Historia Constitucional Argentina
CAPITULO 7 | 1. Gobiernos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda
 
 

Sumario:Gobierno de Mitre (1862-1868). Política interna. Economía y finanzas. Política internacional. Presidencia de Sarmiento. Política interna. Economía y finanzas. Política internacional. Gobierno de Avellaneda. Política interna. La conciliación. La economía y finanzas. La inserción argentina en la economía mundial. Política internacional.




Gobierno de Mitre (1862-1868)


Política interna




En el capítulo anterior se han analizado varios aspectos de la gestión presidencial mitrista, como la cuestión de la capital, la reforma constitucional de 1866, la represión del federalismo provinciano, que resistió con Peñaloza y Varela, y los antecedentes de la guerra con Paraguay.


Veamos ahora cuáles son las ideas políticas que Mitre esgrimió en el cumplimiento de su cometido.


Mitre fue esencialmente un liberal a ultranza, pero no un liberal romántico, meramente ideólogo, como para prescindir de la tierra sobre la que asienta los pies. Hombre de grandes ambiciones, discrepó con Sarmiento, en cuanto éste, era partidario de los cambios súbitos usando hasta el despotismo. Para llegar al mismo objetivo de encarrilar la República por la senda liberal, Mitre era proclive a usar la evolución, que no dejara de tomar en cuenta la realidad social de la Nación, aunque sin desdeñar a veces los medios violentos.


A pesar de ser de alma unitaria, no intentó reformar la Constitución, pues supo imponer el centralismo apelando a la proverbial «elasticidad» de la carta constitucional alberdiana. Si no puede negarse absolutamente que amó al país, debe achacársele, en sustancia, el no haber querido tanto el bien común de toda la colectividad nacional, como el de su partido, clase social e ideas. La tendencia centrípeta del gobierno mitrista comienza por querer federalizar toda la provincia de Buenos Aires, aunque hubo de conformarse su administración con residir en la ciudad de Buenos Aires durante cinco años. Las restantes provincias no fueron tratadas con tantos miramientos.


Puede decirse que Mitre fue el primer gran presidente elector. Impuso o permitió que se impusieran como hombres claves o como gobernadores: en Santa Fe a Joaquín Granel, en San Luis a Iseas y a Daract, en Santiago del Estero a Taboada, en Tucumán a Campos, en Salta a los Uriburu, en Corrientes a Pampín-Cabral, en Jujuy a Bustamante y a Aráuz, en La Rioja a Igarzábal, en San Juan a Sarmiento, en Catamarca a Navarro y a Molina, y en Mendoza a los Villanueva. Mitre los propició usando la fuerza y ellos se mantuvieron en el poder, a veces rodeados de la más viva impopularidad 488. Si respetó a Urquiza, fue porque le temía y porque al fin y al cabo había pactado con él. D’Amico señala que no hubo un solo día de esta presidencia en el que no rigiera el estado de sitio en algún punto de la República 489.


Ya se ha visto que el intento de federalizar a Buenos Aires escindió al partido liberal en dos grandes fuerzas: el nacionalismo o mitrismo, que aparecía como propiciando la federalización, y el autonomismo o alsinismo, que se oponía a ello. En realidad había discrepancias más profundas.


El autonomismo de alguna manera representó la continuación de la línea tradicionalista del viejo partido federal, aunque en su ropaje, porque sustantivamente fue liberal. Su jefe, Adolfo Alsina, había evolucionado de ferviente miembro de la logia Juan Juan –y encargado por la misma de dar muerte a Urquiza– a caudillo popular con arraigo singular entre las masas de las orillas de Buenos Aires, pobladas de guapos bravos y mecidas por sones de milongas. Fue Adolfo Alsina el caudillo sucesor de Rosas en la adhesión popular porteña 490. A su lado se formaron otros dos grandes caudillos cívicos: Alem e Hipólito Yrigoyen; junto a él militaron hombres del rosismo: Bernardo de Irigoyen, Anchorena, Lahitte, Pinedo, Terrero, los Sáenz Peña, Luzuriaga, Torres, Unzué, etc.491.


Pocos pintaron con tan pocas palabras lo que fue el nacionalismo de Mitre, como Roca en su carta a su pariente Juárez Celman del 24 de julio de 1878: «Mitre será la ruina del país. Su partido es una especie de casta o secta, que cree tener derechos divinos para gobernar a la República»492. Su gente se reclutó en sectores ilustrados y acaudalados de la burguesía porteña, y también siguieron al general acomodados estancieros, aunque este estamento fue compartido con el autonomismo. No dejó el mitrismo de tener, también, sus guapos; y buena parte de la inmigración italiana, por garibaldina, simpatizó con él. Su distintivo fue su invariable odio a todo lo que oliera a federalismo, en lo que puso distancias con el autonomismo.


El autonomismo se nucleó en el Club Libertad, mientras que los nacionalistas lo hicieron en el Club del Pueblo; «La Tribuna», de los hermanos Varela, fue el vocero de los «crudos» o autonomistas; «La Nación Argentina» el de los «cocidos» o nacionalistas, en época en que el periodismo escrito tenía fundamental importancia para la acción política, por ser el único medio de comunicación masivo existente.


En noviembre de 1863 el Congreso sancionaba la ley nacional de elecciones. Terminaba con la irregularidad de la división de la provincia de Buenos Aires en circunscripciones electorales: de aquí en más cada provincia sería un distrito único. Para votar los ciudadanos debían inscribirse previamente en un Registro Cívico; el que no se anotaba, no votaba. El sufragio era facultativo y público, carácter al que se opuso el alsinismo, pues facilitaba el fraude. Este se practicó sin reservas por ambas partes. El control de las mesas electorales en las que se votaba y en las que se hacía el escrutinio era disputado violentamente por las fracciones políticas, generalmente con un saldo de muertos y heridos. Quien vencía manipulaba el escrutinio y las actas a su favor. En las zonas rurales tironeaban la elección los jueces de paz con los comandantes del ejército. Los primeros eran alsinistas, pues el gobierno de la provincia de Buenos Aires les pertenecía, y los últimos eran mitristas. En realidad los comicios dependían de hombres dedicados profesionalmente a esa actividad pues la mayoría de los ciudadanos se abstenía de votar dados los riesgos consiguientes.


Crudos y cocidos se reprochaban mutuamente el fraude cometido, pero las dos fuerzas eran culpables del estado de cosas existente. «La Nación Argentina» decía en su edición del 5 de diciembre de 1863: «¿Quién no recuerda lo que pasó en las últimas elecciones? Todos saben que fueron practicadas en casa de los escrutadores. Nadie negó el hecho». Al fraude autonomista, el mitrismo contesta con otro fraude en las nuevas elecciones; entonces es «La Tribuna» la que expone entre el 21 y el 22 de diciembre: «La sangre ha corrido... En La Piedad se trabó una lucha tenaz, primero a piedra y luego a puñal y revólver. En La Merced se presentaron grupos pretendiendo adueñarse de la mesa. Empezó la lucha: las piedras volaban hacia el atrio, y del atrio las devolvían a la calle; en medio de la lluvia de piedras los revólveres jugaron su rol»493. Armesto recuerda: «Uno de los partidos era dueño de las mesas y con semejante fuerza, no omitió medio por más fraudulento que él fuera, para ganar la elección. Hacer votar en su favor a los vivos y a los muertos, rechazar el voto de los caballeros más conocidos de la sociedad, dando como pretexto, que no justificaban su personería o que sus domicilios eran falsos, permitir en cambio, que un negro votara con el respetado nombre de don Emilio Castro, y demorar la inscripción de los votantes contrarios, para mantener la apariencia de elementos, hasta que llegara la hora de clausurar los comicios, era el A, B, C, de la cartilla electoral de aquel tiempo»494.


Cuando se aproximó el momento de decidir quién habría de suceder al general Mitre en la presidencia, éste se hallaba en el Paraguay al frente de las fuerzas aliadas. Ejercía el mando el vicepresidente Marcos Paz. Se delinearon desde el primer momento tres candidatos: Urquiza en el interior, Alsina en Buenos Aires, como que era el líder del autonomismo, y Elizalde, apoyado por Mitre. A Elizalde no se lo vio bien. Este, un obsecuente de Rosas 495, ahora al servicio, sin reticencias, de Mitre, contaba con muy pocas simpatías, incluso dentro del propio mitrismo. No debe olvidarse que era ministro de relaciones exteriores, y que cuando comenzaba la campaña presidencial la opinión pública ya veía con ojeriza la tragedia que contribuyera a desatar: la guerra del Paraguay. Era señalado por muchos como el candidato del Brasil; «La Tribuna» lo llamó «el yerno del Brasil», aludiendo a su matrimonio con la hija de Pereira Leal, diplomático brasileño que actuara en esa época representando a su país en Buenos Aires.


Fue entonces que el general Mansilla, según algunos, como mero vocero de la masonería496, levantó la candidatura presidencial del representante argentino en los Estados Unidos, Domingo F. Sarmiento. Uno de los militares entusiastas de esta postulación, el coronel José Miguel Arredondo, que manejaba las situaciones provinciales de Mendoza, San Luis y San Juan, despojó del poder al gobernador Luque de Córdoba, distrito que como Entre Ríos y Corrientes, estaban dispuestos a apoyar la candidatura de Urquiza. Sarmiento se aseguraba así también los electores de la provincia mediterránea. Continuando Arredondo con su acometida, logró para Sarmiento los electores de la provincia de La Rioja, haciendo deponer al gobernador Dávila. La candidatura del sanjuanino pareció terminar de afirmarse cuando Adolfo Alsina, con gran clarividencia política, advirtió que su postulación, viable en Buenos Aires, no poseía apoyos en el interior; decidió plegarse a la candidatura de Sarmiento, a cambio del segundo término de la fórmula: Sarmiento-Alsina, pues.


