cuanto a las funciones de guerra, hubo un cambio importante: los intendentes dejaron de comandar tropas como lo habían hecho los gobernadores. Su única misión en este ramo era proveer a los gastos militares en manutención de la milicia, pago de sus sueldos, provisión de armamentos.


La institución más perjudicada por la Real Ordenanza de Intendentes fue el cabildo, la tradicional autonomía de éste quedó cercenada. Las elecciones de los miembros del cabildo quedaron supeditadas a la confirmación por parte del virrey o del intendente, según el caso. Estas confirmaciones se demoraban y a veces se negaban con grave detrimento para el funcionamiento de los cabildos. éstos también se vieron privados de su autarquía financiera, pues se ha dicho que la junta superior de real hacienda entró a controlar el manejo de los propios y arbitrios de las entidades capitulares. Asimismo, se obligó a los cabildos a dar cuenta al intendente de todo lo que trataran, «para que, instruido, disponga su cumplimiento, no hallando reparo grave en perjuicio del público, o en agravio de algunos particulares que lo reclamen con derecho a ser oídos»29.


Lógicamente que este esquema, provocó tiranteces entre los cabildos y los burócratas intendenciales: fricciones entre vecinos, amantes de la autonomía regional, y la pirámide administrativa montada en 1782, prolegómenos un tanto lejanos de las tensiones que luego de 1810 se produjeron entre las autoridades centrales con sede en Buenos Aires, que se autotitularon herederas del centralismo borbónico, y las autonomías regionales, las provincias, formadas tomando como núcleos los viejos cabildos. Como expresa Zorraquín Becú «La implantación de las intendencias no fue una necesidad sentida por las comunidades indianas, sino una imposición teórica de ideólogos imbuidos de un espíritu reformista sin conocimiento y experiencia de la realidad... espíritu autoritario de los intendentes, que imbuidos de una superioridad creada artificialmente, pretendieron ahogar todas las manifestaciones de los grupos sociales para acentuar despóticamente su imperio absoluto»30.


El objetivo fundamental de esa organización intendencial fue apretar el torniquete impositivo y facilitar el planteo económico que hacían los borbones. Lejos estaba la época en que la transculturación había sido el objetivo fundamental de la presencia de España en América.



Evolución de la política económica y comercial


No hemos tocado aún el tema económico relativo al período hispánico. Al respecto comencemos diciendo que una fue la política económica de los Austrias, y otra la de los borbones.


Mientras Castilla conquistaba a América en el siglo XVI, el individualismo emergente que abandonaba la solidaridad que había presidido la vida internacional durante la etapa medieval, a lo que se sumaba el fortalecimiento de las monarquías europeas, hicieron que éstas practicaran una economía cerrada y egoísta que se conoce con el nombre de mercantilismo. Tau Anzoátegui y Martiré han tipificado bien este sistema: «permanente intervención del Estado en todas las manifestaciones de la vida económica nacional; especial cuidado en reglar el tráfico internacional a efectos de lograr una balanza de pagos favorable; fomento de las industrias y de toda forma de producción nacional a fin de obtener abundante cantidad de manufacturas para surtir el comercio exterior; restricción de las importaciones y fomento de las exportaciones, protegiendo tan sólo la introducción de materias primas que no se obtuviesen en el territorio del Estado... permanente identificación de dinero y riqueza»31. El mercantilismo fue practicado por todas las naciones europeas, siendo el colbertismo francés predominantemente industrial; en Inglaterra y Holanda el mercantilismo fue por sobre todo comercial.


Con el descubrimiento de América, España, a cambio de toda su obra cultural y civilizadora, recibió ingentes masas de metales preciosos que le proporcionaron una balanza de pagos favorable. La política monopolista practicada por España, fue una consecuencia de la doctrina mercantilista de moda. Es decir, el comercio entre España e Indias, solamente podía ser practicado por españoles, en barcos españoles, entre el puerto único de Sevilla y los puertos ubicados en Nueva España y Tierra Firme.


