desde 1800 hasta 1851
un progresista a contrapelo
 
 
Como sabemos, el cabildo porteño eligió gobernador a Martín Rodríguez, otorgándole amplias facultades para imponer el orden. En virtud de ellas suspendió la libertad de imprenta, dictó una ley de ministerios, suprimió los cabildos de la provincia de Buenos Aires –poniendo fin así a una institución secular heredada de España–, reglamentó la elección de representantes y gobernadores, disponiendo asimismo una amnistía, que se recordó como “Ley de Olvidoâ€.

Desde el 28 de julio de 1821 fue ministro de Rodríguez un hombre que imprimiría al gobierno de éste un definido estilo, cuya apreciación divide todavía las opiniones de los argentinos: Bernardino Rivadavia. O, para ser más preciso, Bernardino González Ribadavia.

Nacido en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780, en mayo de 1821 llegaba de Europa a su ciudad natal. Traía el prestigio que, entre el grupo ilustrado que formaban los unitarios porteños, le reportaba el hecho de haber tratado con figuras destacadas de la política, las ideas y la economía europeas, habiendo leído a poco de aparecer obras que aquí significaban aún novedades, siendo comentadas con admiración por quienes vivían pendientes de ellas en este rincón del mundo. Rivadavia era un tanto prosopopéyico, amigo del boato y un trabajador infatigable, capaz de redactar personalmente infinitos decretos sobre los temas más variados, que iban desde los relativos a las ochavas de las esquinas, hasta aquellos que concernían a la organización interna de la Iglesia Católica.





En septiembre de 1822, Pedro de Braganza declaró la independencia del Brasil, en una decisión conocida como “Grito de Ipiranga”, ya que tuvo por escenario las márgenes de un arroyo con ese nombre.




A todo esto, en España se había producido una revolución contra Fernando VII, encabezada por el teniente coronel Rafael del Riego. Ello ocurrió en enero de 1820 y el pronunciamiento, de avanzadas ideas liberales, logró imponerse, reimplantando la Constitución de 1812, que Fernando VII derogara. éste, sin embargo, seguía siendo popular entre los españoles, a quienes disgustaba, por otra parte, la furia antirreligiosa de los revolucionarios. Las monarquías europeas acordaron enviar contra los mismos un ejército francés, al mando del duque de Angulema y conocido como “Los Cien Mil Hijos de San Luis”, que repuso en el trono al rey Fernando, en 1823.