Fue entonces cuando ante el peligro que entrañaba la alianza de Sarmiento, apoyado por numerosos jefes del ejército de primera magnitud como Vedia, Gelly y Obes, Mansilla, y hasta su propio hermano Emilio Mitre, con el autonomismo de Alsina, el presidente se decidió a interponer su ostensible influencia en favor de Elizalde. Tal, el llamado «testamento político» de Mitre: una carta del general enviada a José María Gutiérrez, en la que bajo apariencia de imparcialidad, en realidad toma partido. Para empezar aclaraba: «Mi constante empeño ha sido preparar al país a una libre elección de presidente en las mejores condiciones para el gran partido nacional de principios...»497. Con esto era de presumir que ninguna candidatura federal tendría posibilidades. Pero además, descalificaba expresamente a Urquiza por ser candidatura «reaccionaria», como la de Alberdi, de quien se habló en algún momento. Desecha, asimismo, «las candidaturas de contrabando como las de Adolfo Alsina», quien «es hoy una falsificación de candidato», pues, «El candidato es el partido liberal». Muy suelto de cuerpo confirma: «Eliminando candidaturas del calibre de la de Urquiza, es como yo entiendo que puede y debe hacerse una elección libre». Quedaban, entonces, Sarmiento y Elizalde, y le da el golpe al primero, manifestando: «la carta-programa de Sarmiento siendo una coz a nuestro partido...»498. De tal forma, la media palabra presidencial era para Elizalde.


Cuando la decisión de Alsina volcó las posibilidades a favor de Sarmiento, que contaba entonces ahora con Buenos Aires y las cinco provincias bajo la férula de Arredondo, se produce lo sorprendente: Elizalde se acerca a Urquiza para sumar electores, y se habla de la fórmula Elizalde-Urquiza. Al producirse los comicios de electores, el 12 de abril de 1868, aparece esta posibilidad con fundamento ganador, pues en Santa Fe ha habido una revolución federal que ha depuesto a Nicasio Oroño, llevando al gobierno a Mariano Cabal, hombre de Urquiza, quien también dispondría de los electores de su provincia y de Corrientes. Elizalde maneja Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca a través de los Taboada, y se espera asimismo que Paunero supere la influencia de Arredondo en las cinco provincias mencionadas.


Finalmente, todo dependería de cómo votasen los electores, de acuerdo a las presiones que sobre ellos ejercieran los distintos factores de poder. La elección indirecta da los frutos esperados por Alberdi: el pueblo vota por electores, de la manera imperfecta que hemos visto, y los electores reciben la coacción del presidente, o de un gobernador con suficiente poder como Urquiza, o Taboada, o de un comandante militar.


La decisión de los colegios electorales se produciría en junio. Pero en mayo Alsina combina con Urquiza una fórmula Urquiza-Alsina, que Rosa considera una treta del porteño para hacer fracasar la alianza Elizalde-Urquiza. Bonifacio del Carril, en cambio, no es de este parecer, considera que ambos personajes, Urquiza y Alsina, obran de buena fe, y que lo que busca éste es el apoyo del entrerriano para llegar a la vicepresidencia 499. Sea como fuere, lo cierto es que la combinación Urquiza-Alsina, facilitó el triunfo de Sarmiento, pues los electores de Entre Ríos, Salta y Santa Fe, en vez de votar a Elizalde, lo hicieron por Urquiza, restándole los consiguientes votos al primero. En Córdoba, La Rioja, Mendoza, San Luis y San Juan los sufragios fueron para Sarmiento, pues Arredondo impuso al final su influencia. Y en Buenos Aires, de los 25 electores, 21 votaron por Sarmiento, en vez de hacerlo por Urquiza; Jujuy lo hizo por Sarmiento también. Sólo votaron por Elizalde los electores de las provincias que regenteaban los Taboada: Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca; en Corrientes no hubo reunión del colegio electoral. De resultas: Sarmiento obtuvo 79 electores, contra 28 de Urquiza y 22 de Elizalde. Así llegó Sarmiento a la presidencia de la República, acompañado por Adolfo Alsina que ganó la vicepresidencia.





Economía y finanzas


En lo económico-financiero, el Congreso sancionó en 1863 un proyecto presentado por el poder ejecutivo, denominado «Organización del crédito público», por cuyo artículo 28 los tenedores de los títulos públicos correspondientes a nuestra deuda interna, podían exigir el pago de la renta y amortización de los mismos en la plaza de Londres; en una palabra, nuestra deuda interna se convertía así en externa. Fue inútil que el diputado Gorostiaga hiciera notar en el seno de su Cámara, que esto podía llevar a que si no pudiésemos pagar la deuda de la República en algún momento, «quizás tuviéramos también la desgracia de ver amenazada su independencia»; ejemplificó con un caso de falta de pago del Estado griego, circunstancia en la que «el gobierno inglés mandó todas sus escuadras, hizo el mayor aparato de todas sus fuerzas, en el puerto del Pirco»500.


Con la medida se buscaba satisfacer a los círculos financieros internacionales a fin de lograr empréstitos. Es que durante el gobierno de Mitre, esta manera de proveerse de medios con que sustanciar los presupuestos, fue habitual. Obligado prestamista fue el barón de Mauá, quien, sacando jugoso partido de su participación financiera en el derrocamiento de Rosas, exigió fueran garantizados sus préstamos con las entradas de la aduana porteña.


La guerra del Paraguay, obligó a acudir a la banca inglesa a fin de obtener un empréstito de 12 millones de pesos fuertes. La transacción se hizo al leonino tipo del 72,5%. Como los ingleses estuvieron un poco remisos en otorgar su préstamo, hubo de acudirse a Brasil, que facilitó 2 millones de pesos fuertes, y también a préstamos del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1868 nuestra deuda era impresionante: 40.145.000 pesos fuertes; y la deuda exigible sobrepasaba los 5 millones. El déficit presupuestario fue la norma. El citado Banco de la Provincia, seguía emitiendo papel moneda. Si el unitarismo político se lograría por el imperio de las armas, el unitarismo económico-financiero lo sería por la imposición del papel moneda de ese Banco en las provincias, que durante largos años no habían admitido. Ya había escrito Sarmiento en 1861: «Es preciso que el papel moneda de esta vez recorra toda la República y se aclimate para compensar a su exageración con la mayor esfera, llevado por la victoria y hecho cuestión de partido»501. Mientras se imponía el pago de los impuestos, sueldos y cuentas diversas, utilizando el papel moneda porteño, se fue haciendo desaparecer el papel moneda correntino y la moneda metálica del interior 502. Un papel moneda provincial se imponía en todo el país, por lo que el gobierno nacional pensó nacionalizar dicho Banco, pero el intento del ministro de Hacienda, Vélez Sarsfield, fracasó ante la obstinada resistencia de los hombres de Buenos Aires. Tampoco pudo concretarse el intento de fundar un banco nacional.


Dos disposiciones consolidaron la situación del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1864 se dictó una ley provincial de conversión, por la que la Provincia se comprometió a no realizar más emisiones, fijando el valor del papel moneda en $25 por $1 fuerte oro. En 1867, la Legislatura bonaerense creaba una Oficina de Cambio encargada de proceder al trueque de papel moneda por oro, en la proporción de la citada ley de 1864. En 1863, a su vez, el Congreso Nacional había sancionado la ley de bancos libres, por la cual las instituciones bancarias particulares podían emitir billetes, cosa que hicieron el Banco Wanklyn y Cía. y el Banco de Londres y Río de la Plata, ambos de capital inglés, que funcionaban entre nosotros haciéndole competencia al Banco de la Provincia de Buenos Aires.


La ley de aduanas, de 1862, fijaba derechos muy bajos 503, con criterio fiscal y no de fomento industrial. Este librecambismo, continuador del inaugurado después de Caseros, al par que significaba la liquidación de nuestra incipiente artesanía e industria regional, provocó fuerte déficit en la balanza comercial durante los seis años de esta presidencia. Otro triste desacierto consistió en que el crédito abierto por nuestras exportaciones se utilizó, en su mayor parte, para importar artículos de lujo. Scalabrini Ortiz llega a afirmar que con lo que se gastó en bebidas en 1865, se hubieran pagado los materiales extranjeros necesarios para construir la línea de ferrocarriles de Rosario a Córdoba 504. El librecambismo produciría otra perniciosa consecuencia al país: la huida del metálico con la consiguiente suba de la onza de oro 505.


En materia de ferrocarriles, la magnífica realidad del F.C.O., construido íntegramente con capitales argentinos, que en 1862 había sido comprado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, hacía presumir que el gobierno nacional seguiría la misma tendencia, extendiendo vías férreas apelando a recursos argentinos. Cuando en 1866 este ferrocarril llegaba hasta Chivilcoy, a 159 km. de Buenos Aires, una locomotora era denominada «Voy a Chile»... 506. Prestaba servicios eficientes, daba buenas ganancias y sus tarifas eran bajas.


Durante el gobierno de Urquiza se proyectó la construcción del ferrocarril que uniría Rosario con Córdoba. Mitre creyó llegado el momento de hacer realidad dicho plan. Campbell, autor de los planos del proyecto de este ferrocarril, había anticipado que el mismo podía hacerse con capitales argentinos 507. Un grupo de vecinos de la ciudad de Rosario, dirigidos por Aarón Castellanos, teniendo en cuenta que el Estado garantizaba las ganancias, propuso al gobierno nacional encargarse de la empresa. Mas el poder ejecutivo le opuso una valla: depositar ciertos fondos en caución; que no pudo ser satisfecha por los propietarios y comerciantes rosarinos.


Aunque William Wheelright tampoco satisfizo este requisito, el poder ejecutivo le concedió la construcción; el viejo apadrinado de Alberdi firmó un contrato leonino con la Nación: a) Cesión gratuita de una legua de terreno a cada lado y en toda la extensión de la vía ferroviaria; b) Fijación de un capital garantido de 7.480.000 pesos fuertes con una ganancia del 7% anual. El capital garantido era una exorbitancia en cuanto Campbell había calculado el precio de la construcción en 4.522.000 pesos fuertes 508. Los propietarios de los terrenos linderos fueron expropiados. En total los terrenos cedidos representaban 346.727 ha. Para pagar a los propietarios expropiados, se vendieron en la provincia de Santa Fe 187 leguas cuadradas de terreno fiscal a $ 0,15 la ha., precio irrisorio para dichos terrenos, que fueron comprados en gran medida por ingleses, lo mismo que los vendidos en la provincia de Córdoba, a $ 0,60 la ha. de promedio 509.