Durante el reinado de Felipe II, se organizó el comercio por medio de un régimen de flotas y galeones, cuyo objetivo era preservar el monopolio establecido y defender el comercio español del ataque de los filibusteros, principalmente ingleses y holandeses. Las flotas salían desde Sevilla dos veces por año, partiendo la primera en marzo y arribando al golfo de Méjico, Honduras y las Antillas; la segunda lo hacía en agosto, llegando a Panamá y a puntos sobre la costa norte de América del Sur, como Cartagena, Santa Marta y otros. Era de rigor, que las flotas mercantes fueran protegidas por buques de guerra. De las mercaderías que llegaban a América, una parte era reembarcada en el Pacífico y llevada a Lima. De aquí, por tierra, se conducía lo que se podía hasta el Río de la Plata. Como es de imaginar, llegaba poco o muy poco, por ejemplo telas, y a precios prohibitivos, dado el recargo que significaba el largo y azaroso transporte hasta estas tierras. Ello explica que fundada Buenos Aires por Garay en 1580, sus pobladores carecieran a veces hasta de lo más esencial, y que por ende, pronto esta población y sus adyacencias se convirtieran en teatro de activo contrabando inglés, francés u holandés, con la colaboración del vecino portugués, especialmente después de la fundación de Colonia.


Las condiciones en que se desarrollaba el comercio entre la metrópoli y los reinos americanos, le dio al Río de la Plata una conformación económica singular. En el actual territorio argentino se detectan a partir del siglo XVII tres grandes regiones económicas: el Tucumán, el Litoral y Cuyo.


El Tucumán era la extensa zona comprendida entre lo que es hoy la provincia de Córdoba hasta la actual provincia de Jujuy inclusive, unos 700.000 kilómetros cuadrados. Hacia 1600 solamente se incluían en ese dilatado territorio las ciudades de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, La Rioja, Córdoba, Madrid de las Juntas y Talavera o Esteco, las dos últimas destruidas después por malones indios. Estas ciudades estaban pobladas, con sus alrededores, por un total de no más de dos mil bancos, aunque los indios encomendados llegaban a 24.000. El Tucumán va a desarrollar una economía agrícola con el cultivo de maíz, trigo y algodón; pero fundamentalmente una industria artesanal como la del tejido, de la construcción, del mueble, fabricación de carretas, alpargatas, calcetas, cubrecamas, pabilo para velas, sombreros, cordobanes, badanas, productos de herrería. Se crían vacas y mulas. Buena parte de esta producción industrial se vende en Chile, pero por sobre todo en la zona altoperuano del Potosí, rica por su explotación de plata.


En la zona de la pampa húmeda litoraleña, actuales provincias de Buenos Aires, sudeste de Córdoba, centro y sur de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Banda Oriental, en las escasas ciudades de Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes. Hacia el año 1600, viven apenas unos 2.500 blancos con cerca de 5.000 indios encomendados. Esta zona es predominantemente ganadera y comercial. La primera actividad consistía en la caza del abundante ganado cimarrón, especialmente vacuno, producto de la cruza de los ejemplares traídos por los primeros conquistadores que han tomado campo afuera. Del producto de esas «vaquerías», sólo se utiliza el cuero y la grasa, que en general se truecan a cambio de la abundante mercadería que penetra de contrabando. En las «vaquerías» se luce la destreza del poblador de la campaña, el gaucho, que así va apareciendo en el escenario demográfico nacional, descendiente de españoles nacido en América y por tanto, criollo.


La otra actividad, el comercio, fue practicado especialmente por los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, merced a las dificultades de surtirse de mercaderías desde el norte, según se ha visto, se vieron forzados a practicar el contrabando en gran escala, puesto que la Corona solo admitió que algún navío denominado «de registro», esporádicamente, condujera algún producto al lejano puerto del sur. El aluvión de mercaderías que entraba por la puerta ilícita del contrabando porteño, obligó a Madrid a instalar una aduana seca en Córdoba en 1625. El objetivo buscado era asegurar el sistema de monopolio implantado que, sin lugar a dudas, perjudicaba a Buenos Aires y sus alrededores, mas beneficiando la producción del artesanado industrial del Tucumán y del Alto y Bajo Perú. Al monopolio se debe el haber podido conservar ese arte-sanado por las regiones centro, norte y oeste de nuestro territorio, por lo menos hasta mediados del siglo pasado, con distintas oscilaciones.


Cuyo, con las ciudades de Mendoza y San Juan, a las que luego se agregaría San Luis, dependía administrativamente de Chile. Allí, el indio huarpe, manso, que colaboraba con la escasa población española que no llegaba a principios del siglo XVII a las mil almas, generándose una economía ganadera, frutícola, vitivinícola y artesanal. Poco a poco esta región tendió a integrarse con el Tucumán y con el Litoral, más que con Chile, separada de éste por la alta muralla andina. Finalmente, al crearse el Virreinato del Río de la Plata en 1776, pasó a formar parte de este inmenso complejo político-administrativo, afirmándose desde allí en más su incorporación a la argentinidad.


