desde 1800 hasta 1851
las invasiones inglesas
 
 
Desde 1804, España estaba en guerra con Gran Bretaña. La causa inmediata del conflicto fue el apresamiento de cuatro fragatas españolas –cargadas de oro y plata– por parte de los ingleses. Esto resultó, sin embargo, apenas la gota que desborda el vaso, pues el enfrentamiento venía madurando por muchas otras razones. España se alía con Francia, donde manda Napoleón, mientras Austria, Prusia y Rusia apoyan a Inglaterra.

En 1805, el almirante Nelson derrota a las escuadras de España y Francia en Trafalgar, quedando Gran Bretaña dueña de los mares.

La Noche de San Juan del 24 de junio de 1806, el virrey Sobremonte y su familia asistían a una función en la Casa de Comedias. Se representaba allí El sí de las niñas, de Moratín.

Serían cerca de las 9, cuando un mensajero entró al palco del virrey y le entregó un despacho urgente. Se trataba del pliego enviado por el capitán de navío don Santiago de Liniers, informando que buques de guerra ingleses navegaban frente a Ensenada.

Sobremonte abandonó el teatro y se dirigió al fuerte de Buenos Aires.

Las noticias de Liniers no tomaron por sorpresa a Sobremonte ya que, desde tiempo atrás, se temía el ataque inglés.

Al amanecer del 25 de junio, se vieron 9 navíos enemigos en la rada de Buenos Aires: 6 corbetas, 2 bergantines y una fragata de 32 cañones, que luego se alejaron río afuera.

Aquella flota que zarpara de Ciudad del Cabo en abril de 1806, cuyas unidades de avanzada observara Liniers, estaba al mando, como sabemos, del comodoro sir Home Popham. Y, al frente de las tropas embarcadas, se hallaba el brigadier William Carr Beresford.

El núcleo de las tropas inglesas lo constituía un regimiento famoso: el 71 de escoceses, que comandaba el coronel Pack y que se contaba entre los mejores del ejército británico.

Sobremonte despacha dos cuerpos de milicias a Quilmes y Ensenada, donde cabía suponer que desembarcarían los incursores. Efectivamente, el desembarco comienza en aquel puerto, cercano el mediodía. Los milicianos, mal armados y mal mandados, no abren fuego hasta la mañana siguiente, esperando refuerzos que no llegan. Cuando, finalmente, entran en acción, ésta se prolonga apenas hasta que el enemigo utiliza su artillería, dispersando a los defensores.

Mientras tanto, Sobremonte ha resuelto salvar los caudales públicos, enviándolos a Córdoba con una escolta. Se cuenta entre ellos un importante cargamento de metales preciosos, llegados del Perú para su remisión a España y cuya captura, según algunas versiones, sería una de las causas de la incursión británica.♦

El día 26, los ingleses siguen el avance iniciado, libran una escaramuza en el Puente de Gálvez (actual Puente Pueyrredón) y cruzan el Riachuelo. Sobremonte resuelve retirarse a los Montes Grandes (San Isidro).

Milicianos y soldados se concentran en el Fuerte, cumpliendo las últimas órdenes impartidas por el virrey. Aunque al frente de aquéllos está un coronel, carecen de toda organización y son escasas las municiones con que cuentan. El 27, llega un oficial británico para intimar la rendición. Se intenta una capitulación honrosa, que es denegada. A las 3 de la tarde, los ingleses llegan a la Plaza Mayor. A las 4, entran en el Fuerte.

Beresford se hace cargo del gobierno. Establece la libertad de cultos y el libre comercio, tan conveniente para los intereses de Gran Bretaña. Una partida de sus hombres alcanza en Luján la carreta donde viajaba hacia Córdoba el tesoro remitido por Sobremonte. Si bien, en previsión de ello, el mismo ha sido arrojado al fondo de una laguna, es descubierto y enviado a Inglaterra en un barco que se da enseguida a la vela.

El brigadier procura ganar la buena voluntad de los pobladores. Pero tiene escaso éxito. Fuera de algunas familias acomodadas –según la doble acepción del término–, en cuyas casas se alojan oficiales británicos con los que mantienen buen trato, de algunos comerciantes que prevén obtener beneficios del nuevo régimen mercantil y de ciertos agentes de la administración pública que cuidan sus puestos, una hostilidad creciente se difunde en la ciudad ocupada. A las excepciones citadas, debe agregarse el nombre de un personaje que actuó invariablemente como agente inglés, antes y después de las invasiones: Saturnino Rodríguez Peña.

Mientras la bandera inglesa flamea sobre el Fuerte, distintos planes para arriarla se tejen en Buenos Aires. Y algunas figuras se van perfilando para nuclear la resistencia, adornadas por singulares condiciones personales. Se cuentan entre ellas don Santiago de Liniers y Bremond, marino francés al servicio de España, que tiene 53 años de edad y comanda el fortín de la Ensenada de Barragán; don Martín de álzaga, un vasco de fuerte carácter, comerciante próspero, dotado de gran capacidad organizativa; y don Juan Martín de Pueyrredón, muchacho de buena posición, con prestigio entre los paisanos de la costa.

En cuanto a los planes que se tramaban, cabe mencionar el de José Fornaguera que consistía, sencillamente, en pasar a cuchillo la plana mayor británica, tomándola por sorpresa en el cuartel de La Ranchería. La otra conjura le fue propuesta a álzaga por Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach.

♦ Carlos Newland, Inquisición en Luxán.