Es interesante consignar la suma que, hasta 1870, pagará la Nación en concepto de garantía por las ganancias del capital invertido en la construcción de este ferrocarril, expropiación de terrenos y suscripción de acciones: algo más de 3 millones de pesos fuertes. Puede deducirse fácilmente que –si Allan Campbell había tasado en 4 millones y medio lo que podía insumir esa construcción – bastaba la inversión de solo 1 millón y medio más de pesos fuertes, sobre lo pagado como garantía y demás conceptos, para que dicho ferrocarril hubiese sido enteramente nuestro 510.


Mientras tanto, un decreto de noviembre de 1867 declaraba que era necesario acercar la región andina al Litoral. Una política ferrocarrilera con sentido nacional imponía extender el F.C.O. a Cuyo, pero el gobierno nacional dispuso que se estudiase la factibilidad de trazar una línea que uniría el Ferrocarril Central Argentino a esa región. Nada puede justificar medidas como éstas 511. Tampoco la de conceder a capitales ingleses la construcción del F.C. Sur, garantido como el F.C.C.A., con el 7% de ganancias sobre un capital invertido de $ 31.250 fuertes por kilómetro, más del doble de lo que había costado el F.C.O. hasta Moreno. Esta línea se concedió hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, en vez de ser dedicada a la expansión del F.C.O.


Más tarde, ya durante la presidencia de Sarmiento, el gobierno provincial de Buenos Aires otorgó al F.C. Sur una subvención de 500 libras por milla para construir un ramal de Chascomús a Azul, en vez de prolongar el F.C.O. hasta esta ultima población 512.


En materia de política de tierras, una ley provincial bonaerense, de 1857, comenzó a ceder en enfiteusis extensiones, que para 1862, ya llegaban a 1.500 leguas cuadradas. Y en 1867 se venden dichas extensiones a los mismos arrendatarios a bajísimos precios, lo que produce una especulación escandalosa con ellas 513. Las cifras resultan expresivas: durante ese año el gobierno de la provincia de Buenos Aires vendió 12 millones de Ha. a sólo 333 personas 514. Se iba camino al latifundismo.





Política internacional


En materia de política internacional, la gestión de Mitre se empeñó en una tesitura europeísta, que dio la espalda a Hispanoamérica. En 1861, Francia, Inglaterra y España decidieron proceder violentamente contra Méjico, dado que este país había suspendido el pago de su deuda con la banca europea. Méjico fue invadido, y tropas de Napoleón III entraron en la ciudad capital imponiendo una solución monárquica a ese país, nominando como emperador al archiduque Maximiliano de Austria. España, entre 1861 y 1865, se inmiscuyó en los problemas internos de Santo Domingo, y su escuadra se apoderó de las islas guaneras Chinchas, pertenecientes a Perú, en 1864. Al año siguiente agredió a Chile –que le declaró la guerra– bloqueando y bombardeando a Valparaíso.


Ante el ataque a Méjico y la intromisión en Santo Domingo, Perú solicitó a nuestro gobierno su adhesión al Tratado Continental de 1856, que ya Urquiza había negado. Elizalde contestó reiterando la negativa con argumentos como éste: que la acción de Europa en la Argentina fue siempre protectora y civilizadora, y «si alguna vez hemos tenido desinteligencias con algunos gobiernos europeos, no siempre ha podido decirse que los abusos de los poderes irregulares que han surgido de nuestras revoluciones no hayan sido la causa», agregando más adelante, «...puede decirse que la República está identificada con la Europa hasta lo más que es posible... No hay elemento europeo antagonista, hay más armonía entre las repúblicas americanas con algunas naciones europeas que entre ellas mismas»515.


Cuando se produjo la ocupación de las Chinchas, nuestro enviado ante el gobierno de Perú, Domingo F. Sarmiento, adhirió a la protesta peruana ante el gobierno español, y sugirió a Mitre la incorporación argentina al nuevo Congreso Continental a reunirse en Lima, destinado a defender a Hispanoamérica de la agresión europea. Mitre desautorizó a Sarmiento y se negó a participar en el Congreso. Sarmiento, sin embargo, se incorporó a él, actitud que Mitre condenó acremente. Cuando fue Chile el acometido, este país solicitó la alianza argentina, que Mitre rehusó, fundado en este pensamiento que expone en carta a Sarmiento: «Que la verdad era que las repúblicas americanas eran naciones independientes, que vivían de su vida propia, y debían vivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas nacionalidades, salvándose por sí mismas, o pereciendo si no encontraban en sí propias los medios de salvación... Que debíamos acostumbrarnos a vivir la vida de los pueblos libres e independientes, tratándonos como tales, bastándonos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las circunstancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las muñecas de las hermanas, juego pueril que no responde a ninguna verdad, que está en abierta contradicción con las instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente, ni responde a ningún propósito serio para el porvenir»516. ¡Qué distantes estamos hoy, después de la experiencia vivida en aquellas épocas, tras considerar que hacer hispanoamericanismo es «jugar a las muñecas de las hermanas»!


En cambio, en materia de ciudadanía, la consolidación del principio del «jus soli» recibió un buen servicio de la administración de Mitre. El tratado firmado con España en 1863, en contraposición a lo estatuido en los anteriores, establecía ese principio que favorecía nuestros intereses en materia poblacional, como que éramos un país de inmigración. Añádase la conducta firme de nuestra cancillería ante una reclamación del encargado de negocios británico, Mr. William Doria, en 1863, que se refería a un proyecto de ley de ciudadanía presentado al Congreso, en el que se adoptaba el mencionado principio del «jus soli». Pretendía dicho representante, que los hijos de ingleses nacidos en la República Argentina, fueran considerados de la nacionalidad de sus padres, lo que fue rechazado por Elizalde 517.



Presidencia de Sarmiento (1868-1874)


Política interna




Si Sarmiento, a pesar de sus muchas contradicciones, puede ser considerado como un liberal extremado, como gobernante, fue autoritario, de mano bien dura. Mencionemos algunas de sus actitudes al respecto: envía soldados al Congreso para mantener el orden; perdona, pasando por encima del Consejo de Guerra, a su amigo el general Arredondo; no admite quejas contra las resoluciones de sus ministros; suprime y crea oficinas sin anuencia del Congreso 518; no admite expresiones de entusiasmo popular a su paso, sino que por el contrario se hace rodear de escolta, trasladándose siempre en carruaje 519; al ascender a la presidencia, despide empleados por el delito de ser mitristas 520; ordenó buen número de fusilamientos 521; clausuró diarios como «La Nación» y «La Prensa»; puso a precio la cabeza de ciertas personas 522, etc. Esto sin hacer referencias a la política que Sarmiento siguió con las provincias y que ya analizaremos. Su admiración por los gobiernos de fuerza lo llevó a ser partidario de Bismarck en la guerra franco-prusiana de 1870, de lo que da cuenta en su correspondencia 523. Por este, y por varios motivos, Sarmiento no fue un gobernante popular. Si escaso fue el calor de pueblo que acompañara su candidatura, durante el ejercicio de su poder hubo de soportar, en reiteradas oportunidades, manifestaciones de desafecto, especialmente cuando se presentaba en público.


El gobierno de Sarmiento fue pródigo en hechos atentatorios contra las autonomías provinciales, en lo que siguió la política represora de su antecesor. Intervenciones, fraude, incursiones armadas, persecución, estado de sitio, fueron armas habituales de Sarmiento contra la «barbarie» provinciana. En 1869, estando el país en guerra con Paraguay, se gastaron $4.248.200 en la represión del federalismo provinciano, mientras que la primera sólo insumió $3.647.952 524.


«La Prensa», en su edición del 1° de agosto de 1875, refiriéndose a la actuación de Sarmiento como presidente, llegaría a estampar en sus columnas estas palabras: «El recuerdo de los hechos de sus últimos tiempos, de esa sombría serie de matanzas ordenadas por él, que han hundido para siempre su nombre en un charco de humeante sangre humana, nos llena de repugnancia y horror»525.


Interviene Corrientes, donde impone como gobernador a José M. Guastavino 526; a San Juan donde depone al gobernador Manuel J. Zavalla; a Salta donde Roca termina con Varela. En Loncogüé, ochenta hombres enviados en castigo por Urquiza a la frontera con el indio en Buenos Aires, se sublevaron. Fueron fusilados doce de ellos, y Sarmiento ordenó quintar al resto pasando por las armas a los que les tocara por sorteo. Poco después es fusilado Zacarías Segura, hombre del caudillo federal Santos Guayama. Sarmiento es inflexible con los restos del partido federal 527. Al mismo tiempo se planea desde Buenos Aires derrocar a los Taboada, por el solo delito de estar sindicados como mitristas. Pero Sarmiento no logra cumplir su anhelo pues el Norte amenaza levantarse 528.


En el transcurso del año 1868, Urquiza fue elegido nuevamente gobernador de Entre Ríos. Su hegemonía en dicha provincia se había venido prolongando por cerca de treinta años. Perdido el proverbial prestigio de que gozaba, el pueblo entrerriano miraba con muy malos ojos su condescendencia con la dirigencia liberal porteña en Pavón, sus posturas con motivo de las sublevaciones de Peñaloza y Varela, sus actitudes durante la guerra del Paraguay, el abandono en 1868 de la causa federal defendida en Corrientes por el gobernador Evaristo López, a quien dejó inerme ante la intervención de las fuerzas nacionales al mando de Emilio Mitre, contribuyendo incluso al desarme de los federales. Otros factores propios de Entre Ríos influyen en que se genere un clima de descontento: fuerte presión impositiva, ocupantes de tierras baldías desalojados de ellas, ahogo de las autonomías municipales de las poblaciones entrerrianas. Las cosas empeoraron con motivo de la visita de Sarmiento a Urquiza en febrero de 1870: los dos se abrazaron y los festejos menudearon. Puede ser una causalidad, pero en esos días Ricardo López Jordán accede ponerse al frente de quienes conspiraban.


La revolución estalló, y el 11 de abril de 1870 una partida de sublevados irrumpió en la residencia de Urquiza en San José, según parece con el objeto de detenerlo, pues el propósito habría sido hacerlo salir del país. Lo cierto es que se produjo un tiroteo y Urquiza cayó muerto 529. Sus hijos Justo Carmelo y Waldino cayeron también asesinados en circunstancias confusas 530. José Hernández, el autor de «Martín Fierro», interpretó así la eliminación de Urquiza del escenario político: «Urquiza era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el jefe traidor del gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse con un acto de moral política, como era el justo castigo del jefe traidor»531.