Con los borbones, y particularmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, comenzó a producirse un cambio económico-comercial que le iría dando a lo que luego fue nuestra Nación, la fisonomía que hoy tiene en líneas generales. En esa etapa los objetivos evangelizadores se abandonan como prioridad y se pone el acento en los designios utilitarios. Se dejan de visualizar a América como provincias y vice-reinos, para comenzar a mirarse como colonias o dominios, que deben contribuir a mejorar el estado de las finanzas españolas mediante una presión impositiva eficaz. Es la política que lleva a producir la reforma administrativa de la Ordenanza de Intendentes de 1782.


Pero además, especialmente a partir de Carlos III, ante el panorama de una España que se ha quedado atrás en su desarrollo económico, en relación a los países pujantes de Europa, se urde un planteo colonialista, en lo económico, en el que América española jugaría un rol de proveedora de materias primas para las industrias metropolitanas, especialmente la textil. Esta formulación, que no pudo concretar España, especialmente por la interferencia inglesa, sí la pudo llevar a cabo en cambio Gran Bretaña en el siglo XIX, para ello es que exigía la liberación del comercio entre España y sus posesiones.


Hacia 1765 se dio un paso importante: se decretó que las Antillas (Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Trinidad y Margarita), podían comerciar con los puertos de Cádiz, Sevilla, Alicante, Cartagena, Málaga, Barcelona, Santander, La Coruña y Gijón. En los años posteriores las franquicias se extendieron a otros puertos de Luisiana, América Central y Nueva Granada. En 1774 se admitió el comercio entre los distintos dominios americanos entre sí, comprendiendo a Perú, Méjico, Nueva Granada y Guatemala, extendiéndose esta medida al Río de la Plata en 1776. En 1777 el virrey Cevallos dictó el «auto de libre internación», por el cual las mercaderías que entraban por el puerto de Buenos Aires podían acceder hacia el Alto Perú y Cuyo; al mismo tiempo Cevallos prohibió el envío de oro y plata al Perú, todo lo cual perjudicó al comercio limeño en beneficio del magnífico destino comercial que se le abría a Buenos Aires.



Pragmática del Comercio Libre de 1778


El coronamiento de estas políticas, que terminó con el comercio monopolista de puertos únicos, fue el «Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias» de 1778. Por él, trece puertos españoles quedaron habilitados para comerciar con veintitrés puertos americanos, entre éstos Buenos Aires y Montevideo. Se eliminaron numerosos impuestos al comercio indiano, subsistiendo sólo los de almojarifazgo (derechos de aduana) y de alcabala (a las ventas).


El esquema colonialista que se estaba dispuesto a establecer, se revela porque los derechos aduaneros sobre las manufacturas textiles producidas por España, que venían a América, como cierta materia prima para esa industria que mandaban a la metrópoli los pueblos americanos, tales como algodón, cáñamo, lana de vicuña y alpaca, lino, pieles, fueron exentos de derechos aduaneros o rebajados notoriamente. El comercio quedó restringido a los españoles, recordando que eran considerados españoles los nacidos en la península y los criollos; las naves debían ser también españolas y tripuladas por españoles, con la excepción de una tercera parte que podían ser extranjeros naturalizados. Se protegía la industria naval española: las mercaderías embarcadas en buques de esta procedencia, en el primer viaje, oblarían solamente el 50 por ciento de los aranceles de aduana.


La pragmática del comercio libre estableció pues la libertad de comercio dentro del Imperio, pero el tráfico continuó vedado con los extranjeros. El volumen del comercio entre España e Indias se elevó en un 700%. La aduana de Buenos Aires, que en 1779 había recaudado 135.000 pesos fuertes, llegó a percibir en 1795 unos 850.000. Este puerto inicia su marcha ascendente, arrastrando en su avance a la zona litoraleña que producía cueros, sebo y carne salada de exportación, pero en detrimento de las economías tucumana y cuyana, agredidas por la entrada indiscriminada de manufacturas europeas que comenzaron a erosionar sus artesanados.


En 1795, a causa de la guerra entre España y la Francia revolucionaria, que había paralizado el comercio de la metrópoli con América, Madrid permitió que sus colonias comerciaran con las colonias extranjeras, en el caso del Río de la Plata, con Brasil, situación aprovechada por Inglaterra para introducir manufactura propia bajo bandera portuguesa.


En 1797, estando ahora España en conflicto bélico a con Inglaterra, señora de los mares, aquella permitió a sus súbditos utilizar en el comercio con Indias barcos neutrales. Estas normas fueron caldo de cultivo de contrabando, irrupción de manufactura extranjera y competencia ruinosa para nuestra producción artesanal, y culminaron, bajo el gobierno de Cisneros, cuando éste, en 1809, entreabrió la puerta de Buenos Aires al comercio inglés.