López Jordán asumió la primera magistratura de la provincia, y Sarmiento, enfurecido, olvidando que él había propiciado en reiteradas oportunidades la eliminación de su enemigo de otrora, se propone reprimir a los revolucionarios sin miramientos, en lugar de investigar desapasionadamente los acontecimientos 532.


Dieciséis mil hombres, en gran parte los que regresan del Paraguay, comandados por Emilio Mitre, Conesa, Gelly y Obes, Vedia. Arredondo y Rivas, algunos de los mejores oficiales del ejército, invaden la provincia 533. Los primeros triunfos correspondieron a López Jordán, quien con un ejército de 12.000 entrerrianos armados de lanzas, chuzas, trabucos, fusiles y tercerolas, debió enfrentar al ejército nacional provisto de rémingtons y cañones Krupp. López Jordán, que ante la muerte de Urquiza había sido elegido gobernador, al fin de cuentas legalmente por la Legislatura entrerriana, hizo en varias oportunidades un llamado a la conciliación, que la soberbia de los hombres de Buenos Aires no escucharon 534. La lucha fue áspera y encarnizada. Entre Ríos vendió cara su autonomía. Al final, la famosa caballería jordanista cayó vencida ante la superioridad técnica adversaria, en los campos de ñaembé, en la provincia de Corrientes, en enero de 1871.


El presidente parece no sentir la sangre y las lágrimas derramadas inútilmente en una refriega que duró largos meses. Se queja porque esa guerra ha significado la dilapidación de seis millones de pesos, guerra que con un poco de buena voluntad y menos pasión pudo haber evitado 535.


En 1873 Ricardo López Jordán vuelve a la lucha, que se transforma en una cacería humana. Derrotado en Don Gonzalo, huye a la vecina República del Uruguay, y la provincia de Entre Ríos es escarmentada 536. Desgraciadamente para la memoria de López Jordán, éste redactó notas al vizconde Río Branco solicitando ayuda a Brasil, que aunque parece no fueron entregadas, prueban que al menos estuvo en el pensamiento hacerlo 537.


Sarmiento hubo de luchar con un Congreso compuesto de brillantes expositores. Mitre, Nicasio Oroño, Manuel Quintana, José Mármol, José Hernández, Carlos Guido Spano, etc., se constituyeron en censores que fustigaron con vehemencia la política del poder ejecutivo. Con su proverbial actitud combativa, el presidente aceptó el reto y sostuvo polémicas formidables durante sus años de gobierno. Sin embargo, con una habilidad que pocos le reconocen, fue transformando un Congreso indócil a sus miras, en otro adicto, pues la minoría inicial en ambas cámaras se fue transformando en mayoría, especialmente en diputados; en este caso favorecido por el aumento de representantes, que de 50 ascendió a 86, debido al censo de 1869 538. Lo que luego le permitió imponer como sucesor a Avellaneda, pues el escrutinio de electores presidenciales en 1874, lo hizo un Congreso con mayoría sarmientina. También hay que puntualizar que con el censo de 1869, el interior perdió la mayoría neta de diputados que tenía respecto del Litoral: 30 a 20; las cosas quedaron más parejas: 42 representantes del Litoral contra 44 del interior. Como acota Vedoya: «Notoriamente, este crecimiento desigual señalaba con mucha claridad el camino del futuro»539.


Dos fuerzas políticas se disputarían la preeminencia: el nacionalismo y el autonomismo. La primera sigue siendo la corriente del patriciado oligárquico, y el autonomismo continúa agrupando a negros y compadritos, sin desechar el apoyo de ciertos terratenientes y comerciantes de fortuna. El mitrismo prosigue extranjerizante y burgués; el autonomismo se proyecta algo así como un partido liberal y popular, teñido de cierto color autóctono, constituyéndose en el entronque del partido federal con la Unión Cívica Radical 540.


Ambas no son agrupaciones políticas orgánicas, de programa definido. Sommi dice que se presentan como una federación de clubes políticos, cada uno con sus jefes y accidentales postulaciones, que ante las confrontaciones electorales coordinan sus potencialidades para imponer una lista 541.


Sarmiento, sin ser jefe del autonomismo, pero que pertenece a sus cuadros, trata de apoyar a esta fuerza, pero a su manera. Nunca simpatizó con Alsina por su innata tendencia al aborrecimiento de los caudillos populares, pero luchó a brazo partido contra el mitrismo, especialmente contra su líder. Es que Mitre se constituyó en celoso fiscal de la labor presidencial desde las columnas del diario «La Nación Argentina». Sarmiento le replicaba en «El Nacional». La contienda periodística llegó al insulto, la procacidad y la calumnia, particularmente de parte de Sarmiento; pero también ese duelo sirvió para que el país conociese detalles del operativo posterior a Pavón de destrucción del federalismo, que protagonizaron ambos personajes; aviesamente, se culparon recíprocamente de lo que en realidad había sido una innoble tarea compartida.


Tanto «crudos» como «cocidos» siguieron practicando el fraude. La farsa electoral en la ciudad continuó siendo violenta: cada elección epilogaba en batallas campales, con balazos y manipuleo de cuchillos 542. Se volcaban padrones y se obstruía la llegada de los contrarios al atrio. «El tipo de democracia electoral de esa época puede apreciarse por el hecho de que en una ciudad de ciento ochenta mil habitantes, sólo había dos mil quinientos ciudadanos empadronados y las elecciones otorgaban la victoria a «la pura muñeca», al coraje personal de los matones de atrio, o al simple cohecho»543. De esos dos mil quinientos inscriptos, a veces votaban mucho menos que la mitad: en junio de 1871, por ejemplo, Leandro N. Alem fue elegido diputado provincial con 555 votos 544.


Cuando se acercaba la expiración del mandato de Sarmiento, los clubes políticos y distintos miembros de la dirigencia fueron perfilando sus aspiraciones. Los primeros candidatos fueron Alsina y Mitre, como que eran los jefes de los partidos. Mas el primero, comprendiendo nuevamente que su popularidad en las provincias era escasa, se alió a la candidatura de Nicolás Avellaneda, hombre de acentuado prestigio entre las oligarquías de tierra adentro. Esto significaba la alianza del porteñismo pueblero de Alsina con las fuerzas ilustradas del interior. Surgió otra candidatura, la de Manuel Quintana, un independiente prestigioso, pero no cuajó. Tampoco la de Carlos Tejedor. Sarmiento en tanto, apoya a Avellaneda 545, quien cuenta con diez provincias que le responden a carta cabal. Mitre tiene cierto arrastre en ciudad y provincia de Buenos Aires, además de contar con San Juan, Santiago del Estero y Corrientes 546.


Así se llega a febrero de 1874, fecha en que se realizan elecciones de diputados nacionales previas a las presidenciales de abril. En ciudad y campaña de Buenos Aires ganan los mitristas. En la ciudad predominó la violencia de siempre. Los mitristas celebran su triunfo, pero la junta electoral acomoda el resultado adulterando las actas, y lo que fue un triunfo se transforma en una derrota del mitrismo. Burdo amaño que no fue necesario en casi todo el interior, pues allí los gobernadores eran autonomistas. Triquiñuela que preanunciaba lo que ocurriría en las elecciones presidenciales de abril, cuando sólo en Buenos Aires, Santiago del Estero y San Juan pudo imponerse la fórmula Mitre-Torrent. En los demás distritos impuso condiciones Avellaneda acompañado por Mariano Acosta para la vicepresidencia. Gondra reconoce el fraude que el presidente permitió se cometiera para que su sucesor fuera Avellaneda, opinión que es también la de Galvez y Sommi 547.


Mitre no se conformó con la derrota, especialmente por lo ocurrido en febrero en la elección bonaerense de diputados nacionales. Se levantó en armas a fines de septiembre. Sus secuaces se apoderaron de buques de guerra, mientras Rivas se insurreccionaba en Azul, Arredondo hacía lo propio en Cuyo, el coronel Plácido Martínez en Corrientes y Antonino Taboada en Santiago del Estero. Arredondo, que había contribuido como ninguno a hacer presidente a Sarmiento, ahora distanciado, en las postrimerías de su mandato, se alza contra él. Mitre, que ha ido a Colonia, regresa de esta localidad oriental y desembarca en la costa bonaerense a la altura del Tuyú, poniéndose al frente de las tropas revolucionarias.


Gran parte del ejército permaneció fiel al gobierno y Sarmiento decretó el estado de sitio. El 12 de octubre de ese año, Avellaneda asumió la presidencia pese a la convulsión existente. En noviembre, los 9.000 hombres de Mitre son derrotados por efectivos gubernistas muy inferiores en número, en La Verde. Julio A. Roca dio cuenta de Arredondo en la segunda batalla de Santa Rosa, y Taboada se rindió sin lucha.







Economía y finanzas


Como lo reconoce su propio panegirista Leopoldo Lugones, Sarmiento fue un mal administrador 548.


El gasto público crece: en 1869 llegaba a más de 9 millones de pesos, pero en 1872 está en los 25 millones; en 1874 desciende a 23 millones, «como una indicación de la crisis que comienza»549. En cambio las rentas, en 1872 sólo cubrieron 18 millones de pesos, y en 1874, 16 millones 550. ¿Como se solventó el déficit? Mediante empréstitos, primero internos. Cuando la guerra del Paraguay terminó en 1870, la República se hallaba financieramente exhausta. Sarmiento pretendió solucionar el problema con un nuevo empréstito interno al 70%, que no logró concretar.


Como había planeado un desenfrenado impulso a las obras públicas, cuando todo imponía contención en las inversiones, Sarmiento recurrió al préstamo británico: 30 millones contratados con la casa Murrieta y Cía. de Londres, al 88,5% y 6% de interés; como garantía del empréstito se establecieron los derechos aduaneros 551. ¿Había imperiosa necesidad de seguir hipotecándonos al exterior? Sarmiento contesta en 1872: «Está ya realizada la mitad de la suma emitida en Londres, 30 millones de pesos fuertes. La otra mitad lo estará en el resto del corriente año. La realización gradual nos evitará el pago de intereses sobre dinero a que no podemos dar de inmediato empleo»552. La deuda externa, consiguientemente, aumentó de 40 millones en 1869 a 68 millones de pesos fuertes en 1874 553.


Cuando Sarmiento dejó la presidencia, el servicio de la deuda pública absorbía el 34% de la renta fiscal 554. Por otra parte, según pormenoriza Vedoya, la administración financiera fue lamentable: autorización en acuerdo de ministros de gastos «urgentes» al margen del presupuesto; falta de aprobación de las rendiciones de cuentas de las inversiones hechas por el poder ejecutivo, debían ser controladas por el Congreso, según estrictas normas constitucionales que no se cumplían; tres cuartas partes de las erogaciones destinadas al pago de la deuda y al rubro fuerzas armadas; sólo un 8% del gasto público destinado a inversiones reproductivas 555.


Lo que Mitre no pudo llevar a cabo fue realizado por Sarmiento con la creación de una casa bancaria nacional. Su móvil fue fortificar el poder financiero federal, hasta ese momento demasiado dependiente del Banco Provincial. El Banco Nacional fue mixto. La prosperidad primigenia fue pronto amenazada por el abuso del crédito que hizo el Estado nacional, principal prestatario del mismo. Intentó sanear la moneda, pues se le obligó a emitir papel con reserva metálica que no podía bajar del 25%. Se fundaron además el Banco de Italia y del Río de la Plata, y el Banco Alemán, ambos de capital extranjero.


Los pocos saludables resultados operados por el librecambio frenético –propugnado especialmente por Alberdi, después de la caída de Rosas– llevaron a Sarmiento a establecer cierto proteccionismo en la ley de aduanas del año 1870, con referencia especial a las industrias azucarera y vitivinícola. Posteriormente, sucesivas normas llevaron la protección a otros ramos industriales: textil, serícolo, salitrero, etc.556.


Nuestra balanza comercial continuaba siéndonos francamente desfavorable, dada la falta de control estatal en el movimiento de las importaciones. Durante los seis años de esta presidencia, el déficit en el comercio internacional llegó a la alta suma de cien millones de pesos fuertes 557. Del total de 216.000.000 de pesos fuertes importados, 15 millones eran artículos prescindibles (piedras preciosas, perfumería y cosmética, cigarros de hoja, instrumentos musicales, etc.); 138 millones artículos que competían con lo que nosotros producíamos (tejidos de algodón y de lana, ropa de confección y ropa blanca, sombreros, calzados en general, talabartería y carruajes, muebles, fósforos, fideos y harinas, carnes conservadas, etc.); sólo 49 millones eran productos necesarios (hilos de yute y cáñamo, materias primas para la industria, armas de fuego, máquinas industriales, papel, instrumentos y máquinas agrícolas, drogas industriales y medicinales, etc.); y 14 millones estaban libres de derechos (libros, materiales y máquinas para ferrocarriles, útiles y materiales tipográficos, carbón ferroviario, elementos para telégrafos y tranvías, etc.).


Mientras entre 1871 y 1874 se introdujeron 285.000 pesos fuertes en máquinas e instrumentos agrícolas, en el mismo lapso la importación de instrumentos musicales llegó a 657.000 pesos fuertes. Dice Vedoya: «Importar 1.000.000 de pesos fuertes en máquinas industriales y el doble en cigarros de hoja, no era, precisamente, la mejor forma de hacer progresar la producción del país»558.


En cuanto a las exportaciones, ellas eran casi íntegramente productos primarios ganaderos sin transformación alguna: cueros, lana, sebo, crines, pieles y plumas de animales silvestres; sólo la carne se salaba para que pudiese llegar a destino. La lana, en un 98%, se mandaba sucia, y los cueros de cabras y cabritos, sin curtir. Lavando las lanas los belgas obtenían grasa suplementaria, y los cueros de cabritos santiagueños servían a los franceses que los curtían, para hacer guantes que parecían un calco de los de gamuza 559. No existía en nuestra dirigencia conciencia de desarrollo económico.


Lo que llevamos relatado explica que la crisis mundial de 1873 repercutiera con violencia en el organismo económico-financiero del país. La gran cantidad de medio circulante proveniente de los empréstitos negociados en el exterior, no sólo por la Nación sino también por las provincias, especialmente la de Buenos Aires, provocó la facilidad en obtener dinero a bajo interés. Esto dio alas a la especulación aumentando en forma ficticia los precios. La fiebre del enriquecimiento a cualquier costo se vio entonces. Se importó sin coto ni control. Cuando llegó el momento de reembolsar al exterior lo que un pueblo se había permitido importar sin mesura, en su mayoría bienes no reproductivos, se produjo el inevitable malestar económico, herencia que imposibilitó a Avellaneda realizar una obra de gobierno aceptable.


Cuando Sarmiento asumió la presidencia en 1868, el F.C.C.A. estaba casi terminado. En 1870 llega a Córdoba. Ese año la Nación hubo de pagarle 209.000 pesos fuertes en concepto de garantía, pues sus ganancias no llegaron al 7% estipulado 560. La sangría continuó en los años siguientes. En 1873 Sarmiento otorga a esta empresa libertad de acción para operar con sus libros de contabilidad sin ningún control estatal. El ministro que refrenda el decreto, Uladislao Frías, sería poco más tarde representante legal de dicha compañía ferrocarrilera 561.


Las dos líneas de ferrocarriles que construyó el Estado por iniciativa de Sarmiento, partieron de estaciones del F.C.C.A., naciendo así tributarias de éste. En efecto: el F.C. Andino, conectó las provincias de Cuyo con Villa María, y el F.C. Central Norte, Córdoba con Salta y Jujuy. Se terminarían de construir en las presidencias siguientes. Lo cierto es que el capital británico no tuvo interés en esas líneas, cuyo trazado era una aventura. ¿Dónde estaba la carencia de capitales, argumento merced al cual se concedieron las mejores líneas férreas al capital foráneo?


El F.C. Oeste, de capital íntegramente nacional, pidió ayuda al gobierno nacional para extenderse hasta Cuyo. Lejos de auxiliar a esta noble empresa, se otorga a capitalistas británicos la construcción del F.C. Pacífico, que uniría Buenos Aires y Cuyo, esto ocurría en 1872. No sólo se prefiere al capital extranjero, sino que se le aparea un competidor temible al F.C.O. en sus primeros cien kilómetros. Nuevamente refrenda el decreto de concesión Frías, que en tiempos futuros sería director del F.C. Pacífico 562.


Los ingleses obtienen otras conquistas. Sarmiento subvenciona las mensajerías que unen Villa María y Córdoba –estaciones del F.C.C.A.– con Cuyo, pero no lo hace con las que van de Cuyo directamente a Buenos Aires y Rosario 563.


Pese al propósito de construir el F.C. Central Norte, que tenía el propio gobierno, instado en este sentido por el Director del Departamento de Ingenieros, Lindmark, se llamó a licitación para conceder el trazado del primer tramo Córdoba a Tucumán. Dos propuestas de capitalistas argentinos fueron rechazadas, y Sarmiento se inclinó nuevamente por los ingleses. El contrato respectivo estuvo preñado, como parecía ser habitual, de cláusulas abusivas 564.


Dos fueron las pasiones de Sarmiento como hombre publico: la instrucción pública y el progreso material. Quizás se tenga parte de razón cuando se afirma que en momentos de precisar el país una marcha decidida hacia su engrandecimiento material, Dios envió a Argentina un personaje como el sanjuanino 565. Salvo su innata tendencia a lograrlo todo utilizando elementos metecos, su esfuerzo fue denodado. Caminos, puentes, telégrafos, mejoramiento del correo, fundación de colonias agrícolas, exposición industrial en Córdoba, fomento de la navegación de los ríos, creación de la Oficina de Estadística Nacional, de la Oficina Meteorológica, del Asilo de Inmigrantes y del Departamento de Inmigración, construcción de edificios públicos, canalización de ríos y construcción de muelles, adquisición de unidades de guerra para la marina, realización de un censo, son obras que hablan claro del celo sarmientino.


Hubo diversos proyectos para construir el puerto de la ciudad de Buenos Aires durante la presidencia de Sarmiento, de todos ellos, el que pareció más viable fue el del ingeniero Luis A. Huergo en el Riachuelo. Pero en el Senado, el proyecto de contrato enviado por el poder ejecutivo chocó con la oposición de Mitre, por cuanto el directorio de la compañía inglesa que facilitaba los fondos, Murrieta y Cía., fijaba su domicilio en Londres. Mitre argumentó: «el primer puerto de la República Argentina será gobernado desde Inglaterra», y el puerto no se hizo. Patriótica intervención del líder del nacionalismo, que olvidaba que siendo presidente había aprobado los estatutos del F.C. Sur cuyo directorio residiría en Gran Bretaña. No era y no es lo mismo estar en el poder que estar en el llano 566.







Política internacional


La guerra con el Paraguay finalizó en 1870 con la muerte de Francisco Solano López. La firma de la paz con el país vecino exigió del gobierno de Sarmiento un gran despliegue diplomático.


El canciller Mariano Varela, opuso la frase «la victoria no da derechos» a las pretensiones de Brasil 567, que éste entendió era una renuncia argentina al Chaco. Argentina ocupó Villa Occidental, en la margen derecha del río Paraguay, precisamente en lo que es hoy el Chaco paraguayo, para dejar en claro que no era ese su propósito.


Brasil se enseñoreó de todo el Paraguay oriental, incluso Asunción, las Tres Bocas y la isla argentina de Cerrito, dominando la navegación de los ríos Paraná y Paraguay. Con estas posiciones tomadas, le dictaba su voluntad al nuevo gobierno paraguayo, logrando de éste la firma del tratado de paz en enero de 1872, por separado 568, violando el Tratado de la Triple Alianza. Por ese convenio de paz, Brasil se aseguró todas las ventajas territoriales previstas en la susodicha Triple Alianza, mantendría ocupado Paraguay por cinco años y efectuaría el cobro de la deuda de guerra en forma benévola.


Las relaciones se pusieron muy tirantes con la cancillería argentina, desempeñada ahora por Carlos Tejedor. Dice Palacio: «Las negociaciones habían llegado a un punto de tensión que hacía pensar en la inminencia de la guerra con el Brasil. Un incidente se había planteado, acerca de una nota en que Tejedor mencionaba la batalla de Ituzaingó. Tejedor alegaba que lo había hecho porque el ministro brasileño había aludido a Caseros (lo que demuestra que los sentimientos no se hallaban embotados todavía y que se sentía a Caseros como una derrota nacional)»569.


Sarmiento hizo lo que las circunstancias indicaban: compró prácticamente una escuadra en Inglaterra. Se mandó a Mitre a Río de Janeiro a negociar nuestros límites con Paraguay. En esa ciudad, el enviado argentino se encontró con que los brasileños demoraron insolentemente las negociaciones. Al final, el ex-presidente convino que el límite sería el río Pilcomayo, renunciando Argentina a todo el Chaco, hoy paraguayo, salvo Villa Occidental. Reconoció, además, la validez del tratado Cotegipe-Lóizaga que selló la paz brasileño-paraguaya. Como no se pone nada por escrito, al ir el propio Mitre a Asunción, para formalizar el tratado de paz, se encuentra con que el vizconde de Araguaya, representante brasileño, se niega a apoyar a Argentina en la posesión de Villa Occidental. Mitre intenta convencer a Tejedor que nuestro país no tenía «título válido» para pretender esa zona. Y Tejedor comete el grave error de publicar las notas de Mitre negando nuestros derechos sobre Villa Occidental, documento que luego utilizarían los paraguayos para ganar el arbitraje sobre esa zona 570.


Durante esta presidencia comienzan a agudizarse los problemas limítrofes con Chile. El presidente argentino que –durante su exilio en Santiago, en época de Rosas– había instado al gobierno chileno, como ya se ha visto, a apoderarse del Estrecho de Magallanes y aun de la Patagonia, comunicó a la cancillería trasandina estar dispuesto a discutir los límites. Sarmiento se desdijo de sus apreciaciones de otrora y afirmó la soberanía argentina en esas zonas decretando la fundación de dos territorios nacionales en ellas: uno llamado Patagonia, hasta el río Santa Cruz, y el otro Magallanes, desde este río hasta Tierra del Fuego inclusive. Además, hizo concesiones de extensiones de terreno en esas regiones.


Chile, por su parte, ocupó el río Santa Cruz. Como Argentina protesta, el gobierno de Santiago le recuerda a Sarmiento sus opiniones de años atrás. En Santiago, el populacho insultó nuestro pabellón y atacó la legación argentina, en la sospecha de que Sarmiento apoyaba la entente peruano-boliviana contra Chile. Era la época en que a estas dificultades con Chile se unían las provenientes de la firma del tratado de paz con Paraguay relatadas y que nos indispusieron con Brasil. Por ello vimos que Sarmiento, acertadamente, hizo preparativos bélicos.


En abril de 1874 Tejedor propuso un acuerdo transitorio: el Estrecho quedaría en poder de Chile, y la Patagonia, hasta el río Santa Cruz, en manos de Argentina. La zona intermedia sería sometida a arbitraje; Chile aceptó.


Inglaterra pretendió ante el gobierno argentino que sus súbditos fueran indemnizados por los perjuicios sufridos durante la revolución de López Jordán, y con motivo de una invasión de indios a Tandil y Bahía Blanca 571. Nuestro gobierno rechazó dichas demandas, y el canciller Tejedor emitió su doctrina que sería aplicada a casos similares: los residentes extranjeros estaban sujetos a las leyes locales, y si gozaban, de acuerdo a la Constitución, de iguales derechos y garantías que los nativos, no podía admitirse que disfrutaran además del amparo diplomático y de la protección de las leyes de sus países de origen. Para la defensa de sus derechos, en la parte que los consideraran afectados, debían recurrir a la justicia argentina. Ante sucesivas reclamaciones de los ministros italiano, alemán y uruguayo, Tejedor se mantuvo en esta tesitura.



Gobierno de Avellaneda (1874-1880)


Política interna




Cuando el tucumano Nicolás Avellaneda se hizo cargo de la presidencia el 12 de octubre de 1874, el gobierno nacional afrontaba las dificultades emergentes de la rebelión mitrista. Recién en diciembre Roca daba cuenta de Arredondo en la batalla de Santa Rosa, y se pudo decir que la sublevación estaba sofocada.


La primera dificultad política que tuvo el presidente fue la conformación de su ministerio, pues Adolfo Alsina no se conformaba con una de las carteras, sino que, como gran factor del triunfo de Avellaneda sobre Mitre, quería intervenir en la digitación de los ministros, a lo que Avellaneda hubo de someterse para no perder el apoyo del jefe del autonomismo. Alsina se reservó la cartera de guerra, desde la cual pensaba influir sobre los comandantes militares del interior, y con ello el manejo de las situaciones provinciales, esperando que en 1880 dieran como resultado su tan ansiado ascenso a la presidencia.


La elección del gobernador de Buenos Aires que se haría cargo del poder en marzo de 1875, provocó un serio problema generacional dentro del autonomismo. El candidato de la plana mayor del partido, en general integrada por figuras ya maduras, era Antonino Cambaceres, industrial que había hecho una excelente administración del F.C. Oeste. Los jóvenes disintieron. Agrupados en el club «Guardia Nacional», deseaban una renovación de la dirigencia.


En este club militaban Aristóbulo del Valle, de ascendencia rosista, con dotes relevantes para la política, orador de facundia, brillante, de recta conducta y que adquirió con los años gran prestigio moral; Leandro N. Alem, hijo de un mazorquero fusilado, abogado como el anterior, de arrastre popular en el barrio Balvanera, de las orillas de Buenos Aires; su sobrino Hipólito Yrigoyen, que hacía las primeras armas en la política, a la sombra de su tío, comisario de la mencionada barriada desde la presidencia de Sarmiento; Dardo Rocha, posterior fundador de La Plata, que si no tenía las dotes de Del Valle y Alem, poseía una gran ambición política y posición económica desahogada. Finalmente, Alsina conformó a los jóvenes llevando a la gobernación a Carlos Casares, quien se comprometió a designar como ministro de gobierno a del Valle.







La conciliación


Pese a su derrota de 1874, el mitrismo conspiraba, alarmando al oficialismo con amagos de revolución y absteniéndose de participar en las luchas cívicas. Para aliviar la tensión, en julio de 1875, el gobierno nacional prohijó la sanción de una ley de amnistía a los militares complicados en la revolución mitrista de 1874, lo que permitió la liberación de Mitre que estaba preso. Pero los adictos a éste continuaron conspirando durante 1876, aprovechando el clima duro generado por la crisis económica, la primera grave de nuestra historia, que golpeaba a la población, generaba descontento y ponía en aprietos al gobierno.


En noviembre de 1876, López Jordán volvió a sublevarse, por tercera vez, en Entre Ríos, suponiéndose en Buenos Aires que el mitrismo andaba en esto. Se establece el estado de sitio, se clausuran periódicos mitristas. López Jordán es derrotado en Alcaracito y se entrega. Pero la tensión continúa, incluso en el seno del autonomismo, donde los jóvenes se van sintiendo cada vez más divorciados de Alsina. Entonces, éste y Avellaneda deciden pactar con el mitrismo.


En mayo de 1877 menudean las reuniones entre Avellaneda, Alsina, Mitre, Casares, Eduardo Costa, Carlos Tejedor. Se llega a la conciliación, que no es un convenio escrito, sino un pacto verbal entre caballeros. Avellaneda acepta reincorporar a las filas del ejército a Mitre y a los militares que lo habían secundado en la revolución de 1874. Se ponen asimismo de acuerdo en prohijar, ambas fuerzas políticas, la candidatura de Carlos Tejedor para la gobernación de la provincia de Buenos Aires, un hombre de reconocido prestigio e independencia personal. Como se producen dos vacantes en el ministerio de Avellaneda, éste ofrece la cartera de relaciones exteriores y de instrucción pública a dos mitristas: Rufino de Elizalde y José María Gutiérrez, respectivamente, quienes aceptan. Esta operación armonizadora se completaría en las provincias del interior, donde se le abrirían las puertas al mitrismo en materia de ministerios, cargos legislativos, etc. Además se concurriría con listas mixtas a las elecciones de diputados nacionales de 1878. ¿Qué recibía el autonomismo a cambio de todas estas concesiones? No se dijo oficialmente, pero Alsina fue valor entendido para ser candidato de la conciliación a la presidencia en el ‘80.


Todos conformes, menos los jóvenes autonomistas, del Valle, Alem, Rocha, Juan José Romero, quienes se rebelan contra el operativo conciliador, deciden separarse del autonomismo y formar un nuevo partido que se llamó republicano. éste proclama fórmula para gobernador y vice-gobernador de la provincia de Buenos Aires, integrada por del Valle y Alem, que enfrentaría a Tejedor-Moreno, la de la conciliación. En el comicio del 2 de diciembre de 1877, se impone Tejedor por 3.315 votos de los conciliados contra 1.187 de los republicanos.


El juvenil grupo animador del partido republicano ya actuaba, desde 1868, en el club 25 de mayo, dentro del autonomismo, apoyando en ese entonces la fórmula Sarmiento-Alsina. Tenía algunas connotaciones programáticas de avanzada: elección pública de los jueces de paz; imperio del sufragio popular; abolición del servicio de fronteras que denigraba a nuestros gauchos; rebaja del precio de la tierra pública y división de la misma; autonomía de los municipios 572. Militan en este club Alem, Victorino de la Plaza, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña, del Valle, Pedro Goyena. En 1872 fundan el club Electoral, incorporándose entre otros José Manuel Estrada, Dardo Rocha, Miguel Goyena. Cuando la mayoría de estos dirigentes funda el partido republicano en 1877, la implantación del proteccionismo industrial está entre sus objetivos 573. De tal manera, que bien puede decirse que dicha corriente política es la primera programática de esta época, cuyos postulados mucho tenían que ver con las viejas demandas del federalismo vernáculo. Algunos de estos principios, como el juego limpio electoral, se incorporarían a la Unión Cívica en el ‘90 y a la Unión Cívica Radical en el ’91. No es casual que Alem fuera el animador de ambas.


Cuando la conciliación parecía haber allanado la solución de los ríspidos problemas políticos de la segunda parte de la década del 70, sucedió un hecho que lo echaría todo por la borda. A fines de diciembre de 1877 moría inesperadamente Adolfo Alsina, la solución presidencial para el ‘80. Este hecho desataría una ola de ambiciones en la plana mayor de la dirigencia política argentina, por hacerse acreedores a la herencia de la candidatura presidencial del ministro de guerra fallecido. Esto llevaría en dos años, (1878-1880) a la República a un grave desencuentro, con su consiguiente cuota de derramamiento de sangre. Complicado proceso político, conectado directamente con las causas de la Revolución de 1880, que trataremos al abordar ese tópico, más adelante.







Economía y finanzas. La inserción argentina en la economía mundial


A partir de Caseros, pero más claramente desde Pavón, Argentina insertó su economía dentro del esquema económico mundial, especialmente europeo. Esto significaba esencialmente, que Argentina pagaría sus importaciones de manufacturas europeas, con productos primarios, casi exclusivamente ganaderos, hasta 1880.


La balanza comercial, es decir, el cotejo entre los valores importados y los valores exportados, fue negativa entre 1852 y 1862 por 20 millones de pesos fuertes –durante la presidencia de Mitre por 40 millones, y durante la de Sarmiento por 100 millones– hubo que apelar a los empréstitos para nivelar la balanza de pagos. El gasto era galopante: guerras civiles, contienda con el Paraguay, derroche administrativo, importaciones suntuarias, etc.


El sistema se mantuvo hasta 1873, porque Europa, particularmente Gran Bretaña, nos proveyó de oro a través de esos préstamos, pero cuando ellas hubieron de soportar la crisis mundial a partir de ese año, el flujo de oro europeo se paralizó, y nos encontramos que no teníamos salida para nuestro endeudamiento, que las reservas metálicas se habían volatilizado, y que para mayor desgracia, nuestros productos de exportación habían bajado de precio precisamente a raíz de la crisis mundial. Se produjo el descenso del comercio exterior de la República, y con ello la disminución de la recaudación aduanera, que constituía todavía entre el 80 y el 90% de los recursos del tesoro nacional. Tal disminución acarreó, entonces, notables efectos negativos en las finanzas del Estado.


La escasez de entrada de oro vía empréstitos, provocó la falta de fondos de los bancos para conceder créditos al comercio y a las explotaciones rurales, pues no debe olvidarse que la emisión de billetes sólo podía efectuarse sobre la base del encaje metálico poseído. La falta de crédito bancario ocasionó quiebras, desocupación. Este último factor golpeó a los sectores más débiles, como los afectó, debido a la disminución de las importaciones, el encarecimiento de productos de primera necesidad, alimenticios y de la vestimenta, que en aquel entonces se traían en buena cantidad del exterior. Nuestro sector industrial, desprotegido en general, como estaba, era rudimentario, incipiente, una de las consecuencias más notorias de esa inserción argentina en la economía mundial, que nos imponía aceptar las reglas de juego consistentes en importar manufacturas y oro, en forma de empréstitos, y exportar materia prima y alimentos.


Hemos dicho que la República se encontraba fuertemente endeudada. Se calcula que en 1875 los servicios de los intereses y amortizaciones de la deuda pública absorbían el 25% del presupuesto. Al pagarla, el oro desapareció prácticamente de las arcas fiscales. La Caja de Conversión, que en 1872 tenía 15 millones y medio de pesos oro, en 1877 sólo contaba con algo más de 158.000 pesos oro 574.


Se impuso entonces la frugalidad en las importaciones, lo que dio un natural impulso a algunas industrias elementales. El monto de lo importado, que en 1873 había llegado a 73 millones de pesos, en 1876 bajó a 36 millones 575. Durante su mandato, obligado por las circunstancias, Avellaneda, logró un superávit en la balanza comercial de 25 millones de pesos oro en total 576.


El presidente inició una política financiera de austeridad en los gastos dirigida con criterio de clase. Como la renta fiscal bajaba, se pedía la suspensión de los pagos al exterior en concepto de amortización e intereses de la deuda publica. Avellaneda se negó terminantemente a decretar la moratoria internacional, lanzando aquella frase famosa: «Ahorraremos sobre el hambre y la sed de los argentinos». Impuso una dura política de contención en los gastos; rebajó en un 25% los sueldos y pensiones, atrasó el pago de los salarios de los empleados en 6 meses, dejó sin efecto la realización de obras públicas y sin pago a los acreedores internos del Estado. Pero se satisfizo puntualmente a los acreedores externos.


Para el año 1876, el presupuesto fue reducido en una tercera parte: seis mil empleados públicos van a la calle 577. La especulación, una de las causas fundamentales de la crisis, decreció notoriamente; el clima financiero artificial en que se había vivido, denotado por una fiebre de negocios avasallante, se trocó en una frialdad trágica, síntoma de paralización en el mundo comercial. La elevación ficticia de los precios se transformó en violenta depresión de los mismos. También se suspendió el pago de las subvenciones a las provincias 578 con lo que la crisis repercutió en el interior. Las propiedades rurales se depreciaron en un 50%, volviendo en muchos casos a su valor normal después de la hinchazón provocada por la especulación 579.


La política seguida por Avellaneda, y que el ministro Bernardo de Irigoyen sintetizó expresando que «la deuda extranjera debe servirse religiosamente, cueste lo que cueste»580, hizo que el encaje metálico existente en la Caja de Conversión, como vimos, huyera del país hacia el exterior. Fue necesario entonces que se estableciera la inconversión de la moneda, medida que se concretó en mayo de 1876, después de nueve años de regir la conversión dispuesta durante la administración del general Mitre 581. El papel moneda se depreció notablemente, circunstancia que sufrieron más los sectores asalariados. Por lo menos, durante su mandato, Avellaneda no aumentó la deuda con el exterior ya que no contrajo empréstitos, quizás porque las circunstancias penosas por las que atravesaba el país no se lo permitieron.


El descenso de las importaciones que se ha observado, contribuyó a que se fuese acelerando la toma de conciencia industrial en los medios económicos. Durante 1875 nace en Buenos Aires el Club Industrial Argentino, ente que agrupa a sectores del empresariado; su órgano de prensa, «El Industrial», hace prédica proteccionista. Tres años después, un núcleo disidente da origen al Centro Industrial Argentino, que tiene su periódico en «La Industria Argentina». En 1877, el Club Industrial organiza una exposición industrial argentina muy modesta. Al año siguiente, nuestro país está presente en la Exposición de París 582.


Contribuye notoriamente a la formación de un clima proclive a fomentar la industrialización, un grupo de hombres de extracción autonomista liderado por Vicente Fidel López, a quien siguen Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, Miguel Cané y otros. En el fondo, este núcleo ponía en duda si la inserción de Argentina en la economía mundial, tal como se la practicaba, era el camino correcto para lograr el desarrollo y progreso material a que se aspiraba. Observaban cómo, contemporáneamente, Estados Unidos, inspirado en la prédica de Hamilton y Charles Henry Carey, y Alemania, en la de Friederich List, en vez de trocar productos primarios por manufactura, habían decidido industrializar la materia prima para lograr un mayor valor agregado que equilibrara su balanza comercial, y para adquirir cierta independencia económica frente a los centros financieros ingleses o franceses.


En el debate en la Cámara de Diputados, de agosto de 1876, refiriéndose al proyecto de ley de aduanas para el año siguiente, Vicente Fidel López expresaba refiriéndose al ministro de hacienda, Norberto de la Riestra: «él cree que nosotros, limitándonos a la producción de materias primas, podremos estar en el caso de hacer frente con nuestra exportación al valor de las importaciones ahora y siempre... Y yo digo... que si nos limitamos a esta esfera, jamás saldremos de la pobreza, de la miseria, de la barbarie y del retroceso». Carlos Pellegrini acotaba: «Es evidente... que hoy somos simplemente un pueblo pastor, que nuestra única riqueza se reduce al pastoreo y en pequeñísima parte a la agricultura; entonces en nombre de la experiencia les preguntaría a los librecambistas, ¿cuál es la nación del mundo que ha sido grande y poderosa, siendo únicamente pastora? Creo que será muy difícil indicarla... Los proteccionistas no atacan el principio del librecambio; reconocen que está fundado sobre bases sólidas; en lo único que difieren, es en la cuestión de época y lugar. Declaran que a naciones nuevas, que recién han nacido a la vida de la industria, no puede aplicárseles el sistema del librecambio, y que hay que aplicarles el sistema proteccionista».


En otra intervención, López profetizaba: «Con el librecambio, el interior no estará poblado, y sólo habrá una miseria progresiva... estamos en un país pobre que tiene que mandar sus materias primas sin límite a los manufactureros extranjeros, que ellos son los que imponen el precio a nuestros productos, que nosotros no somos dueños de nuestra producción, y que, como ha dicho el diputado Pellegrini, somos una granja del extranjero, un pedazo del territorio extranjero, pero no tenemos independencia; pues el día que un periódico extranjero nos quiera quitar el crédito, el señor Ministro se quedará (a pesar de todo su comercio libre) en la situación en que se halla actualmente. Estas son las condiciones que ha traído al Gobierno a la ruina económica que sufre; es imposible tener independencia cuando un pueblo no se basta a si mismo, cuando no tiene para consumir todo aquello que necesita, cuando dependemos de los trigos de Chile, cuando dependemos, aun en el caso de una guerra, de los fusiles extranjeros»583.


Se estableció así, en el año 1877, una ley de aduanas que establecía derechos del 40% para el calzado, ropa y confecciones, del 25% para los tejidos y cueros curtidos, y numerosos artículos alimenticios abonaron el 35%, lo que favoreció el proceso industrial 584, encaminando actividades manufactureras como la textil, del calzado, mueblera, vitivinícola, del vidrio, etc.585, pues la carencia de importación de ciertos productos hizo necesaria su producción en el país. Así obtuvieron también difusión ciertos cultivos como el trigo, la caña de azúcar, el tabaco y la vid. Es con Avellaneda que se vislumbra el porvenir argentino en materia de agricultura, y se comienza a exportar trigo como se había hecho por primera vez en 1850, durante la fase final de la Dictadura de Rosas 586.


El descubrimiento de métodos de congelación de carnes, debido a Tellier, permitió entre 1876 y 1878 hacer las primeras experiencias exportadoras de ellas a los mercados europeos. En 1880 la ganadería representaba el 89,5% de nuestras exportaciones, y la agricultura el 1,14%, lo que demuestra que hasta ese año poco se había logrado en materia de agricultura 587.


Durante su mandato, en 1876, Avellaneda inauguró el ferrocarril de Córdoba a Tucumán. Las líneas, que cubren 1.331 km., en 1874, llegan a 2.474 km., hacia 1880, de las cuales 1.198 son de capital nacional y 1.276 de capital foráneo. Esto demuestra fehacientemente la capacidad argentina para encarar con autonomía la construcción de redes ferroviarias.


En líneas generales, Avellaneda, no otorgó nuevas concesiones; mas pudo haber propiciado la expropiación del F.C. Sud por el F.C. Oeste, adelantándose al objetivo británico de comprar esta última línea férrea, que cumplió en 1889. En la opinión pública se hacía sentir una corriente hacia la expropiación, pues se argumentaba con razón, que el país era suficientemente rico para hacerlo. Avellaneda no se atrevió, y en cambio favoreció la concesión que había hecho Sarmiento al F.C. Pacífico 588. Ya comienza, por otro lado, a denotarse la tendencia al trazado radial de las líneas, desde los puertos de Rosario y Buenos Aires al interior, lo que marca en materia de transportes las exigencias de la inserción argentina en la economía mundial: ferrocarriles que van del interior hacia los puertos transportando productos primarios, y que vuelven de los puertos al interior cargando manufacturas.


Mientras tanto, el F.C. Central Argentino organizaba una compañía, que se ocuparía de la comercialización de las tierras obtenidas merced al contrato de concesión ferroviaria otorgado por Mitre. Se constituye con forma de filial, aparentemente independiente del Ferrocarril, para evitar que sus ganancias sean contabilizadas como pertenecientes a éste, de otra forma, abultando las utilidades totales del Central Argentino, les hubiese complicado el cobro de las garantías estipuladas para el caso de que las utilidades no llegaran al 7% anual. No obstante verse con claridad la maniobra, la ley 834 del 25 de octubre de 1876 aprobó los estatutos de la Compañía de Tierras del F.C.C.A., y como si esto no fuera suficiente, por un decreto del 6 de octubre de 1880 se solicitaba a los gobiernos provinciales de Santa Fe y Córdoba, que los terrenos pertenecientes a la susodicha Compañía no fueran gravados con impuesto alguno, a lo que esos gobiernos accedieron 589.







Política internacional


Durante la presidencia de Avellaneda se llegó a un acuerdo definitivo con Paraguay que restableció la paz entre ambas naciones y arregló los problemas limítrofes, obra del ministro de relaciones exteriores Bernardo de Irigoyen. Cuando éste se pone al frente de tales funciones, en agosto de 1875, el territorio paraguayo estaba ocupado, todavía, por fuerzas brasileñas. Río de Janeiro dificultaba la firma de nuestro tratado de paz con Paraguay, y por ende postergaba la desocupación del territorio por sus fuerzas militares, situación peligrosa para la independencia guaraní 590. Así lo comprendió Irigoyen, quien puede ponerse de acuerdo subrepticiamente con el gobierno paraguayo, preocupado por la presencia de las tropas brasileñas enseñoreadas en su tierra.


El acuerdo se logró sobre la base del establecimiento como límite al río Pilcomayo, defiriéndose la posesión de Villa Occidental y de la zona aledaña entre los ríos Pilcomayo y Verde, al arbitraje del presidente norteamericano Rutherford Hayes. Misiones y la isla del Cerrito serían argentinas.


Enterada la cancillería carioca que en algo andaba el gobierno paraguayo con Argentina, intentó presionar al presidente Gill para que firmara un tratado de amistad con Brasil, el que significaba un cuasi-protectorado del gobierno de Pedro II sobre la nación guaraní. Como Gill se negó, Brasil intentó derrocarlo bajo la apariencia de una revolución nativa. Entonces Irigoyen se puso firme, amenazó con reforzar nuestros contingentes en Villa Occidental y dificultó la llegada de armamentos a los «revolucionarios» por el río Paraná. Consolidado en el gobierno el presidente Gill, firmó la paz con el gobierno argentino pactando los límites consignados. Como con la firma del tratado se daba por finiquitada la guerra con Paraguay, Irigoyen exigió la desocupación brasileña de ese país, cosa que ocurrió en junio de 1876.


El fallo del presidente Hayes en 1878 nos fue desfavorable, y fijó definitivamente nuestro límite con esa nación en el Río Pilcomayo.


Con Chile se produjeron incidentes. En 1876 el buque «Jeanne Amélie», de bandera francesa, cargaba guano en la desembocadura del río Santa Cruz, con licencia argentina, cuando una nave de guerra chilena lo capturó. Ante la protesta argentina, Chile arguyó que sus límites llegaban hasta el río Santa Cruz, el problema se discutió largamente. En 1878, nuevo incidente similar con el buque norteamericano «Devonshíre», que también con licencia argentina cargaba guano en la caleta Monte León: fue capturado y llevado a Chile. Esta vez nuestro gobierno envió cuatro buques de guerra al mando del comodoro Luis Py, con la orden de evacuar de chilenos la zona haciendo uso de la fuerza en caso necesario. Chile dio orden a su escuadra de que actuase, por lo que se temió un grave enfrentamiento. Sin embargo se llegó a un acuerdo por el cual se establecía un «statu quo», y Chile procedió a devolver el buque «Devonshire».


Entre 1876 y 1879 Argentina y Chile firmaron varias transacciones en materia limítrofe, en época en que sucesivamente nos representaron los ministros de relaciones exteriores Irigoyen, Elizalde y Montes de Oca. No obstante, ninguno de los acuerdos logró perfeccionarse mediante la ratificación correspondiente de ambos países. Hubo momentos en que se temió que Chile se apoyara en Brasil para atacarnos, pero la situación económico-social de este país hacia 1878 diluyó la posible entente.


En 1879 Chile se enfrascó en una contienda contra una alianza peruano-boliviana, la llamada guerra del Pacífico, y entonces los trasandinos temieron que Argentina aprovechara sus dificultades para avanzar en el sur. Hidalgamente, Avellaneda contestó a Juan Manuel Balmaceda, que venía a pedir nuestra neutralidad: «La Argentina no es país que aproveche las dificultades de un adversario, para obtener ventajas; eso no sería caballeresco; vaya usted a Chile y lleve la seguridad de nuestra completa neutralidad durante la guerra, que después de ésta, y cuando ustedes estén repuestos del magno esfuerzo, entraremos a discutir nuestros derechos respectivos». Balmaceda, que iba dispuesto a firmar cualquier cosa en materia de límites con tal de obtener la neutralidad argentina en la guerra del Pacífico, expresó a Ernesto Quesada: «...mi sorpresa fue suma cuando conocí a los estadistas argentinos. ¡Qué generosidad! ¡Qué desprendimiento! ¡Qué grandeza de alma!»591.


La guerra del Pacífico, pues, y luego la grave crisis política argentina del ‘80, postergaron la solución del diferendo limítrofe con Chile, que recién comenzaría a caminar en dirección a una solución a partir de 1881, durante la presidencia de Roca.


En otro frente, entre 1875 y 1876, el gobierno de Santa Fe tomó diversas medidas contra la sucursal del Banco de Londres y Río de la Plata en Rosario, en represalia por haber dicho Banco presentado a la conversión buena cantidad de billetes del Banco Provincial de Santa Fe, sabedor de que éste, debido a la crisis, no tenía metálico para entregar por ellos. Así se le suspendió el derecho de emitir billetes, se le impuso un impuesto a sus operaciones, se le canceló la personería jurídica, se apresó a su gerente, un alemán de apellido Behn, que retiraba fondos para ingresarlos en la sucursal de Buenos Aires, y finalmente la Provincia se incautó de dichos fondos. Los ministros diplomáticos inglés y alemán pusieron el grito en el cielo ante nuestro canciller Irigoyen, pretendiendo una solución del diferendo por la vía diplomática. Una cañonera británica fondeó en el puerto de Rosario en tono intimidatorio.


Irigoyen puso las cosas en su lugar, sentando lo que se conoce como doctrina Bernardo de Irigoyen, que significaba el rechazo de las pretensiones esgrimidas por el representante británico: «El Banco de Londres es una sociedad anónima; es una persona jurídica... que debe su existencia exclusivamente a la ley del país que la autoriza. En esas sociedades no hay nacionales ni extranjeros: ellas constituyen una persona moral distinta de los individuos que concurren a establecerla; y aunque sean fundadas por extranjeros, no tienen derecho a protección diplomática, porque no son las personas las que en esas combinaciones se ligan. Asócianse simplemente en ellas los capitales, en forma anónima, es decir, sin nombre, nacionalidad, ni individualidad comprometida»592.


Al reclamo alemán, Irigoyen le señaló el camino de la justicia, que no se había intentado, para plantear el reclamo. Entrevistado nuestro canciller por el ministro inglés Saint John y por el abogado del Banco de Londres, Manuel Quintana, que en 1904 sería presidente de la República, apenas «el abogado que acompañaba al encargado de negocios reclamante anunció por vía intimidatoria que una cañonera inglesa se dirigía hacia el puerto de Rosario, el ministro con digna reacción, se puso de pie y se negó a continuar hasta que Quintana se retirase del despacho, no aceptando que un argentino fuese portavoz de una intimación extranjera»593.


El gobernador santafesino Servando Bayo, no admitió restituir la personería jurídica y liberar a Behn, hasta que no se facilitase un crédito al Banco Provincial que solucionase sus problemas, y hasta que el Banco de Londres, su fundamental competidor, aceptase sus billetes. Además, exigió que Behn fuese trasladado de Rosario a otro lugar fuera de la Provincia, y que se retirase la cañonera «Beacon» de Rosario. Obtenidos estos objetivos, Bayo devolvió la personería jurídica al Banco de Londres.